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Ella denunció abusos de un grupo católico en Perú. Ahora El Vaticano es el único que puede salvarla
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Sodalicio de Vida Cristiana

Ella denunció abusos de un grupo católico en Perú. Ahora El Vaticano es el único que puede salvarla

Paola Ugaz destapó, junto a Pedro Salinas, los trapos sucios de la congregación peruana Sodalicio. Tras años de persecuciones y amenazas, el Papa ha enviado a dos eclesiásticos a investigar los casos

Foto: Paola Ugaz y el papa Francisco. (Cedida)
Paola Ugaz y el papa Francisco. (Cedida)

La reportera peruana Paola Ugaz puede identificar con precisión el momento en el que todo cambió para siempre. Fue a media mañana de finales de 2010. Era un mensaje de su colega Pedro Salinas para proponerle una investigación para el periódico. El tema, Sodalicio, una congregación católica muy influyente en los círculos del poder en Perú. “Tranquila, en tres meses está hecho”, le dijo Salinas en la conversación que mantuvieron días después en una cafetería de Lima. Ugaz acabó destapando los trapos sucios del grupo religioso que, a su vez, contraatacó con una andana de demandas y acusaciones que han convertido su vida en un suplicio. Un trance periodístico, judicial y personal que se ha enquistado más de 10 años y que ahora el propio papa Francisco parece decidido a resolver.

Foto: La policía se enfrenta con manifestantes durante protestas en las que reclaman la renuncia de la presidenta Dina Boluarte y el cierre del Congreso, en Lima (Perú). (EFE/Aldair Mejia)

La investigación periodística de Ugaz y Salinas los llevó a publicar decenas de reportajes en los que exponían el lado más oscuro de Sodalicio, con acusaciones de abusos sexuales a menores y presuntas prácticas irregulares. Este trabajo cristalizó en 2015 en el libro Mitad monjes, mitad soldados, donde los reporteros recogieron hasta 30 testimonios de víctimas y afectados por esta congregación católica. Si esos primeros cinco años para destapar los secretos de Sodalicio fueron difíciles, después del libro el grupo se dedicó a hacerle la vida imposible con nueve demandas por difamación y varias operaciones para desacreditarla.

placeholder Un selfi en el Vaticano. (Cedida)
Un selfi en el Vaticano. (Cedida)

Lo extraño es que el combate judicial se ha centrado en los señalamientos contra Sodalicio por la compraventa irregular de terrenos en Piura, una región en el norte de Perú. Según Ugaz, el grupo está más preocupado por la exposición de sus entramados económicos debajo de la mesa que por los supuestos abusos sexuales. Fue entonces cuando empezó a recibir mensajes de preocupación de sus allegados. “Cuídate”, le advertían.

Foto: El papa Francisco. (Reuters/Antonio Cotrim)

En febrero de 2020, la periodista viajó a Europa a una primera reunión con el papa Francisco para exponerle el caso. Quería justicia y que los sacerdotes señalados —los que quedan vivos— respondan por los delitos de los que se les acusa. Pero ese encuentro no llegó a producirse por la llegada del coronavirus. Ugaz se quedó vagando por Europa hasta que abrieron las fronteras peruanas. Al regresar, fue acusada de liderar una red de lavado de dinero.

Finalmente, a finales del año pasado, Ugaz logró audiencia con el santo pontífice en Roma. Poco después, el Vaticano anunció que enviaría a sus eclesiásticos a investigar las supuestas atrocidades de los sacerdotes peruanos. Pero los que conocen al grupo en el punto de mira, como Ugaz, saben que ni con la venia papal va a ser fácil.

El nombre de la Lima

El origen de Sodalicio de Vida Cristiana se remonta a 1971 como una respuesta de su fundador, Luis Fernando Figari, al auge de la Teoría de la Liberación —una corriente eclesiástica de carácter progresista— en Latinoamérica. El libro de Ugaz y Salinas relata cómo Figari, admirador de Francisco Franco, apostó por crear una red de jóvenes caucásicos peruanos a los que instruir de forma salvaje, con presuntos abusos sexuales y otros presuntos comportamientos sectarios.

Una estructura clerical con fuertes lazos con las esferas del poder peruana y, lo más importante, con la absoluta bendición y reconocimiento del Vaticano durante décadas. En 1997, el propio Juan Pablo II le otorgaba la aprobación canónica como muestra de absoluta confianza a la organización.

Foto: Imagen de archivo de la Policía Nacional. (iStock)

Pero, tras las revelaciones de Ugaz y Salinas, la curia romana ha decidido tomar cartas en el asunto. Durante la última semana de julio, Jordi Bartomeu, un sacerdote de Tartosa, y Charles Scicluna, arzobispo de Malta, recorrieron el país andino recabando pruebas y testimonios —al más puro estilo de El nombre de la rosa— para juntar todas las piezas del rompecabezas. Empezando por la investigación original de los periodistas.

“Siento que es un trabajo de fact-checker. Han revisado todo lo que hemos estado haciendo durante todo este tiempo y han visto que, efectivamente, aquí hay algo”, explica Ugaz en una entrevista con El Confidencial.

“Gozaba haciendo daño”

Uno de los casos que investigaron los enviados del Vaticano es el de Martín López de Romaña, quien accedió al Sodalicio con apenas 12 años. Era un niño de Arequipa que, a principios de los 80, cumplía todos los cánones que buscaba el grupo religioso. Era joven, rubio, tenía los ojos claros y ganas de pasarlo bien.

“Hacían multitud de actividades”, señala a este diario. “Confiabas más en ellos que en tus padres”, continúa. Su caso es especial. Como cualquier sodalice, cumplía con esmero las tareas de estilo castrense de la organización, como nadar, correr, cantar Cara al sol o estudiar el evangelio. Pero además era uno de los favoritos del líder fundador. El retrato que hace de Luis Fernando Figari es demoledor.

placeholder Paola Ugaz, Pedro Salinas y el abogado del Instituto de Defensa Legal Carlos Rivera en una conferencia donde responden a la querella por difamación por el arzobispo de Piura. (EFE/Ernesto Arias)
Paola Ugaz, Pedro Salinas y el abogado del Instituto de Defensa Legal Carlos Rivera en una conferencia donde responden a la querella por difamación por el arzobispo de Piura. (EFE/Ernesto Arias)

“Era un tipo violento. Me atrevo a pensar que gozaba muchísimo de hacer daño. Nunca he visto a nadie tan sutil en el arte de destruir”, señala López a este diario. A pesar de las investigaciones publicadas sobre la congregación que fundó en 1971 y las denuncias contra él por abuso sexual a menores, este fraile vive tranquilamente a sus más de 80 años refugiado (supuestamente) en Roma.

López ya no sabe nada de él, pero durante años fue lo más parecido a su esclavo. “Se levantaba a las cinco de la mañana queriendo una Coca-Cola y, si había que conducir una hora a buscarla, se hacía”. ¿Qué ganaba Figari? “Miles de cosas que puede desear una personalidad enferma y narcisista. Mucha gente a su servicio permanente las 24 horas. Honor y gloria”, continúa.

Tras más de 15 años dentro de la congregación, y en mitad de una profunda depresión, decidió abandonar Sodalicio sin tener muy claro si esa era la decisión correcta. En su cabeza entonces, era una asociación inmaculada a la que había entregado su vida. Y reconoce que todavía desconoce si no veía o no quería ver las manipulaciones que ocurrían dentro. Salió en 2008, a los 33 años, y terminó relatando su experiencia y martirio en el libro La jaula invisible.

Víctima de la noche a la mañana

Otra de las víctimas fue Álvaro Urbina. A sus ahora 42 años, trata de vivir alejado de todo aquello refugiado en Tenerife.

En febrero de 1995, con apenas 13 años, Álvaro llevaba a su madre por el camino de la amargura. Era un chaval espabilado para su edad, pero no le hacía mucho caso a los estudios y alguna vez le tocó repetir curso. Lo único que quería era estar en la calle, jugar al fútbol y, en cierto modo, no pensar demasiado en su futuro. Su padre se acaba de ir del país buscando empleo en el extranjero, su madre salió a trabajar para traer dinero a la familia y sus hermanos eran mayores que él.

Tenía pocos amigos, un tanto de desgana por la vida y la creencia de que ya sabía todo lo que había que saber. Fue entonces cuando su madre, cansada de lidiar con el adolescente rebelde y desobediente, pidió ayuda a un grupo católico de jóvenes que operaba en la ciudad. Así entró en su vida el Sodalicio. Allí conoció a un grupo de chavales apasionados del fútbol. A todos les guiaba un sacerdote llamado Jeffrey Daniels, “el apóstol de los niños”, un tipo aparentemente cercano que les recogía en su furgoneta Toyota y les llevaba al cine o al McDonald’s con jóvenes de su edad.

Foto: Un incendio de grandes dimensiones arrasó este jueves una casona del centro histórico de Lima, apenas a unos metros de la icónica Plaza San Martín, epicentro de la gran manifestación antigubernamental en la capital peruana. (EFE/Str)

Pero el último al que siempre dejaba en casa era Álvaro Urbina. El primer día le dijo que se bajara los pantalones y el segundo ya estaba dentro de su domicilio. Estos encuentros se produjeron durante dos años, pero Urbina no se dio cuenta realmente de la trampa mental y física de la que era víctima hasta mucho tiempo después.

Cuando en 2015 salió el libro de Salinas y Ugaz destapando los secretos más oscuros de la organización católica peruana, Álvaro tenía 34 años y vivía en Alemania con su pareja de entonces.

“Yo no quiero una condena clerical”, reflexiona Álvaro, “lo que quiero es verlos presos”

“Ella trabajaba con abuso sexual infantil en Indonesia y me decía que yo había sido abusado, pero yo no denuncié”, recuerda. Por aquel entonces, Álvaro ya sabía que había cosas de su pasado que no cuadraban. Un día estaba tirado en el sofá y le saltó una alerta de Facebook con el libro sobre Sodalicio. Jeffrey Daniels estaba en la lista de sacerdotes señalados por abusar sexualmente de niños. A partir de ese momento, Álvaro pasó de ser “una persona normal” a ser una “víctima de abuso sexual”.

A finales de año, el Papa valorará casos como los de Martín y Álvaro recopilados en los informes de sus monjes-detectives para tomar una decisión. Es un tema delicado para el líder católico, que apostó desde su nombramiento por combatir los abusos de la Iglesia, especialmente tras la publicación de Vos estis lux mundi ('vosotros sois la luz del mundo'), un texto donde concretaba las pautas a seguir por los eclesiásticos para acabar con los casos de este tipo. Pero Sodalicio es una congregación muy poderosa e influyente.

A la espera de la decisión papal, las víctimas continúan lidiando con sus propios duelos, los exsodalites predicando las barbaridades a las que les sometían los frailes y los periodistas acosados por indagar donde nadie les había llamado.

“Yo no quiero una condena clerical”, reflexiona Álvaro, quien ahora reflexiona a menudo sobre el sentido de la justicia. “Lo que quiero es verlos presos”, asegura sobre los sacerdotes como Jeffrey Daniels, quien ahora vive en Estados Unidos.

La reportera peruana Paola Ugaz puede identificar con precisión el momento en el que todo cambió para siempre. Fue a media mañana de finales de 2010. Era un mensaje de su colega Pedro Salinas para proponerle una investigación para el periódico. El tema, Sodalicio, una congregación católica muy influyente en los círculos del poder en Perú. “Tranquila, en tres meses está hecho”, le dijo Salinas en la conversación que mantuvieron días después en una cafetería de Lima. Ugaz acabó destapando los trapos sucios del grupo religioso que, a su vez, contraatacó con una andana de demandas y acusaciones que han convertido su vida en un suplicio. Un trance periodístico, judicial y personal que se ha enquistado más de 10 años y que ahora el propio papa Francisco parece decidido a resolver.

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