Es noticia
La broma infinita: cómo Matthew Perry gastó siete millones en desintoxicarse para nada
  1. Cultura
El fin de la comedia

La broma infinita: cómo Matthew Perry gastó siete millones en desintoxicarse para nada

Las memorias del actor, publicadas un año antes de su muerte, son una descripción sincera de sus adicciones, pero también reflejan la dejación personal de funciones que llevó a su caída

Foto: El elenco de 'Friends', en 1998. (Reuters/Russell Boyce)
El elenco de 'Friends', en 1998. (Reuters/Russell Boyce)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

"Resulta extraño vivir en un mundo en el que tu muerte habría supuesto una conmoción para mucha gente, pero no habría sorprendido a nadie".

Lo escribió Matthew Perry un año antes de morir, cuando publicó sus memorias, Amigos, amantes y aquello tan terrible.

Como tantos otros en EEUU los últimos años, además del alcohol, el principal problema de Perry no fue la cocaína, sino los opiáceos, del OxyContin (“cuando lo tomas notas como si en vez de sangre te corriera miel caliente por las venas”) a la Vicodina.

Cuando Friends empezó a ser un éxito, a Perry le tentó Hollywood. Su primera película como famoso oficial fue Solo los tontos se enamoran. Durante una pausa del rodaje, se metió un talegazo haciendo el tonto con una moto de agua. Le dolía mucho todo el cuerpo, pero era un día importante de rodaje. Un médico le dio UNA PASTILLA. A Perry le sentó fenomenal esa pastilla, nunca se había sentido tan bien, de hecho, así que decidió conseguir algunas cuantas pastillas más para cualquier eventualidad.

Se llamaba Vicodina y más que pastilla era pastillote.

"Cuando tomas OxyContin notas como si en vez de sangre te corriera miel caliente por las venas"

“Año y medio después, me tomaba a diario cincuenta y cinco pastillas de esas. Cuando entré en la clínica de rehabilitación Hazelden de Minnesota pesaba cincuenta y ocho kilos y me había arruinado la vida. No sabía qué me había pasado, estaba muerto de miedo y tenía claro que me iba a morir. Y no es que deseara morirme, sino que lo único que quería era sentirme mejor”.

“Sesenta y cinco veces me he desintoxicado en mi vida, pero la primera vez fue a los veintiséis años. Mi adicción a la Vicodina había empezado a causarme estragos. Si ves la tercera temporada de Friends, espero que te eches las manos a la cabeza de ver lo delgado que estoy hacia el final (los opiáceos te fastidian el apetito y te hacen vomitar sin parar). En el último episodio, verás que me queda todo por lo menos tres tallas grande… Durante los años en que trabajé en Friends, sufrí unos cambios de peso que abarcaron de los cincuenta y ocho a los ciento dos kilos. Si prestas atención al peso que tengo de una temporada a otra, puedes seguir la trayectoria de mi adicción: si gano peso, es por el alcohol; si estoy delgado, es por las pastillas. Y si llevo perilla, es porque estoy tomando muchísimas. Al final de la tercera temporada, me pasaba la mayor parte del tiempo pensando cómo podía hacerme con cincuenta y cinco Vicodinas al día... Y para ello, hacía falta desempeñar un trabajo a tiempo completo: hacer llamadas, ir a ver a los médicos, fingir que tenía migraña, encontrar a alguna enfermera lo suficientemente corrupta como para darme lo que necesitaba. Me ha llevado un tiempo darme cuenta de lo que estaba pasando. Empecé tomándome como unas doce al día y de la noche a la mañana paré y me encontré fatal. Algo en mí no va nada bien, pensé entonces, pero seguí a lo mío. Me dije que cuando concluyera el rodaje de la temporada de Friends me pondría en tratamiento para solucionarlo. Aquella decisión casi acaba conmigo. Si la temporada hubiese durado un mes más, me habría muerto”.

En globo

Perry, en definitiva, pasó subido al globo de los opiáceos los últimos 25 años de su vida:

“Cuando volví para grabar la siguiente temporada de Friends iba puestísimo y todo el mundo se dio cuenta de que urgía encontrar una solución. Yo ya había oído hablar de la metadona, una droga que, con un solo sorbito, en un día sería capaz de desengancharme de mi dosis diaria de cincuenta y cinco pastillas de Vicodina. La letra pequeña era que tenías que tomarte aquello todos los días, o de lo contrario podías desarrollar un grave síndrome de abstinencia. Suena bien, fue el pensamiento que cruzó mi mente desesperada. Inmediatamente me suministraron la primera dosis y al día siguiente ya pude volver a las grabaciones de Friends, tan sembrado como siempre. Me habían indicado que la metadona no tenía efectos secundarios. Y no era cierto. De hecho, aquello marcó el principio del fin. El resto de las cosas, sin embargo, me iban la mar de bien. Friends seguía cosechando más éxito que nunca… Entonces todo el mundo me preguntaba si me encontraba bien, pero nadie quería tener que frenar la maquinaria de Friends porque generaba muchísimo dinero, y esa situación lo único que conseguía era hacerme sentir fatal”.

"Tenía que encontrar a alguna enfermera lo suficientemente corrupta como para darme lo que necesitaba"

“Cuando llegó el momento de regresar de Suiza, seguía tomando mil ochocientos miligramos de Oxy todos los putos días. Me dijeron que cuando llegara a Los Ángeles no tendría problemas para continuar con esa dosis, y de verdad que la necesitaba para mantenerme equilibrado. Como ya he dicho, aquello no lo tomaba para colocarme, sino para lidiar con el día a día, para que mi recuperación no fuera un infierno… "Necesito tomar mil ochocientos miligramos al día" [dijo Perry a su médica estadounidense]. Poco sentido tenía andarme por las ramas. —Ah, no, no —dijo ella—. No pienso darte esa dosis; a los enfermos de cáncer les damos cien… Ahora la responsable soy yo. Aquí tienes treinta miligramos. Aquello no iba a hacerme nada. Me iba a poner fatal. Así que solo podía hacer una cosa: esa misma noche, pagué otros 175000 dólares para subirme a otro vuelo privado y me volví a Suiza”.

Las causas

Queda claro que Perry se metía mucho. Ahora bien: ¿qué cuenta sobre los motivos de su politoxicomanía?

Por ejemplo, había un problema de enfoque vital:

“Carecía tanto de principios espirituales que me sirvieran de guía como de capacidad para disfrutar de las cosas. Pero, por otro lado, al mismo tiempo, estaba enganchado también a las emociones fuertes. La combinación de ambas cosas es tan tóxica que flipas”.

“Si no estaba intentando dar con algo que me resultara emocionante, pasándomelo bien o borracho, entonces era incapaz de disfrutar de las cosas. Existe un término especializado para definir esa sensación: anhedonia, una palabra que más tarde me haría invertir millones de dólares en terapia y centros de tratamiento para tratar de identificar y comprender algunas cosas”.

placeholder Flores en homenaje al actor en EEUU. (Reuters)
Flores en homenaje al actor en EEUU. (Reuters)

Pero cuando reflexiona sobre los motivos profundos de sus adicciones, Perry habla sobre todo de sus padres. O, según él, de sus no padres. Es aquí donde toca poner un poco pie en pared...

Aunque la muerte de Matthew Perry ha dolido mucho, el relato de su vida tiene abusos psicologistas que no se pueden obviar. El actor ve una línea recta entre la separación de sus padres cuando era pequeño —que le generó una fisura solitaria que nunca logró rellenar— y su adicción compulsiva. O la borrada de sus adultos de referencia como autopista directa al vicio —sus padres eran profesionales liberales que estaban a otra cosa: el padre, haciendo carrera bohemia en otro país; la madre, a cargo de su hijo, pero ocupadísima jefa de prensa del presidente canadiense, el mismísimo Trudeau sénior—.

Escribe Perry:

“Perdía a mi padre una y otra vez, me abandonaban en la frontera sin parar. Tengo metido el rugido del río Niágara [donde sus padres se separaron y ella se quedó con el niño] para siempre en los oídos y ni una dosis de fenobarbital será capaz de acallarlo”.

Me pasé muchísimo tiempo solo; tuve algunas niñeras, pero no solían durar demasiado, así que también las añadía a la lista de personas que me habían abandonado… Y entonces continué en mi línea de resultar gracioso, elocuente e ingenioso para conseguir sobrevivir a todo aquello”.

"No sabría decir si la gente me gusta o no. Los seres humanos tienen una serie de necesidades, dicen mentiras, engañan, roban..."

“Todos los padres se van a trabajar y siempre regresan. Normalmente, funciona así. No hay de qué preocuparse. Nada que pueda derivar en un ataque de cólicos o en una adicción o en toda una vida sufriendo esa sensación de abandono o de que uno no es suficiente o una intranquilidad constante o un deseo desesperado por que lo quieran o la creencia de que no le importas a nadie”.

“No sabría decir si la gente me gusta o no. Los seres humanos tienen una serie de necesidades, dicen mentiras, engañan, roban o, peor aún: quieren hablar de sí mismos. El alcohol era mi mejor amigo porque él nunca quería contarme sus cosas. Simplemente estaba ahí, como un perro silencioso acostado a mis pies que de vez en cuando me miraba desde abajo y siempre tenía ganas de salir a dar una vuelta. Era capaz de hacer que gran parte del dolor que sufría desapareciera, incluso el que tenía que ver con el hecho de que cuando no estaba en compañía de alguien me sintiera solo, pero que cuando estaba rodeado de gente sintiera lo mismo”.

placeholder El actor, en un evento promocional. (Reuters)
El actor, en un evento promocional. (Reuters)

A mis cuarenta y nueve años, seguía teniendo miedo a quedarme solo. Cuando eso ocurría, mi cerebro, que se había vuelto loco (pero solo en esa área de mi mente, eso sí), buscaba cualquier excusa para hacer lo impensable: beber y drogarse. A pesar de que he tirado varias décadas de mi vida a la basura justo por hacer eso, me aterra la idea de recaer. No me da miedo ponerme a hablar delante de veinte mil personas, pero si me dices que tengo que pasarme la noche solo, echado en el sofá y viendo la tele, me entra miedo. Y ese miedo nace de mi propia mente, de mis propios pensamientos; es un miedo a que la cabeza me anime a echar mano de las drogas, como ha hecho tantas otras veces. Mi mente está deseando matarme y lo sé. Constantemente siento que la soledad me acecha y me invade un anhelo que viene aparejado a la certeza de que existe algo ahí fuera que será capaz de arreglarme. ¡Pero ya he probado con todas las cosas posibles!”.

O sobre la primera vez que bebió fuerte alcohol a los 14 años: “Entonces caí en la cuenta de que por primera vez en mi vida nada me preocupaba. El mundo recobraba sentido, ya no resultaba tan caótico e incomprensible. Me sentía completo y en paz. Jamás había sentido tanta felicidad como en aquel momento. Aquí está la respuesta, pensé; esto era lo que me faltaba. La gente normal debe de sentirse así siempre. Ya no existen los problemas. Han desaparecido. Ya no necesito la atención de nadie. Estoy a salvo y me encuentro bien. Estaba colmado de felicidad. Durante esas tres horas no tuve que hacer frente a ningún problema. No me sentía abandonado, no me estaba peleando con mi madre, no me iba fatal en el colegio, no tenía que plantearme el sentido de la vida ni qué lugar ocupaba yo en ella. Había logrado que todo eso desapareciera”.

En resumen: “Fui, y aún hoy sigo siendo, un menor no acompañado”.

Pocos dudan hoy de que los malestares emocionales mal cerrados y resueltos juegan un papel relevante en nuestra vida, pero la insistencia freudiana de Perry quizá no hable tanto de las carencias de sus padres como de las suyas. El hombre que fue Chandler Bing vendía su adicción como algo que sencillamente tenía que pasar, algo a lo que su niño solitario no podía resistirse. De lo que habló menos fue de su incapacidad de convertirse en adulto, reponsabilizarse de sí mismo, cuidarse y moldear su propio destino. Sí, Matthew Perry describió con honestidad brutal sus adicciones, pero bajo el ejercicio de transparencia, escamoteó en parte su dejación de funciones respecto a las mismas. La adicción como maldición familiar egipcia.

"He estado en rehabilitación quince veces. He estado internado en un hospital psiquiátrico, he ido a terapia dos veces a la semana"

¿Maldición hereditaria o falta de voluntad?

No sabemos si Perry captó del todo la ironía de que su padre dejara de beber alcohol de un día para otro y él no lo lograra nunca, pero al menos recordó el episodio con gracia:

“Años después, mi padre también daría su propia versión del paseo que le cambiaría la vida: había pasado una mala noche bebiendo y acabó tropezándose con unos setos o algo así. Al día siguiente, Debbie habló con él y le dijo: "¿Esta es la vida que quieres llevar?". Respondió que no y a continuación se fue a dar un paseo y a la vuelta dejó de beber. No ha vuelto a probar una gota desde entonces. ¿Perdona? ¿Te vas de paseo y lo siguiente que haces es dejar de beber? Me he gastado más de siete millones de dólares para intentar mantenerme sobrio. He ido a unas seis mil reuniones de Alcohólicos Anónimos. (Y no exagero, es una estimación bien fundamentada.) He estado en rehabilitación quince veces. He estado internado en un hospital psiquiátrico, he ido a terapia dos veces a la semana durante treinta años, he estado a las puertas de la muerte. ¿Y tú te diste un puto paseo? Te voy a decir yo por dónde te puedes dar un paseo”.

La fama

Otra de las paradojas del libro es que el Perry previo a Friends creía que convertirse en actor famoso le salvaría, al conseguir al fin ser querido por todos. ¡Hollywood como el lugar en el que uno va a curarse las adicciones!

"Nadie quería frenar la maquinaria de 'Friends' porque generaba muchísimo dinero, y esa situación me hacía sentir fatal"

“En 1986 yo ya tenía bastante claro que la fama podía cambiarlo todo y lo ansiaba más que cualquier otra persona en el mundo. Lo necesitaba. Aquello era lo único que podría arreglarme, lo tenía claro. Cuando se vive en Los Ángeles uno suele encontrarse a menudo con algún personaje célebre o se cruza con Billy Crystal en un club de improvisación o ve a Nicholas Cage comiendo en la mesa de al lado. Y yo sabía que esa gente carecía de problemas, ya que todos sus problemas habían desaparecido por el hecho de ser famosos”.

Que le dieran a Charlie Sheen, iba a convertirme en una persona tan famosa que todos los traumas que venía arrastrando iban a desvanecerse como el hielo bajo el sol; y los nuevos a los que tuviera que enfrentarme me resbalarían como si aquella serie fuese a levantar un muro protector dentro del que resguardarme… Ahora dejaría de ser una persona demasiado dependiente. Ahora sería una estrella”, escribió Perry.

"He salido en la serie menos vista de la historia y en la más exitosa, y ninguna me ha servido para lograr los cambios que pensé que se obrarían"

Lo que ocurrió, por supuesto, fue lo contrario, como saben todos los que se despendolaron en Hollywood antes que él, tras probar las mieles de la fama, el turbo de la degradación siempre está a mano. Finalmente, Perry admitió su fracaso durante la promoción de su serie Studio 60 on the Sunset Strip: “He salido en la serie menos vista de la historia de la televisión [Second Chance, en 1987] y en la más exitosa [Friends] y ninguna de ellas me ha servido para lograr todos los cambios que pensé que se obrarían en mi vida”.

Dicho lo cual: para que el entierro de uno de los mayores talentos cómicos de su generación no nos deje mal sabor de boca, dejemos que Perry nos alegre el día una vez más con uno de sus chistes:

“Llegó un momento en que los profesores me pusieron el pupitre de cara a la pared del fondo de la clase porque no paraba de hablar y de tratar de hacer reír a mis compañeros. Hubo un profesor, el doctor Webb, que me dijo: 'Si sigues por ese camino y no cambias, no vas a llegar a nada en la vida'. (He de admitir que cuando fui portada de People le envié un ejemplar con una nota que decía: "Igual no llevabas razón". Nah, eso habría estado muy feo). Lo hice”.

"Resulta extraño vivir en un mundo en el que tu muerte habría supuesto una conmoción para mucha gente, pero no habría sorprendido a nadie".

Series Lo mejor de EC
El redactor recomienda