Es noticia
¿Es el amor un bien cuantificable?
  1. Cultura

¿Es el amor un bien cuantificable?

“Fue muy romántico. Fuimos en Metro hasta Móstoles, me invitó a cenar en un burguer y luego me regaló una pulsera que había comprado en

Foto: ¿Es el amor un bien cuantificable?
¿Es el amor un bien cuantificable?

“Fue muy romántico. Fuimos en Metro hasta Móstoles, me invitó a cenar en un burguer y luego me regaló una pulsera que había comprado en los chinos”…Indudablemente, se trata de un plan que suena menos atractivo, y desde luego menos romántico, que “Me llevó en su avión privado a cenar a un exclusivo restaurante parisino y allí me regaló un anillo de diamantes”. Sin embargo, ambas cosas son más o menos lo mismo, en tanto parte de esa tendencia, tan del siglo XX, que vincula romance y consumo, valor económico y amor duradero. Una interrelación que constituye el centro de la estimable obra de Eva Illouz, una profesora de la Universidad de Jerusalén que ha apostado con éxito por abordar sociológicamente la cultura popular, como quedó demostrado en el más que interesante Intimidades congeladas (Katz, 2007), o en Oprah Winfrey and the glamour of misery.

 

Illouz acierta aquí con su planteamiento, al no obviar las diferentes expresiones que la relación entre romance y mercado han tenido en el paso de la época moderna a la posmodernidad. En los tiempos en que los matrimonios eran convenidos por el interés (hasta principios del siglo XX, asegura la autora, cuando aún eran vistos como una de las operaciones comerciales más importantes para personas de todas las clases sociales), el amor era percibido como un gran enemigo, “un rebelde proclive a arruinar todos los proyectos” (p.28), en tanto conseguía con facilidad que los hijos, íntimamente legitimados por la fuerza de la pasión, se alzasen contra el destino impuesto por los padres. El amor romántico, pues, no gozaba de buena reputación, en tanto que priorizaba los sentimientos sobre el racionalismo económico y hacía soberano al individuo frente al grupo.

Pero cuanto más avanzaba la modernidad, más evidente se hacía que ya no debíamos casarnos a la fuerza sólo para conservar el orden social o incrementar nuestras posesiones. Estábamos en el reino de la libertad individual, y nadie debía imponernos ideas, creencias o amores. Justo en ese tiempo toma cuerpo la mercantilización del romance, desapareciendo costumbres instituidas, como el cortejo, y apareciendo las provenientes del ocio: ahora las citas con las posibles conquistas tenían lugar en restaurantes, teatros, cines, salones de baile. Así, el tiempo libre, el de la diversión y el del amor terminaron coincidiendo, lo que llevó a una cierta tensión de fondo entre los valores tradicionales y la nueva cultura de la diversión; o, dicho de otro modo, entre deseo físico y amor romántico, algo que tendía a solucionarse consiguiendo que el primero tuviera lugar fundamentalmente en el matrimonio.

Simple realización de deseos

El amor en nuestra época parece haber tomado otras direcciones. En un sentido, porque la utopía romántica posmoderna posee la doble capacidad de “reafirmar los valores del capitalismo postindustrial y convertirlos inversamente en símbolos de sencillez primitiva y emotividad pura” (p. 146). Además, porque estamos ante una utopía que ha dicho adiós tanto a las subjetividades coherentes y racionales que alguna vez fueron promovidas como ideales por el capitalismo como a las utopías colectivas que éstas alimentaron, y las han sustituido por un discurso fragmentario en el que domina la simple realización de deseos. Y este nuevo suelo comporta notables consecuencias.

a. Tenemos hoy muchas mayores posibilidades de elegir pareja. Y ello ha supuesto, también, que oscilemos entre el consumo hedonista del amor (tomándolo como una oportunidad más para conseguir placer) y la búsqueda racionalizada de pareja, valorando opciones, realizando múltiples tentativas hasta determinar cuál será la mejor elección. Nos preguntamos por quién nos conviene, quién se amolda mejor a nosotros, o con quién compartimos intereses vitales, en lugar de preguntarnos a quién queremos.

b. Lo real y lo cultural se interrelacionan como nunca antes en la historia. Como dice Illouz, la típica enamorada posmoderna contempla sus creencias románticas con enorme escepticismo e ironía. Decir “Te quiero” suena tan falso, para este nuevo mundo, como cuando lo veíamos en las películas americanas de serie B. De modo que podemos visitar los lugares más exóticos con nuestra pareja buscando un romanticismo verdadero, pero en el fondo posmoderno late la sensación de que todo eso no es más que amor de estampita.

c. En un mundo impregnado por el pragmatismo, el amor se ha convertido en un relato tan desgastado como aquellos de la justicia, la libertad o la democracia. En el contexto posmoderno, donde sólo importa aquello que se puede cuantificar, legitimidad y pragmatismo vienen a ser lo mismo. Ya no estamos autorizados, pues, a perseguir la utopía romántica, pero sí a aumentar indefinidamente nuestras riquezas (entre ellas, la de amontonar experiencias sexuales).

Y todos estos asuntos son narrados por Illouz con estilo ágil, conformando un texto tan interesante como entretenido en el que son puestas sobre la mesa buena parte de las creencias contemporáneas acerca del amor. El defecto del texto, que es importante, y más dada la vinculación de la autora con la actual Escuela de Frankfurt (vía Axel Honneth), es la levedad de su crítica. Ciertamente, el libro resulta mucho más interesante cuando describe y analiza que cuando recapitula críticamente lo expuesto. En tanto la autora cree que los ideales de igualdad y de autonomía, y el amor es el mejor ejemplo, “sólo podrán sobrevivir al costo de que prosiga su asociación con el lenguaje hedonista y utilitario de la cultural posmoderna” (p. 384) está renunciando a comprender hasta qué punto nuestros modelos culturales están tejidos con mimbres similares a aquellos contra los que se pronunciaron Adorno o Horkheimer. Más allá de eso, se trata de un ensayo recomendable para toda clase de lectores, que se sigue con enorme interés y cuyas reflexiones pueden ser aplicadas a la vida cotidiana. Lo que es mucho más de lo que solemos encontrarnos en las librerías.

LO MEJOR: Que hace pensar mientras entretiene.

LO PEOR: Los aspectos críticos deberían ser más afilados.

El consumo de la utopía romántica. Eva Illouz. Katz Editores. 427 páginas, 23 €.

“Fue muy romántico. Fuimos en Metro hasta Móstoles, me invitó a cenar en un burguer y luego me regaló una pulsera que había comprado en los chinos”…Indudablemente, se trata de un plan que suena menos atractivo, y desde luego menos romántico, que “Me llevó en su avión privado a cenar a un exclusivo restaurante parisino y allí me regaló un anillo de diamantes”. Sin embargo, ambas cosas son más o menos lo mismo, en tanto parte de esa tendencia, tan del siglo XX, que vincula romance y consumo, valor económico y amor duradero. Una interrelación que constituye el centro de la estimable obra de Eva Illouz, una profesora de la Universidad de Jerusalén que ha apostado con éxito por abordar sociológicamente la cultura popular, como quedó demostrado en el más que interesante Intimidades congeladas (Katz, 2007), o en Oprah Winfrey and the glamour of misery.