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Cuando todo se derrumba
  1. Alma, Corazón, Vida

Cuando todo se derrumba

Estamos entrenados para evitar el dolor y obstaculizamos la posibilidad de conectar con la fuerza que todos, todos, tenemos en nuestro interior.

Tengo la inmensa suerte de contar con unos pocos y grandes amigos. Grandes no sólo porque considero su amistad como un inmenso tesoro sino también porque su trayectoria vital y sus actos así lo atestiguan. Uno de ellos, al cual conozco hace más de veinte años, vive lejos de España y nuestro contacto es muy esporádico. Sin embargo, siempre le he sentido muy cercano.

La pasada semana, mientras estaba pasando unos momentos difíciles, coincidí con él. Volvía a su país después de un largo trayecto por distintas partes del mundo y su última escala era Madrid. Su periplo comenzó poco después de la muerte de su hijo. Se debía este viaje a sí mismo y lo ha utilizado para ‘tomar aire’, para poder afrontar el necesario luto.

Anteriormente mi amigo ya había sufrido la pérdida de otro hijo, el menor de los dos, que había nacido con la misma letal enfermedad. Soy padre y no concibo una desgracia más grande. Pero ver a mi amigo, pasar el día con él, contagiarme de su ánimo, ha inyectado en mí unas inmensas ganas de vivir, de fluir con la vida, de tomar el momento, de permanecer en el presente más allá de preocuparme por hacer planes de futuro o quedarme clavado con cuitas del pasado.

He encabezado hoy este blog con el título de un hermoso libro de Pema Chodron. Se subtitula Palabras sabias para momentos difíciles. A todo aquel que los esté pasando se lo recomiendo. Dice esta norteamericana: “La oportunidad más preciosa para abrirnos o cerrarnos a la vida se nos presenta cuando llegamos a ese lugar donde pensamos que no podemos con lo que está pasando, que es demasiado, que las cosas han ido demasiado lejos”.

La mayoría de nosotros lucha desesperadamente por negar la evidencia, la realidad, cuando ésta es trágica. Estamos entrenados para evitar el dolor y obstaculizamos la posibilidad de conectar con la fuerza que todos, todos, tenemos en nuestro interior. Escribe Chodron: ‘Vivir es estar dispuesto a morir una y otra vez…..El miedo a la muerte, en realidad es el miedo a la vida’.

Desde que mi amigo y su mujer conocieron la gravedad de la enfermedad de sus hijos y lo inevitable del desenlace, toda su vida se centró en que ellos vieran el inmenso amor que les rodeaba y que gozaran de su paso por este mundo mientras se encontrasen aquí. No se encerraron en el dolor y la tristeza que resultaban de la tragedia que vivían. Abriéndose a la vida en circunstancias tan dramáticas consiguieron que esos niños fuesen inmensamente felices y disfrutaran de cada momento que su tratamiento les permitía. Lo dieron todo, lucharon hasta el final contra la enfermedad, fueron increíblemente valientes y experimentaron una gran dicha cada día, cada hora, cada minuto que se ‘estiraba’ la vida de sus hijos. Cuando el menor de ellos les dejó, se contentaron con la presencia del otro, que jugó con ellos hasta el último día.

Carpe diem, que dijo Horacio

Y nosotros, ¿conseguimos regocijarnos con la simple existencia de nuestros seres queridos? Nuestras exigencias y expectativas sobre el comportamiento de los demás y en concreto sobre los que más queremos, bloquean muchas veces la alegría de contar con ellos, de que estén aquí y ahora junto a nosotros. Mi amigo ha sido afortunado al poder entender esto y apurar al máximo el deleite que su descendencia le ha procurado.

Carpe Diem (‘vive el momento’), la conocida locución del poeta clásico Horacio, que yo libremente traduzco como ‘fluye con la vida’, no significa que sólo aceptemos lo bueno o placentero que la vida nos depara sino que tomemos e integremos todo lo que ésta nos depara y que aprendamos de ello. Tomando la vida en toda su verdad es como podemos tener. Y sólo quien tiene puede dar algo al mundo, a la sociedad, a los demás.

Agobiamos a nuestros hijos con cantidad de miedos cuando ellos ya traen los que naturalmente les protegen de la mayoría de los peligros. Otros (al abandono, al rechazo, a no ser queridos, a tener un físico que no guste, a envejecer, al dolor o a la muerte) tan sólo les restan energía vital. Necesitamos dar a nuestros menores una educación para la vida: para desarrollar sus capacidades, para construir su proyecto de vida. Y también para la muerte (algo que los niños entienden de manera natural, ‘les viene de serie’): para afrontar duelos y pérdidas. Oí de una admirada maestra, Elisabeth Kübler-Ross, que quienes aprenden a conocer la muerte, más que a temerla y luchar contra ella, se convierten en nuestros maestros sobre la vida. Acabo de estar con uno que me ha dado una gran lección.

Querido amigo: Gracias por compartir conmigo tu dolorosa experiencia. Me has enseñado a tomar la vida como viene, de la manera más humilde y preciosa que existe.

Tengo la inmensa suerte de contar con unos pocos y grandes amigos. Grandes no sólo porque considero su amistad como un inmenso tesoro sino también porque su trayectoria vital y sus actos así lo atestiguan. Uno de ellos, al cual conozco hace más de veinte años, vive lejos de España y nuestro contacto es muy esporádico. Sin embargo, siempre le he sentido muy cercano.

Muerte