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Li Na, un sueño de libertad ‘made in China’
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LA CAMPEONA DE ROLAND GARROS, UNA RARA AVIS EN SU PAÍS

Li Na, un sueño de libertad ‘made in China’

Puede que el 4 de junio deje de ser una fecha conflictiva para el régimen chino. Ese día, desde hace 22 años, ha quedado asociado a

Foto: Li Na, un sueño de libertad ‘made in China’
Li Na, un sueño de libertad ‘made in China’

Puede que el 4 de junio deje de ser una fecha conflictiva para el régimen chino. Ese día, desde hace 22 años, ha quedado asociado a la matanza en la plaza de Tiananmen, donde una multitud se manifestaba reclamando cambios en el inalterable país comunista. Sin embargo, desde la semana pasada, esa fecha también está ligada a la victoria de Li Na en Roland Garros, la primera de una asiática en la final de un torneo del grand slam. Una tenista que, a su manera, también es un símbolo de rebeldía.

Li Na abandera la imagen de una nueva China. No sólo su visible tatuaje y los tintes que adornan su pelo rompen con la cerrazón del régimen, lo más llamativo es que Li Na ha huido de los brazos del Estado, que habitualmente gestiona la vida de sus deportistas, y desde hace tres años es la dueña de su destino y de sus ganancias.

Li Na nació siete años antes de Tiananmen, en 1982, y su primer sueño fue cumplir el de su padre, un jugador de bádminton que no pudo llegar a ser profesional por los avatares de la Revolución Cultural. Sin embargo, pronto emigró a un deporte menos popular en China y a los nueve años ya estaba practicando tenis.

La rebeldía, en su justa medida, ha marcado su vida. Quizás el paso más importante lo dio en 2008 cuando decidió acogerse a “Vuela solo”, un programa pionero del Gobierno chino para que los deportistas de élite gestionasen sus propios beneficios, sin acogerse a las bondades de Papa Estado. De esta manera, antes, el 65% de los beneficios que obtenía estaban destinados a China (que a cambio le daba entrenador o billetes de avión), ahora sin embargo, al jugar sin esta red, sólo debe pagar entre el 8 y el 12% del premio logrado.

Desde entonces su vida ya no está dirigida por un rígido programa de Deportes estatal. Su marido se ha convertido en su entrenador y su principal apoyo (de hecho, su tatuaje es una muestra de amor hacia él). “Ahora, si tengo ganas de vaguear, si quiero descansar, con mi equipo, puedo hacerlo. Antes, no podía hacer muchas cosas como un individuo, éramos un equipo”. Y puede que su éxito tardío, a sus 29 años, se deba a su manera de gestionar su libertad.

Y es que el recuerdo de la fábrica de medallas de oro china no le resulta muy agradable: “Me sentía triste todos los días. Me tenía que levantar temprano y entrenar antes de ir a la escuela. Después de la escuela, volvía a entrenar y, luego, tenía que hacer los deberes. Nunca tuve tiempo para jugar”, confiesa al ser preguntada.

De hecho, la constricción del Estado la forzó a tirar la toalla  en 2002 durante dos años. Cuando China echó el ojo al tenis como posible medalla para sus Juegos de 2008 pensó que el camino más corto sería el dobles, algo que no era del agrado de Li. “Yo quería jugar en individual, pero desde los Juegos Olímpicos de 2000 querían que jugase en dobles. Sentía que no me daban la posibilidad de convertirme en una buena jugadora individual”.

En 2005, poco después de su regreso a las pistas, volvía a explotar. Li Na criticó de nuevo a un sistema convencido de que su trayectoria era fruto de la disciplina. La reacción oficial no se hizo esperar: “Li Na no es capaz de ver el sacrificio que hace el país para que ella entrene. Se compara con jugadoras extranjeras, pero este tipo de razonamiento no es ético y prueba una falta de responsabilidad de comprensión de su misión. Sólo le interesa el dinero de los premios, pero no los deberes para con su país”.

Una heroína humana

Lejos de la belleza de su compañera rusa Maria Sharapova o de la más torpe Anna Kournikova, algunos expertos piensan que esto no contará a la hora de que Li Na pueda convertirse en la tenista mejor pagada de la historia. Su victoria en Roland Garros puede suponer la llave que muchas marcas femeninas buscaban para abrirse al mercado chino.

Su actitud gusta tanto a chinos como a foráneos. Habla un perfecto inglés, tiene un tatuaje y sus movimientos en la pista distan de la rígida perfección, casi inhumana, de los deportistas criados en un programa de cariz soviético. Es una deportista global que congregó a cerca de 120 millones de chinos ante el televisor el pasado sábado.

Cada raquetazo de Li rebota en el muro del orgulloso programa de deportes estatal que arrasó en los pasados Juegos Olímpicos de Pekín. Cada triunfo es una pequeña grieta que anima a los deportistas chinos a huir del rígido abrazo de oso del Estado llamándoles a gestionar ellos mismos su suerte. A pesar de que su origen, como el de la tenista, esté radicado en el propio sistema.

La victoria de Li en Roland Garros también le dio vía libre para desbancar de las listas de popularidad al eterno icono del deporte chino, el pívot Yao Ming. Y es que a pesar de la insistencia de la cultura de equipo, la afición china se fija en el héroe solitario y antes de Yao Ming, el atleta Liu Xiang copaba el título de héroe del pueblo.

Roland Garros no es el primer picotazo de Li, ya que en 2010 ya llegó a la final del Abierto de Australia, donde cayó derrotada ante la belga Kim Clijsters. Cuando volvió a casa la masa que la esperaba en el aeropuerto la dejó con la boca abierta. Su sapuesta recibía su recompensa

Su individualismo y su afán de autogestión contrastan con la rigidez del régimen chino. Su forma de jugar ya ha conseguido millones de seguidores, quién sabe si sus maneras liberales también acaban conquistando el corazón del gigante asiático.

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Puede que el 4 de junio deje de ser una fecha conflictiva para el régimen chino. Ese día, desde hace 22 años, ha quedado asociado a la matanza en la plaza de Tiananmen, donde una multitud se manifestaba reclamando cambios en el inalterable país comunista. Sin embargo, desde la semana pasada, esa fecha también está ligada a la victoria de Li Na en Roland Garros, la primera de una asiática en la final de un torneo del grand slam. Una tenista que, a su manera, también es un símbolo de rebeldía.

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