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El viaje contemporáneo: instrucciones para entenderlo
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El viaje contemporáneo: instrucciones para entenderlo

La decepción con que ha sido recibida en Cannes era previsible. Y no porque las adaptaciones cinematográficas suelan generar ese efecto entre quienes han disfrutado con

La decepción con que ha sido recibida en Cannes era previsible. Y no porque las adaptaciones cinematográficas suelan generar ese efecto entre quienes han disfrutado con las obras literarias originales, o porque Walter Salles y su estilo cinematográfico tan ONG no parecieran los más apropiados para trasladar a la gran pantalla On the road, sino por la notable dificultad para traer a nuestros tiempos el espíritu de la novela de Jack Kerouac.

Afirmaba el director francés Olivier Assayas, en la época del estreno de su estupenda Las horas del verano (L'heure d'été, 2008), que las obras de arte comienzan siendo útiles en la vida de las personas y acaban expuestas en un museo, que suelen pasar de un entorno lleno de vida a ser contempladas a través de una fría vitrina. Esa descripción (que Assayas aplicaba en realidad a los lazos familiares, venerados en la era de la globalización pero cada vez menos presentes en su cotidianeidad) es plenamente trasladable a On the road. La obra de Kerouac estuvo plenamente viva en una época, en tanto reflejo de una determinada sociedad, pero hoy se ha convertido en pura memoria cultural contemplada a través de un filtro esteticista (para el que Salles está particularmente dotado).

El nuevo espíritu (beat) del capitalismo

Es llamativo, como cuenta el director a Télérama, que en la preparación de la película el equipo tratara de vivir experiencias similares a las de Kerouac y recorriera sin rumbo fijo las carreteras de América. Garrett Hedlund, que da vida a Dean Moriarty, protagonista de la novela, vagó por las calles de San Francisco conversando con los sin techo y buscando nuevos beatniks. Sólo los encontró en el Beat Museum, un café donde un antiguo directivo de IBM llamado Jerry Cimino organiza una exposición permanente y da conferencias improvisadas sobre los beat.

Es decir, Salles y sus colegas salieron a la búsqueda del espíritu de Kerouac y sólo pudieron encontrar algunas de sus ruinas. Lo cual era previsible, porque querer toparse con los tirados personajes de En el camino más de sesenta años después carece de sentido. Y tampoco su espíritu está donde lo buscaban. Más al contrario, esa gente sin raíces, que vivía en un desplazamiento continuo, que rechazaba toda estabilidad y que volvía a empezar cada poco tiempo ya no reside en el submundo contracultural sino en el centro del sistema. Son esas justamente las características que se prescriben para el yo contemporáneo (y las que se describían en el largometraje de Assayas): gente a la que le gusta desplazarse, que ama iniciar nuevos proyectos, que no se ata a nada, que sabe reinventarse, que está siempre en movimiento. Desde esa perspectiva, regresar al On the road de Kerouac como expresión de la contracultura parece injustificado, porque muchos de sus valores, que eran justamente los opuestos a los que una vida socialmente ordenada demandaba, se han convertido en parte de ese nuevo espíritu del capitalismo descrito por Boltanski y Chiapello.

Así las cosas, sólo le quedaba a Salles retomar el legado de Kerouac desde otra perspectiva , para lo que echó mano de ese choque tan baudrillardiano entre la realidad y su representación. Salles vio en Keroauc y sus compañeros de viaje a quienes “trataban de vivir cada momento”, en lugar de “vivir en la telerrealidad” como hacen las generaciones contemporáneas. Para Salles, “estamos muy lejos de la libertad que gozaban los personajes de On the road”.

El vagabundo Tom Carter

Sin embargo, uno hubiera preferido un enfoque menos contemporáneo, es decir, menos estéticamente correcto, y algo más enraizado en las prácticas cotidianas. Esta noche tocan Charalambides en Madrid (Space Cadet, sala El Perro). Son un dúo, formado por Christina y Tom Carter, que oscila entre el folk más psicodélico y la experimentación más interesante. Tom tocó en El Ateneo en Madrid hace unos años, y dio unos de esos conciertos que hacen que la música más atrevida tenga sentido de verdad.

Su música conserva, dándoles una nueva dirección, muchas de las cualidades que atesoraban las creaciones de los beat, como el gusto por lo inesperado y la intención de sacar partido creativo del momento. Como cuenta a El Confidencial, Carter entiende su trabajo en términos de sentimiento y energía, lo ve como parte de un flujo creativo y no como parte evolutiva de un género, y lo percibe como el resultado de lo intuitivo y de lo no racional mucho más de que lo planificado, algo que hubieran suscrito sin dudar los integrantes de la generación beat.

Precariedad beat

Pero lo más llamativo de la trayectoria de Tom Carter es hasta qué punto esas viejas características se enraizan en tendencias de los nuevos tiempos. Tom es de esos tipos que han apostado por llevar una existencia más satisfactoria, tratando de ganarse la vida con lo que le gusta, como es la música, lo que le ha llevado a vivir situaciones vitalmente precarias. Ha estado varios años sin dirección fija, vagabundeando de aquí para allá, y ahora sobrevive a base de trabajos como freelance y tocando donde puede.

Tom es un buen ejemplo de esa clase de gente que ha aceptado la precariedad a cambio de intentar hacer las cosas que le gustan, algo mucho más extendido de lo que podría parecer entre jóvenes de clase media. De hecho, esas situaciones de provisionalidad tan típicas de los beat aparecen no en jóvenes que pretenden vivir una vida al margen de la sociedad, sino en tipos que quieren ganarse la vida dentro de ella. Ahora el viaje tiene mucho menos que ver con el deseo de encontrarse a uno mismo recorriendo polvorientas carreteras, o con el deseo de llevar una vida alejada de normas moralmente estrictas, y mucho más con la necesidad de desempeñar un trabajo con el que uno se identifique. Muchas de las situaciones de precariedad laboral contemporánea provienen de personas (tanto jóvenes como de edad madura) que tratan de sobrevivir trabajando en la profesión con la que se identifican vocacionalmente, soportando  malas condiciones a cambio de realizar una tarea que les resulta vitalmente atractiva. De modo que si uno quiere hablar del viaje contemporáneo, mucho mejor fijarse en el ejemplo de un Tom Carter cualquiera que en tratar de seguir las huellas de Kerouac, lo que no deja de ser poco más que un ejercicio de nostalgia cultural.

La decepción con que ha sido recibida en Cannes era previsible. Y no porque las adaptaciones cinematográficas suelan generar ese efecto entre quienes han disfrutado con las obras literarias originales, o porque Walter Salles y su estilo cinematográfico tan ONG no parecieran los más apropiados para trasladar a la gran pantalla On the road, sino por la notable dificultad para traer a nuestros tiempos el espíritu de la novela de Jack Kerouac.