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Las múltiples razones del declive de los sindicatos
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¿POR QUÉ TIENEN TAN MALA IMAGEN?

Las múltiples razones del declive de los sindicatos

Aunque el declive de los sindicatos no es algo nuevo, y se trata de un fenómeno presente en la práctica totalidad de Europa, su imagen está

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Las múltiples razones del declive de los sindicatos

Aunque el declive de los sindicatos no es algo nuevo, y se trata de un fenómeno presente en la práctica totalidad de Europa, su imagen está atravesando su peor momento. Las causas de la situación actual de desprestigio son variadas, pero al consultar a los expertos que se mantienen al margen de las grandes centrales, una sobresale sobre el resto: los dos grandes sindicatos, UGT y CC.OO, han llegado a tal nivel de institucionalización que se han alejado, en gran medida, de la realidad de los trabajadores o, al menos, de su sensibilidad. 

El principal problema de los sindicatos es que se ocupan por mantener las subvenciones, no por ganarse el panRafael Pampillón, doctor en Ciencias Económicas y Empresariales y profesor del Instituto de Empresa, cree que “los sindicatos están perdiendo mucho protagonismo con la reforma laboral al no haberse implicado en las negociaciones”. En su opinión, el principal problema de los sindicatos es que sólo se ocupan por mantener las subvenciones, no por ganarse el pan: “Europa tiene un Estado del Bienestar muy caro y poco a poco se introducirá un sistema que evite el despilfarro mediante tasas, copago, peajes…”. En definitiva, “los trabajadores tendrán que pagar por sus sindicatos”. 

La paradoja de los sindicatos

Al margen de la situación específica del sistema sindical español, que tanto critican los sindicatos no mayoritarios –los únicos que parecen dispuestos a tratar este tema con la prensa–, los sindicatos del resto de Europa también están viviendo una situación difícil con motivo de la crisis. Juan Carlos Monedero, profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid, explica que los sindicatos se debilitan en momentos de bonanza económica y se incapacitan para ejercer su tarea en momentos de crisis. En opinión de Monedero, los sindicatos viven una situación de “esquizofrenia”. Por un lado quieren mantenerse en las instituciones, “como parte del Estado”, y por el otro quieren salir a la calle, “donde ya no se les escucha por haber sido parte de un sistema que ha dejado a cinco millones de trabajadores fuera”. El profesor cree que los sindicatos, además, han perdido el arma principal con que contaban. En su opinión, “el derecho de huelga ha dejado de tener la importancia que tenía antes, pues de facto desaparece cuando el jefe te dice que si vas a la huelga mañana puedes no volver al día siguiente”.

¿Pueden los sindicatos recuperar la confianza del conjunto de los trabajadores? En opinión de Monedero, las organizaciones sindicales tendrían que perder sus privilegios para ganarse a la ciudadanía: “Los sindicatos están peleando por su vida, que depende financieramente del Estado y su interlocución con los asalariados con trabajo, y se han olvidado del resto de la ciudadanía, sin trabajo, que ven como se cuida a los trabajadores estables frente a los precarios”.

Pampillón comparte con Monedero la idea de que los grandes sindicatos se preocupan más por los asalariados que por los desempleados. En su opinión, los sindicatos no están ofreciendo una alternativa a la reforma laboral que permita crear empleo. El profesor reclama otro tipo de sindicatos, “no de clase”, que se ocupen de los trabajadores de cada sector concreto. 

La huelga ha dejado de tener la importancia que tenía antesEsa ausencia de conciencia de clase de la que habla Pampillón es, precisamente, la que Monedero identifica como una causa de la pérdida de influencia de los sindicatos. En su opinión, "el imaginario capitalista se ha instalado en la mente de muchos trabajadores y hasta una señora de la limpieza se cree de clase media-alta". Los sindicatos no han sabido combatir esta idea y, según Monedero, "cuando renunciaron a pedir la jornada de 35 horas perdieron el último tren de la credibilidad". 

Un problema que viene de largo

Pese a lo que podría parecer, la afiliación sindical en España se ha mantenido estable en toda la democracia. De hecho, en los años 80 la afiliación sólo llegaba al 14% de los asalariados, una cifra que en 2010 era del 16,4%. El porcentaje, no obstante, es uno de los más bajos de Europa, sólo superado por Francia, el país con menor afiliación sindical (un 8%). En países como Dinamarca o Finlandia los sindicatos cuentan con una afiliación cercana al 80% de los asalariados. Los sistemas nórdicos son muy distintos al español, pues allí los acuerdos que negocian los sindicatos sólo afectan a sus afiliados. Este es uno de los principales problemas del sistema sindical español. Como los acuerdos que negocian los sindicatos se extienden a todos los trabajadores, la mayoría de asalariados prefieren no inmiscuirse en las negociaciones y delegar a los sindicatos su representación. Una labor que se ha institucionalizado, convirtiendo a los sindicatos mayoritarios en un apéndice más del sistema.

Cuando se pregunta a los actores implicados en la actividad sindical que permanecen al margen de las dos grandes centrales, todos coinciden en apuntar que la situación actual de desprestigio es consecuencia del rol que asumieron UGT y CC.OO en la Transición. Por otro lado son muy críticos con el tratamiento que dan los medios al sindicalismo, pues se tiende a generalizar y olvidar la labor del resto de organizaciones.

José Luis Fernández Santillana, secretario confederal de relaciones institucionales y comunicación de la Unión Sindical Obrera (USO, la tercera central sindical de España), cree que la organización del mundo sindical en la Transición otorgó unos privilegios a UGT y CC.OO “que han dificultado la labor del resto y han entorpecido la pluralidad”. En cualquier caso, Fernández cree que el declive de la imagen de los sindicatos mayoritarios se ha acentuado con la crisis actual, pues “en vez de enfrentarse al Gobierno, obligándole a poner blanco sobre negro, han cohabitado con él y se han dedicado al contubernio de las relaciones laborales, un paraguas que esconde la realidad del país”. 

No se puede pensar que van a venir desde fuera a resolverte los problemasEl cuarto sindicato de España, la Confederación General de Trabajadores (CGT), comparte en muchos puntos la idea de que las dos grandes centrales sindicales se han alejado de los problemas reales de los trabajadores. Manuel Gómez, coordinador de prensa de CGT, cree que CC.OO y UGT se han convertido en sindicatos burocratizados que son parte del Estado. Aunque Gómez cree que los afiliados de los dos grandes sindicatos se han “acomodado” y se han dedicado más a mantener su estatus privilegiado que a defender los derechos de los trabajadores, apunta que la mala imagen que tienen parte de muchos más factores, incluida una campaña indiscriminada de desprestigio por parte de algunos medios. En su opinión, además, la mala imagen que tienen los sindicatos en el conjunto de la sociedad, viene dada de la propia situación del modelo laboral. “Con esta precariedad”, explica Gómez, “los trabajadores no pueden organizarse”. Además, apunta, que “el 80% de los trabajadores están en pequeñas empresas de menos de 50 trabajadores y no conocen el movimiento sindical organizado, por lo que su opinión sobre los sindicatos es relativa”. En ese sentido hace una crítica a los trabajadores: “No se puede pensar que van a venir desde fuera a resolverte los problemas, cada uno tiene que preocuparse de sus intereses y no delegar”. Y matiza: “uno solo no se salva, hay que organizarse”.

Aunque el declive de los sindicatos no es algo nuevo, y se trata de un fenómeno presente en la práctica totalidad de Europa, su imagen está atravesando su peor momento. Las causas de la situación actual de desprestigio son variadas, pero al consultar a los expertos que se mantienen al margen de las grandes centrales, una sobresale sobre el resto: los dos grandes sindicatos, UGT y CC.OO, han llegado a tal nivel de institucionalización que se han alejado, en gran medida, de la realidad de los trabajadores o, al menos, de su sensibilidad.