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De la fortuna al suicidio: ascenso y caída de los oligarcas rusos
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LA MUERTE DEL PODEROSO BEREZOVSKI PONE EL FOCO SOBRE EL FENÓMENO

De la fortuna al suicidio: ascenso y caída de los oligarcas rusos

Todos ustedes recordarán esta imagen. Mijaíl

Foto: De la fortuna al suicidio: ascenso y caída de los oligarcas rusos
De la fortuna al suicidio: ascenso y caída de los oligarcas rusos

Todos ustedes recordarán esta imagen. Mijaíl Jodorkovski, dueño de Yukos, la mayor petrolera de Rusia, aguarda tras los barrotes a que un tribunal dicte su condena. El hombre más rico del país en 2004, con una fortuna estimada en 15.000 millones de dólares, ha perdido su imperio a manos de Vladimir Putin tras haber financiado a la oposición. Acusado de haber robado al Estado miles de milllones de rublos, acabará cumpliendo 14 años en la cárcel de Krasnokámensk, en Siberia. Únicamente su condición de gran capo entre los llamados oligarcas, de prominente personaje público, le permitirá salvar la vida. Su segundo correrá peor suerte: morirá de Sida en prisión.

Jodorovski es el ángel caído de los oligarcas rusos, el grupo de jovenes emprendedores capitalistas que nació e hizo fortuna al calor de la perestroika (la reconstrucción). Con las fábricas soviéticas al borde del colapso y en pelna voragine de privatizaciones, estos empresarios, algunos menores de 30 años, se adueñaron de las joyas de la corona en Rusia, las mayores empresas propietarias de todas las materias primas del país. Después, a través de la banca y los medios, se hicieron inmensamente ricos. Mijail Chernoi, por ejemplo, actualmente perseguido por la Interpol y refugiado desde 1994 en Israel, llegó a controlar el 80% del aluminio producido en Rusia. Con él, Oleg Deripaska, Mikhail Prokhorov, Vladimir Gussinski… y, por encima de todos, Boris Berezovsky, el vendendor de coches que llegó a ser apodado “la materia gris del Kremlin”. El supuesto suicidio esta semana en Inglaterra de este férreo opositor a Putin ha vuelto a poner el foco sobre el fenómeno de los oligarcas rusos, y sus vidas de fulgurante ascenso y trágica caída. 

Fue uno de los guardaespaldas de Berezovsky, un antiguo agente del Mossad, quien le encontró muerto en el baño de su casa en Ascot, en la campiña inglesa que se extiende hacia el sur desde Londres. Supuestamente, se ahorcó. Aunque la Policía británica ha calificado de "inexplicable" la muerte y no ha encontrado pruebas de que otra persona estuviera "implicada", sus amigos agitan la teoría del asesinato. No resulta descabellado: el empresario había sobrevivido a varios atentados, incluido una bomba contra su coche en 1994 en Moscú que decapitó a su chófer. 

"Boris era un luchador y el suicidio no estaba en su ADN. Fue estrangulado. O lo hizo él mismo o alguien le ayudó. (Pero) no creo que fuera un suicidio. Esta no es una muerte normal", contaba esta semana al Guardian Nikolai Glushkov, exsubdirector de Aeroflot y amigo personal de Berezovski. Al igual que su amigo en el año 2000, Glushkov emigró desde Rusia al Reino Unido. Por aquel entonces Berezovsky se había enemistado con Putin -a quien ayudó en un principio a llegar Kremlin- después de que éste intentase elevar la recaudación del Estado aumentando la carga fiscal sobre los oligarcas. Berezovsky, como Jodorkovsky, perdió la guerra: terminó siendo considerado “un criminal fugado” en Rusia y, desde su exilió británico, se convirtió en uno de los más feroces (y más ricos) opositores al Gobierno de Putin.

La traición de los ‘delfines’

La historia de los oligarcas se escribe con un reguero de asesinatos y luchas fraticidas, a muerte o en los tribunales. De hecho, fue el protegido de Berezovski, un empresario que con apenas 29 años se hizo con la petrolera Sibneft por sólo 100 millones de dólares llamado Roman Abramovich, quien dio la puntilla al capo en desgracia. Berezovsky atravesaba actualmente graves dificultades económicas tras perder en 2012 un largo proceso legal contra su antiguo amigo y aliado, ahora un poderoso oligarca y propietario del Chelsea, después de afrontar unas deudas de legales de 117 millones de euros. Había acusado a Abramovich de “intimidarle” para que vendiera sus acciones en Sibneft por una “fracción” de su valor real, acusación que rechazó el Tribunal Comercial de Londres. El proceso hundió la reputación de este exmatemático meses después de que su exmujer le abandonase después de protagonizar uno de los divorcios más costosos de la historia de Reino Unido.

Berezovsky se hizo millonario gracias a su habilidad para entrelazar negocios y política. Tras la desintegración de la URSS, erigió uno de los mayores y más diversificados imperios empresariales de Rusia, con intereses en petroleras y medios de comunicación. En medio de la carestía absoluta del final del comunismo, Berezovsky comprendió que el ciudadano soviético de a pie soñaba con dos cosas: un coche y un piso, así que puso en marcha el negocio automovilístico en el país. Amasó un fortuna comprando al Gobierno coches destinados a la exportación que vendía a los rusos a un precio más alto y aprovechó dichas ganancias para obtener influencia política adquiriendo medios. Cuando los rojos amenazaban con llegar al Kremlin en las elecciones de 1996, se lanzó junto, a otros oligarcas, a la arena política. Los empresarios se hicieron cargo de la campaña de Boris Yeltsin a cambio de obtener representación en su gobierno. Gracias a su control de los medios y al aluvión de millones gastados en la campaña, Yeltsin remontó una intención de voto inferior al 10% y retuvo la presidencia. Y su socio Berezovsky rozó la cima de su carrera. 

"Nunca he negado que, para una persona rica en Rusia, una inversión en política lo vale todo.(...) Nunca he considerado los medios como un negocio comercial, los veía como una poderosa arma política para la lucha que nos esperaba", dijo en una entrevista. En la cúspide de su poder, Berezovsky se propuso privatizar la televisión del Estado para mantener su dominio de la escena mediática, que le disputaba Gussinski. Aquello era como privatizar la Plaza Roja. Pero a finales de 1994, el empresario se hizo con la televisión pública por una modesta suma, unos millones de dólares. Después de su meteórico ascenso, se convirtió en segundo de la seguridad del Kremlin y entró a formar parte de la "familia", como a él le gustaba llamarle, de Yeltsin. Hasta que el cambio de aires que trajo Putin acabó con su buena estrella. “Ninguno (de estos oligarcas) llegó a ser tan poderoso como Berezovsky. Fue el único que intentó derribar a Putin, es un caso único en cierto modo. El resto de la élite empresarial rusa tomó buena nota de lo que le sucedió”, explica Javier Morales, experto en Rusia y Miembro Asociado Senior de St. Antony’s College, de la Universidad de Oxford.

En la investigación sobre el "suicidio" de Berezovsky que ha abierto la Policía británica se escucharán testimonios para averiguar las causas de su muerte, para luego postergar el asunto hasta que se pueda llevar a cabo un interrogatorio más amplio. Tal vez determine que el repentino final del empresario está directamente relacionado con la guerra sucia por el poder que siempre han mantenido los oligarcas. “Hay dos niveles, los padrinos, como Berezovsky, que defienden a los oligarcas, a los ahijados que tienen la propiedad de los negocios, como Abramovich. Los juicios de Londres destaparon todo el entramado: los padrinos pedían más dinero. Cuando Berezovsky se va a Gran Bretaña, Abramovich compra (Sibneft).”, cuenta Marc Garrigasait, analista de Cotizalia. "La lista de oligarcas caídos en desgracia es larga. El mayor ejemplo es Jodorkovsky, que cayó en desgracia por atreverse a no salir del país (cuando se enfrentó con Putin) y todas sus empresas le fueron arrebatadas. Berezovsky o Chernoi, padrino del joven oligarca Deripaska, con quien acabó enfrentándose en juicio, son otros ejemplos. Prokhorov se marchó a EEUU para evitar riesgos. Son empresarios que han comprado equipos, que son inversiones ruinosas, para salvar la vida". ¿Y Abramovich? Cuando se habla de Abramovich salen a relucir asesinatos por doquier... "dicen que utilizó el asesinato para construir su imperio”.