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La vida del legendario Paco Fernández Ochoa contada en diez anécdotas increíbles
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SE CUMPLEN 45 AÑOS DE SU ORO OLÍMPICO

La vida del legendario Paco Fernández Ochoa contada en diez anécdotas increíbles

Diez historias contadas por quién más y mejor le conoció: su compañero Antonio Campañá, su hermano Juan Manuel, su mejor amigo, Santiago Herráiz, y su hijo Francisco

Foto: Paco Fernández Ochoa, en los Juegos Olímpicos de Sapporo 1972 (EFE)
Paco Fernández Ochoa, en los Juegos Olímpicos de Sapporo 1972 (EFE)

Eran las ocho de la mañana del jueves 13 de febrero. En Cercedilla, en plena sierra de Madrid, se helaban hasta las piedras y casi todo el mundo dormía a pierna suelta. Casi, porque los Fernández Ochoa estaban pegados al televisor. La primera cadena emitía los Juegos Olímpicos de Invierno desde Sapporo (Japón), y Paco, un chaval de la tierra al que le faltaban unos días para cumplir los 23 años, iba a entrar esa noche en la historia del deporte español.

Que Paco Fernández Ochoa podía ganar el oro olímpico de Sapporo sólo lo sabían él y sus más allegados, entre los que estaban Antonio Campañá o Aurelio García. Ya había logrado algunos buenos resultados y estaba en el grupo de aspirantes a la medalla en slalom. Con lo que no contaban era con que Paco iba a hacer dos bajadas a tumba abierta, jugándose el todo por el todo. “Gloria o enfermería”, dijo alguna vez con un paralelismo con el mundo del toreo que tanto le gustó. Fue gloria absoluta, relegando a los favoritos, los hermanos Thoeni a más de un segundo de distancia, una barbaridad para esta prueba. Fue el hito que marcó su vida, en la que brilló tanto en su faceta de deportista como en la personal.

1. Su tío Manolo hizo de improvisado profesor

Cuenta Juan Manuel Fernández Ochoa, Campeón de Europa y uno de los hermanos que también se dedicó al esquí, que Paco aprendió a esquiar por las bravas: “Había una ladera muy empinada al lado de casa, en Navacerrada, y el tío Manolo se llevaba a Paco al borde y lo tiraba para abajo. Cuando Paco protestaba (sólo tenía 5 ó 6 años por aquel entonces), Manolo lo tenía claro: 'O te tiras o te doy dos hostias'. Claro, aprendió porque no tuvo más remedio, pero está claro que el método, aunque poco ortodoxo, funcionó”.

2. Cambiaron el traje del desfile de los JJOO

Juan Manuel Gozalo y Fernando Olmeda escribieron en 1999 el libro “Españoles de oro: cien años de medallas olímpicas”, en el que Paco Fernández Ochoa ocupa páginas relevantes. El propio campeón en Sapporo explica en ese libro por qué desfilaron con una capa y un sombrero cordobés en vez de con el traje que se había elegido para la expedición española. “Se le ocurrió a Aurelio (García)... Con lo del Movimiento y todo el lío, nos habían equipado con un traje gris marengo, camisa azul, zapatos negros, un abriguito azul y un gorro tirolés. Y hablando entre nosotros, dijimos: ¿Por qué un gorro tirolés? Nada, nos llevamos una capa española y un sombrero cordobés. Nos lo pagamos nosotros, con nuestro dinero. Los cinco (del equipo olímpico español)”. Con esa capa cerca, ¿cómo no iba a subir al podio con ella?

3. Casi se queda sin medalla por ir a ducharse

Paquito ganó el oro y la felicidad fue absoluta. Sin embargo, su primer pensamiento fue “¿cómo vamos a subir todo sudados a por la medalla?” Dicho y hecho, convenció a su amigo Aurelio García para ir a ducharse y, de paso, recoger la capa con la que habían protagonizado el desfile inaugural. El chófer que les llevó a la villa olímpica no hacía más que meterles prisa: “nos decía que le estaban llamando constantemente por radio preguntando si se había perdido o habíamos tenido un accidente”.

Finalmente les dejó a la puerta del estadio para recibir la medalla, pero el portero no les dejaba pasar: “Nos olvidamos la acreditación y el portero no nos conocía. Le dije, pero si soy el campeón olímpico, pero debió pensar que le estábamos tomando el pelo… ¿cómo iba a ser un español campeón olímpico?” Hasta que no se acercó un responsable y dio fe de que Paco era el campeón y que tenía que subir a por una medalla de oro no le dejaron pasar.

4. Las campanas de la iglesia de Cercedilla

La primera manga de aquella histórica cita olímpica se disputó al filo de las 5 de la madrugada hora española, por la diferencia horaria con Japón. La segunda, donde consiguió la medalla, alrededor de las 8 de la mañana. Blanca Fernández Ochoa ha recordado alguna vez que "vivían en aquel entonces en Navacerrada, en la Escuela de Esquí y que recuerda a su padre gritando 'oro, oro, oro'".

Después, como nos cuenta Santiago Herráiz, “fueron a tocar las campanas de la iglesia y todo el pueblo de Cercedilla salió a la calle. Era la medalla no sólo de Paco, sino de todo el pueblo, los vecinos hicieron suya la victoria”. Era uno de los suyos.

5. Los susurros de Franco

El recibimiento a su regreso a España fue recordado durante años. Jamás se había organizado nada igual en la historia del deporte español y Paco fue recibido por todas las altas esferas del estado, paseado por las calles de Madrid y llevado a hombros como un auténtico héroe. Cuando Franco le felicitó personalmente en El Pardo le aseguró que España necesitaba “más jóvenes como yo”, recordaba Fernández Ochoa en una entrevista. Eso sí, aseguraba que no entendió nada más de lo que le dijo el, por entonces, Jefe del Estado “porque Franco hablaba demasiado bajo”.

6. Renunció a un contrato de 20 millones

Francisco, hijo de Paco, asegura que nunca faltó dinero en su casa, aunque “si lo piensas fríamente y lo comparas con la vida que podría llevar hoy en día a través de patrocinios, en esta época hubiésemos vivido mucho mejor”. El campeón olímpico colaboró al término de su carrera deportiva con Ellese, Coca Cola, Telefónica, Televisión Española, Sierra Nevada o Tele5, entre otros, pero son pocos los que saben que renunció a un contrato de 20 millones de pesetas.

Santiago Herráiz lo cuenta con detalle: “McCormack, el representante de deportistas más importante de todo el mundo en los años 70, quiso contar con él y nos mandó a su representante con un contrato por 20 millones de pesetas. Una fortuna para el año 73. Quedamos en el Club de Campo, lo leí, se lo di a Paco y lo rompió. ¿Por qué? En aquellos tiempos, la Federación Internacional permitía a los profesionales ganar una buena cantidad de dinero y dedicar el 40% de esos ingresos a la promoción del esquí en las categorías inferiores. Pero en España tuvieron miedo, mientras en otros países se autorizaba, aquí no lo permitieron”.

Paco tuvo la posibilidad de irse y ganar dinero, pero no lo quiso hacer, según su mejor amigo: “Era una época en la que pasar al profesionalismo desde el deporte amateur significaba, en una gran parte, renunciar a competir por tu país y eso no lo quiso hacer Paco”. No se hizo millonario, pero era especial hasta con el dinero, como recuerda su hijo Fran: “A veces mi madre le ponía en orden y le decía que tenía que trabajar más, a lo que siempre respondía que ‘no había ganado una medalla de oro para tener la vida que tiene todo el mundo’, que su sitio no estaba entre las cuatro paredes de una oficina”. Su hermano Juan Manuel lo confirma: "Hubiera necesitado un manager, un representante, porque no le importaba el dinero. Era especial hasta para eso".

7. Un madridista confeso

No era raro ver a Paquito en el Santiago Bernabéu disfrutando de ‘su’ Real Madrid, pero su afición por el equipo blanco iba más allá. El que fuera medalla de oro olímpica trabajó para una de las marcas de esquí más importantes de los años 80 y 90, Ellesse, lo que le llevó a vivir en Barcelona de lunes a jueves durante una larga temporada. Se quedaba en la casa de su amigo Antonio Campañá y, como éste trabajaba en el periódico hasta tarde, era el propio Fernández Ochoa el que iba a buscar a los hijos de su amigo al colegio. A cambio, le dejó poner el escudo del Real Madrid en la puerta de su habitación… “pese a estar viviendo en la casa de un reconocido culé”.

8. La libreta del campeón

El propio Antonio Campañá descubre uno de los secretos mejor guardados del campeón olímpico. “En los años 70, 80 e incluso 90, la comunicación era básicamente epistolar. Si querías ponerte en contacto con alguien tenía que ser por carta ya que las tarifas telefónicas eran ruinosas. Y Paco se comunicaba desde joven por carta con todo el mundo y apuntaba en una libreta a quién había escrito, si le habían respondido o no y cómo había sido esa respuesta…”

“Iba poniendo señales a las personas –continúa Campañá- según le iba gustando más o menos la relación que tenía con cada uno, incluso le servía para saber quién se había portado bien con él y quién buscaba sólo su fama. Ahí tenía apuntado todo y por ese medio sabía de quién se podía fiar y de quién no, aunque la idea inicial de esa libreta no era ésa, sino tener un recuerdo de todos aquellos que le trataron”.

9. La carta del Rey

La relación de Paco Fernández Ochoa con el Rey Juan Carlos fue muy estrecha. No sólo esquiaron juntos durante años, sino que se estableció una gran amistad entre ambos y no era extraño ver al monarca jugando al squash en Cercedilla o que los Reyes invitaran a Paco y a su mujer a su casa de Baqueira, incluso si había visita. De hecho, coincidieron con los Reyes de Grecia en alguna ocasión, como si “todos fueran amigos de casa”, recuerda su hermano Juan Manuel. Su amistad perduró durante los años y se extendió al hoy rey Felipe VI y a las infantas Elena y Cristina.

El día de su homenaje en Cercedilla, pocos días antes de su muerte, todo el pueblo se dio cita para acompañar a Paco. Después de un día muy largo, Antonio Campañá recuerda que los más allegados le acompañaron a casa y, mientras descansaba, se quedaron charlando con su mujer, Chus. Paco despertó a las dos horas y pidió a su esposa “esa carta que me has dicho que ha mandado el Rey”. Chus le acercó la carta de puño y letra de su amigo Juan Carlos I y Fernández Ochoa la leyó en alto para todos los que estaban allí. El monarca, como llamaba el campeón al rey emérito, recordaba sus años de amistad y terminó con un “siempre estarás en nuestra memoria”, a lo que Paco sólo pudo responder entre bromas: “Vaya, otro que me está enterrando por adelantado”. Genio y figura.

10. Un modelo en la lucha contra el cáncer

Santiago Herráiz, el mejor amigo de Paco y padrino del hijo del campeón olímpico, rememora cómo fue su enfermedad: “Fue al urólogo porque tenía ‘una avellanita’ y no le dio importancia, pero en poco tiempo se convirtió en un melocotón. En la clínica Anderson de Madrid no le engañaron: ‘la media es de un año de vida y la quimio no sirve para nada en estos casos, sólo te sirve un milagro’. Paco entonces pensó que si tenía que haber un milagro iba a ser el suyo”.

A partir de ahí, su cara a cara ante la enfermedad fue impresionante. “Nunca perdió la sonrisa –recuerda su hijo Fran–, incluso estando en el hospital cuando un día le dijo al cura Mariano que le dijese a su jefe que trabajase algo, que le tenía algo abandonado”. También recuerda Santiago Herráiz cuando iba al centro médico y, pese a su debilidad, paseaba por las habitaciones dando ánimos a todo el mundo. Su hermano Juan Manuel resume su lucha contra el cáncer: “Fue un ejemplo para todos, nos enseñó a afrontarlo. Incluso el día del homenaje en Cercedilla hubo que inyectarle morfina diez minutos antes, pero él nunca dejó de ser Paquito”.

Las anécdotas duraron hasta el final y Antonio Campañá confirma la leyenda de los santos castigados: “Es verdad, tenía un montón de estatuas de santos en una mesa junto a su cama y siempre había alguno del revés. Cuando preguntabas a Paco por qué estaban así siempre te decía lo mismo: “Se han portado mal”. Ver a San Pancracio o San Gabriel de cara a la pared era el pequeño castigo a los que les sometía por haberles pedido algún favor y no habérselo concedido”.

Hace 45 años que un mito ganó la primera medalla olímpica del esquí español.

Eran las ocho de la mañana del jueves 13 de febrero. En Cercedilla, en plena sierra de Madrid, se helaban hasta las piedras y casi todo el mundo dormía a pierna suelta. Casi, porque los Fernández Ochoa estaban pegados al televisor. La primera cadena emitía los Juegos Olímpicos de Invierno desde Sapporo (Japón), y Paco, un chaval de la tierra al que le faltaban unos días para cumplir los 23 años, iba a entrar esa noche en la historia del deporte español.

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