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Kirchneristas, macristas, anti-K: los idearios enfrentados en las urnas argentinas
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PRIMERA VUELTA ELECTORAL

Kirchneristas, macristas, anti-K: los idearios enfrentados en las urnas argentinas

La política argentina es compleja, y afronta un momento histórico: hoy se decidirá el presidente que suceda los doce años en el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner

Foto: Cristina Fernández de Kirchner durante un mitin en Buenos Aires. (Reuters)
Cristina Fernández de Kirchner durante un mitin en Buenos Aires. (Reuters)

A sus 30 años, la argentina Eva da Silva es peronista, kirchnerista y activa militante de La Cámpora, una organización política que agrupa a los jóvenes entusiastas de eso que llaman el “proyecto nacional y popular”, esto es, el conjunto de políticas que durante los últimos doce años desarrollaron Néstor Kirchner (2003-2007) y su esposa, Cristina Fernández (2007-2015). Tres legislaturas después, el kirchnerismo es una corriente dentro del peronismo, ese movimiento político indescifrable, por amplio y camaleónico, que desde los años 40 del siglo pasado funciona como organizador del imaginario político de la Argentina. Los kirchneristas son peronistas, pero no todos los peronistas son kirchneristas; el peronismo es un paraguas amplio que puede albergar tanto a un Kirchner que clama contra el imperialismo y se enfrenta con los fondos buitre, como a un Carlos Menem que, en los años 90, implementó obediente las políticas de ajuste que imponía el Consenso de Washington. Difícil de entender desde fuera, y también desde dentro.

Menem resignificó el peronismo, que en su época había sido un movimiento revolucionario y a favor de los trabajadores, para revestirlo con ese pensamiento único típico del neoliberalismo. Néstor le devolvió el significado a palabras como peronismo, pueblo, emancipación. Los 90, el neoliberalismo, el menemismo le había pasado por encima a una generación de militantes: con Kirchner, volvieron a la política. Néstor recuperó la tradición del peronismo de los 70, ese que hablaba del sueño de la integración latinoamericana, de una patria justa y soberana”, afirma Eva. Esa vocación social del peronismo es la que dice haber vivido en sus años de militancia en las villas miseria, los barrios más necesitados de la ciudad, donde, asegura Eva, el kirchnerismo acabó -o lo intentó- con la lógica clientelar, para sustituir las bolsas de comida, intercambiadas por favores, por derechos que se concretan en políticas sociales como la Asignación Universal por Hijo (AUH), la más aclamada de las políticas sociales de la última década.

La AUH garantiza una asignación de 900 pesos al mes (entre 50 y 80 euros, según se considere el tipo de cambio oficial o el paralelo) a personas con ingresos inferiores al salario mínimo por cada hijo menor de edad o discapacitado. Los efectos positivos en las familias más vulnerables son tan evidentes que ningún candidato puede negarlos: de ahí que Mauricio Macri, fundador del partido PRO que gobierna la Ciudad de Buenos Aires desde 2007, candidato de la coalición Cambiemos y segundo en intención de voto según todas las encuestas, se encargue de dejar claro en sus insistentes mensajes electorales que, si llega a la Casa Rosada, no tocará lo que se hizo bien. ¿Y qué hizo bien el kirchnerismo? “Los planes sociales y la recuperación del rol del Estado”, asegura Eduardo, miembro de El Manifiesto, el grupo de intelectuales que apoya la candidatura de Macri. Es el encargado de acercarme al ideario macrista, y lo hace en la flamante sede del PRO en el bohemio barrio de San Telmo: unas instalaciones al más puro estilo de las empresas dotcom que convergen con el estilo comunicativo del macrismo: colorista, positivo, casi festivo.

Las palabras de Eduardo dan cuenta del carácter conciliador que Macri y su equipo le han querido imprimir a su discurso en esta recta final de la campaña. El PRO -y Cambiemos, porque, dicen ellos, es una alianza que irá más allá de la cita electoral- no es ni de izquierdas ni de derechas, ni peronistas ni no peronistas, porque “esos son términos del siglo XX, que ya no sirven para explicar la política, y el rasgo principal de Cambiemos es que, mientras otros miran al pasado, buscan enemigos y culpables y hacen revisionismo histórico, nosotros miramos hacia el futuro”, argumenta Eduardo. Macri y su equipo no se consideran anti-kirchneristas: “Si lo querés ver en términos hegelianos, no seríamos la antítesis, sino la síntesis del kirchnerismo”. Se trataría entonces de conservar lo que se hizo bien y remendar lo que se hizo mal: “Por ejemplo, creemos que YPF y Aerolíneas Argentinas deben seguir siendo estatales, pero bien administradas: el kirchnerismo acierta al valorizar el rol estatal, pero no valoriza la buena gestión”. Y ante todo, prosigue Eduardo, se trata de “dejar de lado la pelea” y adoptar “una actitud más constructiva, de conciliación”, que deje atrás esa sensación de brecha social entre K (kirchneristas) y anti-K.

Tocar a los poderosos

El problema, apunta Eva, es que, en medio de ese discurso del consenso, el contenido político se escurre como agua entre las manos. “Macri es un incoherente y un oportunista”, sostiene la militante peronista. En las antípodas está la actitud de Cristina Fernández, que para Eva no es esa beligerancia sin causa que dibuja Eduardo, sino la voluntad política de defender los intereses del pueblo argentino aunque sea a costa de tocar los intereses de los poderosos. Se refiere Eva al Grupo Clarín, que se enemistó con la presidenta por promover una Ley de Medios muy contraria a sus intereses comerciales; a los poderosos empresarios sojeros, que protagonizaron la llamada “guerra del campo” en 2008; o a los fondos buitre, con los que los gobiernos kirchneristas han sostenido un largo pulso para evitar que cobren la deuda que compraron cuando el país estaba arrasado por la crisis. “Meterse con familias que manejan el país hace medio siglo implica un costo político y personal que no todos están dispuestos a bancar”, añade Eva.

Para Eva, el ideario que oculta el macrismo, tras su barniz de influencias heredadas de la gestión empresarial y del voluntariado de las ONGs, es el neoliberalismo descarnado: “Ahora dice que conservará las ayudas sociales, pero durante años las estuvo criticando, y su gestión en Buenos Aires ahonda en la desigualdad social”. Eva da ejemplos: una política habitacional regresiva, la urbanización de las villas que nunca llega, la nueva Policía Metropolitana que está muy presente en los barrios ricos del norte de la ciudad, pero que no llega al sur. En definitiva: se profundiza la brecha social. Eduardo niega la mayor: “Se nos puede acusar de otras cosas, pero no de eso: el gobierno de Macri ha sido el primero en abrir una sede en el sur de la ciudad, para acercarse a la gente”. Cercanía y transparencia son las palabras que más repite el representante de El Manifiesto macrista.

Pero, ¿Scioli es K?

El discurso en el aire dibuja una sociedad dividida entre K y anti-K; sin embargo, la gran paradoja de estas elecciones es que no hay un candidato que pueda llamarse kirchnerista. El candidato oficialista, Daniel Scioli, cuenta con una compleja trayectoria política que arranca con el menemismo: la opinión generalizada, en la calle y entre los intelectuales, es que Scioli representaría un giro a la derecha. Incluso en el PRO reconocen que su talante es más “dialogante” que el del actual Ejecutivo, si bien “no se puede decir lo mismo del resto de su equipo”, con figuras renombradas del kirchnerismo, como recuerda Eduardo. Eva sí confía en que Scioli profundizará ese, por así decirlo, peronismo de corte progresista. Pero no todos los kirchneristas lo creen así: muchos se desilusionaron cuando la presidenta lo designó como candidato en lugar de a Florencio Randazzo y opinan que “Scioli representa el peronismo más rancio, pero toca votar por él para contener a otras fuerzas políticas más regresivas”, como asevera Roberto, sociólogo y declarado peronista.

También quedaron desconcertados muchos votantes de sensibilidad de izquierdas que no se identifican como K: “Scioli no refleja las ganas del votante de proseguir con esta idea (más progresista) del peronismo. Los que creemos, aunque con muchas comillas, en este Gobierno, no nos sentimos en absoluto reflejados: Scioli es sólo un parche para seguir estando. Pero es lo típico del peronismo: a rey muerto, rey puesto. Veo el panorama con más desilusión que esperanza: es terrible tener que votar al menos malo”, sentencia el fotógrafo Daniel Albornoz. Y hay quien ni siquiera le concede a Scioli aquello del menos malo: “Son de terror: uno peor que el otro. Los dos quieren imponer la misma política neoliberal. La democracia no sirve más”, concluye Verónica, abogada porteña.

En medio de este clima enrarecido, contaminado por medios tan beligerantes como Clarín, 32 millones de argentinos están llamados hoy a las urnas para decidir quién ocupará la Casa Rosada los próximos cuatro años. La sensación es para unos de oportunidad y cambio; para otros, de desilusión y hastío; pero lo que parece claro es que Argentina vive un momento histórico. Después de doce años marcados por la cultura política del kirchnerismo, se abre una nueva etapa. Los desafíos no son menores: la crisis económica y política en Brasil, el acelerado descenso de los precios de las materias primas, la inflación y el desfase cambiario. En unas horas, sabremos si hoy se decide quién deberá enfrentar esos retos o si habrá que esperar un mes más, hasta la resolución en ballotage, para saber quién será el próximo presidente argentino.

* A pedido de los entrevistados, los protagonistas de esta crónica han sido designados con pseudónimos.

A sus 30 años, la argentina Eva da Silva es peronista, kirchnerista y activa militante de La Cámpora, una organización política que agrupa a los jóvenes entusiastas de eso que llaman el “proyecto nacional y popular”, esto es, el conjunto de políticas que durante los últimos doce años desarrollaron Néstor Kirchner (2003-2007) y su esposa, Cristina Fernández (2007-2015). Tres legislaturas después, el kirchnerismo es una corriente dentro del peronismo, ese movimiento político indescifrable, por amplio y camaleónico, que desde los años 40 del siglo pasado funciona como organizador del imaginario político de la Argentina. Los kirchneristas son peronistas, pero no todos los peronistas son kirchneristas; el peronismo es un paraguas amplio que puede albergar tanto a un Kirchner que clama contra el imperialismo y se enfrenta con los fondos buitre, como a un Carlos Menem que, en los años 90, implementó obediente las políticas de ajuste que imponía el Consenso de Washington. Difícil de entender desde fuera, y también desde dentro.

Mauricio Macri
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