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La otra cara de Bruce Springsteen
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LAS DIFICULTADES, POLÉMICAS Y DESGRACIAS QUE EL JEFE HA TENIDO QUE AFRONTAR

La otra cara de Bruce Springsteen

El pasado fin de semana, el tabloide Radar Online presentaba una fotografía de Bruce Springsteen junto a su mujer y corista, Patti Scialfa, saliendo de una

Foto: La otra cara de Bruce Springsteen
La otra cara de Bruce Springsteen

El pasado fin de semana, el tabloide Radar Online presentaba una fotografía de Bruce Springsteen junto a su mujer y corista, Patti Scialfa, saliendo de una joyería florentina con cara afligida. En las fotografías, Scialfa parecía estar llorando, frotándose los ojos, ocultos tras unas gafas de sol. “La mujer de Springsteen solloza en Italia”, rezaba el titular, que se aferraba a lo anecdótico para especular sobre los hipotéticos conflictos de una pareja nada proclive a proporcionar carnaza a la prensa rosa. Pocos pasos en falso se conocen del Jefe, aunque como ocurre con cualquier celebridad analizada hasta el detalle por sus detractores, haya tenido sus deslices. Además, el músico de New Jersey ha tenido que afrontar durante los últimos años más complicaciones –profesionales, personales, políticas– que las que su sempiterna bonhomía haría sospechar.

En primer lugar, ser objeto de los ataques del sector más conservador de su país como respuesta a las continuas críticas del artista al gobierno de George W. Bush, que en repetidas ocasiones se han transformados en bulos y especulaciones malintencionadas. Como por ejemplo, lo que ocurrió durante el verano de 2006, cuando medios afines al Partido Republicano como Fox News comenzaron a airear en prensa la posibilidad de que el músico estuviese viviendo un romance con una de las viudas del 11 de septiembre. Springsteen, que se vio obligado por primera vez a publicar una nota de prensa desmintiéndolo, quitaría hierro en una entrevista recordando irónicamente que su hijo le había preguntado “papá, ¿qué es eso que dicen en los periódicos de que estás viviendo en el granero?”.

¿Decisiones equivocadas?

Aunque ahora se le vea feliz rodeado de lo que queda de su E Street Band, no siempre fue así. En 1988, tras Tunnel Of Love y la gira de Amnistía Internacional, decidió separar unilateralmente a la banda de su vida. Telefoneó a cada miembro y les anunció que todo había acabado. A cambio, cada uno recibiría dos millones de dólares. Algunos se lo tomaron mejor que otros: el saxofonista Clarence Clemons y el batería Max Weinberg manifestaron su malestar con la decisión. Al fin y al cabo, el jefe les había dejado en el paro de la noche a la mañana. Muchos han interpretado el verso de The Long Goodbye en el que canta “las mismas caras de siempre, lo que antes eran risas ahora me deprime” como una referencia al peso que suponía cargar con sus antiguos compañeros. No puede decirse que fuese la mejor decisión: los noventa fueron años especialmente duros para el artista hasta que volvió a reunirse con sus antigua banda en 1999.

Steve Van Zandt ya había abandonado el barco con anterioridad, durante la grabación de Born In The USA (CBS, 1984). Aunque el motivo aducido fue que quería centrarse en su carrera en solitario, la rumorología siempre ha apuntado como motivo principal sus continuos desencuentros con Jon Landau, manager de Springsteen y antiguo periodista de Rolling Stone, el hombre que mueve los hilos de su protegido. Landau ha sido siempre el polémico proveedor cultural del de New Jersey, esa figura paterna que le abrió las puertas a un universo de literatura y cine al que quizá el músico no habría conocido de otra forma. Para muchos, un Pigmalión manipulador y acaparador, que ha moldeado al artista a su imagen y semejanza.

Amigos caídos

 

El paso del tiempo ha sido implacable en los últimos años con el entorno de Springsteen. La muerte de amigos y compañeros de viaje ha diezmado poco a poco a la E Street Band, por mucho que siga sonando como nunca, tal y como se podrá comprobar este domingo en el Santiago Bernabeu. Además de la muerte de Clarence Clemons el pasado año tras un infarto, y del teclista Danny Federici víctima del melanoma en 2008, Springsteen perdió en 2007 a uno sus mejores amigos, su asistente personal Terry McGovern, al que dedicaría la sentida Terry’s Song en Magic (CBS-2007).

Las últimas dos giras estuvieron precisamente condicionadas por los problemas de salud de Clemons. En su autobiografía Big Man: Real Life & Tell Tales (Grand Central Publishing), el fallecido saxofonista relata cómo los conciertos fueron un auténtico calvario debido a sus artritis. También lo eran para el fan, que sufría al ver el mal estado de Clemons y temblaba de miedo cada vez que agarraba el saxo, muchas veces errando el tiro. Sin embargo, nada se puede reprochar a Springsteen: lo que Clemons deseaba, tal y como afirma en el libro, era estar encima del escenario. El abrazo final entre los dos amigos en el concierto de Buffalo es uno de los momentos más emotivos de la historia de la banda (arriba, en el vídeo).  Ahora el lugar de Clemons es ocupado por su sobrino Jake.

Control freak

Aunque muchos den por hecho que el jefe debe su apodo por sus maratonianos conciertos y su entrega escénica, en realidad el origen del mote es mucho más prosaico: se debe a que pagaba a sus músicos cada viernes, como suele ocurrir en los trabajos de la clase obrera americana, haciendo valer su condición de líder indiscutible. Por eso mismo, Springsteen nunca se sintió completamente cómodo con el apodo –en alguna interpretación de Rosalita en directo se le escucha cantar “puedes llamarme teniente, Rosie, pero por favor, ¡no me llames jefe!”–, aunque hoy en día ya parece haberlo aceptado de buen grado, como tantas otras cosas. Por ejemplo, actuar en estadios, algo que a finales de los setenta afirmó que jamás haría por considerar que le haría perder la conexión con su público.

Tampoco su pertinaz perfeccionismo, en ocasiones excesivo, le ha llevado a ganarse muchos amigos entre sus colaboradores, cuya auténtica opinión de su Jefe no conoceremos nunca; al fin y al cabo, es el mismo hombre que pagó veinte millones de dólares por el silencio de su ex-mujer Julianne Philips tras engañarla con Patti Scialfa. En el documental Wings For Wheels publicado en la reedición de Born To Run (CBS, 1975) sus compañeros detallan cómo en más de una ocasión era capaz de acabar con la paciencia del más pintado tras horas y horas de ensayos, grabaciones y retoques. El guitarrista Steve Van Zandt se reía cuando le preguntaban en la película si lo pasaban bien por esa época: “¿diversión? No creo que sea la palabra apropiada para definir lo que vivíamos”.

Un perfeccionismo que se transformaba en una férrea disciplina durante las giras del artista. En más de una ocasión Van Zandt ha contado cómo a finales de los setenta se veía obligado a esconderse de su mejor amigo para poder fumar un poco de marihuana, terminantemente prohibida en un periplo cuya rutina implicaba a diario cuatro horas diarias de ensayos y otras cuatro de concierto. Hoy en día se echa de menos esa obsesión suya de pasearse por todo el recinto con el objetivo de garantizar que la acústica era la mejor posible, esa exigencia de calidad extrema ahora que el sonido de sus directos no es precisamente el idóneo.

Éxito en Europa, pero no en Estados Unidos

A pesar de que en Europa siga llenando estadios –cada vez menos, debido a la relativa continuidad de las giras y a apuestas arriesgadas que no siempre sale bien–, no ocurre lo mismo en Estados Unidos, donde le resulta complicado agotar las entradas en todo ese gran espacio que se encuentra entre las metrópolis de Nueva York y Los Ángeles. Se debe en parte a haber perdido gran parte de su público conservador tras definirse políticamente a favor de John Kerry en 2004 durante la gira de Vote For Change. Otros apuntan que es simplemente el producto de la evolución demográfica, que hace que no haya tenido lugar un relevo generacional entre sus fans estadounidenses, algo que sí ha ocurrido en Europa. En ese sentido, a pesar de tratarse de un disco formado por música tradicional americana (o quizá por ello), el proyecto de la Seeger Sessions fue un fracaso sonado en su país. Ello le llevó a girar en dos ocasiones por Europa, mientras que su recorrido estadounidense fue relativamente corto.

En ese sentido, Andrew Lack, presidente de Sony, fue forzado por Bertelsmann a presentar su renuncia tras firmar en 2005 un sustancioso contrato con Springsteen, muy por encima de su rentabilidad real. En concreto, 110 millones de dólares, uno de los grandes contratos de la historia de la industria discográfica. Un pacto que le llevó a publicar un grandes éxitos distribuido únicamente en la cadena de establecimientos Wal-Mart, lo que también le granjeó un gran número de críticas. El motivo, que Wal-Mart es una de las empresas con peor reputación empresarial de su país. También a tener que aceptar actuar en la SuperBowl, una decisión que justificó señalando que “hay mucha gente cuyo sueldo depende de los discos que vendamos”. En el fondo, el tren de vida del héroe de la clase obrera es elevado, por mucho que no se dé a los grandes excesos: su hija es una importante campeona de hípica y pasa gran parte del año compitiendo a lo largo y ancho del mundo.

Paradójicamente, este declive comercial que también se refleja en las ventas de sus discos ha coincidido con el apogeo de su reputación entre los aficionados a la música. Una nueva generación, formada por músicos como Arcade Fire, Gaslight Anthem, Tom Morello o Eddie Vedder recuerdan cada vez que tienen ocasión el papel vital que el de Nueva Jersey ha jugado en sus vidas. Se trata, en la mayor parte de casos, de errores que el músico ha intentado enmendar a lo largo del tiempo. Dificultades y pruebas que demuestran que, como canta en Darkness On The Edge Of Town, “todos tenemos secretos, algo que no podemos afrontar. Cargamos con ello hasta que nos liberamos o dejamos que nos arrastre”. Y que se olvidan rápidamente cada noche cuando, encima del escenario, vuelve a gritar aquello de “one, two, three, four…”.

El pasado fin de semana, el tabloide Radar Online presentaba una fotografía de Bruce Springsteen junto a su mujer y corista, Patti Scialfa, saliendo de una joyería florentina con cara afligida. En las fotografías, Scialfa parecía estar llorando, frotándose los ojos, ocultos tras unas gafas de sol. “La mujer de Springsteen solloza en Italia”, rezaba el titular, que se aferraba a lo anecdótico para especular sobre los hipotéticos conflictos de una pareja nada proclive a proporcionar carnaza a la prensa rosa. Pocos pasos en falso se conocen del Jefe, aunque como ocurre con cualquier celebridad analizada hasta el detalle por sus detractores, haya tenido sus deslices. Además, el músico de New Jersey ha tenido que afrontar durante los últimos años más complicaciones –profesionales, personales, políticas– que las que su sempiterna bonhomía haría sospechar.