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Un recorrido por el Madrid en decadencia del Siglo XVIII
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EL PASADO DE LA CAPITAL

Un recorrido por el Madrid en decadencia del Siglo XVIII

Ildefonso Falcones, el autor de La Catedral del Mar y La mano de Fátima, con su nueva novela, La reina descalza, y practicando un juego al

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Un recorrido por el Madrid en decadencia del Siglo XVIII

Ildefonso Falcones, el autor de La Catedral del Mar y La mano de Fátima, con su nueva novela, La reina descalza, y practicando un juego al que ya nos tiene acostumbrados, va a acompañar al lector hasta el Madrid de mediado el siglo XVIII. Un Madrid de calles estrechas, un Madrid donde convive la opulencia de los palacios aristocráticos junto a las casas oscuras y malsanas de los madrileños menos favorecidos. Ese Madrid de pillos, de chulapos y manolos; ese Madrid de curas, frailes y monjas. Ese Madrid de burócratas que viven de tramitar solicitudes y memoriales, ese Madrid de nobles de baja estofa, capaces de pasar hambre y miserias antes que reconocer sus necesidades. Es aquí donde nos sumerge el autor; es en este Madrid donde discurren las andanzas de los protagonistas de La reina descalza.

La novela nos narra las aventuras de unos personajes, hijos de su tiempo, que han de sobrevivir en una época en la que el valor de la vida humana carece de importancia. Y aún más, si esas vidas se correspondían a grupos considerados como indignos. Caridad es una esclava negra liberada poco antes de alcanzar la Península. Milagros y Melchor pertenecen a la raza gitana, una etnia señalada y perseguida por todos los estamentos sociales. En la novela aparece la Gran Redada de 1749, que condenaba a prisión a todos los gitanos de España por el sencillo hecho de haber nacido gitanos.

Será con estos elementos con los que Falcones organice y estructure su obra; y serán estos elementos los que hagan volar la imaginación del lector al recorrer, en las calles madrileñas, el entorno donde viven estos protagonistas.

¿Cómo era realmente el Madrid de esta época? 

La llegada a la ciudad del nuevo rey en 1715 le descubrirá una urbe que se encontraba en clara decadencia. Solamente la Corte distinguía a la capital del resto de las ciudades de su entorno. Felipe V, un rey francés, acostumbrado a la riqueza y monumentalidad de París, se encuentra ante una ciudad con un gran desorden urbanístico. Su extensión era pequeña comparada con la capital francesa, apenas había crecido si utilizamos como referencia el plano de Texeira de 1656, y la causa de esta falta de crecimiento la tenemos en la cerca que en 1625 había mandado levantar Felipe IV. Pero si urbanísticamente era una ciudad pobre, demográficamente también estaba en claro retroceso. Las crisis agrarias de los últimos años del siglo anterior, junto a la guerra y la hambruna que asoló Castilla en 1709, provocó una caída importante de la población. 

Pero el nuevo rey quiere transformar la Corte, y su proyecto transformador será continuado por su dinastía. Madrid vivirá una serie de reformas que cambiará el concepto de ciudad y su aspecto físico.

La principal obra que se acometerá en Madrid será la construcción del Palacio Real. En la Nochebuena de 1734 se había incendiado el antiguo Alcázar de los Austrias. Este incendio servirá para que se inicie la construcción de un nuevo palacio siguiendo los cánones franceses. Así, sobre el solar del antiguo Alcázar, Juan Bautista Sachetti comenzará las obras en abril de 1738, no finalizando las mismas hasta el 1 de diciembre de 1764.

En julio de 1746 fallece Felipe V, y pasa a ocupar el trono su hijo Fernando VI. Durante el reinado de este nuevo monarca no van a parar las corrientes ilustradoras que corren por Madrid, y el rey continúa con la política iniciada por su antecesor. Así, en 1750, se construye el Puente de San Fernando, que unirá el camino de Castilla con el del Pardo; en 1753 se construye la Puerta de Hierro, como entrada al Real Sitio del Pardo. Completando parte del sistema de acceso a la ciudad que el primer Borbón había iniciado con la construcción en 1732 del nuevo Puente de Toledo

Los aficionados al teatro se podrían comparar con los hinchas de fútbol actuales, las algaradas y peleas se sucedían de continuoPero no todo son construcciones en Madrid. El monarca tiene también entre sus objetivos reglamentar parcelas de la vida cotidiana. Con ese motivo, en rey dicta en 1753 un conjunto de normas para regular las representaciones de comedias, especialmente destinadas para “evitar los desmanes que facilita la oscuridad en el concurso de ambos sexos”. Las funciones terminarán siempre antes de que se llegue la noche, y tendrán una duración máxima de dos horas. Estará vedado a los hombres entrar en la cazuela, lugar reservado a las mujeres, y conversar con ellas desde las gradas o el patio. También se obligará a los Corrales para que dispongan de un cuarto, donde las cómicas puedan cambiarse sin que las miren los hombres.

Hay que entender que en Madrid la pasión por el teatro era desmedida. Los dos grandes coliseos de la época eran el Teatro de la Cruz y el Teatro del Príncipe. Sus seguidores se podrían comparar con los hinchas de fútbol actuales y las algaradas y peleas se sucedían tan de continuo que los alcaldes de la villa tenían que disponer alguaciles para controlar y detener al público que se desmadraba.

El Madrid de Carlos III

En agosto de 1758 fallece la reina. Fernando VI, un monarca enamorado, cae en un estado de depresión que terminará por llevarle a la tumba, prácticamente un año más tarde, después de haber estado recluido durante todo ese tiempo en el castillo de Villaviciosa de Odón. Tras su muerte, accede al trono su hermanastro Carlos, que venía de reinar sobre el reino de Nápoles. En un primer momento, este rey fue acogido con cierta frialdad por los madrileños, sin embargo, en poco tiempo, llegará a ser considerado como El mejor alcalde de Madrid. 

El nuevo rey vuelca sus esfuerzos en las obras y reformas de la capital. Un problema de la ciudad era el de la limpieza de calles. Madrid era una ciudad sucia, donde todavía se seguía practicando el famoso “agua va”. Para atajar este problema se aprueba el 14 de mayo de 1761 la “Instrucción para el nuevo empedrado y limpieza de las calles de Madrid”. Ese mismo año se coloca la primera piedra de San Francisco el Grande, cuya cúpula, construida por Miguel Fernández, será la segunda del mundo por su tamaño.

La cuestión es que las obras acometidas sobre la ciudad suponen un gasto continuo para las arcas reales. Surgirá, con un afán recaudatorio, en diciembre de 1763, el primer sorteo de lotería. Como curiosidad sirva señalar que la combinación ganadora de aquel primer sorteo fue: 18-34-80-51-81. La intervención por primera vez en el sorteo de un escolar del Colegio de San Ildefonso se produjo el 9 de marzo de 1771, y el nombre del niño era Diego López.

La instalación de este alumbrado tuvo un efecto contradictorio en la población que vio como se encarecieron las velas, el aceite y los alquileresJunto al problema de la suciedad de las calles, otra de las cuestiones que preocupan al monarca es la seguridad en la ciudad, especialmente en las horas nocturnas. En la ciudad se había intentado poner en práctica distintos sistemas para iluminar las callws, sin embargo, todos los proyectos fracasaran al tener que asumir el coste los vecinos. Sin embargo, finalmente, el 15 de octubre de 1765, se inaugurará el nuevo alumbrado público. Serán 4.408 los faroles que se instalen, y se nombrarán 150 faroleros, que se ocuparán, subidos a sus escaleras de mano, de encender las velas de sebo. La instalación de este alumbrado tuvo un efecto contradictorio en la población, y esto fue así por dos causas fundamentales. En primer lugar se encareció el precio del aceite y el de las velas, lo que dejaría a oscuras numerosos hogares madrileños; en segundo lugar, la mejora de las condiciones de las calles provocó el aumento de los alquileres, con el consiguiente perjuicio para los madrileños, que en su gran mayoría vivían de alquiler.

En 1767 se inicia la construcción, en la Puerta del Sol, de la Casa de Correos. Ese mismo año, se abre al público el jardín del Retiro, aunque únicamente durante el verano y el otoño. Las normas para poder pasear por este parque eran, cuanto menos, curiosas. Los hombres debían de entrar descubiertos y bien peinados, vistiendo casaca. No se les permitirá llevar gorro, ni capa ni gabán. Las mujeres que lleven mantilla o pañuelo, guardarán esas prendas en su bolso, y en el caso de que fueran sorprendidas por los guardas con ellas, les serían retiradas. El parque estaba plagado de avisos donde se informaba de la existencia de sillas, al precio de cuatro cuartos. Curiosamente se advertía al usuario que, en caso de dejarla, aunque sea por un momento, deberá de pagar nuevamente por hacer uso de ella. El uso de los numerosos bancos que existen es gratuito, aunque se advierte de la prohibición de consumir refrescos y comida en los mismos.

Una ciudad difícil

La vida de los madrileños seguía siendo complicada, por más que en el siglo XVIII surgieran numerosas iniciativas para mejorar sus condiciones, en línea con el despotismo ilustrado. Muy pocas de ellas prosperaron. En líneas generales se puede decir que hasta mediados del siglo XIX Madrid careció de unos sistemas adecuados de conducciones de agua potable, de alcantarillado y de limpieza.

Eran frecuentes los furtivos de agua, es decir, dueños de casas que pinchaban las tuberías para conseguir el agua gratisEl agua potable era un bien escaso, cada madrileño tenía acceso a un consumo aproximado de ocho litros de agua al día. El suministro de agua a la ciudad se realizaba por medio de los viajes de agua. Todas las actividades relacionadas con el agua estaban en manos de la Junta de Fuentes, que presidía el corregidor. Su mantenimiento corría a cargo de un maestro mayor de fuentes y de los fontaneros de la Villa. Sólo ellos conocían realmente el laberinto de galerías y conducciones subterráneas de agua, hasta el punto que eran frecuentes los furtivos de agua, es decir, dueños de casas que pinchaban las tuberías para conseguir el agua gratis. Y es que el agua se antoja como otro de los tantos indicadores que reflejan la polarización social de la Corte, al comprobar que sólo 500 casas particulares y conventos tenían agua a domicilio y consumían mayor cantidad que las 7.634 casas restantes, teniendo que acudir los moradores de estas últimas a las cuatro docenas de fuentes públicas o surtirse a través de los 900 aguadores con que contaba la ciudad.

Tampoco contaba la ciudad con un sistema organizado de mercados. La Plaza Mayor había desempeñado las funciones de recinto ferial desde el siglo XVI. La importancia de estas ferias fue creciendo, y ello terminaría obligando a los vendedores a ir ocupando otros espacios. Así, la plaza de Santo Domingo se convertirá en el mercado de libros y muebles, la calle Toledo, de ropas, cuadros y vasijas, y la plaza de la Cebada en una especie de gran rastro donde se podía comprar casi de todo. 

La Plaza Mayor terminó por convertirse en un mercado conflictivo e inundado de puestos. Las acusaciones sobre la venta de comestibles a precios abusivos y la abundancia de revendedores, terminó provocando que en 1790 se iniciara una reforma para organizar los puestos de la plaza, que se acometió tras el incendio de 1791.

Como hemos podido apreciar en este breve bosquejo del siglo XVIII madrileño, la llegada de los Borbones a la corona española supuso la entrada de aire fresco en una sociedad rígida y agarrotada. Sin embargo, y siguiendo los principios del despotismo ilustrado, todos estos cambios y reformas se llevaron a cabo para el pueblo, pero sin contar con el pueblo y, como era de esperar, la vida del pueblo llano no mejoró en exceso, debiendo de continuar con su lucha por la supervivencia diaria.

Ildefonso Falcones, el autor de La Catedral del Mar y La mano de Fátima, con su nueva novela, La reina descalza, y practicando un juego al que ya nos tiene acostumbrados, va a acompañar al lector hasta el Madrid de mediado el siglo XVIII. Un Madrid de calles estrechas, un Madrid donde convive la opulencia de los palacios aristocráticos junto a las casas oscuras y malsanas de los madrileños menos favorecidos. Ese Madrid de pillos, de chulapos y manolos; ese Madrid de curas, frailes y monjas. Ese Madrid de burócratas que viven de tramitar solicitudes y memoriales, ese Madrid de nobles de baja estofa, capaces de pasar hambre y miserias antes que reconocer sus necesidades. Es aquí donde nos sumerge el autor; es en este Madrid donde discurren las andanzas de los protagonistas de La reina descalza.