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GP Mónaco 1982: ¿alguien quiere ganar esta carrera de una puñetera vez, por favor?
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CARRERA IMPREVISIBLE Y LOCA

GP Mónaco 1982: ¿alguien quiere ganar esta carrera de una puñetera vez, por favor?

Criticado en ocasiones por previsible y aburrido, el circuito del principado ha dado en ocasiones alguna de las carreras mas emocionantes y alocadas de la historia

Foto: Patrese ganó de la manera más inesperada su primer Gran Premio de Fórmula 1. (Italien / Arrows-Cosworth)
Patrese ganó de la manera más inesperada su primer Gran Premio de Fórmula 1. (Italien / Arrows-Cosworth)

De todas las carreras vividas en Mónaco, probablemente la de 1982 destaque sobre todas ellas. Porque hubo nada menos que cinco líderes distintos en las últimas tres vueltas. Hubo también otras carreras gloriosas en Mónaco como la famosa ‘no victoria’ de Ayrton Senna en 1984 o la celebrada en 1996 donde Olivier Panis remontó desde la decimocuarta plaza para dar una increíble última victoria al equipo Ligier. Pero como la de 1982, ninguna.

Todas estas carreras compartían la aparición de la lluvia en algún momento del Gran Premio. Viene bien recodarlo, porque la predicción climatológica para este fin de semana anuncia un ochenta por ciento de posibilidades de correr sobre mojado el domingo. Y cuando hay agua en el Principado, nada, absolutamente nada puede darse por sentado. Como que llegue una lluvia muy fina y al final de la carrera para dejar a los equipos y pilotos sin apenas margen de maniobra ante la duda de cambiar neumáticos o permanecer en pista.

Fue esta la situación que se dio en Mónaco en 1982, en la que fuera probablemente la carrera más loca de la historia, tan loca como para que James Hunt sentenciara comentando para la TV inglesa: “¡Estamos en la ridícula situación de estar sentados en la línea de meta esperando un ganador y no parece vayamos a tener alguno!”.

El último bastión por conquistar

Se cumplen ahora justo cuarenta años de aquella carrera que marcaría un antes y un después en la Fórmula 1. La primera, que por primera vez un coche con motor turbo, concretamente el Renault de René Arnoux, lograra la ‘pole’, derribando la última frontera que quedaba por conquistar a este tipo de motorizaciones. Los propulsores atmosféricos ya no eran capaces de dominar siquiera en sus terrenos más favorables como eran los circuitos ratoneros. Desde ese día, todos los equipos ya asumieron que cuanto más tardaran en hacerse con un motor de estas características, mayor sería su irrelevancia.

Era también la primera carrera después de la desaparición del mítico Gilles Villeneuve, fallecido quince días antes en el Gran Premio de Bélgica, y que dejaba huérfana a la categoría de su principal héroe popular, hasta que un par de años después Ayrton Senna empezara a llenar su hueco. Con pilotos extraordinarios en aquella época como Nigel Mansell, René Arnoux, Alain Prost, Niki Lauda, Didier Pironi o Keke Rosberg, la realidad es que salvo Mansell en el Reino Unido nadie lograba levantar las pasiones que generaba Villeneuve.

Un ambiente enrarecido

El panorama del paddock era poco sombrío, porque el canadiense era el más querido por el público, pero también por la mayoría de pilotos y miembros de equipos. El ambiente además estaba enrarecido porque la guerra entre los fabricantes de neumáticos empezó a recrudecerse, y se generó mucho malestar. Para destacar, las marcas tenían una serie de pilotos y equipos favorecidos frente a otro grupo de ‘desheredados’, a los que no les quedaba ninguna opción.

Aquella carrera de Mónaco fue el punto de inflexión, porque los neumáticos de clasificación llegaron para quedarse muchos años. En aquel momento había nada menos que cuatro marcas de neumáticos presentes (Goodyear, Michelin, Pirelli y Avon) pero, al no haber ruedas especiales para todos, estas llegaban sólo a los ‘escogidos’ que las marcas pensaran que podrían darles el mejor resultado. Para hacerse una idea de la situación y las diferencias, René Arnoux logró con Michelin el primer puesto en parrilla aventajando a su compañero de equipo Alain Prost en nada menos que un segundo y una décima. Arnoux era desde luego un pilotazo, pero aventajar en más de un segundo a ‘el profesor’ sólo puede hacerse a base de llevar ‘jabugo’ frente a ‘chopped’ en las ruedas.

El propio Arnoux partió desde su ‘pole’ como un disparo y empezó a liderar la carrera como alma que le persiguiera el diablo. Tanto forzó el francés que en la vuelta quince cometió un error en la curva de la Piscina y quedó eliminado, destacando pronto que lo importante en aquella carrera no era ser el más rápido, sino eivatar el menor número de errores posible.

Vuelta tras vuelta fueron cayendo nombres ilustres fruto de fallos de pilotaje o de errores mecánicos. Pero a tres del final la carrera parecía casi vista para sentencia con Alain Prost con Renault liderando, seguido por Riccardo Patrese con Brabham y Didier Pironi con Ferrari. Que estos tres pilotos hubieran mantenido esas posiciones durante casi toda la prueba reafirmaba el discurso de carrera procesionaria y previsible. Pero nadie contaba con la traca final del Gran Premio.

Un cóctel cargado por el diablo

En aquellos momentos finales de la prueba, sin embargo, comenzó a caer una lluvia muy fina y tan imperceptible que a ningún equipo se le pasaba por la cabeza mandar a sus coches a boxes para cambiar ruedas al estar tan cerca la bandera de cuadros. Sin embargo, el cóctel de lluvia fina más la grasa y suciedad acumuladas durante sesenta vueltas convirtió un asfalto urbano ya de por sí resbaladizo en una pista de patinaje.

Alain Prost cometió uno de sus inusuales errores de pilotaje y se fue contra el guardarraíl violentamente, dejando el camino expedito a la victoria a Riccardo Patrese. Al pasar por recta, el italiano vio como sus mecánicos desesperadamente le pedían que bajara el ritmo, porque sabían que Didier Pironi había ralentizado su marcha porque intuían que se estaba quedando sin gasolina. A pesar de ir más despacio no fue suficiente, pues en la bajada de Mirabeau el italiano trompeaba y parecía que aquello era ya su fin.

Pero lo mejor estaba aún por llegar. En la última vuelta, Pironi se quedó parado en la recta del túnel, seco de combustible. Unos metros antes, también se paraba por una avería su perseguidor Andrea de Cesaris. Como el colmo de los colmos, el siguiente en la clasificación, Derek Daly se detenía con la caja de cambios rota a tres curvas del final. ¡Nadie parecía querer ganar el Gran Premio!

¿Y Patrese? ¿Qué había sido de él? El italiano tuvo la enorme fortuna de hacer su trompo cuesta abajo, y a trancas y barrancas logró arrancar su coche de nuevo con la ayuda de la pendiente; si hubiera sido empujado por los comisarios habría sido excluido. De este modo, el piloto de Brabham lograba su primera victoria en la Fórmula 1 de la forma más rocambolesca que jamás podría haber imaginado. Así que cuando crean que en Mónaco todo está decidido antes de empezar, recuerden esta carrera,. Sobre todo, si la lluvia se hace presente como parece que ocurrirá este próximo domingo.

De todas las carreras vividas en Mónaco, probablemente la de 1982 destaque sobre todas ellas. Porque hubo nada menos que cinco líderes distintos en las últimas tres vueltas. Hubo también otras carreras gloriosas en Mónaco como la famosa ‘no victoria’ de Ayrton Senna en 1984 o la celebrada en 1996 donde Olivier Panis remontó desde la decimocuarta plaza para dar una increíble última victoria al equipo Ligier. Pero como la de 1982, ninguna.

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