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La huida hacia delante que Rato no pudo ejecutar para seguir al frente de Bankia
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ESPERABA QUE ECONOMÍA APROBARA EL VIERNES SU PLAN DE VIABILIDAD

La huida hacia delante que Rato no pudo ejecutar para seguir al frente de Bankia

Ocurrió a finales de abril. En una de las visitas habituales a Londres para reunirse con inversores, uno de los tres banqueros del Reino tuvo que

Foto: La huida hacia delante que Rato no pudo ejecutar para seguir al frente de Bankia
La huida hacia delante que Rato no pudo ejecutar para seguir al frente de Bankia

Ocurrió a finales de abril. En una de las visitas habituales a Londres para reunirse con inversores, uno de los tres banqueros del Reino tuvo que aceptar con resignación patriótica los reproches que desde el otro lado de la mesa, con un ejemplar de The Economist de por medio, repetían sobre el descrédito internacional que tiene el sistema financiero español. Un trágala en toda regla, con la cabeza gacha, que duro casi hasta el regreso a Madrid.

De manera paralela, pero desde los despachos capitalinos, Rodrigo Rato seguía convencido sacar adelante Bankia. Una semana antes, el Banco de España había aprobado formalmente los planes que las diferentes entidades financieras presentaron para sanear sus balances en relación a su exposición inmobiliaria. El regulador sólo se atrevió a decir que algunos cumplirían de manera más ajustada, aunque "presentaban razonables posibilidades de afrontarse".

Con el salvoconducto del Banco de España, el exvicepresidente del PP comenzó a perfilar el plan que debía mantener a Bankia en solitario y soltar la etiqueta de riesgo sistémico que mantenía desde el primer momento de su creación, tras la fusión de siete cajas de ahorro, con las populares Caja Madrid y Bancaja a la cabeza. Un nuevo balón de oxígeno que el mercado entendió como una tomadura de pelo, igual que la artificial cotización mantenida desde su salida a bolsa.

Luis de Guindos veía como, una vez más, tras el portazo que Rato dio a la posible unión con La Caixa, su exjefe volvía a escaparse. Pero esta vez no había más tiempo. Menos aún después de que el propio titular de Economía, tras sondear preliminarmente a los tres banqueros del Reino, recibiera en primera persona, con motivo de la reunión del consejo de gobierno del BCE celebrada en Barcelona, el visto bueno al plan de actuación a seguir para sanear una vez más el sistema.

Hasta entonces, Rato seguía convencido de que su modelo estaba aceptado, aunque el silencio de Economía no era en realidad una afirmación tácita. El presidente de Bankia tenía pensado afrontar una provisión de hasta 10.000 millones de euros con cargo a los próximos cuatro años, cuyo impacto inmediato en la cuenta de resultados del primer semestre sería de 5.500 millones. Para salir airoso, sólo necesitaba poco más de 6.000 millones de dinero público.

A cambio, Rato proponía la devolución de los 4.400 millones que ingresó con anterioridad el FROB mediante el canje de las participaciones preferentes y la deuda subordinada, más las pertinentes desinversiones que pudieran realizar de su cartera de participadas. En definitiva, de acuerdo con las estimaciones de los ratistas, el Gobierno sólo tenía que incrementar en 1.000 millones la partida de ayudas públicas para que Bankia pudiera seguir en solitario. ¿Por qué no?

Un momento procesal muy oportuno

Tenía que ser así. Por las malas o por las malas. En vista de que Rato seguía alimentando su huída hacia adelante, Guindos fue minando el camino con mensajes avalados por el FMI. La filtración del contenido del resumen ejecutivo, en poder sólo de Economía, sorprendió a todo el sector. La sentencia era firme y se dictó en víspera del puente de primero de mayo, un momento procesal muy oportuno que destapó el runrún a intervención a las primeras de cambio.

Con todo, Rato esperaba que su plan de viabilidad llegara el viernes 11 de mayo. Así se lo habían prometido. En definitiva, las bases del Real Decreto, ayudas públicas para los que no alcancen a cubrir las nuevas provisiones, coincidían con el severo plan de ajuste que había avalado el Banco de España, donde su exjefe de gabinete, José María Roldán, despacha como director general de Regulación. Podía haber sido así, pero precisamente no podía ser así.

Guindos tenía claro que había que poner fin a la carrera de Rato. En ocasiones, debió pensar, "las personas dejan de ser buenas cuando se ven amenazadas o traicionadas, porque cuando uno se siente así empieza a preocuparse únicamente de sí mismo". Y en la solución del problema Bankia, los reparos para tomar una decisión drástica estaban puramente circunscritos a cuestiones personales, a la figura de Rodrigo, el antiguo jefe, el virrey del viejo PP. Hasta que dejaron de serlo.

Ocurrió a finales de abril. En una de las visitas habituales a Londres para reunirse con inversores, uno de los tres banqueros del Reino tuvo que aceptar con resignación patriótica los reproches que desde el otro lado de la mesa, con un ejemplar de The Economist de por medio, repetían sobre el descrédito internacional que tiene el sistema financiero español. Un trágala en toda regla, con la cabeza gacha, que duro casi hasta el regreso a Madrid.

Rodrigo Rato