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La invención de Russian Red como heroína de Jane Austen
  1. Alma, Corazón, Vida
¿HAY DINERO EN LA CULTURA?

La invención de Russian Red como heroína de Jane Austen

El ministro Wert eligió una canción de Russian Red. En el programa de RNE En días como hoy tienen la peculiar costumbre de pedir a los

Foto: La invención de Russian Red como heroína de Jane Austen
La invención de Russian Red como heroína de Jane Austen

El ministro Wert eligió una canción de Russian Red. En el programa de RNE En días como hoy tienen la peculiar costumbre de pedir a los políticos entrevistados que seleccionen su canción preferida para dar paso a la conversación, y el ministro Wert optó por un tema de Russian Red. Sí, es más que dudoso que escuche las canciones de la artista también conocida como Lourdes Hernández en la intimidad, pero ha de reconocerse que es una elección simbólicamente acertada, y no sólo porque la cantautora afirmara el año pasado que es de derechas. Ella es joven, moderna, indie, canta en inglés y ha salido fuera de nuestras fronteras, con lo que reúne bastantes de los requisitos que el equipo dirigente de Cultura, con José María Lasalle a la cabeza, desea para impulsar su Secretaría de Estado. Hablamos de unos gestores que aseguran en privado que están cansados de que haya un montón de gente que viva del cuento de las subvenciones, y que la cultura debe ser en primer lugar rentable. Por eso buscan dinamizar la acción exterior, entendiendo que fuera se pueden conseguir muchos nuevos “clientes” y que cualquier apuesta para mejorar números pasa por ampliar mercados. En este orden, Russian Red es una buena representante de la moderna cultura española: cercana a las tendencias artísticas europeas, con reconocimiento fuera de nuestras fronteras y rentable para la Marca España.

Máquinas sin alma

Esa visión económicamente pragmática de la cultura se aleja mucho de la defendida por Martin Scorsese en su última y bien recibida película, La invención de Hugo, en la que nos habla de cuál debe ser la función del artista y de para qué sirven esas historias mágicas que se inventan los prestidigitadores de la palabra o de la imagen. En realidad, afirma el director norteamericano, el hombre no es distinto de ese autómata estropeado que constituye el núcleo de su largometraje, ese que requiere que alguien le dé cuerda activando una llave misteriosa en forma de corazón. Los seres humanos somos perfectos mecanismos de relojería que precisamos de un soplo vital que nos ponga en marcha; sin él, no somos otra cosa que máquinas defectuosas, piezas inútiles y sin propósito. 

Eso es lo que les ocurre a sus protagonistas, Hugo Cabret y George Méliès, seres traumatizados (por la pérdida de sus padres o por la falta de reconocimiento) que logran recuperarse (“inventarse”) gracias al mágico poder de la imaginación. Por eso, cuando Méliès es capaz de dirigirse de nuevo a sus espectadores, les interpela como “lo que en realidad son, soñadores, aventureros, príncipes”. El mundo que les rodea no es real, porque le falta el alma que sólo puede aportar la imaginación que vive en las creaciones culturales El cine y la literatura reencantan un mundo que no funcionaría sin ellos…

Lo peculiar de esta visión es hasta qué punto se alimenta de metáforas religiosas, reconvirtiendo el peso metafísico de conceptos como alma en algo más terrenal, como es la fantasía. Esa peculiar operación, que está muy presente en muchos creadores que utilizan el género fantástico en el siglo XXI (un buen ejemplo es el Guillermo del Toro de El laberinto del fauno), no hace más que sustituir la trascendencia de la religión por la de la cultura. Para esta versión espiritualizada, no alcanzamos una vida plena cuando el Creador nos cubre con su manto, sino cuando estos monjes laicos que son los magos de la palabra o de la imagen nos seducen con sus narraciones, conectándonos con el espíritu que de verdad nos define. Es entonces cuando nos convertimos en lo que somos, dejando de actuar como tipos grises de vida anodina para reinventarnos como descubridores de tesoros ocultos y como cazadores de dragones.

Esa gran locura de juventud

La tercera visión de la cultura, y quizá la más extendida, no tiene que ver con la perspectiva económica de Wert ni con la religiosa de Scorsese, sino con la más conservadora de Russian Red. Porque lo malo de la retórica del director americano es que mucha gente se la ha tomado al pie de la letra y se ha lanzado a vivir una gran aventura, que hoy no consiste en viajar a mares lejanos ni en acabar con monstruos peligrosos, sino en convertirse en artistas, esa gran locura de juventud.

La cultura es algo que hacer hasta que una se casa y tiene hijos

Para muchos chicos de clase media, su reinvención como creadores es algo que les aporta un significativo capital simbólico, apenas canjeable más que en ámbitos reducidos, pero de indudable valor para la autoestima. Del mismo modo que las señoritas de antaño aprendían a tocar el piano e interpretaban piezas distinguidas en actos sociales, hoy los jóvenes de clase media aprenden a tocar una guitarra o un teclado, filman un corto o escriben una novela, celebrándolo con sus amigos (que son quienes van a sus conciertos o les compran sus libros) en actos sociales no mucho más concurridos que los que acontecían en los salones del pasado.

Una afición cara

En algunos casos, como el de Russian Red, se trata de una exploración controlada, un trayecto que finaliza en el matrimonio, algo que hacer hasta que una se casa y tiene hijos, como si fuera una moderna heroína de Jane Austen. Es también el caso de muchos varones, que se divierten con la cultura mientras llega el momento de emprender metas social y económicamente relevantes. La saturación de productos culturales existente está relacionada con este tejido de artistas que tratan de encontrar su espíritu juvenil tocando en una banda o filmando un corto. Nada reprochable: lo pasan bien, se relacionan con los amigos y suman algo de capital simbólico, que nunca estorba.

Pero en muchos otros casos, ese destino dista mucho de ser voluntario. La realidad de la cultura pasa por una habitual imposibilidad de desarrollo profesional. Quienes logran vivir de su trabajo son rarísimas excepciones, y su actividad puede definirse como poco más que una afición cara. Y en algunos sectores, como es el de la música, ni siquiera un moderado triunfo permite dejar de poner dinero. La cultura es vía muerta, algo que se hace hasta que se acaba la pasta. Por eso, la verdadera acción cultural no tiene que ver con salir fuera de España ni con alimentar aspiraciones de salón, sino con colocar las bases para poder rentabilizar la inversión. Que hubiera posibilidades de ganarse la vida con la cultura sí que sería arreglar un autómata roto. Esa sí que sería una buena invención para Hugo Cabret. Lo demás no es más que ruido y románticas historias de Jane Austen.   

El ministro Wert eligió una canción de Russian Red. En el programa de RNE En días como hoy tienen la peculiar costumbre de pedir a los políticos entrevistados que seleccionen su canción preferida para dar paso a la conversación, y el ministro Wert optó por un tema de Russian Red. Sí, es más que dudoso que escuche las canciones de la artista también conocida como Lourdes Hernández en la intimidad, pero ha de reconocerse que es una elección simbólicamente acertada, y no sólo porque la cantautora afirmara el año pasado que es de derechas. Ella es joven, moderna, indie, canta en inglés y ha salido fuera de nuestras fronteras, con lo que reúne bastantes de los requisitos que el equipo dirigente de Cultura, con José María Lasalle a la cabeza, desea para impulsar su Secretaría de Estado. Hablamos de unos gestores que aseguran en privado que están cansados de que haya un montón de gente que viva del cuento de las subvenciones, y que la cultura debe ser en primer lugar rentable. Por eso buscan dinamizar la acción exterior, entendiendo que fuera se pueden conseguir muchos nuevos “clientes” y que cualquier apuesta para mejorar números pasa por ampliar mercados. En este orden, Russian Red es una buena representante de la moderna cultura española: cercana a las tendencias artísticas europeas, con reconocimiento fuera de nuestras fronteras y rentable para la Marca España.