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Lendoiro ya no sabe hacer milagros
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EL OCASO DEL MAGO DEL DEPORTE CORUÑÉS

Lendoiro ya no sabe hacer milagros

Augusto César Lendoiro lleva 53 años siendo presidente de clubes deportivos. Y la leyenda relata que nunca había sido silbado desde ninguna grada. Hasta el pasado

Foto: Lendoiro ya no sabe hacer milagros
Lendoiro ya no sabe hacer milagros

Augusto César Lendoiro lleva 53 años siendo presidente de clubes deportivos. Y la leyenda relata que nunca había sido silbado desde ninguna grada. Hasta el pasado día nueve: Deportivo 0 – Granada 3. En Riazor. El año en que Lendoiro debería estar celebrando sus bodas de plata como presidente del Dépor, van y le silban. Todo parece indicar que este gallego socarrón, esquivo, encantador, falsamente modesto, noctámbulo, pantagruélico, paternal y algo mentirosillo va a tener que jubilarse con 68 años. A contracorazón.

El Dépor es último en la tabla, debe 70 millones de euros a Hacienda más intereses (se calculan 93 en total), no ha pagado a sus jugadores desde el inicio de la temporada (cinco millones más), entró en concurso de acreedores y ahora está a la espera de que la titular del juzgado número dos de lo Mercantil de A Coruña dicte un auto concursal que podría conducir al equipo a la liquidación, si no lo remedian un convenio o un jeque. Incluido el penalti blasfemo de Djukic en 1994, el Dépor siempre ha gustado de finales tristes.

Hay quien dice que el nombre de uno le marca el carácter; llamarse Augusto César y tener 15 años debe ser una pesada carga para un adolescente. Quizá por eso, a esa edad, Lendoiro decidió empezar a reinar: fundó su primer equipo de fútbol y se nombró presidente. Eran un grupo de chavales coruñeses, entre los que destacaban el futuro portero del Madrid, Paco Buyo, y el periodista Luis Mariñas. En aquella época se estudiaba mucha geografía, y la fundación del club coincidió con la memorística de la frontera asiático-europea. Así que bautizaron al club como el Ural. Por los Montes Urales. La anécdota trasciende lo infantil: en apenas dos años, el Ural ganó el campeonato local coruñés (50 pesetas), el campeonato de Galicia y consiguió la medalla de bronce nacional sólo derrotado por el F.C. Barcelona. El Ural todavía existe y es base de cantera.

Aunque ahora se le ve con cierto sobrepeso, Lendoiro era entonces un atleta. Jugaba al fútbol, al balonmano, al baloncesto y al voleibol… practicaba todos los deportes, presume siempre, menos hockey sobre patines. Aunque eso no le impidió fundar, con 27 años (1972), el Hockey Club Liceo. Con Lendoiro como presidente, aquel club nacido de la nada coruñesa llegó a proclamarse campeón de Europa en los 80.

Dos gallos en un corral demasiado pequeño

A principios de aquella década, en 1983, a punto de entrar en la cuarentena, Lendoiro recibe una oferta extraña. Un antiguo compañero de colegio, muy metido en política, diputado socialista ya en las primeras Cortes de 1977, le propone incluirlo en su candidatura para la alcaldía coruñesa. Ser número tres no es algo que entre en los planes de un hombre que se llama Augusto César, y menos tras un señor al que se le conoce como Paco. Francisco Vázquez, Paco Vázquez, secretario general de los socialistas gallegos, inminente alcalde herculino, futuro senador y, aun más, futuro embajador español en el Vaticano, recibe un decepcionante no por respuesta.

Aquel día de primavera se fraguó el inicio de una larga enemistad, de una rivalidad eterna. Dos gallos con demasiada cresta en el pequeño corral coruñés. La explicación puede parecer simplista, pero los que saben de política tampoco han podido nunca elucidar el germen del fiero ensañamiento mutuo que escenificaron durante una década los viejos amigos de infancia.

El caso es que la negativa de Lendoiro trascendió a la prensa, para enfado de Vázquez, y el Partido Popular olió carnaza. Lendoiro era un mirlo blanco para cualquier proyecto político en la bisoña Galicia autonómica de entonces. Su gestión al frente del Liceo, equipo de una ciudad pequeña y esquinera en la que nadie sabía patinar, lo había convertido en una estrella internacional, en una suerte de mago. Y, además, cumplía muchos otros de los requisitos indispensables para un político gallego de entonces: popular y populista, retranquero y bienhumorado, pueblo y calle, acento cerrado y trajes clásicos; feo, católico y sentimental. Lo tenía todo.

Según la rumorología atlántica, Lendoiro aceptó ser lista, y no candidato, a la alcaldía coruñesa en 1987 bajo compromiso de que en 1991 sería cabeza de cartel por el PP. Manuel Fraga en persona le convenció con el irreprochable argumento de que el PP perdería las elecciones coruñesas del 87 aunque se presentara el mismísimo Apóstol Santiago Matamoros. El León sugirió al Mago que se bregara en la oposición durante cuatro años. Y se bregó.

Pero no sólo de la política recibía Lendoiro ofertas. En 1988, siendo ya concejal, le plantean una disyuntiva tenebrosa: o se hace cargo del Deportivo de La Coruña o el club desaparece. Los poderes fácticos herculinos llevaban un par de años rogándoselo. Y Lendoiro se había negado a dar el paso hasta tres veces. El Dépor era entonces un equipito medio herido de muerte. Siete empleados, quinientos millones de pesetas de deuda, 5.000 socios que pagaban las cuotas cuando podían, en puestos de descenso a Segunda B… Ruina segura. Lendoiro aceptó.

Lo primero que hizo al llegar a Riazor fue fichar a Arsenio Iglesias, entrenador al que la anterior directiva había destituido un año antes. El Bruxo de Arteixo respondía perfectamente a lo que buscaba Lendoiro en el campo: su antítesis. Un tío modesto y sin ínfulas. Como jugador, Arsenio había debutado profesionalmente en el Coruña de 1951 marcándole un gol, en Barcelona, al mítico Ramallets. El delantero gallego recogió el balón del fondo de las redes y se lo entregó al portero catalán bajando la cabeza: “Perdón, señor”, le dijo. Ese era el hombre que quería Lendoiro. El tándem de los brujos devolvió al Dépor a Primera en un solo año.

Las urnas siempre desconfiaron de Lendoiro

Pero, mientras el estadio herculino lo aclamaba, las urnas coruñesas desconfiaban de Lendoiro. Se retiró de la política tras ser derrotado dos veces por Vázquez, en 1991 y 1995. A pesar de que el ya Superdépor, en los dos años precedentes a la última consulta electoral, había alcanzado dos subcampeonatos de Liga consecutivos y una Copa del Rey. La primera de su historia. Luego vendrían una Liga, otra Copa, tres Supercopas y noches inolvidables de Champions.

En todos estos años de gloria y declive, Lendoiro ha manejado presupuestos en el Dépor por valor de 1.500 millones de euros. Y su retribución está fijada, ni más ni menos, en el 1% de cada presupuesto anual. Ahora parece que el mago ha perdido sus poderes; que ya no sabe hacer milagros. Y se defiende a mal perder, falseando las cuentas en las juntas de accionistas, contabilizando como activos ingresos futuros, culpando a las administraciones, a la prensa y al mismísimo Mariano Rajoy de todos los males blanquiazules. Aquel penalti de Djukic que costó una Liga lo detuvo el portero. Este, el de ahora, lo va a lanzar Lendoiro sin balón. Riazor, por primera vez en 25 años, silba.

Augusto César Lendoiro lleva 53 años siendo presidente de clubes deportivos. Y la leyenda relata que nunca había sido silbado desde ninguna grada. Hasta el pasado día nueve: Deportivo 0 – Granada 3. En Riazor. El año en que Lendoiro debería estar celebrando sus bodas de plata como presidente del Dépor, van y le silban. Todo parece indicar que este gallego socarrón, esquivo, encantador, falsamente modesto, noctámbulo, pantagruélico, paternal y algo mentirosillo va a tener que jubilarse con 68 años. A contracorazón.