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Tormentos y pesadillas en el internado
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ANÁLISIS DE LA SEGREGACIÓN EDUCATIVA A TRAVÉS DE DOS NOVELAS

Tormentos y pesadillas en el internado

Si es verdad que uno lee desde los libros que ya ha leído, las vidas que ya ha vivido y las ideas que, sin creer que

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Tormentos y pesadillas en el internado

Si es verdad que uno lee desde los libros que ya ha leído, las vidas que ya ha vivido y las ideas que, sin creer que uno tiene, en realidad lleva grabadas a fuego, no es de extrañar que en la última literatura escrita en español se hayan dado casos notables de novela de internado: Las poseídas de Betina González, ganadora del último premio Tusquets; Cuatro por cuatro de Sara Mesa, finalista del premio Herralde; y El pensionado de Neuwelke de José C. Vales, experto en Romanticismo y traductor de Shelley, Austen, Collins o del descacharrante y ultra-british E.F. Benson cuya Reina Lucía ha sido publicada por Impedimenta. Hoy vamos a hablar de las novelas de Mesa y de Vales.

Resulta dudoso que la aparición de estas dos novelas, ambientadas en colegios apartados donde suceden cosas extrañas, se relacione con la preocupación por la segregación educativa o con el éxito de rocambolescas series como El internado –aquí también se producen series, aunque no sean como Breaking Bad o Downton Abbey-, pero lo que es casi seguro es la buena acogida de estos libros tiene que ver con la formación, intelectual y sentimental, de lectores –sobre todo, lectoras- que, en la niñez y adolescencia, consumieron productos culturales donde el mito del internado representaba la fantasía de lo mejor y lo peor que podía ocurrirnos: el espacio donde la emancipación y todas las libertades eran posibles y, a la vez, el lugar donde podían hacerse realidad todos los horrores. Aquella amenaza de “¡Te voy a meter interna!” a veces producía pánico y otras un intenso deseo de seguir haciendo el mal. Rebañar con el dedo botes de mermelada, cortar la mayonesa, llegar tarde y con un gran sofoco a casa.

Aquella amenaza de '¡Te voy a meter interna!! a veces producía pánico y otras un intenso deseo de seguir haciendo el malLas lectoras que éramos niñas en los setenta esperábamos la llegada a los quioscos del Lili y de aquellas Joyas literarias juveniles donde se publicaban las aventuras de La familia feliz, Candy modelo en apuros, Esther y su mundo –cuyas peripecias, ahora con una Esther divorciada, madre y treintañera, ha vuelto a dibujar la gran Purita Campos para Glenart- o Cristina y sus amigas: un grupo de adolescentes que viven en un internado suizo y solucionan misterios criminales. Al mismo tiempo Enid Blyton alcanzaba un éxito enorme no solo con los cinco niños que bebían cerveza de jengibre –una traducción nefasta del ginger ale-, sino también con las entregas de las mellizas O´Sullivan en el pensionado de Santa Clara y con la serie ambientada en Torres de Mallory, otro internado. 

Nuestras fantasías cobraban forma en el morboso caldo de cultivo de ciertas películas de la época, historias de terror y depravación, que sucedían en colegios para señoritas: La residencia (1969) de Ibáñez Serrador, Las adolescentes (1975) de Masó, Suspiria (1977) de Argento…  

El pinchazo de la aguja

Sara Mesa, nacida en los setenta, conecta con esa sensibilidad construida de las lectoras que nacimos en la década anterior. Su Cuatro por cuatro es una aportación singular a la narrativa española reciente por el género en el que se inscribe, esa novela de “colich”, que nos remite al crescendo claustrofóbico de Picnic en Hanging Rock de Joan Lindsay, a Los hermosos años del castigo de Fleur Jaeggy o la olvidada Celia muerde la manzana de María Luz Melcón; pero también por su manera de aproximarse al asunto de la educación como poder y de la sexualidad como moneda de cambio en un contexto donde la violencia se esconde bajo la lámina del agua mansa y la suavidad de las formas.

La depravación y una idea de lo educativo como microcosmos donde se proyectan y amplifican las taras sociales, la corrupción moral como un ácido que gotea de arriba hacia abajo, se recrean a través de una escritura desnuda y fría, repleta de imágenes poderosas que desasosiegan en la misma medida que magnetizan. 

Las páginas de Cuatro por cuatro podrían incluirse en la crestomatía que propone José Ovejero en su Ética de la crueldad: la exposición de lo cruel nos conduce a mirar hacia dentro y ese ejercicio introspectivo implica una actitud ética que, tal vez, repercuta en la transformación de la conciencia colectiva. Esperanza en el poder transformador del arte y la literatura. A pequeña escala, poco a poco, confiando en que, igual que asumimos la existencia de discursos perniciosos, hay otros que, desde el lenguaje del arte, la sugerencia y la analogía, pueden resultar formativos.

El efecto asfixiante que caracteriza esta novela se logra gracias a un tratamiento del espacio que se comprime en su calidad de caja china -el colich tras la alambrada, más allá el bosque, la carretera y la violencia reflectante de la ciudad de Cárdenas- y en una concepción metaliteraria del relato en la que unos textos se encierran dentro de otros.

La estructura cerrada expresa la imposibilidad de escapar, el grumo informe de la seguridad enfrentada a la libertad que tanto define nuestros días… También el tiempo, el compás hermético del cuatro por cuatro, marca la limpieza y regularidad geométrica, sintetizando la presión del relato que, como un pinchazo de la aguja, a veces se hace intolerable: en pocas páginas asumimos que víctimas y verdugos a veces se confunden y que uno se convierte en monstruo cuando se hace cómplice de lo extraño, cuando empieza a formar parte de la extrañeza de lo familiar y de un horror que antes le resultaba incomprensible.

Taxidermia literaria

Sara Mesa y Vales eligen el internado como espacio pequeño, apartado y artificial, donde suceden cosas aparentemente inexplicables: es claustro o útero –deshabitado o móvil- donde se concentran los síntomas de la histeria, la dolencia psicosomática y la metáfora del crecimiento como revelación sexual y punto de partida hacia la muerte. Si Mesa escribe por concentración, Vales lo hace por extensión. Si Mesa es moderna por su singularidad, Vales es moderno en su homenaje a los novelistas decimonónicos de la fantasmagoría. Si Mesa desconcierta, Vales gratifica, pero en ambos casos el resultado es digno de elogio.

Si es verdad que uno lee desde los libros que ya ha leído, las vidas que ya ha vivido y las ideas que, sin creer que uno tiene, en realidad lleva grabadas a fuego, no es de extrañar que en la última literatura escrita en español se hayan dado casos notables de novela de internado: Las poseídas de Betina González, ganadora del último premio Tusquets; Cuatro por cuatro de Sara Mesa, finalista del premio Herralde; y El pensionado de Neuwelke de José C. Vales, experto en Romanticismo y traductor de Shelley, Austen, Collins o del descacharrante y ultra-british E.F. Benson cuya Reina Lucía ha sido publicada por Impedimenta. Hoy vamos a hablar de las novelas de Mesa y de Vales.