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Merkel toma las riendas para evitar la defunción de la UE
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TRATA DE CAPEAR EL COLAPSO FINANCIERO

Merkel toma las riendas para evitar la defunción de la UE

Más Europa o ¡Crash… Europa! Esa es la cuestión. Un dilema que deja a la canciller alemana, Angela Merkel, sola ante el peligro. Ni siquiera su

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Merkel toma las riendas para evitar la defunción de la UE

Más Europa o ¡Crash… Europa! Esa es la cuestión. Un dilema que deja a la canciller alemana, Angela Merkel, sola ante el peligro. Ni siquiera su compañero de baile, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, está en condiciones de seguir su estela en estos días cruciales hasta la cumbre europea del 9 de diciembre. Porque la segunda economía del euro ha visto cómo sus mayores niveles de deuda y gasto públicos, sus menores ratios de exportación y la peor calidad de los activos limpios y sus rampantes costes de financiación de su proceso de recapitalización bancaria, le han relegado, en las últimas semanas de fulgurante tensión en los mercados y desencuentros manifiestos entre las delegaciones diplomáticas de los socios de la unión monetaria, a un estatus testimonial respecto a la locomotora germana. Hasta el punto de que será Berlín, en solitario, la que ejerza el indiscutible liderazgo en la reordenación de la futura, necesaria y urgente política de armonización económica del euro. O, lo que es lo mismo, Merkel se erige en la única voz europea capaz de salvar la divisa europea.  

Pero, ¿posee la canciller alemana un road-map claro para sortear el colapso financiero del euro? Y, si es así, ¿sabe realmente lo que quiere y hacia dónde dirigirá los destinos del área monetaria? A estas cuestiones se suma otro interrogante todavía de más largo alcance: en caso de que desaparezca el euro, ¿pervivirá la Unión Europea?

Varios son los factores que han intervenido en la formación de esta Madre de todas las batallas que se librará en el Viejo Continente y que ha puesto en tela de juicio la propia existencia de la Unión. Entre otros, la escasa asunción, por parte de los socios, de los acuerdos labrados en las trascendentales y reiteradas citas del Ecofin desde julio, una circunstancia criticada, incluso, por el nuevo jerarca del BCE, Mario Draghi. Asociado a éste, el fenómeno de que, virtualmente, la deuda de toda la eurozona se comercialice en función del bono alemán, lo que ha hecho que las emisiones del Tesoro holandés sean más propensos a la suspensión de pagos que el bund germano, pese a que su ratio de endeudamiento sea casi un 20% inferior al del servicio de la deuda alemana; y a pesar de que el papel alemán haya experimentado ya la ansiedad de los mercados.

Una tercera señal de este riesgo de desintegración del armazón europeo es la admisión de la opción de quiebra del euro que se ha escuchado entre los operadores del mercado y la dirección financiera de no pocas empresas, que ya han hecho simulacros de recuperar sus cuentas de resultados en antiguas monedas nacionales. Y, en cuarto lugar, la pérdida de peso de Francia ante el súbito debilitamiento de su economía y sus finanzas públicas.   

Jean Pisan-Ferry, director del Instituto Bruegel, considera que la Alemania de Merkel se encuentra en una encrucijada similar a la que se enfrentó Helmut Kohl a finales de la década de los ochenta, cuando el Bundesbank diseñó la política monetaria para el resto del continente y que, con el tiempo, germinó con el nacimiento del euro. Ahora, explica Pisan-Ferry, Berlín “tiene todavía más motivos para fortalecer el dominio económico de Europa que ideó Kohl bajo la influencia de Alemania”. Básicamente, porque “asumiría gran parte del coste de los más de 6 billones de activos extranjeros denominados en euros, la mayoría de los cuales serían reclamaciones a socios monetarios, en caso de fragmentación de la moneda única”, bien porque “sus hasta ahora aliados del euro se vean obligados a asumir divisas más débiles o porque los acreedores foráneos dirijan a sus deudas soberanas a la bancarrota”.

Bajo tal hipótesis, además, “el sector exterior alemán, motor de su dinamismo, quedaría expuesto a la inevitable apreciación del euro” respecto a la irrupción de las viejas monedas europeas, aclara. Por eso, -avisa- “es la hora de Alemania”, a la que aconseja, sin embargo, que evite la tentación de exigir medidas unilaterales. A su juicio, Merkel puede reclamar mayor integración tributaria, laboral y económica para ganar competitividad e inyectar en el área los rigores de la estabilidad presupuestaria y salvar así el euro; pero a cambio de aplicar solidaridad, una vez asentado legal o constitucionalmente este control fiscal, y dar el visto bueno, por ejemplo, a la creación de los eurobonos.

Brecha en el eje franco-alemán

La alarmante pérdida de influencia de Sarkozy en los prolegómenos de la cita europea de jefes de Estado y de Gobierno tiene en buena parte que ver con los eurobonos. París mantiene férrea su postura de incluir este instrumento financiero en la remodelación de los tratados en ciernes, “pese a que admite que sólo tiene sentido si la zona alcanza una sólida disciplina presupuestaria” con sanciones a países incumplidores, asegura Charles Grant, director de otro think-tank paneuropeo, el Center for European Reform (CER). Un asunto que también deja traslucir un nítido enfrentamiento dialéctico entre varios dirigentes europeos, como recuerda Richard Cochinos, estratega de Bank of America Merrill Lynch: “El presidente de la Comisión, Durao Barroso, ve los eurobonos como un “tremendo beneficio”, mientras Merkel cree que “ni son necesarios ni apropiados” y González-Páramo, representante español en el Consejo Ejecutivo del BCE, lo considera una clara alternativa “para el futuro, sin duda alguna”.

Grant también aprecia un mayor distanciamiento del eje franco-alemán en la persistente idea de Sarkozy de constituir un Fondo Monetario Europeo, especie de FMI continental que acuda al auxilio preventivo de los socios en dificultades, configurado con la titubeante dotación del Mecanismo de Estabilidad Europeo, fórmula que eludiría, a los ojos del actual inquilino del Elíseo, la negativa de la canciller a eliminar el impedimento estatutario del BCE de operar en los mercados para comprar deudas nacionales. 

El juego está a punto de concluir 

“El final del juego se aproxima”. Así de convincente se declara Desmond Supple, del banco inversor Nomura, ante la cita de jefes de Estado y de Gobierno europeos. Supple aduce para justificar este alarmante corolario “la combinación especialmente tóxica” para los activos financieros del riesgo de crisis asimétrica y la debilidad de la economía. Precisamente el temor que manifiesta también Jean-Michel Six, economista jefe de Standard & Poor’s, quien se aventura a proclamar “la vuelta a la recesión” de Europa, con la entrada en números rojos de España, Portugal y Grecia, y el aterrizaje de socios del núcleo continental, como Alemania –que apenas crecerá seis décimas- en 2012, o Francia, cuyo PIB aumentará medio punto, por los esfuerzos para corregir las balanzas por cuenta corriente, la prioridad por atender las embestidas de los pagos de la deuda y la pérdida de vigor del comercio mundial. Six juzga inevitable rebajas de tipos del BCE “en diciembre o enero”.        

George Friedman, consejero delegado de Stratfor, consultora de inteligencia, va todavía más allá de estos planteamiento económicos y precisa que “la pregunta, dramática, es si el proyecto europeo sobrevivirá tras la crisis financiera”, después de una generación de políticos “emocionalmente comprometidos con la idea de Europa” y que ahora observan  cómo el entramado institucional e ideológico que lo ha sustentado parece desmoronarse con la súbita salida de jefes de Gobierno como Papandreu o Berlusconi, o la reticencia de los líderes europeos a la convocatoria de un referéndum en Grecia para consultar la opinión popular sobre la permanencia de este país en la zona del euro. Para Friedman, “si en Europa se percibe que su caída el consecuencia del fracaso de su elite política en su intento de preservar sus intereses económicos y su posición, entonces, la hasta ahora robusta idea de la construcción europea se desmoronará y perderá todo respaldo social”.

Se trata de que los dirigentes europeos “sepan mantener su legitimidad” en la gestión de las embestidas de los mercados por su elevada deuda. En su opinión, esta crisis de soberanía y de identidad cultural europea también se ha instalado en la otra orilla del Atlántico, con la salvedad de que EEUU, en este caso, dispone de más bagaje ya que  sus instituciones no son de reciente creación. Friedman concluye comparativa señalando que “lo viejo que no funciona genera problemas”, que acaban resolviéndose, mientras que, por contra, lo nuevo que deja de operar, resulta peligroso”. Y, en el caso europeo, “la magnitud de sus riesgos trascienden de lo meramente financiero”.   

Más Europa o ¡Crash… Europa! Esa es la cuestión. Un dilema que deja a la canciller alemana, Angela Merkel, sola ante el peligro. Ni siquiera su compañero de baile, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, está en condiciones de seguir su estela en estos días cruciales hasta la cumbre europea del 9 de diciembre. Porque la segunda economía del euro ha visto cómo sus mayores niveles de deuda y gasto públicos, sus menores ratios de exportación y la peor calidad de los activos limpios y sus rampantes costes de financiación de su proceso de recapitalización bancaria, le han relegado, en las últimas semanas de fulgurante tensión en los mercados y desencuentros manifiestos entre las delegaciones diplomáticas de los socios de la unión monetaria, a un estatus testimonial respecto a la locomotora germana. Hasta el punto de que será Berlín, en solitario, la que ejerza el indiscutible liderazgo en la reordenación de la futura, necesaria y urgente política de armonización económica del euro. O, lo que es lo mismo, Merkel se erige en la única voz europea capaz de salvar la divisa europea.  

Angela Merkel