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Clinkle, la 'startup' que pasó del éxito al desastre en tiempo récord
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de recaudar millones al despido de empleados

Clinkle, la 'startup' que pasó del éxito al desastre en tiempo récord

Poco más de veinte años y veinticinco millones en los bolsillos. Manejar un éxito de ese calibre no es fácil, y al fundador de Clinkle se le ha ido de las manos

Foto: Lucas Duplan junto a Richard Branson, fundador de Virgin
Lucas Duplan junto a Richard Branson, fundador de Virgin

22 años y 25 millones de dólares en los bolsillos para materializar sus sueños. La historia de Lucas Duplan y Clinkle, su criatura, se ha convertido en una de las intrigas que más impacto está cosechando en Silicon Valley. Para no volverse loco en este galimatías de dinero a raudales, cerveza, apps y jóvenes inexpertos, iremos al grano: Clinkle es una futura aplicación que promete revolucionar los sistemas de pago a través del móvil y que ha seducido a los inversores de una forma desmedida. Dicho esto, vamos con el meollo del asunto, porque si tiene su miga.

Viajamos a 2011 cuando un Lucas Duplan, un estudiante de informática en la prestigiosa Stanford, viajó a Londres para conocer la ciudad y como premio a su brillante carrera universitaria. Con los pies ya en la capital británica, nuestro hombre se dispuso a comer en un restaurante y tocaba pagar: que si divisas, que si tarjetas... ¿por qué no se podría pagar con el móvil de una manera sencilla y universal?

nuestro hombre se dispuso a comer en un restaurante y tocaba pagar: que si divisas, que si tarjetas... ¿por qué no se podría pagar con el móvil de una manera sencilla y universal?

Esa es una reflexión que no es nueva, desde luego, y son varios los productos ya en servicio y otros en desarrollo que ofrecen esta posibilidad pero con un alcance limitado. El californiano pensaba en otra cosa, en algo al alcance de todos y que fuera absolutamente universal. Fue en ese momento cuando había nacido Clinkle, al menos en la cabeza de este inquieto estudiante.

A partir de este punto, la historia parece arrastrada por un guión de Hollywood, o al menos por los estereotipos que conocemos de las brillantes carreras de algunas startups del valle. Duplan planteó su idea a un grupo de compañeros de la universidad y se pusieron manos a la obra, esta vez no en un garaje, pero sí en el domicilio de uno de ellos en Palo Alto. Los primeros dólares llegaron de los bolsillos de los padres de Lucas, que pusieron como única condición a su hijo que terminara sus estudios. Y lo hizo.

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El equipo hizo sus deberes y comenzaron su desarrollo de un sistema de pago móvil libre de plataformas y tecnologías inalámbricas, aunque llegados a este punto, no hagan más preguntas al respecto porque no hay respuestas. ¿En qué consiste exactamente Clinkle? Nadie lo sabe. No hay detalles. Y es aquí donde uno empieza a sentir el vértigo de estar ante algo intangible.

Una ronda de 25 millones de dólares

Sin embargo, este grupo de entusiastas emprendedores siguieron su camino y cuando ya disponían de una primera demo del producto contactaron con los primeros inversores. Imaginen el panorama: una decena de figuras de Stanford, con sus camisetas y deportivas con un producto que promete cambiar la forma de pago para siempre y con una idea que, sobre el papel, es revolucionaria. Hay que recordar que todavía nos estamos reponiendo de la millonaria compra de WhatsApp por parte de Facebook y de desembolsos similares de otros productos.

La vida le sonreía y sin ninguna experiencia en gestión, Duplan creó una estructura a la altura de su capital: del apartamento familiar en Palo Alto a una inmensa oficina en San Francisco, y de una decena de amigos a un equipo de 60 talentosos ingenieros pescados a lazo de reputadas empresas californianas

¿Estaban los inversores ante una bicoca de dimensiones desconocidas? ¿Eran aquellos desmelenados unos genios sin padrino? Silicon Valley está repleto de historias de éxito del manido garaje y genios irreverentes... Pero pronto resolvieron la duda: con la chequera en blanco sobre la mesa, Clinkle protagonizó la ronda de financiación más voluminosa de la historia del valle al acumular los mencionados 25 millones de dólares.

Y volvemos al primer párrafo: 22 años y 25 millones de dólares. Un Magnum de gran calibre en las manos temblorosas de quien hasta entonces manejaba la calderilla de la paga de sus padres. Comenzó el desastre. Duplan asimiló muy rápido su papel de celebrity de las high tech. Los medios ayudaban: el récord de financiación hizo que todos se fijaran en su proyecto y ansiaban conocer a aquella nueva estrella de la factoría de Stanford.

La vida le sonreía y sin ninguna experiencia en gestión, Duplan creó una estructura a la altura de su capital: del apartamento familiar en Palo Alto a una inmensa oficina en San Francisco, y de una decena de amigos a un equipo de 60 talentosos ingenieros pescados a lazo de reputadas empresas californianas. Por dinero no sería. Duplan ha crecido en esa generación del éxito y dinero fácil y pronto reprodujo el ambiente relajado en las oficinas, con fiestas semanales y la informalidad como norma.

¿Dónde está el producto?

Pero los inversores observaron con preocupación estos movimientos. Dos cosas: hay que reducir la estructura hasta que el producto sea más tangible, y por otro lado ¿dónde está el producto?

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Un sudor frío recorrió la espalda de los que más habían apostado en esta prometedora aventura: Clinkle seguía siendo sólo un vídeo muy bien confeccionado pero sin un horizonte claro de comercialización. Para empeorar aún más las cosas, un fallo de seguridad dejó al descubierto y de forma pública los datos de los usuarios de la beta en desarrollo, y entre ellos, una foto del mismísimo Duplan embriagado de éxito y mostrando un fajo de billetes. De esos mismos billetes entregados con fe ciega por los inversores.

Lo de la seguridad en un medio de pago no es un tema importante, sino vital, y no era admisible que con tantos recursos no se cuidaran ese aspecto clave. El toque fue serio y Duplan comenzó con los recortes, pero a su manera, la del nuevo rico, la de la nueva estrella de Silicon Valley: organizó una fiesta de fin de semana con sus empleados por todo lo alto, todo iba sobre ruedas, pero no para todos... El lunes siguiente, 30 de ellos, con la resaca por los excesos todavía en sus cuerpos, fueron fulminantemente despedidos. A la calle.

"La culpa no es del chico"

Las rondas de financiación con éxito en las startups son el primer síntoma de salud de la firma, pero los despidos representan lo mismo pero en sentido contrario. Por otro lado, aquello no eran formas. Ahí hacía falta un padreque pusiera orden a ese guateque fuera de control. Lo tuvo Steve Jobs, lo han tenido Brin y Page, y ahora le tocaba a este mocoso.

El veterano directivo, casi con lágrimas en los ojos, les puso de patitas en la calle con una frase muy clasificadora y con Duplan presente: 'la culpa no es del chico'

La labor de poli malofue encomendada a Barry McCarthy, un veterano ex ejecutivo de Netflix que a sus 60 años ya no tenía cuentas que rendir. El recién llegado continuó con los recortes aunque esta vez con otras formas. Se dice que los siguientes que vieron la puerta de salida por última vez fueron convocados a una reunión urgente y el veterano directivo, casi con lágrimas en los ojos, les puso de patitas en la calle con una frase muy clasificadora y con Duplan presente: "la culpa no es del chico".

22 años y 25 millones de dólares en los bolsillos para materializar sus sueños. La historia de Lucas Duplan y Clinkle, su criatura, se ha convertido en una de las intrigas que más impacto está cosechando en Silicon Valley. Para no volverse loco en este galimatías de dinero a raudales, cerveza, apps y jóvenes inexpertos, iremos al grano: Clinkle es una futura aplicación que promete revolucionar los sistemas de pago a través del móvil y que ha seducido a los inversores de una forma desmedida. Dicho esto, vamos con el meollo del asunto, porque si tiene su miga.

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