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POR QUÉ IRSE A VIVIR LO MÁS LEJOS POSIBLE

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Todos hemos pensado alguna vez en irnos, dejarlo todo, escapar de la sociedad, de lo establecido. Pensamos que lejos de lo que nos agobia seremos capaces

Todos hemos pensado alguna vez en irnos, dejarlo todo, escapar de la sociedad, de lo establecido. Pensamos que lejos de lo que nos agobia seremos capaces de conocernos y respetarnos, de encontrar la libertad. Buscamos un lugar que no nos recuerde a casa, un lugar extraño y alejado, que suene bien, y lo repetimos cuando vamos a estallar: “Me gustaría irme solo al pico de una montaña y mandarlo todo a tomar por culo...” Algunos lo hacemos y descubrimos así una parte de nosotros que había estado oculta hasta entonces. El tiempo pasa y sigues escarbando en tu soledad. De pronto, un día, tocas algo duro al fondo de la fosa y te das cuenta de que tal vez seas uno de esos pocos que piensa en volver. A tu ciudad. A cualquier otra. Al abismo inicial.  

Hace ya un tiempo de mi regreso, no demasiado (tengo todavía cicatrices frescas) y se me ocurrió elegir un manojo de motivos de los que me impulsaron a irme y otro manojo de los que me hicieron volver. Al hacerlo me he dado cuenta de que son ideas llave que se complementan. Que dependiendo de tu valoración, las ves positivas o negativas, que hay mucha gente dentro que está fuera y mucha gente fuera que sigue estando dentro. Pero me puse a darle vueltas y me dije, yo expongo la lista y que cada uno piense lo que le de la gana. Así que aquí os dejo un menú de ideas para escapar o regresar a esta, nuestra querida sociedad.

De primero:

El silencio

Siempre he pensado que subimos el volumen de la música para que no se oiga lo que pensamos, para aislarnos dentro del todo, para no escuchar. La ciudad devora el silencio y te hace partícipe a la vez de un murmullo constante que te dice: no estás solo, todo va a ir bien. Pero no puedes huir de él, te persigue. Lejos del bullicio, el sonido de las cosas triviales se acentúa, el oído se vuelve más cauteloso. Sin máscaras, estás tú solo con el ruido de tus tripas y tu corazón que luchan por sobrevivir. Ese silencio te trae de vuelta a la vida pero también te muestra el abismo de la realidad.

La percepción de las cosas

A los dos meses de dejar la ciudad, volví para unos trámites y me alojé en un hotel en la plaza de Tribunal de Madrid. Desde allí vi el cielo más increíble que puedas imaginar. Recuerdo que rompí a llorar y me di cuenta de que ya no había vuelta atrás. Había empezado un camino que me llevaría a observarlo todo con ojos nuevos, de recién nacida. Ese cielo siempre había estado allí pero era yo la que había cambiado, mi relación con las cosas. Es como si todo lo que antes había pasado por alto estuviera ahora justo donde debería estar.

El sentimiento de individualidad

Todos para uno y uno para todos. Te alejas de la sociedad para depurar tu individualidad y te das cuenta de que perteneces a algo mucho mayor, a la tierra, a las estrellas, al polvo. Tu propia mente se dobla sobre sí misma y te demuestra que no estás solo nunca. Aunque lo parezca, ahí siguen los fantasmas. Ese sentimiento es el que te permite volver y crecer en la manada, ser honesto y reconocer que formas parte de un todo que te engulle pero que a la vez te necesita. ¿Qué tienes tú que ofrecer? ¿Qué puedes hacer para alterar el orden de las cosas? La respuesta del individuo es capaz de cambiar el curso de la historia.

El paso del tiempo

Cuando caminas por la Gran Vía se oye el tiempo. Igual que en Times Square. Pero con un ritmo impuesto, acelerado, que te marea. Siempre quise tener esa máquina que para el tiempo, pero tú te puedes seguir moviendo. Yo lo tuve que parar manualmente. Sentía nauseas, era incapaz de seguir la velocidad de la gente. Me aparté a ver los minutos pasar lento, agobiantemente lento. Sentía que si no dominaba mi tiempo no tenía nada. Lo estudié hasta que se abalanzó sobre mí y se metió dentro. A partir de entonces escucho mi reloj interno, aunque dé palos de ciego. Por eso he vuelto.

La libertad

No hay nada mejor para experimentar el sentimiento de  libertad que mirar por una ventana con rejas. A veces, cambiar de escenario te ayuda a darte cuenta, de que es el miedo lo que no te permite ver bien lo que hay fuera. Yo soy yo y allá donde voy, llevo conmigo toda mi mierda. No hay secretos, ni fórmulas, pero sí hay sorpresas. El movimiento es bueno, airea las zonas prohibidas y sanea la cabeza. Pero también es sano pararte a pensar y reunir fuerza. Escucharás una voz que te grita: “Si quieres volar como Superman, cariño, empieza doblando esas rejas”.

Continuará…

Mercedes Carrillo* es actriz y guionista. Su último texto es el de la película Entre esquelas (Adán Martín).

Todos hemos pensado alguna vez en irnos, dejarlo todo, escapar de la sociedad, de lo establecido. Pensamos que lejos de lo que nos agobia seremos capaces de conocernos y respetarnos, de encontrar la libertad. Buscamos un lugar que no nos recuerde a casa, un lugar extraño y alejado, que suene bien, y lo repetimos cuando vamos a estallar: “Me gustaría irme solo al pico de una montaña y mandarlo todo a tomar por culo...” Algunos lo hacemos y descubrimos así una parte de nosotros que había estado oculta hasta entonces. El tiempo pasa y sigues escarbando en tu soledad. De pronto, un día, tocas algo duro al fondo de la fosa y te das cuenta de que tal vez seas uno de esos pocos que piensa en volver. A tu ciudad. A cualquier otra. Al abismo inicial.