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Kanouté, algo más que un futbolista de Primera
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SIEMPRE DEL LADO DEL DÉBIL

Kanouté, algo más que un futbolista de Primera

Kanoute nunca pasa indiferente. Desde su atalaya de 1,93, el gigante sevillista hace goles, crea fútbol de alto nivel y aprovecha la coyuntura del gol para

Foto: Kanouté, algo más que un futbolista de Primera
Kanouté, algo más que un futbolista de Primera

Kanoute nunca pasa indiferente. Desde su atalaya de 1,93, el gigante sevillista hace goles, crea fútbol de alto nivel y aprovecha la coyuntura del gol para dar un golpe en la mesa contra la injusticia. El pasado miércoles, tras hacer el segundo gol de su equipo ante el Deportivo, se levantó la camiseta y mostró una segunda camiseta, de color negro, con la leyenda Palestina, en solidaridad con los habitantes de Gaza, que sufren los ataques del ejército israelí. La foto ha dado la vuelta al mundo y al futbolista puede acarrearle una sanción económica, cosa que al malí le trae al fresco: “Lo que hice el miércoles”, ha dicho, “es algo que sentía yo que tenía que hacer. No me importa la sanción, pues soy responsable al cien por cien de lo que he hecho. No pasa nada. Todo el mundo se tiene que sentir un poquito responsable cuando hay una injusticia tan grande”.

Kanouté es un tipo especial, alguien que nunca ha tomado un camino fácil. Nacido en Lyon (Francia), de padre malí y madre francesa, pudo haber jugado con la selección gala, pero prefirió encuadrarse con los africanos. En edad juvenil viajó a la tierra de sus ancestros y observó que en Bamako, la capital, la gente pasaba penurias y la mayoría de los niños jugaban descalzos en las polvorientas calles de la capital. Nada que ver con la opulenta Francia.

Abrazó la fe del Islam y siguió jugando al fútbol. Triunfó en Inglaterra y Monchi, aconsejado por Juande Ramos, le echó un ojo para el Sevilla. En Nervión, Freddi llegó y besó el santo (con perdón), marcó goles y pronto se metió a la gente en el bolsillo. A los sevillanos y a los numerosos africanos que pululan por las calles hispalenses. Y a los mulsumanes de Sevilla. Kanouté cumple con su religión y aprovecha su privilegiada posición para favorecer a los demás. Nunca ha de saber la mano derecha lo que hace tu izquierda, dicen los clérigos, pero alguien se fue de la lengua y desveló que Kanouté pagó 500.000 euros para comprar la casa donde se ubica la Mezquita en la calle Ponce de León. Gracias al gesto de Freddi, más de 7.000 musulmanes siguen rezando en la casa de Alá.

En Sevilla, el delantero activó la Fundación Kanouté, una organización que aporta grandes ayudas a Malí. Desde la capital de Andalucía, Kanouté  ha enviado a su país barcos con alimentos y ha puesto en marcha  el sueño de sus sueños: La Ciudad de los niños.  Un lugar, sitado a unos 25 kilómetros de Bamako, que contará con escuelas, campos de fútbol y hasta un hospital. Para ello, el futbolista cuenta con la generosidad del Rotary club Macarena, sociedad filantrópica con sede en Sevilla, cuyos gestores, Harro Klein y Pedro Valenzuela, viajaron con Kanouté hasta Bamako para poner la primera piedra del centro de salud. Muchos niños de la capital de Malí recibirán atención médica, aprenderán a leer y tendrán una oportunidad en la vida gracias al gigantón sevillista. Los hinchas desde hace tiempo le jalean desde la grada: “Oh, Kanouté, oh Kanouté, todos queremos que marque Kanouté”. El moreno ajusta el visor, tensa cuádriceps y dispara: gol. Freddi se va hacia la esquina, levanta la vista y señala al cielo con los índices de sus manos. Marcó San Kanouté.

Kanoute nunca pasa indiferente. Desde su atalaya de 1,93, el gigante sevillista hace goles, crea fútbol de alto nivel y aprovecha la coyuntura del gol para dar un golpe en la mesa contra la injusticia. El pasado miércoles, tras hacer el segundo gol de su equipo ante el Deportivo, se levantó la camiseta y mostró una segunda camiseta, de color negro, con la leyenda Palestina, en solidaridad con los habitantes de Gaza, que sufren los ataques del ejército israelí. La foto ha dado la vuelta al mundo y al futbolista puede acarrearle una sanción económica, cosa que al malí le trae al fresco: “Lo que hice el miércoles”, ha dicho, “es algo que sentía yo que tenía que hacer. No me importa la sanción, pues soy responsable al cien por cien de lo que he hecho. No pasa nada. Todo el mundo se tiene que sentir un poquito responsable cuando hay una injusticia tan grande”.