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Chile busca la verdad entre sus muertos
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LA EXHUMACIÓN DE PABLO NERUDA SE SUMA A LA DE VÍCTOR JARA, SALVADOR ALLENDE Y JOSÉ TOHÁ

Chile busca la verdad entre sus muertos

Murió en Santiago el 23 de septiembre de 1973, solo dos semanas después del golpe de Estado que instauró en Chile al Régimen Militar de Augusto

Foto: Chile busca la verdad entre sus muertos
Chile busca la verdad entre sus muertos

Murió en Santiago el 23 de septiembre de 1973, solo dos semanas después del golpe de Estado que instauró en Chile al Régimen Militar de Augusto Pinochet, y no fue lo único sospechoso en la muerte de Pablo Neruda. “El más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”, como lo llamó Gabriel García Márquez, murió a los 69 años de cáncer de próstata y una caquexia, según los médicos, aunque los primeros periódicos del día informaron de un infarto y rectificaron horas después.

Tratándose de un tesoro nacional la sospecha no es una opción, y por eso el juez Mario Carroza ha ordenado esta semana la exhumación de los restos del poeta el próximo 8 de abril y al menos durante tres días para que los peritos del Servicio Médico Legal y varios expertos internacionales certifiquen las causas de su defunción hace 40 años. Ha sido así después de que el Partido Comunista de Chile presentara en 2011 una denuncia tras conocer el testimonio del antiguo chófer de Neruda, Manuel Araya, según el cual el poeta habría recibido antes de morir una enigmática inyección en el abdomen, nadie sabe explicar por qué.

En una aparición en la televisión, Araya reiteró esta misma semana que la muerte del premio Nobel fue un “asesinato preparado” por el dictador Pinochet para evitar que abandonase el país, como de hecho planeaba hacer el día 22 de septiembre de 1973, uno antes de su muerte. La negación del salvoconducto a última hora por parte del Régimen Militar habría precipitado la determinación de Neruda por huir de Chile con la ayuda del presidente México, Luis Echeverría, y un avión ya preparado al efecto de su traslado a México D.F.

Ricardo Reyes –el verdadero nombre de Neruda– murió unas horas antes de ese viaje, sin embargo, en la clínica Santa María de Santiago, mientras su mujer Matilde Urrutia y el chófer ultimaban el traslado a la capital de las pertenencias del autor desde su casa en Isla Negra, entre ellas el manuscrito de Confieso que he vivido, las memorias póstumas de Neruda. Antes de eso habría recibido una inyección en el abdomen, según el poeta le contó a Araya por teléfono, que no encaja con su cuadro clínico ni apareció posteriormente en los documentos de su tratamiento. El chófer recuerda que aunque Neruda era un hombre de 69 años con 123 kilos de peso, flebitis y cáncer de próstata, los médicos le habían pronosticado al menos “8 o 10 años más de vida”.

Exhumando la verdad

A diferencia de lo que ocurre con otros posibles asesinados de la izquierda chilena –entre ellos varios suicidas y muchos desaparecidos, según la propia dictadura–, no todos en el país ponen en entredicho, o lo hacían hasta hoy, la muerte de Pablo Neruda. Empezando por su viuda, la destinataria de los célebres Cien sonetos de amor que escribió el poeta, que pese a oponerse con fiereza al Régimen de Pinochet compartió hasta su propia muerte en 1985 la versión oficial sobre las causas del fallecimiento del autor, aducido a las complicaciones de la metástasis.

Urrutia, fundadora también de la Fundación Pablo Neruda, publicó Confieso que he vivido sorteando el boicot institucional y se hizo enterrar junto al poeta en el cementerio general de Santiago a la espera de poder hacerlo después en Isla Negra, la finca en que quiso hacerlo el poeta pero que el Régimen confiscó. De hecho, los restos de Neruda ya fueron exhumados junto a los de ella en 1992, tras la caída de Pinochet, para trasladarlos a su actual enclave frente a las costas del Pacífico.

No son los únicos y, con certeza, no serán los últimos en un país que acumula decenas de miles de denuncias por asesinatos, desapariciones y torturas. En 2009, el juez Juan Eduardo Fuentes ordenó la exhumación de los restos del cantautor Víctor Jara, detenido en la Universidad Técnica del Estado en septiembre de 1973 y asesinado tres días después del golpe militar. Lo hizo así después de que uno de sus ejecutores confeso, un soldado raso, retirase su confesión y se declarase inocente asegurando que un militar con rango había asesinado al autor de Te recuerdo Amanda antes del tiroteo que, según la versión oficial, acabó definitivamente con su vida. El Servicio Médico Legal, sin embargo, determinó tras la exhumación que, pese a haber sido torturado y haber recibido un disparo, Jara murió a consecuencia de “múltiples fracturas por heridas de bala que provocaron un shock hemorrágico en un contexto de tipo homicida”. El cantautor, afiliado también al Partido Comunista, encajó hasta 44 disparos.

En 2011 se desenterraron los restos del propio Salvador Allende, amigo personal de Neruda y presidente socialista del gobierno chileno cuando las cúpulas de las Fuerzas Armadas y del cuerpo de Carabineros atacaron la sede del gobierno en el Palacio de La Moneda. En esta ocasión, el análisis de los restos de Allende –como Neruda, exhumado por segunda vez después del primer traslado de su cadáver tras caer Pinochet– que ordenó también el juez Mario Carroza confirmó la versión más extendida sobre su muerte, la de que el presidente constitucional de Chile se suicidó poco después de que los militares ingresaran por la puerta del Palacio de La Moneda.

Murió en Santiago el 23 de septiembre de 1973, solo dos semanas después del golpe de Estado que instauró en Chile al Régimen Militar de Augusto Pinochet, y no fue lo único sospechoso en la muerte de Pablo Neruda. “El más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”, como lo llamó Gabriel García Márquez, murió a los 69 años de cáncer de próstata y una caquexia, según los médicos, aunque los primeros periódicos del día informaron de un infarto y rectificaron horas después.