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"La vida es ahora": así es la tétrica crisis de la mediana edad en 2014
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"La vida es ahora": así es la tétrica crisis de la mediana edad en 2014

Veíamos la crisis de los 40 como algo similar a la tontería de la adolescencia, propia de gente que no ha madurado. En la España de 2014 es mucho peor

Foto: La desesperanza es uno de los elementos principales de la crisis de los 40. (Corbis)
La desesperanza es uno de los elementos principales de la crisis de los 40. (Corbis)

Pocas cosas tienen peor fama que la crisis de los 40, que es tenida como una afección un tanto ridícula, propia de gente descentrada, algo similar a la tontería de la adolescencia. Sin embargo, como cuenta el psicólogo Michael P. Nichols, en Crisis de los 40. Cómo sentirse bien y en plenitud (Ed. Gedisa), los síntomas de esta afección, que suelen ser silenciados por quienes los sufren, son reveladores de serios problemas vitales.

Según Nichols, llegar a los cuarenta es como sufrir un caso grave de fiebre primaveral, con sensación de inactividad, desequilibrio y leve depresión. Las personas que la sufren se sienten atrapadas en una vida vacía, insípida, y aburrida. Las causas de esta apatía psíquica son de diferente índole: puede que descubran “que los sueños de comienzo de la adultez son esquivos o, peor aún, carecen de significado”; para otros el descontento es más específico y “tiene que ver con una carrera estancada, un matrimonio infeliz o la sensación de que la fuerza física está declinando”. Nichols advierte que lo más común es que “el centro de la insatisfacción se encuentre en cualquier aspecto de la vida que haya sido desarrollado en exceso, como aquel profesional que tanto prometía a los treinta y que ahora está estancado en su oficio”. En la mediana edad, ser prometedor ya no es suficiente, y esa conciencia cae como una losa sobre muchas personas.

Por supuesto, hay una serie de factores típicos de la edad que influyen en la aparición de la crisis de los 40, como la decadencia física, la consciencia de la muerte, aumentada con el fallecimiento de seres queridos, o elementos biológicos como la menopausia. Pero, advierte Nichols, insistir en esto es buscar soluciones fáciles a temas difíciles, y no sólo porque haya numerosos condicionantes psicológicos que determinan la evolución de lo biológico, sino porque los problemas actuales introducen factores sociales de gran peso

Tu futuro no será el que fue

La crisis de la mediana edad, señala Nichols, aparece porque de pronto nos asalta la certeza de que “el futuro es ahora, y como no lo esperábamos, y menos de esta manera, llega el desasosiego. Es ese momento en que ya no se pueden reprimir los miedos confusos y los deseos insatisfechos”. La crisis de los 40 implica que esas esperanzas acerca de un porvenir brillante se conviertan en la cruda certeza de que esto es todo lo que hay.

El problema es que hoy, además, tenemos claro que lo que nos espera, en general, no será mucho mejor. Esa pérdida de futuro que aparece en los temores de gente de mediana edad en crisis es la que circula por el conjunto de la sociedad: la relación fluctuante con el futuro ya no es una postura ligada a la crisis de los 40, sino una sensación cada vez más frecuente.

El cambio social que ha acelerado la recensión ha provocado que muchas de las personas que tienen entre 40 y 55 años, que en otras épocas habrían tenido la vida relativamente resuelta, hoy tengan muchas dudas sobre su futuro. No son infrecuentes los casos de personas que han salido del mercado laboral a consecuencia de eres, o que han visto cómo sus empresas les han sustituido por trabajadores más jóvenes , y se han quedado sin apenas posibilidades de empleo. Tampoco lo es que, como narraba Ana Goñi el pasado fin de semana, que desarrollen una sensación de inutilidad (“no valgo para nada”) que complica aún más la situación. Y tampoco es inusual que quienes conservan el trabajo vivan en el permanente temor de perderlo.

¿Una brecha generacional?

La crisis de los 40 solía tener un matiz existencial evidente, y albergaba preguntas sobre si habíamos cumplido nuestras expectativas y sobre si aquello que teníamos nos satisfacía. Ahora, esa sensación de apatía y de descreencia en el futuro no proviene de la falta de realización, sino de la ausencia de perspectivas. Esta crisis lo es también de pérdida de futuro.

Parecía, no obstante, que este era un fenómeno propio de determinadas edades, y que estaba afectando a ese porcentaje de población que había sido sobrepasada por los tiempos. Es cierto que, como asegura la socióloga Liliana de Riz, Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas argentino los jóvenes de este nuevo mundo global tenían otra perspectiva, y que también en ese sentido la brecha generacional se dejaba notar.

“Los jóvenes no respondían al incentivo de ganar más dinero para desempeñar sus posiciones de trabajo, de la misma manera en que solía hacerlo la generación de la posguerra, sino que tenía otras motivaciones. El dinero era un objetivo, pero no con una lógica de acumulación para el futuro sino más bien como facilitador del presente: la vida es ahora.

Sí, la vida es ahora

Pero ese lema está cobrando también nuevas expresiones en estos tiempos, y no alude a ese aprovechamiento del presente sin pensar en lo que vendrá, en disfrutar de lo que se tiene cuando viene, sino a una peculiar falta de porvenir que emparenta directamente con lo que las generaciones mayores están sufriendo. “La vida es ahora” implica una desconexión brutal de las posibilidades vitales, derivando hacia una especie de vacío temporal, hacia una suerte de angustia en la que las soluciones tienen que llegar con urgencia, pero nunca aparecen.

Lo cuenta Benjamín Serra, autor de Sobradamente preparado para limpiar váteres en Londres (Ed. Península). “Cuando era un adolescente, pensaba que los 25 años era buena edad para independizarme e incluso para tener una vida en pareja. Ahora no me planteo nada para dentro de diez años, ni de cinco, ni de tres. La idea central es encontrar trabajo ya, algo que me ayude a subsistir. Vas día a día, viendo cómo surgen las cosas y haciendo lo que puedes”.

Su preocupación, insiste Serra, es salir adelante por sí mismos. “Cuando vas a Inglaterra, hay muchos emigrantes polacos o hindúes, pero llevan tiempo allí y tienen el apoyo de la familia. Tú no, tú estás solo. Eso te lleva a otro concepto de ego, que no es el del egoísmo”. Probablemente tenga razón Serra, y su visión del ego esté relacionada con la simple supervivencia en un entorno complicado. Pero incluso cuando no se vive fuera del país, y se cuenta con una red familiar, las cosas no mejoran mucho, y la mayoría de jóvenes se encuentran en la misma sensación de desesperanza por la falta de oportunidades. También viven en esa urgencia complicada en la que se desea trabajar cuanto antes sin que aparezcan opciones en el horizonte. “La vida es ahora” implica para ellos una descreencia muy similar a la de la crisis de la mediana edad, porque aun cuando consigan empleo, lo encuentran en unas condiciones en las que no pueden trazar planes a medio plazo.

Con frecuencia, este tipo de sentimientos suelen verse como dramas personales, como situaciones coyunturales que esperamos que pasen pronto. Pero son algo más que eso, son el elemento que crea un clima social, el tipo de perspectivas que cuajan en un ánimo colectivo. Las transformaciones políticas que estamos viviendo, y las que vendrán, están tejidas con estas visiones vitales. Podemos pensar en la corrupción como el principal problema español, pero es esta pérdida de futuro la que está dando forma a nuestro presente como sociedad.

Pocas cosas tienen peor fama que la crisis de los 40, que es tenida como una afección un tanto ridícula, propia de gente descentrada, algo similar a la tontería de la adolescencia. Sin embargo, como cuenta el psicólogo Michael P. Nichols, en Crisis de los 40. Cómo sentirse bien y en plenitud (Ed. Gedisa), los síntomas de esta afección, que suelen ser silenciados por quienes los sufren, son reveladores de serios problemas vitales.

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