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Cuando el director de Las Ventas era un maletilla que hacía de correo antifranquista
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Cuando el director de Las Ventas era un maletilla que hacía de correo antifranquista

El empresario taurino Simon Casas, director de la plaza de todos madrileña, publica 'Pases y pases', un libro de memorias plagado de humor y de humanidad. Publicamos un extracto

Foto: Simon Casas vistiéndose de torero. (Cedida)
Simon Casas vistiéndose de torero. (Cedida)

Con quince años, me contrató un empresario taurino que producía espectáculos más circenses que taurinos. En esa época la tauromaquia gozaba en Francia de un estatus suficientemente honorable para que, con ocasión de la fiesta local, algunas comunidades ajenas a la tradición taurina organizasen parodias de corridas. El productor, con un agudo sentido del gancho comercial, me bautizó Pepito de Málaga y era la vedette de sus espectáculos. Mi nombre aparecía en todo lo alto de los carteles, como ya dijimos, en Pipiriac, en Le Mans, el día de las veinticuatro horas e incluso en la capital, donde la plaza portátil se instaló en Porte de Montreuil.

Yo me había fugado. Mi madre, que se había vuelto a casar con un militar, vivía en Kremlin Bicêtre, una barriada de París, y había denunciado en la policía un aviso de búsqueda. Nuestro circo se quedaba en París tres semanas y había representación los domingos por la tarde. Los exiliados políticos me habían cogido cariño y me llevaban todas las noches al Quartier Latin; tenían contactos entre las redes antifranquistas. Gracias a estos encuentros político-lúdicos, conocí a algunas futuras eminencias de la transición democrática que sucedió a la dictadura. Yo apenas sabía acerca de la Guerra Civil Española, que había destrozado España, pero, con estas amistades de barra de bar en Saint Germain, Pepito de Málaga se convirtió en comunista. Los domingos hacía mis pases en Porte de Montreuil y durante la semana mis camaradas me hacían leer El Capital de Karl Marx. Hasta mi última corrida, donde no tuve el honor de ejercer porque justo en el momento del paseíllo tres gendarmes me pusieron las esposas. El aviso de búsqueda dio sus frutos y dieron conmigo vestido con traje de luces. Los gendarmes me hicieron subir a su vehículo y nos acompañó Pedro Romero, por entonces, un banderillero, también exiliado, que se esforzaba en enseñarme a torear. Mi madre vivía en un quinto sin ascensor. Su marido, advertido de mi captura, esperaba a la policía en el portal, allí me cogió del cuello para hacerme trepar a tortas hasta el quinto piso.

- Aquí tienes a tu hijo el torero, gritó, mientras me empujaba hacia mi madre que lloraba sin parar.

- ¡Bernard!

- ¡Qué va! Es Pepito de Málaga, dijo burlonamente su marido.

Pedro Romero, que permanecía apartado, avanzó con la intención de mediar en el conflicto.

- Disculpe, señor, Bernard quiere convertirse de verdad en torero, creo que incluso está dotado para ello, si usted lo acepta, yo le tomo a cargo, se quedará en Arles donde entrenará con Marco Antonio y Julio César.

- ¿Con Marco Antonio y Julio César...?

- Sí, mis hijos se llaman así, ellos también quieren ser toreros.

- ¿Acepta firmarnos una declaración jurada?

- Por supuesto, me hago cargo de su hijo, mejor dicho, del de la señora.

La transacción concluyó con rapidez para alivio de los gendarmes que no hubieran sabido qué hacer con un torero depositado en objetos perdidos.

Activista comunista

Algunos años más tarde, vivía en Madrid como aprendiz de torero, me contactó uno de mis antiguos camaradas del Quartier Latin y me invitó a encontrarnos en París donde me propuso hacer pasar a España unos documentos disimulados en los dobleces de mis capotes.

"Ningún gris -así llamaban a la policía de Franco- va a hurgar en tu petate de maletilla.” "En Madrid, entregarás estos documentos a una persona que te contactará". Tuve que hacerlo cinco o seis veces, transporte de documentos secretos entre mi ropaje. Con la coartada de su identidad taurina, Pepito de Málaga se convirtió en el simpático correo de activistas antifranquistas entre París y Madrid, en una época donde los servicios españoles ejercían una extrema vigilancia; mi colaboración con los oponentes al franquismo tuvo para mí, muchísimo más tarde, felices consecuencias.

En 1985, una personalidad importante del PSOE, a quien habían llegado noticias de la singularidad de mis aventuras, Enrique Múgica, me invitó a comer en Madrid para ayudarme en mi intento de promover mi carrera de productor de corridas de toros.

- Parece que en Francia lo has conseguido, pues ahora se trata de hacerte un sitio en España.

- Nada fácil, le respondí, las plazas importantes pertenecen a familias que monopolizan el mercado y no sueltan lastre.

- Sí, pero tú eres Pepito de Málaga, puedo ayudarte a conquistar Valencia...

placeholder Portada de 'Pases y pases', el libro de memorias del empresario taurino Simon Casas.
Portada de 'Pases y pases', el libro de memorias del empresario taurino Simon Casas.

El Presidente de la Diputación de Valencia de aquel entonces que más tarde sería Ministro de Justicia, me recibió y, mientras ensayaba mi discurso para justificar mi competencia profesional, finalmente, no se interesó más que por Pepito de Málaga, de quien le habían hablado tantas veces sus amigos, en el postre, me dijo:

- Bueno, habrá que ponerse, te propongo la dirección de la Plaza de Toros de Valencia, una de las más importantes de España.

Y así comenzó mi carrera española, Pepito de Málaga cortó dos orejas y el rabo en los bistrots de París festejando con los activistas comunistas o anarquistas, de los cuales algunos se convirtieron en ministros, editores influyentes o altos funcionarios de la transición postfranquista. Los riesgos reales que corrí en mis idas y venidas entre Francia y España con esos documentos escondidos en mis muletas me ofrecieron las llaves de una carrera inimaginable para ese Tintín Pepito que fui.

Quizá por reconocimiento, de joven, mi voto fue siempre para el Partido Comunista o para la izquierda radical. Pero hace tiempo que cambié de bando.

Somos muñequitos en manos de quienes nos relatan la historia, los vencedores, sean de izquierdas o de derechas.

¡Los ideólogos pegan cornadas más dolorosas que las de los toros!

*Simon Casas (Nimes, 1947), hijo de madre turcosefardí y padre judío polaco, es uno de los empresarios taurinos más importantes del mundo. Director de las plazas de Madrid, Nimes y Valencia, vive la tauromaquia con pasión y romanticismo. ' Pases y pases' (Demipage) es su libro de memorias.

Con quince años, me contrató un empresario taurino que producía espectáculos más circenses que taurinos. En esa época la tauromaquia gozaba en Francia de un estatus suficientemente honorable para que, con ocasión de la fiesta local, algunas comunidades ajenas a la tradición taurina organizasen parodias de corridas. El productor, con un agudo sentido del gancho comercial, me bautizó Pepito de Málaga y era la vedette de sus espectáculos. Mi nombre aparecía en todo lo alto de los carteles, como ya dijimos, en Pipiriac, en Le Mans, el día de las veinticuatro horas e incluso en la capital, donde la plaza portátil se instaló en Porte de Montreuil.

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