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Así se tiran las puertas abajo: instrucciones de cómo ser un villano por un inglés llamado Jude
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Así se tiran las puertas abajo: instrucciones de cómo ser un villano por un inglés llamado Jude

Bellingham ha entrado en el Real Madrid desbocado, hambriento de ser el nuevo villano que los rivales del club blanco necesitan, como otrora hicieron Ramos, Cristiano o Di Stéfano

Foto: Bellingham, ante la grada del Almería. (Reuters/Jon Nazca)
Bellingham, ante la grada del Almería. (Reuters/Jon Nazca)

En una semana de fútbol en agosto no caben demasiadas cosas. España es un país calcinado y según los que entienden, al borde de la catástrofe. Esos escenarios son históricamente muy jugosos para el Real Madrid, ya que —como pasó en 2010— las culpas de lo que sea: crisis de valores, quiebra económica, ruptura nacional; van a parar al objeto más deslumbrante de todos; el club merengue. Para que eso pase, los blancos deben concitar el odio y escupir sobre los buenos deseos generales. Y eso no ocurre por el momento. Vinícius se ha convertido en intocable y el Barça es un club lastimero que deambula por entre los escaparates de las grandes avenidas para después hacer la compra en los mercadillos de extrarradio. Por tanto, no hay competencia entre naciones que excite los sermones morales de la prensa socialdemócrata en contra del demonio que anida en los bajos del Santiago Bernabéu.

Hay un tipo de español sin chiste ni relato, que anda por ahí apesadumbrado, con ganas de ser otra cosa que esté mejor pagada y que necesita concentrar su amargura en el club de Chamartín para relajar su tensión. Antaño era sencillo. El Madrid fabricaba con facilidad insultante tipos chulos, guapos y talentosos que ganaban con una arrogancia desesperante. Michel, Juanito, Guti o Cristiano Ronaldo eran de esa laya. Desde que el portugués se fue, solo Vinícius ha soliviantado al personal. El año pasado tuvo su alud de odio, pero se ha desembarazado de él convirtiéndose en un icono del antirracismo. Así que es necesario alguien que sustituya a los Sergio Ramos y Ronaldo, que gane con la barbilla levantada, que abra los brazos frente a la hinchada rival y provoque apoplejías en el buen padre de familia que solo se pone flamenco delante de la televisión.

Y ese alguien ha llegado: Jude Bellingham, se llama el retoño.

Foto: Bellingham fue el líder del Madrid en Almería. (Reuters/Jon Nazca)

A principios de esta semana salió una información alarmante: "El lado oscuro de Bellingham", titulaban en la prensa catalana. El inglés había hecho un gran primer partido en el que se intuía un depredador con modales de director de orquesta. El tipo de futbolista que tensa el ambiente y obliga a mirar. Y eso es grave. Así que se fue a una información de la prensa alemana —el diario Bild— en el que se decía que pesos pesados del Borussia estaban encantados con la salida de Jude. Era un muchacho arrogante y controvertido. Mal compañero, malhumorado, insultaba gravemente a quien le pasase mal la pelota, se mostraba celoso —con 18 años— del éxito inmediato de Haaland. Ya saben, también en Alemania la prensa rosa ha infectado el antaño viril mundo del fútbol. Insinuaciones y verdades a medias para escribir una página donde no hay una noticia. En el país de Augenthaler y Oliver Khan. El caso es que Jude es un rato chulo y cosido a eso está su talento colosal. Y el caso es que cosas de ese estilo, sean verdad o no, se dijeron de Sergio Ramos, y de Cristiano Ronaldo, y, por supuesto, del rey de reyes, de Alfredo Di Stéfano, el que esculpió en piedra las cualidades que debe tener un madridista.

Puskas contaba que en su primera temporada en el Madrid llegó al partido de la última fecha, ante el Granada, igualado en goles con Di Stéfano, veintiuno cada uno. Cerca del final, regateó al portero y quedó con la portería libre, pero no tiró. "Pensé para mí: 'Si marco aquí, Di Stéfano nunca me volverá a hablar'. Lo mejor era que él fuese el máximo goleador, y yo, el segundo. Así que lo esperé y le di el pase para que lo metiera él". Pocas bromas con Alfredo Di Stéfano. Se sabía el origen de una dinastía y de esa forma se desenvolvía por el campo y el vestuario.

placeholder Bellingham anota el primer tanto ante el Almería. (Reuters/Jon Nazca)
Bellingham anota el primer tanto ante el Almería. (Reuters/Jon Nazca)

Ahí está la primera cualidad: un orgullo competitivo obsesivo y a ratos cruel, de niño egoísta y sin domesticar, que quiere que el mundo se doblegue a sus pies. Bellingham tiene pinta de estar rodeado por estar forma de sentir, y a su vez, ha descubierto entre los blancos a jugadores a quienes respeta (ahí están sus declaraciones pospartido: "Soy hoy 10 veces mejor jugador que hace un año"). Este tipo de hombre solo negocia y se entrega con los que siente igual que él. Con los Vinícius, Modric o Kroos. El Madrid no necesita domesticar a nadie, el mismo ambiente de los entrenamientos suele empujar el egoísmo del jugador en la dirección correcta.

Jude abre los brazos como un cormorán y se queda mirando fijamente a la grada rival. Eso lo ha hecho en su anterior equipo y lo veremos de nuevo en el Madrid. Volveremos a ver a la comisión de la defensa de las buenas maneras alzándose contra un jugador del Real. Están ustedes avisados. Dirán que no es algo propio del equipo de la nobleza y el señorío, pero recuerden de nuevo al madridista original. Una de las ocupaciones favoritas de Di Stéfano era orquestar los insultos de las aficiones rivales, haciendo el ademán universal del director de orquesta y murmurando por lo bajo: "Andá la puta que te parió, andá, andá".

En 1990 se jugaba la Supercopa de España entre el Madrid y el FC. Barcelona. Fue un partido tenso, lleno de incidentes y que los merengues ganaron 1-0. Hugo Sánchez recibió insultos durante todo el encuentro. Al irse al vestuario, se acomodó sus partes mirando a la grada del Camp Nou. La misma grada que Raúl mandó callar con un dedo en la boca después de meter un gol que empataba el partido contra los azulgranas. Son gestos del que gusta del odio del rival, del que se cree predestinado a la victoria, impulsado por un espíritu que descansa en su camiseta.

Un año más que Jude

Sergio Ramos llegó en 2005 al Madrid con solo 19 años, uno más que Jude. Emanaba de él una energía magnética y jugaba subido a un potro salvaje. Desde el momento en que pisó Chamartín siempre fue titular. Desprendía aquello que tenían Raúl o Cristiano. Una actitud insolente para pisar la zona del campo que creyera adecuada. Actuaba como un colonizador. Andalucía es pródiga en descampados y está llena de sol. Ese es el contexto donde nace un futbolista. A los chavales del sur, nadie les llama la atención, nadie les dice que no y el sonido de su propio talento no los asusta. De ese sur, como realidad o casi como abstracción, es de donde suelen salir más jugadores geniales, sin complejos y con la luz encendida en los momentos donde todo se condensa. Este chico inglés de sangre caribeña parece llevar por dentro esos requisitos. Eso es el Madrid, y no el rollo patatero del esfuerzo. Y ahí estaba Ramos, sentimental y furioso. Flotando entre lo artístico y lo criminal.

Terminado el partido contra el Almería, donde Bellingham marcó dos goles y los tiempos del ataque madridista, el inglés habló para las cámaras de Real Madrid televisión: "Soy diez veces mejor jugador que la temporada pasada, me gustó que nadie entró en pánico cuando nos pusimos por detrás en el marcador. Estábamos convencidos de que íbamos a remontar. Cuando veía al Madrid desde fuera alucinaba con su capacidad para remontar. He visto muchas veces de pequeño en la tele las remontadas. Recuerdo pensar, no van a ser capaces, y remontaban. Ahora, aquí estoy viviendo esta experiencia. Hay como una serenidad y nunca piensas que vamos a perder, ves las caras de mis compañeros y no hay ansiedad, saben que van a remontar".

De momento solo es un chico descubriendo sus poderes en la mejor academia de superhéroes posible, alguien que en dos partidos ya ha tirado la puerta del vestuario, esa sentencia tan vieja como las mareas que sigue igual de vigente que hace 40 años. Ahora esperemos que en las malas —y las habrá muy malas— sepa alzarse sobre su pedestal para mirar de frente todo el odio que va a concitar. Y de ese odio, la metalurgia madridista forjará las cadenas de los futuros triunfos.

Siempre es igual y no tiene por qué cambiar.

En una semana de fútbol en agosto no caben demasiadas cosas. España es un país calcinado y según los que entienden, al borde de la catástrofe. Esos escenarios son históricamente muy jugosos para el Real Madrid, ya que —como pasó en 2010— las culpas de lo que sea: crisis de valores, quiebra económica, ruptura nacional; van a parar al objeto más deslumbrante de todos; el club merengue. Para que eso pase, los blancos deben concitar el odio y escupir sobre los buenos deseos generales. Y eso no ocurre por el momento. Vinícius se ha convertido en intocable y el Barça es un club lastimero que deambula por entre los escaparates de las grandes avenidas para después hacer la compra en los mercadillos de extrarradio. Por tanto, no hay competencia entre naciones que excite los sermones morales de la prensa socialdemócrata en contra del demonio que anida en los bajos del Santiago Bernabéu.

Hay un tipo de español sin chiste ni relato, que anda por ahí apesadumbrado, con ganas de ser otra cosa que esté mejor pagada y que necesita concentrar su amargura en el club de Chamartín para relajar su tensión. Antaño era sencillo. El Madrid fabricaba con facilidad insultante tipos chulos, guapos y talentosos que ganaban con una arrogancia desesperante. Michel, Juanito, Guti o Cristiano Ronaldo eran de esa laya. Desde que el portugués se fue, solo Vinícius ha soliviantado al personal. El año pasado tuvo su alud de odio, pero se ha desembarazado de él convirtiéndose en un icono del antirracismo. Así que es necesario alguien que sustituya a los Sergio Ramos y Ronaldo, que gane con la barbilla levantada, que abra los brazos frente a la hinchada rival y provoque apoplejías en el buen padre de familia que solo se pone flamenco delante de la televisión.

Y ese alguien ha llegado: Jude Bellingham, se llama el retoño.

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