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"Vivimos rodeados de Mussolinis"
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RAFAEL GORDON ESTRENA 'MUSSOLINI VA A MORIR', UN RETRATO DE LAS ÚLTIMAS HORAS DEL DICTADOR

"Vivimos rodeados de Mussolinis"

Todos conocemos la historia oficial. El 28 de abril de 1945, dos días antes de la muerte en Berlín de Adolf Hitler, el dictador fascista Benito

Foto: "Vivimos rodeados de Mussolinis"
"Vivimos rodeados de Mussolinis"

Todos conocemos la historia oficial. El 28 de abril de 1945, dos días antes de la muerte en Berlín de Adolf Hitler, el dictador fascista Benito Mussolini era fusilado junto a su amante, Clara Petacci en Giulino di Mezzegra, un pueblo lombardo de cincuenta habitantes. En los últimos días de su vida el hombre que anunció que un pueblo tiene que ser pobre “para poder ser orgulloso” se hizo pasar por soldado raso para cruzar la frontera con Suiza y salvar su vida por enésima vez, pero en esta ocasión alguien le reconoció. Los partisanos le recluyeron junto a su amante en una villa cercana al lago Como y a la mañana siguiente, temiendo que los Aliados quisieran para él un juicio que acabase en algo distinto de la ejecución, lo fusilaron ellos mismos. Ella calló primero, intentando cubrirle a él. El Duce se abrió la camisa y le gritó a su ejecutor que le disparase en el pecho. Fueron sus últimas palabras.

Pero, como le ocurre a todas, la historia oficial del Duce tiene lagunas, y el cineasta Rafael Gordon se ha propuesto completar –al menos, artísticamente– una de ellas. En su cinta Mussolini va a morir, estrenada en cines esta semana, Miguel Torres y Julia Quintana recrean para la cámara las últimas horas de vida que pasaron el dictador y su amante en aquella casa italiana, aventurando las palabras pero respetando lo que la historia documenta: que el dictador italiano no abjuró de sus creencias ni se arrepintió de sus actos ni siquiera en la hora de su muerte.

¿Un valiente? Más bien un existencialista. “Mussolini fue un personaje casi shakesperiano comparable a Ricardo III”, explica a El Confidencial Rafael Gordon, que denomina al Duce “un aristócrata de la revolución” y recuerda –“porque es importante”– que tanto su padre como su abuelo fueron antes que él anarquistas. Benito Amilcare Andrea Mussolini se llamó así en honor a Benito Juárez, expresidente y reformista mexicano, Amilcare Cipriani, un patriota socialista italiano, y Andrea Costa, el primer socialista que entró en el Parlamento italiano. “No podría ser otra cosa más que socialista y anarquista”, sintetiza Gordon.

Cuando Gordon le retrata, sin embargo, Mussolini ha sido ya el caudillo del terror fascista, lo que obliga a repartir su retrato, como así ocurre en la cinta, en tres personajes. Uno es el propio Duce y otro su amante, Clara Petacci. El tercero, como corresponde en la biografía de un político, es el pueblo que gobernó, la masa sobre la que se alzó el Duce y a la que alimentó con un nacionalismo atroz y por quien descubriremos que Mussolini siente casi todo el espectro de sentimientos posibles, desde el amor y el paternalismo al desprecio y el odio. 

No hay concesiones en este biopic casi teatral –“siempre hay que tener presente que hablamos de dictadores, personas responsables de la muerte de millones de personas”, recuerda Gordon–, pero sí una disección hábil de las contradicciones a las que se sometió el dictador fascista y del papel que la masa jugó, como suele en estos casos, en su vida política. “La masa se presenta ante ti y dice: mata a todo lo que odio. Pero después no quiere la culpa, claro. Por eso le encarga la muerte a otro”, explica el cineasta.

Rodeados de Mussolinis

Es, dice, “una historia que se repite”, y quizá por eso Gordon asegura que “también en nuestro tiempo vivimos rodeados de Mussolinis, como Pol Pot, Nicolae Ceaușescu, Saddam Hussein, Muamar el Gadafi o Kim Jong-un, a los que hay que sumar “otros más folclóricos, pero menos terribles”, como Chávez o Castro. “Sin embargo los que a mí más me preocupan son los que no vemos, los Mussolinis en la sombra que mueven los hilos de la economía y de la ideología”.

Después de El hundimiento –la cinta dirigida por Olivier Hirschbiegel en 2004 que retrata las últimas horas de Hitler– y de Mussolini va a morir, Gordon se lo piensa cuando se le pregunta si cree que veremos algún gran retrato psicológico de Francisco Franco, hoy que parecen estilarse tanto. “No lo creo”, responde finalmente. “Hitler y Mussolini fueron hombres que recibieron incluso la admiración de muchos, al menos cuando no estaban en guerra. Hitler fue un gran estratega político al que los alemanes considerarían hoy un padre de la patria, o poco menos, si hubiera parado en su ascenso y no hubiese cometido las atrocidades que cometió. Y Mussolini, parecido. Hasta George Bernard Shaw llegó a anunciar públicamente que le admiraba. Por todo eso se creían profetas, hombres señalados por el destino, y eso lo convierte no en grandes personajes, más allá incluso de su trascendencia histórica. Pero Franco era distinto. Era un funcionario y ya está. Alguien que dejó de levantar la mano cuando Hitler se pegó un tiro. Seguramente por eso les sobrevivió a todos: porque, políticamente, era un hombre fundamentalmente pragmático”.

Otra pregunta obligada en tiempos de incertidumbre: ¿nos acerca la crisis política que vivimos a las fórmulas fascistas? Gordon de nuevo se lo piensa y responde que no, al menos a las fascistas que conocimos en la mitad del siglo XX. Los tiempos, dice, no acompañan a los grandes discursos –“para bien o para mal”– en una era que perdió las ideologías mucho antes de que comenzase la crisis. “Yo comprendí esto cuando, aún vivo Franco, triunfó una canción que rezaba: Saca el güisqui Cheli para el personal, que vamos a hacer un guateque”, bromea.

“Somos una era sin identidad", sentencia Gordon, en la que las grande proclamas y los gritos ideológicos, aunque presentes, han perdido pregnancia. "Nos educan las televisiones, si a eso podemos llamarlo siquiera educación, y los políticos tienen hoy la talla de Gil y Gil. La descerebración de nuestra sociedad se ve día a día, la gente va menos al cine, lee menos novelas… Es desalentador. Por eso resulta valioso recuperar no al personaje de Mussolini, sino a su era, y ver cómo era el mundo cuando existían los grandes discursos”. 

Todos conocemos la historia oficial. El 28 de abril de 1945, dos días antes de la muerte en Berlín de Adolf Hitler, el dictador fascista Benito Mussolini era fusilado junto a su amante, Clara Petacci en Giulino di Mezzegra, un pueblo lombardo de cincuenta habitantes. En los últimos días de su vida el hombre que anunció que un pueblo tiene que ser pobre “para poder ser orgulloso” se hizo pasar por soldado raso para cruzar la frontera con Suiza y salvar su vida por enésima vez, pero en esta ocasión alguien le reconoció. Los partisanos le recluyeron junto a su amante en una villa cercana al lago Como y a la mañana siguiente, temiendo que los Aliados quisieran para él un juicio que acabase en algo distinto de la ejecución, lo fusilaron ellos mismos. Ella calló primero, intentando cubrirle a él. El Duce se abrió la camisa y le gritó a su ejecutor que le disparase en el pecho. Fueron sus últimas palabras.