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Fernando Aramburu: "La crispación la veo en el Congreso, pero no en las calles"
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Fernando Aramburu: "La crispación la veo en el Congreso, pero no en las calles"

Hablamos con el escritor vasco sobre la situación en nuestro país y sobre su nueva novela, 'El niño', que se centra en la tragedia de Ortuella de 1980

Foto: Fernando Aramburu en el Hotel de las Letras de Madrid. (Marta Fernández Jara / Europa Press)
Fernando Aramburu en el Hotel de las Letras de Madrid. (Marta Fernández Jara / Europa Press)
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Fernando Aramburu desdeña los títulos rimbombantes que puedan calificarle como la voz de una generación vasca, si es que tal cosa existe, aunque es innegable que Patria (2016) se convirtió en la gran novela sobre el conflicto y el terrorismo de ETA y fue aclamada de manera unánime desde su publicación. Pero Aramburu, que aparece con rostro serio y nada soñoliento pese a lo temprano que es —"Me he despertado a las siete, siempre me despierto a las siete aunque me haya acostado a las siete menos cinco", explica— es práctico, prudente, reflexivo. No cae en tópicos ni en estereotipos y, quizá por eso y con bastante sencillez, deja claro en todo momento que pretende con sus novelas establecer pequeños hilos que conformen una madeja más amplia. La intrahistoria que hay en los sucesos conocidos y sufridos por todos.

Así sucede con El niño, su nueva novela —edita Tusquets —, en la que cuenta las vidas de una familia común azotada por una de las mayores tragedias del País Vasco: la explosión de gas en un colegio en la localidad de Ortuella en 1980, en la que murieron 50 menores y tres adultos. El niño que da nombre a la novela (Nuco) es justamente uno de esos niños, aunque los protagonistas sean los familiares que tienen que aprender a vivir sin él: Mariaje, la madre, José Miguel, el padre, y Nicasio, el abuelo, que acostumbra a visitar el cementerio todos los jueves para ver a su nieto, aunque, para él, sigue con vida. "Fue una época en la que ocurrieron bastantes desgracias colectivas", me cuenta el autor. "Eran otros tiempos, yo recuerdo el tratamiento fotográfico de la prensa y hoy en día sería inconcebible".

PREGUNTA. El niño es una historia tremendamente dura, ¿por qué ha decidido contar este suceso tan concreto del País Vasco ahora?

RESPUESTA. Hay dos razones de peso. Una es personal: este accidente me dejó una huella o herida muy honda, que luego con el curso de los años se reproducía en mí por el hecho de que también fui profesor de niños de la misma edad que los que fallecieron en Ortuella en 1980, y alguna vez estando en clase mientras ellos estaban ocupados pensaba: "jobar, si ahora explotara el aula...", no sé, me venía recurrentemente a la cabeza este episodio. Y la otra razón es puramente literaria. Yo estoy comprometido con una serie de novelas y libros de cuentos en los que pretendo trazar un retrato humano de la gente de mi tierra natal en la época en que yo también viví, entonces este acontecimiento me interpelaba de una manera muy fuerte, me pedía hueco literal, expresión. Y finalmente cuando me pareció que podía contar esta historia desde la ficción emprendí la tarea.

P. Habla de la ficción. Es una novela bastante experimental, hay muchas voces y me quedaba la duda de si los personajes eran reales y habían dado su testimonio...

R. Me halaga que exista la duda porque efectivamente eso viene a decir que la lectura de la novela es veraz e induce a pensar que lo que se cuenta ha sucedido y yo solamente he cambiado los nombres, pero en realidad es una ficción montada a partir de un hecho real. Todo lo que tiene que ver con el hecho real que se menciona en la novela es fruto de la documentación. Me documenté lo suficiente para que después todo lo que pusiera de mi parte transcurriera por veredas verosímiles, pero se trata de una novela que tiene en cuenta ingredientes estéticos, he jugado con su mecanismo. Yo no opero con datos ni ofrezco la verdad historiográfica, hago un retrato humano con personajes que espero que sean creíbles pero fruto de la inventiva de un escritor.

P. ¿Cómo vivió personalmente ese suceso de Ortuella?

R. Me pilló en Zaragoza con 21 años y lo viví en tiempo presente puesto que ocurrió cerca de mediodía, yo era estudiante, compartía piso y a esas horas solía estar ocupado en la cocina escuchando la radio. Cortaron la emisión para comunicar que había ocurrido algo muy grave en un pueblo de la provincia de Vizcaya. La información al principio era imprecisa pero ya daba a entender que había habido mucha muerte y no lo he olvidado. Me golpeó tan fuertemente que ese acontecimiento es uno de los que me sirven para jalonar mi propia cronología: uno coloca sus propias vivencias de acuerdo con algunos hechos que le han ocurrido o han sucedido en su tiempo. Poco antes de casarme, después de que cayeran las Torres Gemelas, las Olimpiadas... todos estos hechos nos ayudan a colocar otras vivencias de menor rango, y este para mí fue la epítome del año 80.

"Cuando escribo historias relacionadas con dolores reales me preocupa la posibilidad de herir incurriendo en la frivolidad"

P. ¿Ha sido más complicado de escribir —justamente por la dureza del tema que otras novelas?

R. Desde el punto de vista técnico no ha sido difícil para mí. El problema está fuera del libro en realidad y es un asunto que a mí me preocupa cada vez que abordo historias relacionadas con dolores reales que han sufrido otras personas: la posibilidad de herir incurriendo en la frivolidad, haciendo bromitas donde no hay que hacerlas, imputando a alguien que no hizo nada... hay que mantener un equilibrio que no es propiamente literario sino que tiene más bien que ver con la moral o con cierta elegancia que uno no debería perder cuando aborda temas colectivos. Esto sí es delicado y hay paisajes que uno escribe con el freno de mano echado, con cierta cautela, pero por otro lado si uno no arriesga entonces es probable que ofrezca frutos literarios de poca relevancia humana. Yo necesito meterme en charcos en el aspecto social, moral... ahí donde hay problema hay novela.

P. Es una novela muy triste y me resulta de alguna manera muy pesimista, pero también hay un rastro de ternura en los personajes, ¿cree que es una cualidad del pueblo vasco?

R. Yo no me expreso desde la perspectiva del pueblo vasco. En el plano de la novela, cuanto más generalicemos peor. Creo que una novela que se precie debe transcurrir en la dirección contraria, debe singularizar lo individual, lo íntimo, lo intransferible, aunque esté situado en un contexto compartido. Pongo en duda que El niño sea una novela pesimista, lo que sí muestra es que pase lo que pase el tiempo transcurre y que por muy duro que la vida nos haya golpeado los días siguen transcurriendo y quizá el núcleo de esa novela es mostrar cómo unas personas normales y corrientes a las que les ha sucedido un hecho terrible desarrollan una estrategia vital para convivir con la desgracia, aliviar el dolor, superar la pena si es que esto es posible... cada uno de una manera deliberada o instintiva tira conforme a su psicología en una dirección. La madre intenta recrear la maternidad, el abuelo vive dentro de la ficción, el padre del niño vive a su manera también, quizá con una fragilidad psicológica que los otros no tienen. Y quizá esta paleta de comportamientos sea la sustancia básica de esta novela. En definitiva, todos los personajes están sometidos a las mismas circunstancias: les ha sucedido algo terrible y los días pasan.

placeholder 'El niño', de Fernando Aramburu (Tusquets).
'El niño', de Fernando Aramburu (Tusquets).

P. Entonces generalizar le quita veracidad a la novela.

R. Yo creo que la generalización es competencia de quien lee, ya forma parte de la interpretación. Yo no me puedo sentar al escritorio y decir: bueno, voy a expresar la voluntad del pueblo vasco, es que no sé cuál es. Además que yo he nacido en el País Vasco y tengo constancia de la enorme diferencia entre unas personas y otras. Ahora, si miras de lejos las realidades de este mundo pues sí te parece que todos son como uniformes: los chinos, los americanos... pero luego vas y caramba, si son todos distintos. Y una novela debe distinguir.

"Yo no me puedo sentar al escritorio y decir: bueno, voy a expresar la voluntad del pueblo vasco, es que no sé cuál es"

P. Así que no estará cómodo ni se sentirá identificado como la voz del pueblo vasco.

R. Si respondo a esto me estoy metiendo en conversaciones ajenas. Yo no puedo ir allá donde están las personas que han leído algo mío a decirles: muy bien, has acertado. Cuando el autor pone el punto final y entrega la novela al editor ya no tiene nada más que decir. Lo que tenía que decir ya lo ha dicho. Es verdad que luego se conceden entrevistas, se intentan explicar las intenciones... pero creo que un autor debe abstenerse, también en las entrevistas, de autointerpretarse. Con frecuencia leo comentarios acerca de libros míos que me parecen mucho más perspicaces de lo que yo podría decir, aunque hayan salido de mis manos. Uno no escribe interpretándose, uno tiene oficio pero no puede plantearse cada frase que escribe porque entonces el producto final sería ilegible. De hecho, yo creo que no dice nada bueno de una obra (literaria, pictórica, cinematográfica) si conduce solamente a una interpretación, muy simple tiene que ser para que todo el mundo opine o sienta lo mismo. Quizá esto debería resolverlo la psicología, no lo sé.

P. Vive en Alemania desde mediados de los 80, ¿cómo se vive España desde la distancia?

R. Esa distancia no existe. Si es verdad que los dos países no están solapados, pero existe la Unión Europea con una creciente uniformidad de usos, costumbres, leyes y la misma moneda... y sobre todo existe internet. Internet ha anulado las distancias, entendiendo por distancias un corte de algún tipo con respecto a una determinada realidad, cosa que yo viví al principio. Me acuerdo que llegaba un periódico español con un día de retraso o había cosas de las que no me enteraba, pero a partir de la difusión de internet esto se ha acabado. Yo veo todos los días el telediario en mi ordenador, me comunico de manera presencial por videoconferencia con cualquiera, concedo entrevistas sin tener que hacer viajes, tengo acceso a hemerotecas españolas, con el street view me puedo pasear por cualquier lugar con fines de aprovechamiento literario... esa distancia ya no existe realmente. La distancia que yo pueda tener con respecto a lo que sucede en Madrid no es muy distinta a la que pueda sentir un coruñés o un ovetense. Ni siquiera tengo esa sensación de haberme separado del idioma porque ahora ya veo cualquier programa o película en lengua española. Interesante —y quizá con esto completo la respuesta— es observar de cerca lo que la prensa alemana pueda decir de la realidad social y política española, porque normalmente la información está dada por periodistas sin prejuicios. Eso es interesante porque me amplía la perspectiva.

"La distancia que yo pueda tener con respecto a lo que sucede en Madrid no es muy distinta a la que pueda sentir un coruñés o un ovetense. Internet ha anulado las distancias"

P. Nos ponemos unamunianos, ¿a usted le duele España?

R. No. Ni me duele ni me deja de doler. No es una cuestión que represente ningún papel en mi vida. Yo tengo apego a España, sé de dónde procedo, sé dónde he aprendido... España es un país bastante habitable, salvo los evidentes problemas que tiene, pero yo no soy una persona que ondee una bandera o cante un himno... ¡tampoco que lo silbe! Vamos a decir que si yo tengo que elegir un hogar propio, una casa, yo elegiría la Unión Europea, que para mí tiene una presencia cotidiana positiva muy fuerte puesto que yo no vivo en mi país de origen pero disfruto de las enormes ventajas que supone ser ciudadano de un país de la Unión Europea, con unas enormes facilidades burocráticas, laborables... cuando oigo opiniones contrarias a la Unión Europea me parecen muy simples, muy sacadas de informaciones pero no de la vivencia cotidiana. Ahora, esta cosa unamuniana, un poco temperamental... no va conmigo. De hecho rompe un poco mi conquista de la serenidad, que yo agradezco a la cultura. A mí me duele una muela pero no me duele un país.

P. ¿Cómo está viviendo las próximas elecciones vascas del 21 de abril?

R. Las vivo de lejos. Procuro estar informado, entiendo que el resultado es previsible y eso es todo.

P. ¿Previsible?

R. Sí, porque leo las estadísticas de unos y otros y coinciden en algo que de todos modos se percibe también cuando no hay elecciones: la hegemonía política y cultural del nacionalismo.

"No soy una persona que ondee una bandera, pero si tengo que elegir un hogar propio, una casa, yo elegiría la Unión Europea"

P. Viendo sus respuestas imagino que no será así, pero para muchas personas vivimos uno de los peores momentos de la historia de nuestro país, viéndolo desde la distancia, ¿es una exageración?

R. Tengo otra perspectiva que es la que me da estar en otro lugar de Europa donde se viven problemas parecidos. Creo que el momento político español no está desligado del resto de países europeos. Si uno va a Italia se encontrará con un cisco similar, quizá con otros ingredientes culturales y otras formas de expresión y comportamiento, pero de todos modos si uno empieza a hacer cotejos entre países España no queda del todo mal (salvo en el asunto del desempleo, la deuda pública...), pero por lo general yo paseo estos días por Madrid y lo que veo es mucho turista, limpieza y paz social. En cambio yo no me atrevería a meterme en algunos barrios de Berlín y hay una creciente violencia en otros países europeos que en España no percibo.

P. Quizá es un poco ombliguista entonces pensar siempre que lo nuestro es lo peor.

R. Es inevitable, te afectan los problemas cercanos. Pero si uno se mueve un poco entre vecindarios ve y dice: "caramba, pero si están peor esos otros". Por ejemplo ahora Suecia, un país tan alabado aquí, tiene unos problemas de violencia callejera impresionantes. No me da ninguna envidia. Eso sí, si uno compara los debates del Congreso con los del Budenstag alemán ahí sí hay diferencias, pero creo que no son debidas a la circunstancia actual sino al nivel educativo, el mayor o menor prestigio del cuidado de las formas... pero yo celebro que este cisco político crónico en España se limite al Congreso y al Senado, a recintos donde los políticos que no se tragan (por lo menos que no se tragan delante de las cámaras) llevan a cabo sus discusiones, pero a mí no me parece (y esto no es más que una impresión de visitante) que la calle corrobore la crispación política.

"Paseo estos días por Madrid y lo que veo es mucho turista, limpieza y paz social, mientras que Suecia, un país tan alabado, tiene muchos problemas de violencia callejera"

P. Entonces no estamos más polarizados que nunca.

R. La gente no creo. Siempre hay grupúsculos, naturalmente, pero la tónica general es bastante pacífica, por lo menos en las zonas que yo visito: Madrid y mi tierra natal.

P. Ya he visto que no le gusta generalizar sobre el pueblo vasco pero volviendo a él, ¿cree que se ha curado de sus heridas o que hay heridas que nunca se curarán?

R. Las heridas cuando no las lleva una persona concreta son un simple concepto. Una persona afincada en el País Vasco que le mataron al padre en un atentado no está en condiciones de afirmar que su herida está cerrada. No todo el mundo ocupó la misma posición con respecto a la historia sangrienta que tuvimos, lo que no pasa nunca es hipotecar la vida de las nuevas generaciones pensando que van a estar de la mañana a la tarde pendientes de algo que no vivieron en primera persona. Eso no es posible. No es la hora de eso, es la hora de crear los testimonios o preservarlos por si algún día las futuras generaciones quieren volver a conocer lo que pasó.

P. Entonces sí considera que los vascos necesitaban un imaginario literario, volviendo a lo de que se necesite "una voz contemporánea".

R. Si yo termino siendo una voz no es porque yo aspire a eso, es algo que decidirán otras personas. En el futuro habrá personas interesadas que vuelvan la vista atrás y busquen en libros, museos, cines... testimonios, relatos, imágenes de una determinada época y a lo mejor se topan con mis novelas. Eso es posible pero no es algo que yo pueda o me apetezca decidir. Y si mi voz no es valiosa ahí está la basura.

P. Qué práctico.

R. Sí, es lo mismo que hace uno con los autores del pasado. A veces las obras envejecen, si uno las escribe con ardor o de una manera muy apegada a la actualidad y la actualidad pasa...

"Si mi voz no es valiosa ahí está la basura"

P. Pero usted al final se centra en un momento histórico ya pasado, entonces es más difícil pensar en envejecer mal.

R. ¿Sabes qué pasa? Que la palabra histórico me molesta porque yo no lo he vivido como historiador. No soy un señor que ha ido a los archivos en busca de documentos. Todas las historias que cuento de paisanos míos forman parte de mi vivencia personal. Es algo que he vivido o de alguna manera me ha afectado personalmente, y eso está relacionado con la necesidad de objetivarlo, de sacarlo fuera y convertirlo en un objeto que en mi caso es un texto. Entonces no es que yo esté obsesionado con algún asunto en concreto sino que lo llevo conmigo, abro la boca y sale solo... pero también aspiro a contar otras cosas y procuro alternar. No apetece estar tocando toda la vida la misma melodía.

P. ¿Entonces cree que para que un texto sea veraz debe haber cierta implicación emocional?

R. No necesariamente. Yo no tengo que llorar o reír con mis personajes. Lo que no le debe faltar a un autor es un conocimiento exhaustivo de lo que tradicionalmente se llama el alma humana, o de una manera más vulgar un conocimiento profundo de los seres humanos concretos: la mujer joven, el niño enfermo, el anciano que avista su último horizonte, el hombre triste... eso sí.

Fernando Aramburu desdeña los títulos rimbombantes que puedan calificarle como la voz de una generación vasca, si es que tal cosa existe, aunque es innegable que Patria (2016) se convirtió en la gran novela sobre el conflicto y el terrorismo de ETA y fue aclamada de manera unánime desde su publicación. Pero Aramburu, que aparece con rostro serio y nada soñoliento pese a lo temprano que es —"Me he despertado a las siete, siempre me despierto a las siete aunque me haya acostado a las siete menos cinco", explica— es práctico, prudente, reflexivo. No cae en tópicos ni en estereotipos y, quizá por eso y con bastante sencillez, deja claro en todo momento que pretende con sus novelas establecer pequeños hilos que conformen una madeja más amplia. La intrahistoria que hay en los sucesos conocidos y sufridos por todos.

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