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Claroscuros de la figura de Jobs
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Claroscuros de la figura de Jobs

Hace pocas semanas que falleció Steve Jobs, un auténtico genio que ha transformado la vida diaria de las personas como quizás nadie antes lo había hecho,

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Claroscuros de la figura de Jobs

Hace pocas semanas que falleció Steve Jobs, un auténtico genio que ha transformado la vida diaria de las personas como quizás nadie antes lo había hecho, y así debe reconocerse. Su influencia ha traspasado todas las barreras y puede sentirse hoy día en muchas de las actividades más cotidianas del ciudadano medio: su teléfono, sus fotos, su ordenador personal, la lectura de periódicos o libros, su música, o incluso, su ocio, maravillosamente representado por esas joyas cinematográficas que son las películas de Pixar, y más en concreto, Toy Story, un auténtico monumento a la imaginación.

La vida de Jobs está presidida por una obsesiva búsqueda de la perfección, no sólo en su actividad empresarial, sino también incluso en sus aspectos más personales, como lo demuestra, por poner un ejemplo, su tardanza de ocho años en amueblar su casa, envuelto en dudas sobre cuáles serían los muebles más adecuados o, simplemente, para qué debía servir un sofá.

En esa búsqueda de la perfección, Jobs alumbró objetos extraordinarios, que acercaron la tecnología más vanguardista a las manos de la gente común, en un proceso fabuloso que empezó con el Mac, allá en los ochenta y que ha concluido con el ultimo iphone, el 4S, presentado al público justo un día antes de morir. Dicen las crónicas que, prácticamente agonizando, seguía supervisando hasta el último detalle de esa presentación, con una dedicación y un esfuerzo absolutamente impensable en un ser humano al borde de la muerte.

Como suele ser en todos los casos, y en este con mucha razón, la muerte de Jobs ha traído riadas de literatura panegírica acerca del genio y su fabulosa aportación, entroncándole nada menos que en la línea de Benjamin Franklin, Alexander Bell o Albert Einstein. A mi juicio, es dudoso que Jobs pueda subir a ese altar, pues en realidad no inventó nada, sino más bien perfeccionó –hasta el extremo, eso sí- las ideas o las creaciones de otros. La personalidad de Steve Jobs está plagada de claroscuros, que llegada la hora del balance, también deben ponerse de manifiesto.

Junto con su extraordinario genio, su capacidad de trabajo, su indudable liderazgo, o su exorbitante personalidad, hay aspectos menos positivos que no pueden desdeñarse ni ignorarse, para ser justos con el personaje. Eran conocidos sus gritos e insultos en las reuniones de Palo Alto, donde atemorizaba a sus empleados con el despido por la razón más nimia, de manera que éstos decidieron moverse por las escaleras del edificio para no coincidir con él en el ascensor. En el hospital, durante su tratamiento, rechazó a casi setenta enfermeras de atención personal, hasta que encontró a tres que le parecieron bien.

También se negó a ponerse el respirador de oxígeno porque, a su juicio, tenía un diseño detestable. En su vida privada, batalló legalmente para no reconocer a un hijo de juventud –repitiendo en cierto modo el modelo que con él aplicó su padre y que le llevó a no hablar jamás con él-, hasta que fue obligado judicialmente. Al contrario que su despreciado Bill Gates -extraordinario benefactor en la lucha contra la malaria, el gran mal de Africa, y quien por cierto no goza en absoluto del aura del fallecido, por razones que no acabo de explicarme-, jamás donó un dólar para una causa humanitaria, alegando simplemente "no creer en eso", no obstante ser una de las mayores fortunas del mundo.

Siento ser políticamente incorrecto o ir contracorriente en este caso, pero el personaje no me entusiasma. Quizás por razones personales, quizás porque soy un romántico. Pero si lo analizamos bien, lo cierto es que Apple nos ha cambiado la vida, seguramente para mejor en muchos casos, pero no todos: dentro de poco, no habrá librerías, ni tiendas de discos –ya en trance de desaparecer-, ni de películas, ni de periódicos, ni de fotografía. Es posible incluso que, a la velocidad que marcha la cosa, también desaparezcan los cines, cuando toda la producción cinematográfica se vea desde casa de forma inmediata al estreno, algo que está muy cerca de ocurrir.

Eso se corresponde con la evolución de la tecnología, precipitada e impulsada fundamentalmente por Jobs y su empresa, y seguramente debe aceptarse como un progreso, pero no deja de ser una pena la desaparición de esos comercios o negocios, sustituidos hoy en muchos casos por asépticas tiendas de accesorios de los diferentes aparatos de Apple. Algunos vamos a echar de menos esos lugares, donde poder detenerse tranquilamente a buscar un libro o un disco, o ritos como el de comprar el periódico por la mañana o ir al cine con los amigos, algo que pronto pertenecerá al recuerdo, si no me equivoco.

* José Ignacio Jiménez-Blanco, socio en España de Clifford Chance

Hace pocas semanas que falleció Steve Jobs, un auténtico genio que ha transformado la vida diaria de las personas como quizás nadie antes lo había hecho, y así debe reconocerse. Su influencia ha traspasado todas las barreras y puede sentirse hoy día en muchas de las actividades más cotidianas del ciudadano medio: su teléfono, sus fotos, su ordenador personal, la lectura de periódicos o libros, su música, o incluso, su ocio, maravillosamente representado por esas joyas cinematográficas que son las películas de Pixar, y más en concreto, Toy Story, un auténtico monumento a la imaginación.

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