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Quatiguá, el desconocido pueblo que nunca sale en las postales, también es Brasil
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así se vive el mundial cerca del 'fin del mundo'

Quatiguá, el desconocido pueblo que nunca sale en las postales, también es Brasil

Es el otro Brasil, el que no sale en las postales, donde apenas hay palmeras, la playa queda muy lejos y la población es casi integralmente blanca

Foto: Imagen de una calle desierta de Quatiguá
Imagen de una calle desierta de Quatiguá

Nadie cierra la puerta de su casa en Quatiguá, un pueblo de casi 7.000 habitantes del interior del estado de Paraná. “Es un lugar tranquilo y queremos que siga siendo así”, asegura Eliane, la directora de la única escuela primaria. Ubicado a menos de 400 kilómetros de Curitiba, la ciudad que eligiócomo residencia de la Selección Española durante el Mundial de fútbol por causa del clima, es un lugar donde el otoño se hace sentir: de noche la temperatura baja hasta los 8º y el fuerte viento aumenta la sensación de frío.

Es el otro Brasil, el que no sale en las postales, donde apenas hay palmeras, la playa queda lejos y la población es casi integralmente blanca, descendiente de españoles, italianos y alemanes. Aquí no se oye una samba ni por asomo. El sertanejo, una especie country brasileño, y la música gaucha se imponen hasta en las numerosas iglesias evangélicas del municipio.

A las 7.00 de la tarde no hay un alma en los alrededores. La avenida principal y las pocas calles que conforman el centro están totalmente desiertas. Llama la atención la cantidad de chalés y casas residenciales, que sugieren un poder adquisitivo holgado. “Aquí con 1.000 reales al mes (330 euros) vives bien, no hace falta mucho más”, explica Bolinha, el taxista oficial de Quatiguá.

El sector agropecuario es la actividad principal de esta localidad. Las vacas pastan libremente por las colinas verdes de la región, cuyo paisaje recuerda al del Principado de Asturias. La industria avícola también es muy fuerte, con una producción anual de 1,2 millones de pollos.

Quatiguá huele a ajo, pero no como el Madrid de Victoria Beckham. Huele a ajo de verdad porque esta pequeña ciudad acoge numerosas naves repletas de este ingrediente básico de la cocina global. Durante décadas, Quatiguá fue la capital del ajo y la cebolla. Estos productos eran exportados en todo el país y era común ver en la temporada de recogida a decenas de mujeres limpiando los ajos al borde de la calle. Hoy la producción ha caído a un nivel simbólico de 160 toneladas por año y el negocio ha cambiado. Ahora los ‘cerealistas’ se dedican a manipular el ajo y a envasarlo. Lo compran en el sur de Brasil y en el norte de Argentina, y lo comercializan en el resto de Brasil.

Por eso, en Quatiguá hay una gran población de camioneros, que además de ajo, distribuyen jaulas de madera y de alambre, porque la principal fábrica de jaulas del país se encuentra precisamente aquí, cerca de la fábrica de queso, que abastece los supermercados de la región de São Paulo.

A pesar de eso, si preguntamos a cualquier persona de Río de Janeiro dónde se encuentra Quatiguá, no sabría ubicarlo en el mapa de Brasil. Ni siquiera ha oído su nombre. Los quatiguaenses son conscientes de ello, y sin embargo no parecen molestarse con esta realidad. “Aquí tenemos de todo, nos conocemos todos, celebramos juntos y sufrimos juntos. Cuando alguien tiene un problema, todo el mundo se vuelca. Si un morador fallece, todos acuden al entierro. Somos una piña”, asegura Vilma Negrini, la vicealcadesa.

No exagera. El pueblo de Quatiguá es acogedor hasta más no poder. La periodista extranjera no consigue cenar en ningún bar del pueblo. El equipo de la alcaldía y sus amigos se desviven para preparar cenas y comidas pantagruélicas, y abren las puertas de sus casas a la visitante, que de esta forma consigue comprobar que las viviendas son igual de bonitas por dentro y por fuera. El estilo moderno y europeo de decoración demuestra una vez más que éste es otro Brasil, el que ningún turista y muy pocos brasileños conocen.

De hecho, en Quatiguá no hay ni hotel. En realidad, acaban de habilitar el primero, que todavía no está inaugurado, ni siquiera tiene nombre en la fachada. Pero de vez en cuando llega algún huésped, normalmente comerciales o ganaderos. Periodistas extranjeros, hasta la fecha, sólo una.

Fuera, las calzadas del centro están pintadas de verde y amarillo. Algunos coches están ataviados con la bandera de Brasil. La tímida decoración callejera recuerda que el Mundial está en plena ebullición. Y como en el resto del país, hay muchas personas en contra. “Yo no voy a apoyar a la selección brasileña. Es más, quiero que pierda”, espeta Morgana, la secretaria de la escuela municipal.

“Tanto como desear que pierda, me parece fuera de lugar”, responde Eliane, la directora de la escuela. “Una cosa es estar a favor de las protestas, y otra a estas alturas es ir en contra de la canarinha. Yo la voy a apoyar, me parece muy tarde ahora para arrepentirse de haber elegido ser sede del Mundial”, añade. Según esta profesional de la educación, un sector que ha protagonizado varias huelgas en el último año, Quatiguá está dividida: la mitad defiende la Copa, la otra mitad la critica con ahínco.

“Yo tengo una bandera gigante. Otros años la ponía, pero esta vez no me animo, no estoy entusiasmado”, revela Alessandro, ex camionero y dueño de una granja donde cría unos 19.000 pollos. “Claro que voy a ir con la selección de Brasil, pero no le vendría mal perder para que el pueblo no olvide lo mal que lo ha hecho el Gobierno. Hemos perdido para siempre la oportunidad de tener hospitales, escuelas, transporte, carreteras e infraestructuras de calidad. Creímos que la Copa nos iba a dar todo eso, pero se han gastado todo el dinero en estadios. Y lo peor es que algunos ni van a tener uso después, como el de Amazonas, donde no hay una tradición de fútbol. Todo eso es muy triste. Si no hemos conseguido dar un salto adelante con el Mundial, ya no lo vamos a lograr. Yo ya he perdido la esperanza”, añade Alessandro.

Eliane tiene miedo de que las protestas se radicalicen si Brasil sale demasiado pronto de la competición. “Mientras ganemos, todo el mundo se va a sumar a la fiesta y el entusiasmo va a ser contagioso. En Quatiguá hay muchos forofos. La gente se va a echar a la calle para celebrar cada victoria. Incluso diría que si ganamos el Mundial, nadie se va a acordar de las protestas. Ahora, si nuestra selección es eliminada pronto, no quiero ni pensar la que se puede montar”, reflexiona.

En el pueblo se comenta que no quedan neumáticos usados en toda la región. “Alguien” ha hecho acopio de ellos para quemarlos durante el Mundial y colapsar las principales carreteras del Paraná. Aseguran que los camioneros están avisados y en alerta. Por lo pronto, lo que paralizóParaná hace unosdías fueron las fuertes lluvias, que han dejado en el sur del Estado nueve muertos, más de 50.000 afectados y 70 ciudades en estado de emergencia por las inundaciones.

Quatiguá se ha librado de las riadas, pero el oleaje de descontento ha llegado con ímpetu. Desde que las protestas comenzaran hace ahora un año, el gigante se ha despertado en todo el país, no sólo en las grandes urbes, donde la población está más informada. Hasta el Brasil más desconocido, aquel que nadie visita por turismo, se ha apuntado al pesimismo cósmico, que para muchos tiene su origen en la palabra corrupción.

Nadie cierra la puerta de su casa en Quatiguá, un pueblo de casi 7.000 habitantes del interior del estado de Paraná. “Es un lugar tranquilo y queremos que siga siendo así”, asegura Eliane, la directora de la única escuela primaria. Ubicado a menos de 400 kilómetros de Curitiba, la ciudad que eligiócomo residencia de la Selección Española durante el Mundial de fútbol por causa del clima, es un lugar donde el otoño se hace sentir: de noche la temperatura baja hasta los 8º y el fuerte viento aumenta la sensación de frío.

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