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Héroes españoles que salvan vidas
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'EL CONFIDENCIAL' EN AFGANISTÁN: EL TRABAJO DE LOS MILITARES EN EL HOSPITAL DE HERAT

Héroes españoles que salvan vidas

Los RG-31 aparcados ante los barracones de Qala I Naw resultan inquietantes a la débil luz de la luna, monstruos de metal que podrían despertar súbitamente. Imposible dormir;

Foto: Héroes españoles que salvan vidas
Héroes españoles que salvan vidas

Los RG-31 aparcados ante los barracones de Qala I Naw resultan inquietantes a la débil luz de la luna, monstruos de metal que podrían despertar súbitamente. Imposible dormir; la tensión de la jornada ha vencido al cansancio. Dos periodistas fuman un cigarro tras otro a la puerta del Barracón Burgos mientras intercambian impresiones. La llamada del muecín a la primera oración del día, que asciende por las colinas hasta la base, tampoco ayuda.

Aquí amanece a las 4:30 de la madrugada, demasiado tarde para quien ha pasado la noche en vela y tiene prohibido deambular por las instalaciones. En pequeños grupos o en solitario, los soldados corren por la carretera que rodea los límites de la base, pegada literalmente al Este con el barrio pastún de Qala I Naw. Sólo dos horas más tarde el sol muestra una fuerza desconocida, anunciando un calor por venir que golpeará sin piedad durante la jornada.

Después de un rápido desayuno, el oficial encargado de supervisar los movimientos de la prensa nos reúne. Cruzamos la pista de Qala I Naw por última vez, la misma que separa la ciudad del mísero barrio pastún de casuchas de adobe. Subimos a un Hércules con destino a Herat junto al almirante García Sánchez y un nutrido grupo de generales. En total, unas 20 personas, a las que acompaña una escolta del Ejército del Aire con aspecto de haber tragado mucha misión. En los laterales del Hércules se apostan dos observadores, encargados de alertar a los pilotos si perciben que un proyectil se acerca al avión; desde cabina lanzarán dos bengalas cuyo calor debe desviar el proyectil.       

Herat, el inicio del regreso a casa

Hemos llegado a Herat, en la provincia de Baghdis, al suroeste de Afganistán, la base escogida como centro neurálgico para la vuelta a casa de los militares españoles y la compleja repatriación de todo su material. Fue levantada hace años en medio de una llanura marciana donde el polvo es inmisericorde y tenaz, cegador cuando las aeronaves lo avivan, y el calor te aplasta contra el suelo; unos muros de tierra coronados por alambre de espino y sacos terrenos marcan sus fronteras. En el interior, bloques blancos de hormigón protegen los edificios más transitados, como el comedor o el enorme gimnasio, aquellos en los que suelen reunirse más hombres, y entre ellos aparece, de cuando en cuando, un refugio anticohetes.

Es, en definitiva, una inmensa “burbuja”, advierte un militar, en la que casi 400 españoles conviven por separado con más de un millar de italianos y algunos estadounidenses, lituanos, albaneses… “Burbuja” porque ahí fuera, tras los muros de la Base Avanzada de Apoyo, hay tiros todos los días. Hace casi dos años que los talibanes no atacan el complejo con cohetes, aunque recientemente lanzaron a sus hombres bomba suicidas contra la población de mismo nombre que hay a pocos kilómetros y contra Camp Stone, a siete km, donde están desplegadas fuerzas norteamericanas de la ISAF.

Refugiado en el interior de la base y a la vez muy partícipe en la lucha contra la insurgencia está el Hospital Role 2E, uno de los mayores logros de la misión española y punto de visita obligada. Se comenzó a construir en 2004, tiene dos quirófanos totalmente equipados y atiende a heridos españoles, estadounidenses y de la Policía y el Ejército afganos. También, en ocasiones, casos especiales de civiles, asegura a este diario un miembro de su equipo, un trato que los habitantes de la población cercana valoran mucho. Desde que terminó el invierno y los talibanes iniciaron, como cada año, sus ofensivas de primavera, nunca falta trabajo. “Ahora la cosa se calienta. Hay más IED's (artefactos explosivos improvisados) y la Policía afgana se lleva la peor parte. No se dice porque hay que ser políticamente correctos, pero la verdad es que, para los afganos, los efectos de los IED's son terribles”, cuenta, bajo condición de anonimato.

Ya fuera del centro sanitario, donde el sol derrite las piedras, un oficial de trato agradable y con ganas de charla lo confirma: los soldados afganos son carne de cañón porque “la insurgencia ha aprendido. Sabe que el blindaje de nuestros vehículos es muy superior, que puede provocar muchos más muertos con un ataque contra la Policía o la ANA (Afghan National Forces). Cree que puede causar tantas bajas que, al final, dejen de luchar”.  

Dado que los afganos no tienen gente con los conocimientos necesarios ni dinero para mantener los quirófanos en funcionamiento, el futuro del hospital depende del número de españoles que permanezcan en Herat más allá de 2014, tras la retirada del grueso de las tropas, algo aún por determinar, explica a El Confidencial el secretario de Estado de Defensa, Pedro Argüelles, de visita en la base tras reunirse en Kabul con los ministros afganos de Defensa y Transporte.

Mantener el control del aeropuerto

El plan inicial consiste en mantener el control del centro sanitario y del aeropuerto de Herat (de gran importancia estratégica porque acoge vuelos internacionales y porque la comunicación por avión será esencial en este país de orografía imposible) con un pequeño contingente; el objetivo: no echar por tierra todo el esfuerzo económico y, sobre todo, en vidas (más de 100 militares españoles han caído en el país). Pero, como suelen decir ellos, “esto es Afganistán. Así que cuando puedas comer, come, cuando puedas dormir, duerme, y cuando puedas ducharte, dúchate, porque aquí las cosas nunca salen como las habías programado”. 

Antes de abandonar la zona del hospital, un Toyota civil rojo se detiene a escasos metros de la puerta, a las sombra de un container reconvertido en oficina o almacén. Dos tipos enormes de pobladas barbas se bajan hablando en voz alta. No hay duda, son americanos. Tienen la clásica pinta de una especie que se ha hecho famosa desde las Guerra de Iraq: los mercenarios de la seguridad privada. Visten gorras, pantalones caquis y camisetas anchas que apenas disimulan sus músculos de jugador de rugby.

Despiertan cierto desprecio, tal vez porque EEUU ha entregado 23.000 millones de dólares a los contratistas del Pentágono desde el año 2002. Las empresas ocupan las bases estadounidenses; son, por el momento, las únicas ganadoras de esta guerra. Hasta el punto de que el Congreso USA ha estimado el gasto medio por soldado, al que colman de antojos, y año en Afganistán en 680.000 dólares. El periodista pregunta a un militar español que pasa por el lugar y este sonríe con sorna ante la ignorancia del novato: “Esos son de Inteligencia, ya no hay seguridad privada en la bases. Aquello se acabó”. Unas par de frases más tarde le invita a dar un paseo para conocer la base.             

Los RG-31 aparcados ante los barracones de Qala I Naw resultan inquietantes a la débil luz de la luna, monstruos de metal que podrían despertar súbitamente. Imposible dormir; la tensión de la jornada ha vencido al cansancio. Dos periodistas fuman un cigarro tras otro a la puerta del Barracón Burgos mientras intercambian impresiones. La llamada del muecín a la primera oración del día, que asciende por las colinas hasta la base, tampoco ayuda.