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Un lugar perfecto para morir
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estreno de 'el bosque de los suicidios'

Un lugar perfecto para morir

Natalie Dormer, la Margaery Tyrell de 'Juego de Tronos', protagoniza esta fallida cinta de terror a la japonesa sobre una mujer que busca a su hermana gemela

Foto: Fotograma de la película 'El bosque de los suicidios'
Fotograma de la película 'El bosque de los suicidios'

Según los ránkings, el bosque japonés de Aokigahara se sitúa en el segundo puesto de los lugares del mundo preferidos para suicidarse, justo después del Puente Golden Gate de San Francisco y antes de los bellos acantilados de roca calcárea del Cabo de Beachy, en el sur de Gran Bretaña. Este mar de árboles (el poético nombre con que también se conoce el paraje) se extiende a lo ancho de 35 kilómetros cuadrados al pie del monte Fuji. Su frondosidad lo convierte en un espacio tan bello y tranquilo como ideal para extraviarse. No resulta fácil tampoco seguir la pista de alguien que ha decidido adentrarse en Aokigahara para no salir de allí jamás.

Este bosque de los suicidios inspiró la última y malograda película de Gus Van Sant, 'The Sea of Trees', tan mal recibida en el pasado Festival de Cannes que no hemos vuelto a tener noticias de ella. El director de 'Elephant' apostaba por ambientar en Aokigahara un melodrama en torno a un amor más fuerte que la muerte que se ahogaba en su propia estética new age. En 'The Forest', traducida al español con el más explícito título de 'El bosque de los suicidios', el debutante Jason Zada se decanta por una historia de terror al estilo japonés en torno a una mujer estadounidense Sara (Natalie Dormer,la Margaery Tyrell de 'Juego de Tronos' en su primer papel protagonista en la gran pantalla) que viaja al país del sol naciente para encontrar a su hermana gemela Jess, desaparecida en esta zona.

Tráiler de 'El bosque de los suicidios'

Los elementos con que juega Zada no son precisamente originales: un bosque terrorífico por el que se pierde una muchacha, una protagonista aferrada a la convicción de que si su hermana melliza estuviera muerta ella lo sabría de alguna manera, un personaje masculino que se presenta como hombre protector pero parece ocultar otro tipo de intenciones y un trauma familiar del pasado que nutre los fantasmas de la muchacha.

'El bosque de los suicidios” pretendería marcar personalidad propia a través del territorio donde se ubica. Aokigahara no solo nos habla de la cultura de la muerte autoinflingida en Japón, también de una tradición específica de entender la relación con el más allá. Este parque, según los japoneses, está habitado por yürei, la acepción nipona de los fantasmas que vagan todavía por nuestras lares a causa de una muerte traumática. En su momento, también fue uno de los lugares donde se abandonaba a aquellas mujeres de las que la familia no podía hacerse cargo, como se explicaba en películas al estilo 'La balada de Narayama'.

Los elementos de terror con los que juega el director no son precisamente originales

Sara penetra en el bosque con la esperanza de encontrar a su hermana Jess, sobre la que pesa la sombra del suicidio. No sería la primera vez que la chica, admiradora de los versos románticos de la poeta suicida Sara Teasdale, intenta quitarse la vida. Jess representa en cierta manera el lado atormentado de Sara, es la hermana que se atrevió a mirar al abismo en el episodio del pasado de ambas que marcó sus vidas. Esta bipolaridad fraternal que tanto se ha explorado en el cine de terror queda apenas esbozada en esta ópera prima.

Tampoco consigue Zada sacar provecho al entorno escogido. Aokigahara es uno de esos raros espacios donde confluyen lo bello y lo siniestro. Un paraje donde la hermosura eterna de la naturaleza aparece salpicada de la podredumbre de los cuerpos de los suicidas. Esta convivencia entre cierta sentido de la espiritualidad y la presencia constante de lo mortal puede interpretarse con cierta vocación de trascendencia tal y como intentó Gus Van Sant en su película. O puede convertirse en el terreno propicio para cultivar un filme que apela al fantástico de tradición local.

Esta última es la intención de 'El bosque de los suicidas'. Una vez aterriza en Japón, Sara tiene que lidiar con una serie de fantasmas y visiones que tanto pueden formar parte del imaginario del lugar como generarse desde lo más recóndito de su mente. Lejos de sacar provecho a esta premisa y desarrollar una película en que la atmósfera fantástica pudiera palparse, Zada se limita a tirar de los tics ya superados del J-Horror de finales de los noventa y principios de este milenio: niñas fantasmas que se te cruzan por el camino, pasillos iluminados por luces de neón intermitentes, y muchas apariciones inesperadas de personajes con la tez muy blanca. Más el típico flashback forzado que pretende otorgar un giro final al sentido de la historia. Meros parches para tapar los agujeros de un guion errático que acaba provocando el descarrilamiento de la película. Eso sí, Natalie Dormer deja claro que en pantalla grande también da la talla.

Según los ránkings, el bosque japonés de Aokigahara se sitúa en el segundo puesto de los lugares del mundo preferidos para suicidarse, justo después del Puente Golden Gate de San Francisco y antes de los bellos acantilados de roca calcárea del Cabo de Beachy, en el sur de Gran Bretaña. Este mar de árboles (el poético nombre con que también se conoce el paraje) se extiende a lo ancho de 35 kilómetros cuadrados al pie del monte Fuji. Su frondosidad lo convierte en un espacio tan bello y tranquilo como ideal para extraviarse. No resulta fácil tampoco seguir la pista de alguien que ha decidido adentrarse en Aokigahara para no salir de allí jamás.

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