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Rubalcaba defiende pactos de Estado antes que un Gobierno de salvación o la ruptura total
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Rubalcaba defiende pactos de Estado antes que un Gobierno de salvación o la ruptura total

Hasta tres planteamientos distintos conviven en estos momentos en el PSOE sobre la estrategia que el partido debe mantener como primera fuerza de la oposición. Están

Foto: Rubalcaba defiende pactos de Estado antes que un Gobierno de salvación o la ruptura total
Rubalcaba defiende pactos de Estado antes que un Gobierno de salvación o la ruptura total

Hasta tres planteamientos distintos conviven en estos momentos en el PSOE sobre la estrategia que el partido debe mantener como primera fuerza de la oposición. Están los partidarios de llegar a pactos de Estado con el PP, los de ir a la confrontación total y los que creen que la situación de emergencia va a exigir un Gobierno de concentración. La consecuencia es un estado de tensión interna que Alfredo Pérez Rubalcaba intenta apaciguar actuando como fiel de la balanza, aunque se inclina por la primera vía.

Por su dilatada trayectoria institucional, Rubalcaba es más partidario del pacto que de la confrontación. “Yo no voy a ayudar a incendiar el país”, aseguró a El Confidencial después de que Rajoy anunciara la tercera vuelta de tuerca. Hasta el último momento mantuvo la mano tendida para, al menos, intentar modular los recortes, pero la letra pequeña y las formas cegaron tal posibilidad. La dirección del PSOE discrepa de las medidas del Gobierno no sólo porque la carga del sacrificio recae sobre los sectores más vulnerables de la población, como los parados de más edad, sino porque, además, cree que no van a servir para cumplir el objetivo de déficit y no van acompañadas de ningún estímulo al crecimiento.

Pero que Rubalcaba dé ahora el pacto por inviable no quiere decir que lo descarte a la vuelta del verano, para cuando presume que el Gobierno meterá la mano en la caja de las pensiones, si es que no lo hace en agosto. En su entorno se piensa que, a pesar de que Rajoy se ha enrocado en su mayoría absoluta en el Parlamento, el otoño caliente que se avecina y la creciente posibilidad de que se pase del rescate a la banca a la intervención global le fuercen a cambiar de actitud. Eso y que, aunque ahora son minoría, en el Ejecutivo también hay destacados ministros partidarios del acuerdo con el PSOE. No se trataría de pactos sobre medidas concretas sino de “grandes acuerdos”, que incorporen también a CiU y PNV, sobre asuntos que el Gobierno todavía no ha abordado, como las políticas de crecimiento o la industrial. En definitiva, sobre la España de mañana más que sobre la de hoy.

Pero hay otro sector del partido, en el que confluyen dirigentes que apoyaron la opción de Carme Chacón aunque no actúan de modo organizado, que juzga que se ha llegado a una situación en la que cualquier pacto con el Gobierno que vaya más allá del respaldo ante la Unión Europea sería un suicidio para el PSOE. El que más se destaca ante la opinión pública es el madrileño Tomás Gómez, pero dista mucho de ser el único. Y el martes pasado, tras la cuestionada intervención de Rubalcaba en el debate de la semana anterior en el que Rajoy anunció el ajuste, esta corriente se volvió a manifestar en la reunión del Grupo Socialista.

Los coraceros de Rubalcaba quisieron apuntalar internamente a su jefe con una salida en tromba. La reunión comenzó con más de media docena de intervenciones defendiendo que la respuesta de su jefe a Rajoy había sido la acertada. Abrió el turno Ramón Jáuregui, para quien el PSOE no puede abandonar la moderación, ni por trayectoria ni por estrategia para recuperar la mayoría social, y también porque en el juego de la confrontación siempre se vería aventajado por IU y UPyD.

Como suele ocurrir, tanto se excedieron en la dosis que acabaron dando a pie a los que piensan de otro modo, como Odón Elorza, exalcalde de San Sebastián, que ya había tuiteado su desacuerdo con la tibieza del primer discurso de Rubalcaba al término de aquella sesión del 11 de julio. Fue el exministro Fran Caamaño el que expresó de forma más gráfica el sentir de esta segunda corriente de pensamiento, que conecta mejor con el estado de ansiedad y desasosiego de la militancia.

Caamaño, según asistentes a la reunión, subrayó que pactar ahora con el Gobierno sería “como querer pactar con el médico que está matando al paciente” y que además, como reconoció Rajoy, ya no tiene autonomía para decidir. Pero también hizo un planteamiento de fondo: si el PSOE se abrasa con el PP, no habrá repuesto para cuando caiga el Gobierno o los ciudadanos lo buscarán fuera el esquema de bipartidismo imperfecto que ha funcionado en España desde la recuperación de la democracia.

La tercera corriente de pensamiento baraja la opción de un Gobierno de salvación nacional. Rubalcaba y su entorno más próximo aseguran que su disposición al acuerdo no llega a tanto y que la coalición de gobierno no figura en su cuaderno de navegación. Pero entre los socialistas hay muchos que no creen este desmentido. La idea se le atribuye a Felipe González y a otros miembros del consejo de ancianos a los que Rubalcaba consulta con frecuencia, como José María Maravall y Javier Solana, dirigentes de una generación que asiste con frustración personal al devenir de unos acontecimientos que retrotraen a España a 1976, cuando –con su destacada contribución- se empezó a construir todo el andamiaje socio-económico e institucional que funcionó con éxito hasta ahora, pero que ahora está en un proceso acelerado de descomposición y desmantelamiento.

Hasta tres planteamientos distintos conviven en estos momentos en el PSOE sobre la estrategia que el partido debe mantener como primera fuerza de la oposición. Están los partidarios de llegar a pactos de Estado con el PP, los de ir a la confrontación total y los que creen que la situación de emergencia va a exigir un Gobierno de concentración. La consecuencia es un estado de tensión interna que Alfredo Pérez Rubalcaba intenta apaciguar actuando como fiel de la balanza, aunque se inclina por la primera vía.

Alfredo Pérez Rubalcaba