Aunque parezca mentira, las fuerzas aéreas de los ejércitos en medio mundo utilizan aún aviones que fueron diseñados en plena década de los 40 y echaron a volar a mediados de los 50. Es decir, en plena Guerra Fría. El mejor ejemplo de estas reliquias de combate tal vez sea el B-52 Stratofortress, un gigantesco bombardero de más de 56 metros de envergadura aún en servicio por la 'US Air Force' desde 1955.
Las continuas mejoras, actualizaciones y variantes que se han introducido en estos aviones, como el Mig-17, el ruso Tu-95 o el estadounidense U-2, han logrado que continuen hoy en día en servicio con un nivel de rendimiento y fiabilidad admirables. Por supuesto no son equiparables a los cazas y bombarderos modernos. Lo comprobamos justo esta semana con el derribo del bombardero ruso Su-24 a cargo de dos F-16 turcos. La ausencia de equipamiento electrónico moderno, imposible de utilizar en este aparato por puras razones estructurales y de diseño, dejó al Su-24 a merced de la superioridad tecnológica de los F-16.
Frente a los aviones de los años 50, los nuevos cazas de 5ª generación prometen avances nunca vistos hasta ahora en combate aéreo. Un buen ejemplo es el F-35 Lightning II. Su diseño, fabricación y primeros vuelos de prueba han estado plagados de fallos e imprevistos, pero integra impresionantes sistemas como visión de los pilotos en 360º a través de cascos especiales (y muy caros, más de 400.000 dólares la unidad) y decenas de sensores capaces de detectar y rastrear el lanzamiento de misiles enemigos a kilómetros de distancia. Pasado y presente se cruzan en el aire.