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El gambito de Trudeau: una campaña de 500 millones de dólares para no cambiar nada
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El gambito de Trudeau: una campaña de 500 millones de dólares para no cambiar nada

El primer ministro de Canadá adelantó las elecciones pensando que podía hacerse con la mayoría absoluta. Sin embargo, ha regresado a la casilla de salida

Foto: El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, durante un acto de campaña. (Getty)
El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, durante un acto de campaña. (Getty)

Para Justin Trudeau, esa mañana de agosto en la que decidió disolver el Parlamento canadiense y lanzar al país en una apresurada campaña electoral debe parecer un episodio de otra vida, como cuando pensamos —por ejemplo— en cómo era el día a día antes de la pandemia. Memorias recientes, sí, pero difusas.

Por aquel entonces, el primer ministro de Canadá se frotaba las manos: veía las encuestas a su favor, el país tenía a la vista la puerta de salida de la crisis del covid-19 —gracias principalmente a una campaña de vacunación que había alcanzado la velocidad de crucero— y la economía empezaba a dar señales de vida después del duro año 2020. Al adelantar elecciones, el joven líder liberal parecía visualizar ese gran plan de sociedad con el que quería solidificar su carrera política en la era pospandémica y para el que necesitaba una mayoría absoluta con la que no contaba.

Foto: Justin Trudeau, celebra los resultados junto a su esposa Sophie Gregoire. (Reuters)

Sin embargo, su gambito no le dio la victoria esperada. Tampoco una derrota contundente. De hecho, tras un frenesí electoral que duró poco más de un mes y que costó alrededor de 500 millones de dólares estadounidenses, las urnas devolvieron a Trudeau a la casilla de salida. El primer ministro estará al frente de un Gobierno minoritario con un resultado casi calcado al de hace dos años. A nivel político, poco cambiará en el país, pero, a nivel social, muchos se rascan la cabeza pensando por qué era necesario celebrar unas carísimas elecciones adelantadas con un resultado casi idéntico.

Los liberales quedaron lejos de los 170 diputados que buscaban para poder formar un Ejecutivo en solitario y poder así gobernar con tranquilidad. Una vez más se verán obligados a negociar con los partidos de oposición y a dormir cada noche siempre con el temor de que cualquier 'impasse' pueda terminar en la caída del Gobierno y un nuevo proceso electoral. “Los he escuchado. No quieren que hablemos más de políticas o elecciones. Ustedes quieren que nos concentremos en el trabajo que hay que hacer por ustedes”, dijo Trudeau tras conocer los resultados y ante un limitado grupo de seguidores (debido a la pandemia). “Estamos listos para trabajar. Lo que vimos esta noche es que millones de canadienses eligieron un plan progresista”, agregó.

El diablo está en los detalles

El primer ministro había vendido estas elecciones como un punto de inflexión para determinar cómo los canadienses querían salir de la pandemia y qué tipo de país querían para el futuro. Para ello, presentó un gran plan que incluía cambios fundamentales en la sociedad, en la protección del medio ambiente, el cuidado de una población que envejece a gran velocidad o la compleja relación que tiene el país con las comunidades indígenas. Trudeau también buscó remarcar sus victorias frente al covid-19. Canadá pasó de estar atrás del pelotón a liderar los países del G7 en materia de vacunación y su plan de ayuda para trabajadores y empresas fue envidia entre los países del continente. Todo mientras ha logrado lidiar con un movimiento pequeño pero radical de negacionistas de las vacunas que critica cualquier medida sanitaria a ritmo de manifestaciones y desinformación.

Foto: Una mancha de sangre de una víctima en la Gran Mezquita de Quebec, el 1 de febrero de 2017 (Reuters)
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Pero el error de cálculo de las tropas de Trudeau no fue uno que pudiera hallarse en las encuestas de opinión. Tampoco en el detallado programa electoral que presentaron ante los canadienses. La clave estuvo en factores intangibles, en esos caprichos humanos que no se miden en cuestionarios, análisis de datos o interacciones Facebook o Twitter. En la práctica, la campaña electoral fue secuestrada por detalles, por palabras mal usadas, pequeñas pifias y temas micro regionales.

Por ejemplo, en la provincia de Nueva Escocia, la hasta ayer ministra de Pesca, Bernadette Jordan, perdió su curul frente al candidato conservador. ¿La razón? Según analistas, un conflicto vinculado a los derechos de las comunidades indígenas de la región sobre la lucrativa industria de la pesca de langosta terminó costándole los votos necesarios para la reelección.

placeholder Un seguidor de Trudeau muestra un pin con su cara en un acto de campaña. (Getty)
Un seguidor de Trudeau muestra un pin con su cara en un acto de campaña. (Getty)

En Quebec, Justin Trudeau tuvo que pasar gran parte de la campaña justificando su “quebequitud” frente a los ataques del Bloc Québécois, partido independentista que promueve la separación de la provincia. La polémica arrancó por una pregunta que hizo una de las presentadoras de uno de los debates en inglés durante la campaña y que terminó generando una ola de indignación en la mayoritariamente francófona provincia de Quebec. El preludio de la pregunta subrayaba el carácter discriminatorio de dos leyes provinciales que aprobó el Gobierno regional, lo que para muchos fue visto como un ataque a la sociedad quebequense en general.

La campaña electoral se convirtió en una guerra de formas en lugar de una de ideas

Trudeau, de golpe, se vio en medio de un debate que abrió viejas heridas sobre la relación entre las comunidades anglófonas y francófonas del país. El primer ministro, de padre francófono y madre anglófona y que representa una circunscripción de Montreal, tuvo que hacer malabares entre defender el carácter único de Quebec sin hacer enojar al resto del país, que mira con malos ojos cualquier trato especial hacia la Belle Province. Si bien su manejo de la crisis estuvo a la altura, el daño fue suficiente para mover las encuestas y quitarle los votos que podrían haber encaminado una victoria mayoritaria. Desde ese momento, el mandatario se vio constantemente a la defensiva y respondiendo más que proponiendo.

En cualquier parte del país por la que pasó, el líder liberal, quien se convirtió en una celebridad a nivel mundial después de llegar al poder en 2015, intentó reconducir el mensaje hacia esos logros. Sin éxito. Nada de eso ocupó mucho tiempo en los noticieros ni abundó en las columnas de opinión. La campaña electoral se convirtió en una guerra de formas en lugar de una de ideas y rápidamente los electores parecieron perder el interés.

El diálogo a la vista

Justin Trudeau se comprometió a dirigir un Gobierno de diálogo. Abrió la puerta a los partidos de oposición y se mostró más diplomático de lo que había lucido en los últimos meses. En parte porque no quiere exacerbar el frágil humor de la población, pero también porque sabe que necesitará mucha mano izquierda para ser capaz de dirigir al país por cuatro años más.

Podría haber sido peor para el primer ministro. Si bien el gambito de los liberales fue arriesgado, el Partido Conservador ni siquiera supo leer la jugada o mover las piezas necesarias. Erin O’Toole, también joven político, pero con un carisma y una carrera diametralmente opuesta a la de Trudeau, no logró transformar el cansancio que la pandemia ha generado en la población.

Foto: El papa Francisco. (Vaticano)

“En los próximos meses, mientras el señor Trudeau se prepara para otra elección, tenemos que seguir nuestro camino para que cada vez más canadienses miren a nuestro partido”, dijo O’Toole en su discurso de concesión. “Tomaremos en cuenta lo que funcionó y lo que no y seguiremos trabajando para mostrarle a más canadienses que son bienvenidos en el Partido Conservador de Canadá”.

Envuelto en sus propias luchas internas entre radicales y moderados y con su poder limitado a ciertas regiones del país, los conservadores nunca lograron definirse como una opción alternativa a los liberales. Al mismo tiempo, tuvieron que atender la todavía benigna amenaza que representa el Partido Popular de Canadá (PPC), la franja de derecha más radical del país, inspirada en los movimientos más radicales de los Estados Unidos. El PPC ha venido a robar parte (todavía pequeña) del pastel que antaño solo se repartían los conservadores. Por eso salen más debilitados de esta apresurada elección.

Trudeau puede ahora capitalizar de eso y alienar más a su rival directo. Solo necesita los votos del Nuevo Partido Democrático (NPD), un partido que se vende como la opción más a la izquierda del espectro político canadiense. Sin embargo, los liberales fueron astutos a la hora de posicionar su programa político, robándole protagonismo al NPD frente al electorado progresista.

Lo parecido de las visiones entre estas dos fuerzas políticas podría ser suficiente para que Justin Trudeau siga tallando su legado por un mandato más. La diferencia es que estas elecciones anticipadas han demostrado que la población quiere algo más que frases motivadoras o planes ambiciosos. Quiere resultados y, sobre todo, que, al menos por un tiempo, no los traten como simples votos.

Para Justin Trudeau, esa mañana de agosto en la que decidió disolver el Parlamento canadiense y lanzar al país en una apresurada campaña electoral debe parecer un episodio de otra vida, como cuando pensamos —por ejemplo— en cómo era el día a día antes de la pandemia. Memorias recientes, sí, pero difusas.

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