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Luis Mateo Díez, al aceptar el Cervantes: "Nada me interesa menos que yo mismo"
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Con la presencia de los Reyes

Luis Mateo Díez, al aceptar el Cervantes: "Nada me interesa menos que yo mismo"

El escritor leonés ha ofrecido un discurso muy cervantino y quijotesco en el que ha exaltado a los "héroes del fracaso" y ha reivindicado la literatura como "una conquista de lo ajeno"

Foto: El escritor español Luis Mateo Díez al recibir el Cervantes esta mañana (EFE/Ballesteros)
El escritor español Luis Mateo Díez al recibir el Cervantes esta mañana (EFE/Ballesteros)

El escritor leonés Luis Mateo Díez (Villablino, 1942) es un escritor que reivindica la literatura como “una conquista de lo ajeno”. Así lo ha dejado dicho esta mañana al aceptar el premio Cervantes -el más importante de las letras españolas- en el Paraninfo de Alcalá de Henares. “Nada me interesa menos que yo mismo”, resaltó con una humildad llamativa en el mundo literario para recalcar que a fin de cuentas lo que le interesa al contar siempre son los otros. “En los términos de la ficción son de quienes pretendo apropiarme, precisamente por el conducto de la invención”. Por eso citó a su querida Irene Nemirovsky cuando dijo aquello de que “toda gran novela es un callejón lleno de gente desconocida”.

Díez, prolífico en novelas y relatos, elaboró un texto largo y cervantino yendo del pasado al presente y atisbando el futuro de este “octogenario de salud razonable”. Por eso comenzó por donde todo comenzamos, por la infancia, esa “patria perdida” de Rilke, a quien también citó, como a Cesare Pavese cuando decía que “es el tiempo mítico del hombre”. Recordó que fue “niño de posguerra”, pero que tuvo “la suerte de los afectos” que “se sobreponía a la desgracia de tantas desdichas” de la época.

En ese tiempo de niñez, sin querer ser “el repelente niño Vicente” de Rafael Azcona -otra cita- y en ese pueblo leonés tantas veces nevado en invierno, fue donde llegó a la literatura, que enseguida le embelesó. Primero por las veladas nocturnas, por la oralidad, ya que era costumbre vecinal contarse historias. Por ahí entró “el relato de lo ancestral y folclórico”.

El destino estaba ya casi encaminado, pero el golpe definitivo llegó con El Quijote, una novela que le entusiasmó desde muy joven. De hecho, afirmó poder “recordar muy bien la mañana de su primera lectura” cuando “los copos alborotaban los ventanales de la escuela”. Enseguida se dio cuenta de que Don Quijote no era un héroe, sino el antihéroe, o el “héroe del fracaso” como poco después empezó a recrear a los personajes de sus historias. “Un perdedor, término que nunca me gustó pero no deja de ser significativo, abocado a las perdiciones y los fracasos, por muy ensoñados que se forjaran”.

Fue así un discurso en el que el escritor exaltó a esos “héroes del fracaso” de sus libros que tanto le entusiasman. Por esa “fragilidad de su voluntad luchadora por la vida, el afán de vivirla y sobrellevarla con el rendimiento de la generosidad”. Son todos esos personajes voluntariosos de sus novelas que quieren vivir a toda costa reponiéndose de las heridas y ausencias que todos gastamos, y de las que el escritor también se acordó en la recogida del galardón.

La vida de los otros

Ahí, con ese germen quijotesco, estaba ya inoculada su vocación de escritor, a quien definió como “un narrador que, entre otras cosas, asumía la vida como una narración”. Y ahí estaba ya también esa conquista de lo ajeno, “el devenir de otras vidas que no fueran la suya, pero que, al contarlas, ya pertenecían al propio conocimiento y a enriquecer la vicisitud de su experiencia particular y limitada”.

El escritor se dio cuenta entonces que “la vida se descubre escribiendo”, que “escribir es descubrir”, y que al fin y al cabo “contar la vida era mi aspiración”. Y así fue transitando el camino, también, y aquí citó a Borges, con la convicción de que “la irrealidad es la auténtica condición del arte”. Por eso sus historias tienen poco que ver con el costumbrismo y el realismo sino que siempre hay, como sucede en ese universo de Celama que creó, un magma surreal, onírico, simbólico, extraño.

El escritor se dio cuenta entonces que "la vida se descubre escribiendo", que "escribir es descubrir", y que "contar la vida era mi aspiración"

Y ahí están siempre esos otros, los que no le pertenecen. Ahí, en esa “vida de la letra”, que decía el escritor Manuel Longares -otra cita-, “materia exclusiva de la misma vida imaginaria, la que a la letra debe su esencia literaria y verbal”. En definitiva, la literatura para Díez siempre es esa “suerte de vivir en lo imaginario, lo que la vida misma no da de sí”. Culminó su discurso volviendo a sus personajes, esos que “no tienen tanta nobleza, pero son conscientes de alguna ejemplaridad heroica”. “A ellos vivo entregado, ya que son ellos quienes me salvan a mí”, zanjó.

"Fabulador universal"

El rey Felipe VI ha recordado las palabras del jurado que le otorgó el galardón al señalarlo como “uno de los grandes narradores de la lengua castellana, heredero del espíritu cervantino”. Y ha resaltado la figura de su padre, que poseía una interesante biblioteca, pero también los relatos orales que escuchó Díez de niño (como también recordó el escritor en su discurso). “Precisamente, la imaginación y la memoria constituyen, junto con la palabra, la base de su obra”, afirmó el monarca.

Quiso el rey citar varios de los títulos notables del leonés como La fuente de la edad con aquellos cofrades “donde lo que importa no es el hallazgo [de esa fuente], sino vivir en la imaginación lo que la realidad niega”. Y destacó el humor que también hay en sus historias así como la creación de una provincia imaginaria, como hiciera Canetti. En el caso de Díez fue Celama, “lugar donde confluyen mito, imaginación y memoria” y que, como recordó Felipe VI, “ha traspasado fronteras”, al igual que hiciera la Comala de Juan Rulfo o el Macondo de García Márquez.

Foto: El escritor y Premio Cervantes 2023, Luis Mateo Díez, posa para El Confidencial en su domicilio. (A. B)

“Hay soñadores pertinaces en las obras de Luis Mateo Díez y en ocasiones coinciden las imágenes del subconsciente con los presentimientos más temidos “, como ocurre en La mano del sueño. Y, por supuesto, dijo el rey, también está siempre la infancia que “recorre la escritura del autor”.

Diversidad de géneros, personajes perdedores y solitarios y “las enfermedades del alma” que les atenazan en forma de todo tipo de dolencias, son otra de las señas de identidad de escritor, según manifestó el monarca que finalizó su discurso insistiendo en que Luis Mateo Díez es “uno de los grandes fabuladores de la literatura universal”.

El escritor leonés Luis Mateo Díez (Villablino, 1942) es un escritor que reivindica la literatura como “una conquista de lo ajeno”. Así lo ha dejado dicho esta mañana al aceptar el premio Cervantes -el más importante de las letras españolas- en el Paraninfo de Alcalá de Henares. “Nada me interesa menos que yo mismo”, resaltó con una humildad llamativa en el mundo literario para recalcar que a fin de cuentas lo que le interesa al contar siempre son los otros. “En los términos de la ficción son de quienes pretendo apropiarme, precisamente por el conducto de la invención”. Por eso citó a su querida Irene Nemirovsky cuando dijo aquello de que “toda gran novela es un callejón lleno de gente desconocida”.

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