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¿Quién gobierna realmente el mundo?
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OCCIDENTE TEME A LOS PAÍSES BRIC

¿Quién gobierna realmente el mundo?

Según algunas versiones, probablemente las más populares, el mundo está dominado por un puñado de personas poderosas que se encuentran periódicamente alrededor de una mesa para

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¿Quién gobierna realmente el mundo?

Según algunas versiones, probablemente las más populares, el mundo está dominado por un puñado de personas poderosas que se encuentran periódicamente alrededor de una mesa para trazar los planes que después ejecutarán los actores institucionales. Para otros, el poder consiste en la capacidad de influir sobre los demás, y esa posibilidad sólo está en manos hoy de las grandes instituciones financieras y de las empresas transnacionales, cuya acción tiende a configurar las decisiones políticas. Una tercera versión cree que el mundo está regido por los dirigentes de los países más importantes que, salvo excepciones como China y Rusia, son democráticamente elegidos, pero cuya escasa capacidad para ponerse de acuerdo, en tanto cada uno de ellos persigue intereses nacionales, explican las disfunciones de nuestras sociedades. Para la mayoría de los expertos, sin embargo, ninguno de estos modelos es el imperante. Vivimos en un entorno cada vez más complejo, lo que hace que la gobernabilidad mundial tenga muchas más aristas que en el pasado.

Como señala Antonio Alonso, profesor de política exterior de España de la Universidad CEU San Pablo, el poder no tiene que ver con un pequeño grupo de personas que se reúne y toma decisiones, ya que “el mundo no es tan fácil de controlar, hay demasiados actores operando como para gobernarlos a todos. Podemos pensar en dos o tres líderes mundiales que marcan la pauta en las relaciones internacionales, como ocurre con el presidente de los EEUU, pero ni siquiera ellos pueden dar órdenes que todos los demás cumplirán. Además, hablamos de líderes influidos por sus grupos de presión, que han de conciliar numerosos intereses, y que a menudo no toman las decisiones que querrían”.

Además, esa vinculación que tenían los políticos con el territorio en el que ejercían su poder es ya mucho más difusa. Así, como afirma el historiador y sociólogo Emmanuel Todd en Después de la democracia (Editorial Akal), si los comunistas chinos ponen su mano de obra a trabajar para las multinacionales occidentales, también funcionan en cierta medida como nuestros dirigentes, en tanto decisiones suyas provocan consecuencias en nuestros territorios. Igualmente, los gobernantes nacionales no siempre pueden llevar a cabo las políticas que prefieren en su mismo país: puede que Zapatero sea el presidente del Gobierno de España, pero las reformas que está llevando a cabo le están siendo impuestas por los mercados financieros y por la UE. Ambos ejemplos, son señal, afirma Manuel Escudero, director de Deusto Business School, “de que hemos alcanzado un nivel de interrelación que no ha tenido parangón en toda la historia de la humanidad. Y este sistema de interconexión demanda un tipo de gestión diferente del pasado, más eficaz e inteligente”.

Sin embargo, no acertamos a ver quiénes pueden llevar a cabo esas acciones. En la época de la Guerra Fría, el poder podía ser identificado en las personas que estaban al frente de los regímenes políticos. Hoy, sin embargo, no podemos identificarlo tan claramente, “porque podemos hablar de Obama o de Putin, de Sarkozy o de Merkel, pero también hemos de pensar en Bill Gates, en Warren Buffett, o en George Soros, en personas como Mohamed Yunus o en activistas como Julian Assange. Todos ellos, en distinta medida, comparten el poder, porque la gestión de las sociedades no se produce hoy sólo en la esfera de la política, sino que se trata de un esfuerzo concertado entre la sociedad, la economía y la política. Y aun cuando ésta siga siendo la reina, la estructura de la legitimidad está repartida entre Estados, economía y sociedad”.

Estamos en un momento de transición, afirma Escudero, ya que todavía no ha llegado el nuevo mundo pero tampoco se ha marchado el viejo. “En veinte años hemos visto el mundo cambiar tres veces. La caída del Muro de Berlín transformó por completo la política de bloques. Pasamos entonces a un sistema unilateral con una potencia hegemónica, Estados Unidos, y ahora nos estamos dirigiendo, sin haber llegado todavía, hacia un sistema multipolar y multilateral”. Según Escudero, que en el mundo existan diversos polos de poder (Europa, Estados Unidos, BRIC, etcétera) no ha generado todavía el régimen multilateral que podríamos esperar.

El peso de las empresas

En este nuevo entorno, la geoestrategia está perdiendo peso en la misma medida en que lo está ganando la macroeconomía, lo que está dando lugar a batallas encarnizadas por posicionarse en el nuevo marco mundial. Además, ese desplazamiento nos señala cómo las empresas (financieras y no financieras) tienen cada vez más peso en el gobierno global. Debido a la mundialización y la revolución tecnológica, asegura Escudero, ha habido un trasvase de poder de la política a la empresa. “A comienzos de esta década, WalMart era una unidad económica más importante que 161 países, Mitsubishi era mayor que Indonesia, General Motors mayor que Dinamarca y Toyota mayor que Noruega. Esta situación radicalmente nueva nos lleva a pensar que son las empresas están decidiendo el destino del mundo. Pero no es así: son un actor más dentro de un mundo multipolar”.

Lo peculiar es que, como afirma Alonso, en ese entorno de poderes fragmentados, de empresas y mercados financieros de dimensiones globales, “los grandes Estados están adquiriendo mayor relevancia. Aun cuando existan multitud de centros de poder, quienes deciden las cosas siguen siendo los Estados. Las multinacionales son influyentes y poderosas, pero continúan buscando los favores de los Estados. Ellos son todavía los que deciden”.

Quizá por ello las estructuras políticas nacionales estén priorizándose hoy en detrimento de las organizaciones multilaterales. En buena medida, señala Jesús Rafael Argumosa, General de División y jefe del área internacional del Grupo Atenea, porque las reticencias a perder poder sus muy fuertes. “Las superpotencias no quieren trasladar las decisiones importantes a ámbitos supranacionales, porque eso supone disminuir su capacidad de acción. En el mundo, al final, el poder que queda es el de las grandes potencias”.

Un tablero cada vez más complejo

En este orden, estamos viendo cómo el mapa está reestructurándose, pasando de aquellos dos bloques de la Guerra Fría a un contexto múltiple en el que están surgiendo nuevos e inesperados actores. Así, Sudáfrica, Turquía o México están entre la segunda oleada de países emergentes, mientras que los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) se han configurado ya como potencias actuales, convirtiendo el terreno de juego global en un tablero cada vez más complejo.

“China está cortejando a Estados Unidos, de modo que Rusia está haciendo lo mismo con India. Los chinos, además, tienen un peso fundamental en África y los rusos están entrando muy rápidamente en Iberoamérica”, asegura Argumosa, señalando los movimientos estratégicos de jugadores que cuentan cada vez con más peso.

El problema llegará, asegura Argumosa, en la medida en que los países BRIC sean capaces de complementarse. “Esta nueva geopolítica es singular, porque en la Guerra Fría estaba todo separado, había unas fronteras y unas influencias, desde Marruecos hasta Indonesia, que aparecían evidentes cuando se miraba el mapa”. Hoy, por el contrario, existen varios factores como son el poder militar, la economía, la demografía, la tecnología y la diplomacia, que complementan al poder político. “Rusia tiene recursos naturales y poder nuclear, los brasileños son la despensa de Europa, cuentan con recursos naturales y liderazgo regional, China tiene 1.200 millones de población e India juega muy fuerte con la tecnología. Si el BRIC se coordina, poniendo en relación los factores con los que cuenta, pueden crear un gran poder mundial. Hay que tener en cuenta que las estructuras supranacionales son complejas, y en la OTAN o en la UE somos muchos, mientras que ellos son solo cuatro y se pueden poner fácilmente de acuerdo”.

En la medida en que operan en nuestra cotidianeidad estos nuevos centros de poder, que van desde los extraterritoriales, como las empresas, hasta los nacionales, como el BRIC, pasando por los transversales, como los terroristas, hacen falta también nuevos gestores globales que puedan poner coto a los riesgos. Y es justo lo que parece faltarnos. Como afirma Escudero, “por mucho que Estados Unidos sea la potencia hegemónica y lo vaya a ser durante mucho tiempo, no podemos pensar en el gobierno estadounidense como en el gestor global. Problemas como el cambio climático, el de la escasez de agua o el de la seguridad alimentaria no van a ser resueltos ni por un país ni por una empresa ni por una sola potencia”.

Según algunas versiones, probablemente las más populares, el mundo está dominado por un puñado de personas poderosas que se encuentran periódicamente alrededor de una mesa para trazar los planes que después ejecutarán los actores institucionales. Para otros, el poder consiste en la capacidad de influir sobre los demás, y esa posibilidad sólo está en manos hoy de las grandes instituciones financieras y de las empresas transnacionales, cuya acción tiende a configurar las decisiones políticas. Una tercera versión cree que el mundo está regido por los dirigentes de los países más importantes que, salvo excepciones como China y Rusia, son democráticamente elegidos, pero cuya escasa capacidad para ponerse de acuerdo, en tanto cada uno de ellos persigue intereses nacionales, explican las disfunciones de nuestras sociedades. Para la mayoría de los expertos, sin embargo, ninguno de estos modelos es el imperante. Vivimos en un entorno cada vez más complejo, lo que hace que la gobernabilidad mundial tenga muchas más aristas que en el pasado.

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