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Me disfracé de esquiador para contar el final de Ceaucescu y me dieron una paliza
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El periodista Frank Westerman

Me disfracé de esquiador para contar el final de Ceaucescu y me dieron una paliza

El periodista holandés Frank Westerman viajó a la Rumanía comunista caracterizado como un turista. La omnipresente Securitate de Ceaucescu lo detuvo como sospechoso de espía

Foto: Frank Westerman, días después de haber recibido una paliza de los servicios secretos rumanos.
Frank Westerman, días después de haber recibido una paliza de los servicios secretos rumanos.

Este artículo es un resumen personal del dramático inicio de mi carrera como periodista, cuando conduje mi primer coche hacia la revolución rumana en 1989. La historia es relatada como un 'flashback' mientras estoy ahora en Bucarest, solicitando acceso a mi dosier de la Securitate.

Disfrazados como turistas esquiadores, un amigo y yo nos adentramos con nuestro Renault 5 en el último rincón del Telón de Acero, la sofocante prisión autoritaria de Ceaucescu (el muro de Berlín había caído un mes antes) el 10 de diciembre de 1989. Gracias a nuestro disfraz, pudimos trabajar sin obstáculos durante una semana, haciendo fotos y hablando, sobre todo, con autoestopistas (el transporte público era prácticamente inexistente). La noche del viernes 15 de diciembre, visitamos en su casa al —¡legendario!— embajador neerlandés en Bucarest, que estaba ayudando de forma activa a los pocos disidentes rumanos. "Id a Timisoara" había escrito en un trozo de papel (él mismo dijo literalmente que teníamos que leer lo que quería decirnos, en vez de escucharlo, temeroso de que estuviera siendo grabado).

Nos sugirió presenciar el anunciado desahucio del reverendo disidente László Tökés. Tan solo conseguimos llegar al pueblo de Cluj. Nos siguieron de forma constante durante dos días hasta que me acabaron dando una paliza (mirad mi cara en la imagen de arriba) por seis agentes de la Securitate en una calle oscura. Fuimos interrogados y desalojados del país el mismo día de la masacre de Timisoara (con cientos de muertes, el principio del final -una semana después- de Nicolae y Elena Ceaucescu). En resumidas cuentas: conseguí mi archivo. (12 documentos, cosas muy raras, escritas por un servicio de inteligencia que estaba a punto de perder el poder. Algunas de ellas, sacadas de los originales, sirven para completar mi historia en el epílogo).

***

Aquella tarde empezó a nevar mucho. Estábamos en el coche, saliendo de los Cárpatos dirección Bucarest. A medida que nos acercábamos a nuestro destino, la carretera primero se convirtió en un camino embarrado y después en una rampa de esquí con dos surcos paralelos en el hielo.

Tenía 25 años y no había esquiado en mi vida. Aun así, teníamos dos pares de esquíes atados en la baca de nuestro Renault 5 (los llamábamos pararrayos). Mientras los alemanes del este habían estado semanas mirando asombrados las ventanas de las tiendas en Kurfürstendamm y los húngaros se quedaban embobados ante el Palacio imperial de Hofburg en Viena, los rumanos todavía estaban dominados por Nicolae y Elena Ceaucescu, atrapados en el último bastión detrás del telón de acero.

En medio de la oscuridad entramos al hotel Majestic, con nuestras mochilas en un hombro y los esquís en otro. Bart empezó a inspeccionarlo todo, hablándole a los enchufes, a la ducha y a las tuberías: "¡Estamos aquí! ¡Hola, hola! ¡Wir sind da!".

Era viernes, 15 de diciembre de 1989.

Aquella tarde nos había invitado a su residencia el embajador neerlandés en Rumanía, su excelencia Coen Stork. Decidimos ir andando. Oíamos cómo crujía la nieve recién caída a nuestros pies en una oscura y abandonada Bucarest.

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En mangas de camisa, Coen Stork cogió nuestros abrigos moviéndose de un lado a otro sin parar. La sala de espera parecía más una biblioteca. "Esta es la única habitación del edificio que creemos que no está siendo constantemente escuchada". Echamos un vistazo rápido: Shakespeare, Pushkin, Brontë, Lessing, Anne Frank. Según nuestro anfitrión, uno de los libros de Dickens podría vaciarse y meter un micrófono dentro. Puse los carretes de mi Kodak en la pequeña mesa que nos separaba. Los carretes, con nuestros billetes, se enviarían de vuelta a los Países Bajos a través de valija diplomática. Mostraban escenas cotidianas de un sufrimiento silencioso: una mujer mayor con una bufanda empujando un carrito y buscando comida, una pareja con un sombrero de astracán encendiendo velas en la Catedral de Timisoara, pasajeros vistos a través de las ventanas de un tranvía. Algunos de los autoestopistas se confiaban y abrían a nosotros, sintiéndose seguros en nuestro coche occidental. "Los rumanos estamos completamente devastados”, nos dijo Alexandru, un joven de 25 años. “Ya no podemos creer en nada: ni en Dios, ni en las ideas ni en el futuro”. Aquellos que no hablaban inglés, francés o alemán comunicaban la represión a través de gestos: cállate (un dedo a los labios) porque si no irán a por ti (cruzando las muñecas).

El embajador Stork nos escuchó con atención. Cuando terminamos nuestra charla, se sacó un sobre del bolsillo y nos lo acercó dejándolo en la mesa de cristal: "Os quiero dar algo, pero creo que es mejor que leáis esto primero".

10.560 días después

En la acera de la Strada Atena, la nieve se está derritiendo. Los coches aparcados son nuevos, aunque la vista de la casa del pueblo con sus grandes escaleras de entrada apenas ha cambiado en 29 años.

Mi motivo para volver a Rumanía es el de excavar en mi archivo de la Securitate desde diciembre de 1989. No está claro si el servicio secreto de Ceausescu tenía un archivo con mi nombre. En el hipotético caso de que existiera, incluida mi fotografía en el informe de mi interrogatorio, podría haber sido destruido tan pronto como Nicolae y Elena Ceaucescu fueron ejecutados a disparos el día de Navidad en 1989.

Tan solo tengo una prueba: mi pasaporte de la década de los ochenta con una visa turística estampada. Número 8626335.

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También hay dos fotos mías, una de perfil y otra a cara completa. Me las hicieron para documentar las heridas alrededor de mi ojo derecho cuando volví a Ámsterdam: manchas de un rojo vivo con sombras azules, el resultado de nuestro arresto en una calle oscura seguido de un largo interrogatorio de la Securitate.

La abogada Georgiana (o Gina) Sirbu me está ayudando a solicitar acceso a mi historial del servicio secreto.

Me pregunta por "posibles encuentros clandestinos".

Escribo:

-"Bucarest, Strada Atena 20, 15 de diciembre de 1989", seguido de detalles personales: Sr. Stork, Coenraad Federik (28 de marzo de 1929 - 27 de octubre de 2017).

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El mensaje en el sobre decía: VE A TIMISOARA. En apenas unas frases cortas el embajador Stork describía la crisis que en torno al reverendo László Tökés. Con el objetivo de evitar que Tökés predicara de nuevo, se le había enviado un ultimátum que expiraba al día siguiente, sábado 16 de diciembre. La orden judicial había sido aprobada por las cortes.

Tras leer la carta, empecé a sentirme intranquilo. Nuestro plan era viajar a Timisoara a través del norte de los Cárpatos.

"Conduce con cuidado", me dijo Coen cuando salimos.

Desde el momento en el que cerré la puerta de la residencia teníamos la sensación de que nos estaban siguiendo. La mañana siguiente, en el desayuno en el Hotel Majestic, pensamos que alguien nos estaba observando detrás de un periódico, igual que en las películas.

Nuestra primera parada el domingo por la mañana, cuando a László Tökés no se le permitiría ejercer su oficio, fue en la iglesia de Cluj. Nos estaban siguiendo a todos lados. Bart señaló a un hombre que llevaba un abrigo largo, cargando un maletín. Yo me negué a creer de verdad que este sospechoso nos estaba siguiendo. Bart sugirió que le pusiéramos a prueba: nos separaríamos en diferentes direcciones durante 15 minutos para volver a reunirnos en la puerta de la catedral.

"¿Y bien?".

"Estoy seguro de que me han seguido”, dijo Bart.

"A mí también".

O el hombre con el abrigo largo se había dividido en dos o tenía un doble. Mi perseguidor cargaba con una bolsa plana atada a su muñeca con una correa marrón, que de cuando en cuando se llevaba a su boca, como si estuviera hablando con ella.

"El mío también hacía eso", dijo Bart.

Volvimos a nuestra habitación de hotel. ¿Qué podíamos hacer? ¿Qué teníamos que perder? Bart sugirió visitar a Doina Cornea, una disidente que vivía en Cluj. Estaba bajo arresto domiciliario, pero Coen Stork nos había asegurado que daría la bienvenida a cualquier visitante occidental.

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Nos atrevimos cuando ya había oscurecido, a las 17:30. Nos aprendimos el mapa de Cluj. Fue bastante fácil. Incluso tuvimos la impresión de que la Securitate nos había perdido la pista; el turno de nuestro perseguidor parecía terminado y nadie había sido llamado para reemplazarle.

La casa de Cornea estaba bastante aislada en una colina. Su calle giraba en sentido ascendente y después entraba en una zona plana con una sola farola. Mientras contábamos los números de las casas, unas luces se encendieron de golpe al fondo de la calle.

"Volvamos al hotel", dije.

Bart pensó que el asunto era ridículo, pero aun así redujo la velocidad. Un segundo set de luces se encendió, esta vez detrás de nosotros.

"Vamos", dijo Bart, marchando hacia adelante con sus pesadas botas.

​Algo más adelante, bajo la luz de una farola, había un oficial de policía envuelto en una túnica.

"No estamos haciendo nada ilegal", dijo Bart. "Vamos de camino a visitar a alguien…".

Seguimos caminando.

​El 'walkie-talkie' en la mano del oficial chisporroteó mientras lo encendía. "¡Stop!", gritó. Cuando el oficial elevaba un brazo, por el rabillo del ojo detecté dos hombres vestidos de paisano bajándose de un coche con las luces encendidas. Me di la vuelta y vi otros dos hombres caminando tranquilamente hacia nosotros, tranquilos como si estuvieran dando un paseo al atardecer.

Me cogieron a mi primero, desde atrás. Me forzaron a doblarme hacia adelante, con mis brazos retorcidos en mi espalda. Una rodilla me golpeó en el estómago mientras me incorporaban de nuevo, y un puño aterrizó en mi cara. "¿Tú turista? ¿Tú turista?".

Vi como las gafas de Bart caían al suelo. También estaba doblado sobre sí mismo, con los brazos a la espalda.

Un coche se acercó, con las puertas abiertas balanceándose. Con las manos todavía a mi espalda, fui lanzado al asiento trasero; mi cabeza casi estrellándose contra la puerta cerrada al otro lado.

Temblando, con las manos a la altura de la cara, de repente sentí que nos movíamos, avanzando lentamente por las calles oscuras. Un agente se sentó entre nosotros en el asiento trasero.

"¿Periodista? ¿Tú periodista?".

"Da, da", dije.

El tipo a mi lado se calmó un poco. Cuando bajé las manos, un minuto después o algo así, empezó de nuevo. Sentado justo a mi lado, me golpeó con un gancho corto de derecha.

“¿Turista?”.

“Nu, nu”.

“¿Periodista?”. El oficial era diestro.

Menos de 10 minutos después, nos detuvimos en el patio de un edificio de ladrillo. Las luces estaban encendidas. Nos llevaron a una habitación, un aula en realidad, con bancos de madera y una fotografía enmarcada de Ceaucescu en la pared. Gracias a dios, el 'conducător' (en rumano, el líder) estaba mirando. Debía ser un asunto oficial de estado.

Un rato después un hombre robusto en uniforme entró en la habitación. Se quitó la gorra y examinó los bolígrafos y blocs de notas frente a nosotros. Tenía nuestros pasaportes, y golpeó con su uña el sello rojo con la palabra 'TURISTICĂ'.

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“Habéis venido con una visa turística, pero sois periodistas. Esto significa solo una cosa: ¡sois espías!”.

El oficial habló en alemán. Se inclinó hacia adelante. "¿Sabéis lo que le hacemos a los espías en Rumanía?".

Hice un esfuerzo por parecer calmado. Aun así, me quedé estupefacto ante su siguiente pregunta: "Así que decidnos, ¿para qué servicio secreto trabajáis?".

Para mi absoluta perplejidad, Bart murmuró algo estilo ‘nicht verstehen’, ‘kein Deutsch’ ['no entiendo' y 'no alemán'].

Sonaba con determinación, como si supera lo que hacía.

"¿Qué idiomas hablas entonces?".

"Français", oí decir a Bart.

Yo no hablaba francés más allá de un par de palabras. 'Merci', 'au revoir'. ¿Qué se supone que tenía que hacer?

El oficial dejó nuestros pasaportes sobre la mesa como si fuera un póquer de ases. Entonces anunció que seríamos interrogados en francés, se puso la gorra y se fue.

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Siguiendo las instrucciones de la lista de Gina Sirbu, le envié nuestra fecha y lugar de salida del país de la Securitate. Tengo otro sello rojo de eso. Bajo escolta policial Bart y yo fuimos expulsados de Rumanía, con esquíes y todo. A las tres de la mañana del lunes, 18 de diciembre, fuimos "eliminados de circulación".

Al mismo tiempo que Nicolae y Elena Ceaucescu comenzaban su última semana en la Tierra, nos derrumbamos en la primera cama de hotel húngaro que pudimos encontrar.

A mediodía llamé a mis padres. La primera pregunta no fue cómo estábamos, sino dónde.

"¿En Hungría? ¿Por qué?".

Estaban felices, o más bien locos de alegría. Durante toda la mañana los boletines de radio habían estado informando de un tiroteo en Timisoara.

Era la primera noticia al respecto que teníamos Bart y yo. Condujimos a máxima velocidad hasta Szeged, donde encontramos amigos de László y Edit Tőkés sumergidos en la desesperación. Decían que László estaba muerto, asesinado por la Securitate.

¿Había salido eso también en las noticias?

“¿Las noticias? Solo mira tu ojo. Si eso es lo que hacen a los extranjeros es obvio entonces que a su propia gente, simplemente, la matan…”.

Sin más preámbulos, los amigos húngaros de László y Edit Tőkés me condujeron a Budapest, donde fui catapultado al primer programa de variedades post comunista de la televisión, presentado por el Sr. Chrudinak el 19 de diciembre, como una de las primeras "víctimas" de la revolución rumana.

***

Extractos del archivo de la 'Securitate'

Securitate

División 111

Nr. 331/O.G./OO

16 Diciembre 1989

TOP SECRET

E18-129 ​​​​REPORT

Propuesta para la observación del nacional neerlandés Frank Westerman

FRANK EMMEN WESTERMAN, nacido el 13-11-1964 en Países Bajos, de nacionalidad neerlandesa y ciudadanía neerlandesa, llegó [...] a Rumanía como turista el 12-12 en compañía de BART R. El 16-12 ambos llegaron a Cluj-Napoca y se registraron en el hotel Sport.

Por la información recibida, este ciudadano neerlandés es sospechoso de recopilar información, en conexión con que él llegó a Cluj-Napoca, comprobando cuidadosamente si estaba siendo seguido, y procedió hasta la dirección de Marius Tabacu, el elemento disruptivo conocido por la División I/B.

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Dirigido a:

DEPARTAMENTO DE SEGURIDAD DEL ESTADO

- Camarada coronel Marin -

BUCAREST

Acciones informativas-operativas han revelado que los sujetos 'Oprea' y 'Olaru' tienen intereses sospechosos.

El 17-12-1989 fotografiaron ciudadanos haciendo cola frente a una tienda. Esa tarde noche fueron caminando a la dirección del sujeto 'Diana'.

Allí, fuero parados a las 18:15 por unsargento de la Miliţia. A las 18:20 fueron invitados por la unidad de inteligencia a acompañarlos, y entraron a las 18:30.

Su cámara de vídeo y notas han sido incautados.

Han consentido sin objeciones a las medidas tomadas.

Nota: el sujeto 'Diana' era el nombre en clave para la activista proderechos humanos Doina Cornea, que en ese momento estaba bajo arresto domiciliario.

Ministerio de Interior

Cuerpo de Inspectores de Distrito de Cluj

TOP SECRET

Aprobado

200 (doscientos) lei

Col. (ilegible)

REPORT

Solicito al CÎS la suma de 200 lei, sin documentación justificativa, que sean entregados en el caso del sujeto (ilegible)

Capitán (ilegible)

He recibido la suma de 200 lei

Capitán (ilegible)

Posición

544/20-12-1989

Capitán (ilegible)

Nota: esta es la suma pagada al agente de la Securitate que me pegó una paliza.

Este artículo es un resumen personal del dramático inicio de mi carrera como periodista, cuando conduje mi primer coche hacia la revolución rumana en 1989. La historia es relatada como un 'flashback' mientras estoy ahora en Bucarest, solicitando acceso a mi dosier de la Securitate.

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