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La importancia de tocar y ser tocados
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REAPRENDER CON LA FOCALIZACIÓN SENSORIAL

La importancia de tocar y ser tocados

En uno de sus guiones más lúcidos, Paul Haggis hace reconocer a uno de sus personajes el ocaso del tacto voluntario y elegido como forma de

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La importancia de tocar y ser tocados

En uno de sus guiones más lúcidos, Paul Haggis hace reconocer a uno de sus personajes el ocaso del tacto voluntario y elegido como forma de comunicación en las grandes ciudades. Casi podríamos establecer que cuanto más se tiene una sociedad por moderna y sofisticada, más castiga y afea el “tocarse” de sus individuos. Quedamos así, como justificaba Eva Mendes en Crash, limitados a “chocar”, mucho más inclinados al encontronazo porque añoramos el encuentro.

Y sin embargo, tocar-se, sentir-se, acariciar-se, constituye la piedra angular sobre la que se asienta la amatoria. Antes de que haya y pueda haber cualquier otra parada durante el encuentro entre dos amantes, existe un paso ineluctable por el tacto, en solitario o en compañía. De la importancia global de cuidar y educar este sentido no se tiene duda desde los trabajos de Spitz con niños hospitalizados y sin contacto con la madre.

En lo que daría lugar al concepto de depresión anaclítica de Spitz, este psicoanalista puso de manifiesto que aún recibiendo comida y bebida suficientes, bebés y niños pequeños contraían un alto grado de depresión melancólica y de muerte en el primer año de vida, cuando eran separados de la madre. Aunque no es claro cuál es el elemento esencial que el bebé echaría en falta, otros estudios revelan que el aspecto esencial perseguido en la figura materna por los recién nacidos es el calor y la caricia.

Infancia sexualizada y vigilada

Sin llegar a este extremo, un número creciente de niños han sido criados (y todavía lo son) restringiéndoseles el contacto físico. Se limita la autoexploración del propio cuerpo por fines de “urbanidad social” y se limita el contacto físico con padres y otros adultos por miedos insólitos (no vayamos a hacer al niño un “invertido”) o por pánicos mediáticos a una malinterpretación obscena.

Se asiste así a la paradoja de que pretendamos que la misma infancia que es comercializada y sexualizada con ropas y actitudes adultas en innumerables anuncios televisivos, películas y conciertos de música pop, sea también defendida en sus derechos a través de la vigilancia con microscopio de su conducta y de amputar la oportunidad de la curiosidad física respecto de ellos mismos y de los demás.

A estos efectos es importante rescatar la idea de que la piel, embriológicamente hablando, es una extensión del sistema nervioso central. Igual que la educación y la crianza modulan el sistema nervioso central mediante la afluencia de sensaciones externas en el aprendizaje del idioma, la música, el color o la lectura, nuestra piel de adulto, su capacidad de transmitir placer, confort, calidez o agrado, será fijada en buena medida en nuestros primeros años de vida.

La obscenidad y suciedad del pubis

Las presuntas limitaciones del varón adulto, por ejemplo, para sentir como gratificantes o erógenas otras zonas de su piel distintas a las genitales arrancaría no de una diferencia biológica con respecto a la mujer, sino de una persistente negación externa al niño varón de cualquier forma de caricia física durante la infancia. Quienes han cumplido ya más de treinta años, sin duda han asistido de forma general a una educación que priorizaba en el niño varón la reciedumbre sobre cualquier modo de sensibilidad. El adolescente varón se encuentra así ante un escenario hormonal en el que su autoestimulación no se detendrá en ninguna otra zona que no sea la genital.

En oposición, la niña tradicionalmente había venido siendo más acariciada por sus padres, cuidadores y familiares. Sin embargo, sus amagos de autoestimulación han sido frecuentemente castigados con severidad, si cabe muy superior a la que de forma global se ha aplicado históricamente a los niños varones. Y así, no por sorpresa, a menudo la mujer adulta se encuentra con varones que no sólo no aprecian, sino que rechazan el tacto no genital, mientras ellas aún conservan una prohibición antigua y a veces demasiado arraigada sobre la suciedad y obscenidad de cuanto integra su pubis.

En este panorama de crianzas que dificultan la comprensión y el acercamiento placentero entre quienes han sido mermados hasta ser convertidos en seres “genitales” y quienes han sufrido la amputación figurada de lo “genital”, la focalización sensorial es una estrategia de múltiples y reconocidos resultados para las parejas que presentan (aunque no sólo) dificultades en su amatoria.

*Javier Sánchez es psiquiatra y sexólogo. Salud y Bienestar Sangrial.

En uno de sus guiones más lúcidos, Paul Haggis hace reconocer a uno de sus personajes el ocaso del tacto voluntario y elegido como forma de comunicación en las grandes ciudades. Casi podríamos establecer que cuanto más se tiene una sociedad por moderna y sofisticada, más castiga y afea el “tocarse” de sus individuos. Quedamos así, como justificaba Eva Mendes en Crash, limitados a “chocar”, mucho más inclinados al encontronazo porque añoramos el encuentro.