Es noticia
La Enigma de Turing no estaba sola: las otras grandes máquinas del cifrado
  1. Tecnología
hagelin, purple...

La Enigma de Turing no estaba sola: las otras grandes máquinas del cifrado

Un expresidiario estadounidense, un ruso que se convirtió en el primer millonario de la criptografía y los japoneses dieron quebraderos de cabeza al “rey Midas" estadounidense

Foto: Pantallazo 'The imitation game'
Pantallazo 'The imitation game'

A estas alturas todos sabemos que Enigma fue la máquina estrella de los nazis para cifrar sus comunicaciones, y con película incluida. También que el genio de la informática Alan Turing descubrió los misterios de este dispositivo con ayuda de sus 'bombas', máquinas de cálculo del tamaño de un armario empotrado, o que su hazaña logró adelantar el final de la II Guerra Mundial.

Fue Arthur Scherbius, el creador de Enigma, el que pensó en 1918 que la utilización de rotores podía multiplicar las posibilidades de las máquinas de cifrado. Estas piezas cilíndricas, provistas de 26 contactos eléctricos, funcionan como un conmutador para sustituir una letra por otra y cifrarla. Al colocar varios rotores, se multiplica exponencialmente la dificultad de descifrar sus mensajes.

Scherbius jamás sabría que su invento había sido un éxito ni que solo el ejército alemán llegaría a tener más de 30.000 máquinas Enigma en funcionamiento. Murió en 1929 como consecuencia de un accidente en un coche de caballos. Sin embargo, no era el único que pensaba en aquella época que los rotores eran una buena idea.

Precisamente el robo de un caballo provocó que el estadounidense Edward Hebern acabara en la cárcel. Allí fue donde se le ocurrió utilizar una máquina de escribir y un rotor para cifrar los mensajes. La patentó también en 1918, aunque algunos autores señalan que el expresidiario fue el verdadero pionero. En realidad, tanto Hebern como Schrebius crearon el concepto de rotor de forma independiente y casi simultánea a otro inventor sueco (Arvid Damm) y a un holandés (Hugo Alexander Koch). La paternidad está muy repartida.

Hebern intentó vender a la Armada estadounidense sus dispositivos de cifrado. Le aguó la fiesta en 1923 William Friedman, un famoso criptógrafo considerado años más tarde como el "rey Midas" de la criptografía porque, según uno de sus discípulos, "todo lo que tocaba se convertía en texto plano". Por entonces, Friedman fue el primero en averiguar los secretos una máquina de rotores, o al menos eso dice la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense de la que es considerado padre espiritual.

En ese mismo año, la compañía Schrebius & Ritter fabricaba la primera máquina Enigma, dotada de cuatro rotores y que también podía utilizarse como máquina de escribir. Aunque este dispositivo, del que se construyeron varios modelos, llegó a ser el más famoso — hasta el bando nacional las utilizó en la Guerra civil española — no fue la única superestrella del cifrado.

Hagelin, las que hicieron rico al genio ruso de la criptografía

"La historia de las Hagelin Cryptos no podría haberse escrito si Rusia, después de la revolución, se hubiera convertido en una república democrática". El ingeniero de origen ruso Boris Hagelin se expresaba en estos términos sobre la victoria de la Revolución de Febrero de 1917, de la que no se alegró precisamente por motivos ideológicos.

Su padre, descendiente de suecos, le consiguió trabajo en los yacimientos de petróleo que la familia de Alfred Nobel tenía en Bakú. La revolución cambió el curso de su carrera: los bolcheviques confiscaron las empresas privadas, las de los Nobel incluidas.

Immanuel, el padre de Alfred, le ofreció entonces dirigir una pequeña compañía sueca, la A.B. Cryptography, que pasaría a ser conocida como Hagelin Cryptos. En 1925, el Swedish General Staff había recibido una Enigma para estudiarla. Así fue como el ingeniero consiguió su primer gran mérito: prometió construirles algo mejor en seis meses.

Hagelin ideó la B-21, una máquina similar en apariencia a la ideada por Schrebius, aunque sus tripas, llenas de ruedas dentadas, realizaban el cifrado de forma diferente a Enigma. Tanto éxito tuvo aquella máquina que el ejército francés le pidió que fabricara una capaz de imprimir (la B-211) y otra que cupiera en el bolsillo (la C-35).

En 1940, cuando los nazis intentaban invadir Europa, Hagelin y su mujer cruzaron Alemania para llegar a Italia y poner rumbo a Estados Unidos. El mismísimo William Friedman dio el visto bueno a los dos dispositivos desmontados que llevaban en el equipaje, así que el ejército estadounidense compró 140.000 de aquellas portátiles M-209 que incluso se dejaron caer por España. Las Hagelin llegaron a tener tanto éxito como las Enigma, por lo que Boris Hagelin se convirtió en el primer millonario que hizo hecho fortuna gracias a la criptografía.

TypeX, la que los británicos copiaron descaradamente

La Enigma I, la versión definitiva de la máquina militar básica, entró en funcionamiento en julio de 1930. Muchas potencias compraron aquellas complicadas máquinas que los operadores, en grupos de dos (uno pulsaba las teclas para hacer girar los rotores y otro registraba la letra cifrada), tenían que manejar.

El Government Code and Cypher School británico, en el que trabajaría Alan Turing durante la II Guerra Mundial, se encargó del estudio de aquella máquina. En 1935, la institución decidió crear una nueva Enigma copiándola por completo e incluso incluyendo algunos elementos de las patentes originales de Willie Korn, socio de Schrebius y Ritter, que ni siquiera se habían llegado a implementar en la máquina comercial.

Llamaron a la falsificada máquina TypeX, y el Ministerio de Guerra, el ejército o la Real Fuerza Aérea británica comenzaron a utilizarla. De hecho, se construyeron unas 12.000 unidades. Hasta tal punto era calcada a la Enigma que incluso en Bletchley Park la usaron para tratar de descifrar los códigos nazis.

Eso sí, no fueron los únicos que se inspiraron en ella. Los estadounidenses desarrollaron por su parte la máquina Sigaba para las comunicaciones de alto nivel también en los años 30. Como no podía ser de otra forma, Friedman formaba parte de aquel proyecto. Nunca se supo que nadie fuera capaz de romper el código de la TypeX o la Sigaba durante la II Guerra Mundial.

Los militares polacos, los primeros en descifrar una Enigma —cuyo trabajo enseñarían a Turing ante la inminente invasión alemana— se habían preparado para la contienda con la construcción de su Lacida.

Kryha, la del ucraniano que rompió el padre de la criptografía estadounidense...

Poco después de que Schrebius y Ritter fabricaran la primera Enigma, Alexander von Kryha comenzó a vender una máquina de cifrado mecánica en 1924. La compañía Marconi las compró en Inglaterra y el bando nacionalista también las adquirió en la Guerra Civil española. De hecho, aún se conserva su manual de instrucciones de 1938. Conocida como la Bombonera, se utilizó en España tanto en su versión estándar de seis kilos (las primeras Enigma pesaban unos doce) como en su versión de bolsillo (Liliput), que tan solo pesaba 300 gramos.

Sin embargo, las máquinas Kryha eran muy inseguras. Lo demostró en 1933 el propio William Friedman, que no se dejó impresionar por la gran cantidad de alfabetos que producían. Un abogado de Nueva York había pagado 100.000 dólares (un millón y medio de euros al cambio actual, teniendo en cuenta la inflación) por los derechos de producción de la máquina de cifrado en Estados Unidos. Intentó vendérsela al ejército alegando que era vulnerable y Friedman, que por entonces ya estaba al frente del nuevo Servicio de Inteligencia de Señales encargado de las labores criptográficas, aceptó el reto.

Una mañana, a este genio de la criptografía le llegó una carta de 1.135 letras a su oficina. Meticuloso al máximo en su trabajo, Friedman apuntó un "24 de febrero AM 11.12. Trabajo empezado, W.F.F." en varias notas que repartió a los miembros de su equipo, dejando instrucciones de lo que tenían que hacer para descifrar el mensaje.

En 2 horas y 41 minutos de trabajo, un tiempo récord, habían resuelto el misterio. Junto al mensaje descifrado y las claves, mandó una carta al abogado neoyorquino agradeciéndole la oportunidad de probar "de una manera práctica los estudios teóricos que se habían hecho hace algún tiempo".

Las exitosas campañas de marketing de las Kryha hicieron que siguieran en pleno funcionamiento en diferentes países hasta los años 50. En 1955, cuando su compañía entraba en bancarrota, Alexander von Kryha se suicidó.

... y Purple, la que casi le vuelve loco

Los japoneses también estudiaron las máquinas Enigma y las de Hebern. Con la lección aprendida, construyeron Red, la denominación que los estadounidenses la pusieron, a principios de los años 30. El Servicio de Inteligencia de Señales estadounidense logró romper su código, aunque los nipones les estropearon el logro al comenzar a sospechar que su máquina ya no era segura.

Desarrollaron así una máquina de rotores mucho más compleja, que además podía operar tan solo una persona, reduciendo la carga de trabajo y los errores humanos. Los japoneses cambiaban la clave de Purple a diario, al igual que lo hacían los alemanes con Enigma, dificultando la labor de los criptoanalistas del equipo de Friedman, que no podían encontrar patrones en los mensajes.

En 1939, al famoso criptógrafo se le planteaba un reto que no era capaz de resolver. Durante año y medio, Friedman estuvo obsesionado con aquella máquina. Trabajaba tratando de descubrir sus secretos hasta altas horas de la noche. Lo hizo hasta que sufrió un colapso nervioso por el que tuvo que ser hospitalizado. A partir de entonces, sus depresiones fueron constantes e intentó suicidarse en varias ocasiones.

Su equipo continuó con aquella laboriosa tarea, para la que llegaron a construir ocho réplicas de la Purple completamente funcionales incluso sin haberla visto. Finalmente, consiguieron romper su código y descifrar algunos mensajes secretos de los nipones. Tampoco sirvió de mucho. Los estadounidenses no descubrieron el ataque a Pearl Harbor gracias a ello. El esfuerzo que a Friedman casi le cuesta la vida no sirvió para desvelar que Japón planeaba atacar la base naval estadounidense.

"Es la máquina Enigma, quizás debido a su nombre o puede que por su historia, la que sigue teniendo un halo que la ha hecho perdurar en el tiempo", señalaban José Ramón Soler Fuensanta y Javier López-Brea Espiau, dos expertos en la historia de la criptografía en España, en un artículo publicado en la Revista Española de Historia Militar.

¿Tuvo también algo que ver el misterio que sugiere la denominación de aquella máquina en que sea la más recordada actualmente, sino la única? De un modo u otro, lo cierto es que otras grandes invenciones cayeron en el olvido. Y también merecen ser recordadas.

A estas alturas todos sabemos que Enigma fue la máquina estrella de los nazis para cifrar sus comunicaciones, y con película incluida. También que el genio de la informática Alan Turing descubrió los misterios de este dispositivo con ayuda de sus 'bombas', máquinas de cálculo del tamaño de un armario empotrado, o que su hazaña logró adelantar el final de la II Guerra Mundial.

Tecnología NSA (Agencia Nacional de Seguridad)
El redactor recomienda