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Los parados del INEM también tienen una pregunta para Zapatero
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Los parados del INEM también tienen una pregunta para Zapatero

“¿Que nosotros le quitamos el sueño?·, ·¿y cómo saldremos de ésta?”, “¿por qué no avisó antes?”, “confiar, ¿en quién, en él?”, “¿y qué pasará cuando se me

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Los parados del INEM también tienen una pregunta para Zapatero

“¿Que nosotros le quitamos el sueño?, ¿y cómo saldremos de ésta?”, “¿por qué no avisó antes?”, “confiar, ¿en quién, en él?”, “¿y qué pasará cuando se me agote la prestación social?”. Más de un desempleado español hubiera pagado por coger el micrófono el lunes por la noche y haberle sacado los colores al Presidente del Gobierno. Y es que el paro ya ha conquistado el ránking de ser el problema que más quebraderos de cabeza levanta entre los españoles. Las colas del INEM sólo se disipan cuando, a las dos del mediodía, se cuelga el cartel de ‘vuelva usted mañana’. Porque el paro ha llegado y, lo peor, es que dice que ha venido para quedarse una buena temporada.   

 

El agobio de ser “un parado más” pesa demasiado como para poder ocultarlo tras la corbata verde esmeralda y el traje de chaqueta perfectamente conjuntado que luce Juan, un comercial de 56 años que llevaba más de treinta años en el sector.  Económicamente, la situación de desempleo le supone ingresar mil euros menos de los más de dos mil que ganaba. Personalmente, necesita encontrar “algo” para poder acceder a una jubilación medianamente decente en cuatro o cinco años. Y eso que ya tiene solucionada la papeleta de sus tres hijos y la casa en la que viven. “Si los jóvenes lo tienen difícil, imagínese a mi edad”. Juan reprocha a Zapatero que no hubiera avisado antes de la situación que atravesaba el país. “A mí me ofrecieron dos trabajos cuando todavía estaba en activo. Si hubiera sido consciente de la verdadera realidad, me hubiera cambiado sólo para haber aguantado en un trabajo”. Para que España vuelva a resurgir, Juan es de los que opina que se deberían levantar las bases de un Estado que cruzará la frontera de los “cuatro millones de parados, ya lo veremos”, advierte muy confiado. Habla sin tapujos: la única solución viable es “bajar los tipos y obligar a los bancos a conceder créditos”.

Laura llevaba un año trabajando de reponedora en Alcampo de la Vaguada  (Madrid) cuando en noviembre se quedó literalmente en la calle. Los ocho años anteriores que llevaba en España los pasó limpiando varias casas a diario.  “Llegué a ingresar más de 1.500 euros mensuales”. Todos sus ahorros los enviaba a Ecuador, su país de origen, para alimentar a la primogénita que dejó con sus padres antes de aventurarse a venir a España buscando una vida mejor. “Mentira”, se desilusiona más de una vez. Ahora, sobreviven ella, su hija de 17 años y su marido con los 800 euros que él ingresa gracias a un trabajo en una empresa de la construcción que amenaza con cerrar. No sabe cómo podrá pagar la habitación en la que duermen cuando en marzo se le acaben los 400 euros que recibe de subsidio. “Ni siquiera le puedo dar cinco euros a mi hija para que salga a bailar con sus amigas”. Esperarán un poco más. Si el panorama no se despeja, harán las maletas y volverán a Ecuador, de dónde ahora se pregunta si hubiera sido mejor no salir nunca. “Allí tampoco tenemos dinero, pero por lo menos nos sobra el cariño”.

En la misma cola del Inem espera su turno David, un madrileño de 29 años que va a cobrar por primera vez la prestación social. No sabe cuánto dinero va a tener para subsistir ahora, y prefiere no pensarlo. Hizo un ciclo formativo de Químicas, pero toda su carrera profesional la desarrolló como técnico de medio ambiente. Anda un poco perdido y no sabe por dónde empezar a buscar. “En la práctica, sé más de Medio Ambiente que de Químicas, pero el título lo tengo en esta área”. Menea la cabeza. Resopla. “La que se avecina es buena”. Y vuelve a suspirar cuando piensa en cómo va a conseguir que el banco le conceda una hipoteca. Está esperando a que el mes que viene Esperanza Aguirre apruebe el nuevo Plan General de Ordenación Urbana (PGOU). Supuestamente, es cuando podrá acceder a su piso, el que lleva esperando demasiado tiempo como para que se lo aprueben cuando se acaba de quedar en el paro. “No me van a conceder el crédito”, se resigna. Mientras, vive con su madre, “qué remedio”.

Eva no podrá casarse en septiembre si no firma un contrato laboral este trimestre. “Una boda se ha convertido en un capricho demasiado caro si estás en el paro”. Hace cuatro años terminó un ciclo formativo de auxiliar de administrativo; ha pasado por cinco empresas y, entre que salía de una y entraba en otra, no ha pasado ni una semana parada. Su despido fue inesperado, y cruza los dedos para que su futuro esposo no pierda su puesto como informático en una gran empresa de telecomunicaciones. Aún así, pagaban íntegramente con su sueldo la hipoteca del piso que ni siquiera han estrenado. Unos ingresos que, ahora, se reducen a la mitad. “Ya teníamos iglesia para el 19 de septiembre”, pero han echado números y no les cuadra. Tendrán que esperar.

Igual que María, una periodista de 30 años cuyo contrato en un periódico económico nacional caducó en septiembre. No le dieron opción a pasar a formar parte de la plantilla indefinida de uno de los mayores grupos de comunicación en España. Además del título en Periodismo, María cuenta con un Máster en Comunicación y Gestión Política y es diplomada en la Comunidades Europea por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Llevaba desde 2001 trabajando en comunicación, incluidos dos años en la delegación de la CEOE desde Bruselas. Pero ni su currículum la ha salvado de estar en la calle. Pensando en un futuro mejor, cogió la maleta en septiembre y se plantó en Nueva York para quitarse el inglés de encima de una vez por todas. “He tenido que irme al extranjero porque en España es imposible formarse en un idioma. Ni siquiera se puede aprovechar este tiempo de desempleo para seguir ampliando conocimientos”. Superada la crisis de los treinta, este verano María se planteó independizarse en un piso de alquiler con opción a compra. El sueño era posible cuando la respaldaba un sueldo a final de mes. Con una prestación social que expira en junio, no se atrevió a dar el temido paso.

Juan, Laura, David, Eva y María son sólo cinco nombres propios de las 3.207.900 personas que hoy padecen en España un cáncer llamado paro y que no distingue entre edades, sexo, formación ni condición social. Un mal endémico que no entiende de másters, hijos por alimentar ni jubilaciones que asegurar. Ni siquiera le importa que alguien no se pueda comprar el vestido para su boda. Y, lo peor, es que se ha diagnosticado que, de esta enfermedad, se infectarán 800.000 personas más en el país, contagiando así al 19% de la población en 2010. Y esto sólo son las previsiones. Ahora toca apretarse el cinturón y esperar a que los políticos avisen de que ya han inyectado una buena dosis de la confianza que necesita España para empezar a curarse.

“¿Que nosotros le quitamos el sueño?, ¿y cómo saldremos de ésta?”, “¿por qué no avisó antes?”, “confiar, ¿en quién, en él?”, “¿y qué pasará cuando se me agote la prestación social?”. Más de un desempleado español hubiera pagado por coger el micrófono el lunes por la noche y haberle sacado los colores al Presidente del Gobierno. Y es que el paro ya ha conquistado el ránking de ser el problema que más quebraderos de cabeza levanta entre los españoles. Las colas del INEM sólo se disipan cuando, a las dos del mediodía, se cuelga el cartel de ‘vuelva usted mañana’. Porque el paro ha llegado y, lo peor, es que dice que ha venido para quedarse una buena temporada.   

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