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Cierra la librería más antigua de Madrid: “El mundo ha cambiado y Amazon nos ataca”
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Cierra la librería más antigua de Madrid: “El mundo ha cambiado y Amazon nos ataca”

A escasos metros de las tiendas más caras de la Milla de Oro, en el madrileño y opulento barrio de Salamanca, escondida entre las últimas propuestas

Foto: Las dueñas de la tienda (L. F.)
Las dueñas de la tienda (L. F.)

A escasos metros de las tiendas más caras de la Milla de Oro, en el madrileño y opulento barrio de Salamanca, escondida entre las últimas propuestas de las grandes marcas de la moda de lujo, se encuentra la Librería Pérgamo, uno de esos lugares que parece que han estado donde están desde el principio de los tiempos, un símbolo de la vida cultural madrileña que abrió en 1945. Faltaba un año para que se fundara Dior, por poner solo un ejemplo.

Tres cuartos de siglo después, tras convertirse en la librería más antigua de Madrid, echa el cierre. Con un gran cartel rojo que dice “Se alquila” y otro en que pone “Liquidación”, sus dueñas, las hermanas Lourdes y Ana Serrano, cierran un negocio que abrieron sus padres. Sencillamente, no pueden más. “Estamos muy cansadas, y cada vez se vende menos”, asegura la librera Lourdes Serrano, de 79 años.

Pérgamo debe su nombre a la antigua ciudad griega de Pérgamo (actual Turquía), lugar que albergaba la mayor biblioteca de la humanidad hasta que fue desbancada de ese primer puesto por la de Alejandría. “Es una remembranza de aquella gran biblioteca”, recuerda Lourdes Serrano. El nombre lo escogió su padre, Raúl Serrano Vázquez, catedrático de Derecho y fundador de la Juventud Comunista de Aragón, acto por el cual fue represaliado por la dictadura de Franco. Abrir una biblioteca en el corazón de aquella España franquista fue, desde luego, otro acto de rebeldía.

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Sus hijas Lourdes y Ana crecieron entre estanterías de madera de castaño y pino llenas de libros. Con los años, aprendieron el oficio y se consolidaron como la librería del barrio hasta el punto de que, durante muchos años, de Pérgamo pudieron comer cuatro familias.

Pero todo se acaba. “Esto se tenía que producir, como es normal”, cuenta Lourdes, una fuente inagotable de anécdotas que, al igual que su hermana, en estos años ha leído todo lo imaginable y puede que hasta más. Por ello, para cada situación tiene una metáfora. “Estoy muy bien momificada”, dice cuando quiere explicar que se conserva muy bien. Dice la verdad. Ha sido su hermana Ana, de 72, quien desde antes de la pandemia ha tenido la casi imposible misión de intentar convencerla de que era ya tiempo de descansar para ellas. No ha sido tarea fácil: “Me da muchísima pena, estos días he escuchado las cosas más bonitas sobre Pérgamo. La gente dice que era el índice de cultura del barrio, cosa que es cierta”, asegura Lourdes.

La terminaron de convencer un año pandémico en que no se atrevieron casi a abrir por miedo al contagio y el cambio en los hábitos de los lectores. En concreto, el comercio electrónico y unas nuevas generaciones de lectores acostumbrados a pedir los libros por internet han dado la puntilla al negocio. Aunque la crisis viene de antes. La librería, cuentan sus dueñas, comenzó a entrar en declive cuando dejaron de vender libros de texto en 1988. “Aquellas ventas de agosto y septiembre eran los ingresos principales del curso”, afirma Lourdes.

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Por su mesa de firmas han desfilado cientos de escritores como Luis Mateo Díez y María Dueñas. Hoy, los libros ocupan el espacio por donde han pasado algunas de las plumas más reconocidas del panorama literario nacional: "Hemos dejado todos los libros al precio de coste o un 30% más baratos incluso”, afirma Ana.

Desde el viernes que anunciaron el cierre a través de un mensaje de Facebook, decenas de personas se han acercado a la librería a comprar los últimos volúmenes de un espacio mítico. Los clientes de toda la vida se agolpan en Pérgamo a contar sus anécdotas. Hay incluso quien, llevado por la pena de perder un trozo más del Madrid de siempre, no puede evitar que se le escapen unas lágrimas. “Todo el mundo llega y me cuenta su vida”, comenta Lourdes, contenta de prestar un último servicio. Una cliente que la escucha responde: “Yo venía aquí a comprar los libros del colegio”, y otra afirma: “Tu padre me dejaba sentarme en aquella esquina a leer”.

Para Remedio García, de 65 años, esta librería forma parte de su vida. Cuando vio el cartel de liquidación, se quedó fría. “Es una pena muy grande, la sociedad está cambiando mucho”, asegura.

El sueño de Lourdes y Ana es que la persona que les alquile el local ponga otra librería. No parece sencillo. Por ahora, cuentan con una docena de ofertas para montar negocios de todo tipo. Los libros, sin embargo, no abundan entre las propuestas. Lourdes y Ana lo entienden, saben mejor que nadie que se trata de un mercado difícil.

Con todo y con eso, por ellas no va a quedar. Siendo la zona que es, los expertos en mercado inmobiliario les han aconsejado poner sus 87 metros cuadrados de local en alquiler por 2.800 euros. Ellas, sin embargo, por ahora mantienen el precio en 2.600 euros: “Queremos que siga siendo una librería y sabemos lo poco que se gana”, dice Lourdes mientras cobra a sus clientes sumando con hoja de papel y calculadora. La realidad es que, tras casi una vida haciéndolo, casi no los necesita: “La gente se extraña de que sume mentalmente, pero no concibo hacerlo de otra manera”, dice entre risas. ¿Digitalización? Búsquenla en otros negocios.

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Lo único que quiere dejar Lourdes a sus clientes es la relación que han construido todos estos años. “Es una cuestión de honradez, saben que se pueden fiar de mí”. Cuenta que nunca ha mentido a un cliente por vender un libro, y en ocasiones hasta les ha pedido que devuelvan el ejemplar si no les gustaba. “Hay un precepto latino que invita a vivir honestamente. Hacerlo así nos ha permitido que la gente siga viniendo toda la vida”, cuenta Lourdes.

El local cuenta incluso con su propio club de fans, los Pergamantes, que usan la librería como local de encuentro para reunirse y leer juntos. Los libros, cuentan, los unieron en torno a la familia Serrano porque Pérgamo fue siempre un lugar donde se sentían libres de poder compartir sus aficiones literarias.

Pérgamo seguirá abierto hasta el 5 de enero rematando su cierre. Después, Lourdes se jubilará y aprovechará para ir a conciertos, exposiciones y conferencias: “A mí me sigue interesando la vida”.

Cerrar el local ha revivido, por otra parte, la muerte de sus padres y el dolor del paso del tiempo. “Me da pena por partida doble, es una cosa que hicieron mis padres y que después se volvió mi vida”, recuerda la librera mientras se sienta para dejarse envolver por los recuerdos en un despacho lleno de fotografías del filósofo Albert Camus y radios viejas. “Estoy muy agradecida con todos los clientes que han desfilado por mis vitrinas todos estos años, pero ya está”, dice resignada.

Y una librería más que se va. Hace tres años, la librería Nicolás Moya, ubicada en la calle Carretas, tuvo que hacer lo propio después de estar abierta desde 1862. Sus dueños aseguraron entonces, igual que hacen ahora las hermanas Serrano, que no podían competir ya contra Amazon y los libros digitales. Así son los nuevos tiempos.

A escasos metros de las tiendas más caras de la Milla de Oro, en el madrileño y opulento barrio de Salamanca, escondida entre las últimas propuestas de las grandes marcas de la moda de lujo, se encuentra la Librería Pérgamo, uno de esos lugares que parece que han estado donde están desde el principio de los tiempos, un símbolo de la vida cultural madrileña que abrió en 1945. Faltaba un año para que se fundara Dior, por poner solo un ejemplo.

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