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Silicon Valley llora a Steve Jobs
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Silicon Valley llora a Steve Jobs

Pocas veces la muerte de una sola persona tiene un impacto tan grande sobre una ciudad o una región. Pocas veces un fallecimiento afecta de tal

Foto: Silicon Valley llora a Steve Jobs
Silicon Valley llora a Steve Jobs

Pocas veces la muerte de una sola persona tiene un impacto tan grande sobre una ciudad o una región. Pocas veces un fallecimiento afecta de tal modo a toda una industria. Pero pocas veces también una sola persona tiene una capacidad de influencia y atracción tan enorme. Ha muerto Steve Jobs, y San Francisco y Silicon Valley lloran su marcha. La marcha del genio.


Ayer estaba trabajando, ya de noche, en el lanzamiento de nuestra aplicación para iPhone en Japón (hemos anticipado el lanzamiento mundial allí) cuando, vía messenger, me llegó el golpe: "Steve Jobs ha muerto". Me quedé petrificado. La noticia se esperaba en algún momento, porque su salud se había deteriorado mucho, pero estas cosas siempre te pillan por sorpresa. Y hasta que no ocurren no tomas consciencia de su relevancia.

En seguida me di cuenta de que algo se me había roto por dentro al conocer la noticia. Yo tengo una larga relación con Apple, sus productos y por supuesto con la figura de Jobs y todo lo que supone, pero no imaginaba que habría tanta gente con la misma sensación de pérdida. Te das cuenta de lo importante que era Steve Jobs cuando sales a la calle y ves que, al menos en San Francisco, todo el mundo habla de su muerte. Cuando te enteras que grupos de programadores han quedado esta noche para ver de nuevo "Piratas de Silicon Valley", o que incluso algunos han parado por un rato de trabajar para revisar el famoso discurso de Stanford. O cuando hablas con amigos que no tienen nada que ver con el sector y han decidido acercarse al Apple Store San Francisco (el de cerca de Union Square) a dejar notas de condolencia o, simplemente, como paseo ritual de despedida, como una forma de mostrar sus respetos.

El ambiente que hay en el aire, lo que se respira en cada esquina, es difícil de explicar. Yo solo he sentido algo parecido en ciudades golpeadas por atentados o por desastres naturales, ciudades que habían sufrido una gran pérdida de forma inesperada. No es igual, porque aquí no hay indignación y la pena es más tranquila, calmada, ya que todos sabíamos que este final podía llegar de un momento a otro. Pero la tristeza resignada se puede palpar en el ambiente de igual modo.

Y es que sin Steve Jobs, todos los emprendedores, todos los programadores e ingenieros, todos los que estamos relacionados de un modo u otro con lo digital, con lo electrónico, o con la innovación, nos sentimos un poco huérfanos. Él ha sido la inspiración de muchos de nosotros, el espejo en el que mirarse y el modelo a imitar. Alguien con la innovación tan metida en todas las fibras de su cuerpo que fue capaz de cambiar para siempre industrias enteras como la de la informática, la telefonía móvil, la música, el cine de animación o los medios de comunicación, con la sola fuerza de su determinación y su liderazgo empresarial. No creo que haya existido alguien con tanto poder para influenciar a tan gran número de personas e industrias solo con su trabajo y sin tener ningún cargo especial.

En San Francisco y Silicon Valley la muerte de Steve Jobs se siente de un modo diferente, más profundo. El hecho de que él nació y vivió aquí, de que su empresa es uno de los gigantes del valle, y la altísima concentración de emprendedores e ingenieros hace que su muerte afecte mucho más.  Silicon Valley es lo que es y tiene la importancia que tiene en gran medida gracias a Steve Jobs. No es que Silicon Valley lo creara él, claro, porque el concepto viene incluso de antes de la creación de Apple, y estuvo de moda hace ya muchos años como atestigua este libro publicado en 1984 que ha encontrado GMUlloa en una feria del libro. Pero Jobs, sobre todo desde su vuelta a Apple, ha ayudado enormemente a consolidar el mito y a ampliar su influencia mundial.

Aún recuerdo cómo me impactó la primera vez que vi funcionar un Mac, allá por 1990. O la primera vez que usé un iPod. O el día que en una reunión de bloggers alguien me enseñó cómo funcionaba el primer iPhone. O todos los "unboxing" de productos Apple a lo largo de mi vida, siempre como algo mágico.

Ahora me cuesta imaginar un mundo sin ordenadores Mac, o sin iPod, iPhone o iPad. Sin embargo, Jobs no inventó algunas de las tecnologías y productos que le hicieron famoso. Pero hizo que funcionasen, las hizo populares, las hizo bellas y fáciles de usar, las mejoró hasta convertirlas en algo imprescindible en nuestras vidas, algo sin lo que ahora nos costaría entender el mundo. Tenía ese toque, esa magia, ese saber anticiparse a los deseos de los usuarios de a pie, sin importarle las críticas de los más geeks (a los que, por cierto, finalmente también se ganó). Lo importante de Steve Jobs, lo que recordaremos, no es solo el haber construido una gran empresa desde la nada, o el haber traído cambios radicales en muchas industrias o en la forma de hacer negocios. No, lo que recordaremos de él es que su trabajo, su visión, nos hizo a todos la vida más fácil. Algo realmente difícil de conseguir.

Es curioso. Llevo seis semanas en San Francisco y no había visto llover ni un solo día. Hace dos días empezó a oscurecerse el cielo y a llover tímidamente, y ayer y sobre todo durante esta noche ha llovido con furia, con ganas, como si todo el valle se hubiera ido tiñendo de negro preparándose para el viaje final de Steve Jobs, y esta noche hubiera llorado con todas las ganas del mundo su muerte. Pero ya ha vuelto a salir el sol. La vida es un poco más gris sin Steve, pero seguro que él desearía que siguiéramos adelante, hambrientos y alocados, y dispuestos a cambiar el mundo.

Pocas veces la muerte de una sola persona tiene un impacto tan grande sobre una ciudad o una región. Pocas veces un fallecimiento afecta de tal modo a toda una industria. Pero pocas veces también una sola persona tiene una capacidad de influencia y atracción tan enorme. Ha muerto Steve Jobs, y San Francisco y Silicon Valley lloran su marcha. La marcha del genio.

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