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Todo es silencio... y qué lo digas
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Todo es silencio... y qué lo digas

Cuando se hace de espectador para una película de José Luis Cuerda, uno percibe ese olor a ceniza que permite imaginar que en cualquier momento vaya

Cuando se hace de espectador para una película de José Luis Cuerda, uno percibe ese olor a ceniza que permite imaginar que en cualquier momento vaya a desfilar tras de ti la Santa Compaña, con sus difuntos y almas en pena, esa Santa Compaña que aparecía en El Bosque Animado por entre el frondoso follaje gallego y que parecía dibujada a carboncillo por Migelantxo Prado, el conocido autor de comics. Las películas de Cuerda están trufadas de tragedia, comedia y misticismo, incluso aquellas que se desarrollan en los tiempos actuales, como sucede con Todo es silencio, que inauguró la Seminci vallisoletana.     

Todo es silencio transcurre en los años setenta, en una localidad de la costa atlántica gallega salida del magín de Manuel Rivas, autor del libro homónimo, una localidad que irrumpe entre la espesa neblina gallega con sus fantasmas inventados (el mundo de los naufragios y leyendas) y sus fantasmas reales (el mundo de la droga).

Tres chavales de Noitía, de nombres Fins, Brinco y Leda, entablan una estrecha amistad en su adolescencia entre travesuras y amoríos iniciáticos, etapa idílica que se ve truncada con la muerte del padre del primero mientras pescaba con dinamita. Tras el luctuoso suceso, Fins abandona la localidad y no regresa hasta veinte años después. Lo hace como policía. Brinco, por el contrario, se ha convertido en uno de los capos de la droga de la zona y Leda, enamorada en la infancia de Fins, en su mujer.

En esta ocasión, el enigma que rodea la película viene dado por los personajes, “que se caracterizan más por lo que hacen que por lo que dicen; por lo que callan, que por sus palabras”, como ha explicado el propio director. “Muchas son mentiras, encubrimientos retóricos de las verdaderas intenciones de quienes las expresan, demagogia a veces. Otras, un pálido reflejo de los sentimientos que intentan traducir con angustia, con miedo, con odio recocido”.

La estructura fallida de la cinta, sin embargo, impide que estos matices calen en el argumento. Los personajes no llegan a ser percibidos con esa complejidad que sí transmiten sus gestos, sus palabras y, especialmente, sus silencios. Tras una primera parte sobre la vivencia de los chavales que debería ser introductoria pero que se alarga en el metraje sin razón de ser, viene después una segunda parte entre trompicones, que es la mollar, en la que transcurre la acción, y que sin embargo parece chica respecto a su predecesora.

Frente a tres actorazos de impecable factura, Quim Gutiérrez (desde Azul oscuro casi negro, este chico no hace más que mejorar por momentos), Juan Diego y Chete Lera, aparecen otros que hacen agua entre tanto acantilado gallego y frustran el intento por hacer de Todo es silencio una película de intriga creíble. A saber: Miguel Ángel Silvestre, ese producto del prime time televisivo apodado como ‘el duque’, y la irregular Celia Freijeiro.

En una reciente entrevista, Cuerda decía: “Muchas veces me han preguntado cómo dirijo a los actores, y yo siempre contesto que sigo la máxima de Chabrol: más del cincuenta por ciento de la dirección de actores consiste en elegirlos bien. Si los eliges bien ya tienes mucho dirigido”. Pues bien, ahí está buena parte de la explicación de esta obra tan entretenida como imperfecta de José Luis Cuerda, que dista de ser una de sus mejoras creaciones.

Cuando se hace de espectador para una película de José Luis Cuerda, uno percibe ese olor a ceniza que permite imaginar que en cualquier momento vaya a desfilar tras de ti la Santa Compaña, con sus difuntos y almas en pena, esa Santa Compaña que aparecía en El Bosque Animado por entre el frondoso follaje gallego y que parecía dibujada a carboncillo por Migelantxo Prado, el conocido autor de comics. Las películas de Cuerda están trufadas de tragedia, comedia y misticismo, incluso aquellas que se desarrollan en los tiempos actuales, como sucede con Todo es silencio, que inauguró la Seminci vallisoletana.