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Virgencita, échale cojones y cuida de María Jiménez
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Juan Soto Ivars

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Virgencita, échale cojones y cuida de María Jiménez

María Jiménez decía que cantaba con el coño y que le pasaban cosas raras que no tenían que ver con la casualidad, sino con los milagros. Su vida fue por entero producto del milagro

Foto: Foto: Europa Press.
Foto: Europa Press.

María Jiménez siempre repitió dos cosas: que ella cantaba con el coño y que le pasaban cosas raras que no tenían que ver con la casualidad, sino con los milagros. Según sus palabras, estaba loca y, según las mías, a los locos nada les pasa por chiripa. Su vida fue por entero producto del milagro, desde el nacimiento a la sepultura.

Así cuentan que nació: su madre, sevillana protestante, seca como la cal, quería tener un hijo y no había manera. A finales de los años 40, la Virgen de Fátima, como si fuera Lady Gaga, andaba de tour por España. Cuando recaló en Andalucía, la madre de María se fue para allá y dijo: “¿Tú eres la que hace milagros? A ver si es verdad lo que cuentan de ti, échale cojones y mándame un hijo”.

Foto: María Jiménez en 1979. (Europa Press)

Esa misma noche la tuvieron que ingresar en el hospital por un problema del intestino, y, tras una operación en la que casi pierde la vida, resulta que volvió a ser fértil y se quedó embarazada de María. La niña llegó a una casa donde no había ternura materna, pero sí paterna. Y donde no había un duro. Dormían todos en una habitación con una cortina de hule para separar dos espacios.

Desde niña tuvo claro que le gustaba una cosa: cantar. Se hacía vestidos con papel, que era el único tejido que podía comprar de vez en cuando con un real, y, subida a la tabla de lavar de su abuela, conoció su primer escenario. Fue a la escuela hasta los 11 años porque había que trabajar, y ella decía: “Óyeme cantar y te friego los suelos”. Y eso hizo, fregar y cantar.

Con la llegada de la adolescencia, se fue a servir a Barcelona. Era una niña brutalmente erótica y explosiva que cantaba desgarradoramente. Empezó a probar en los cabarés y tablaos de Barcelona, por ingenuidad estuvo a punto de terminar en un puticlub, y aprendió a manejar el recurso sexy que no casaba con su voz de gitana vieja y gorda.

El éxito tardó muchos años en llegar. Vino con el destape. Sus vestidos transparentes, las marranadas que podía cantar con ternura incitadora y su forma de moverse en los escenarios, como si follara, causaban sensación. “Yo canto con el coño y no me parece vulgar decirlo”, diría más tarde María Jiménez.

En fin, la iban a ver por el erotismo, pero a ella le importaba la voz. Un cumplido de Lebrijano era mejor que un teatro lleno. Fue feliz cuando le dijo Mairena: "Tú, hasta cuando te caes, te caes a compás". Ellos sabían valorar el desgarro, el sentimiento, pero el público no está claro que lo apreciara tanto. Sus discos no vendían.

Foto: Eugenia Martínez de Irujo. (Europa Press)

Como su amiga Lola Flores, aprendió a engañar al éxito con el cuerpo y el espectáculo, y esperó a que el tiempo pusiera su talento artístico a la altura merecida. Esto tardó mucho en ocurrir, y pasó después de muchas desgracias.

Madre soltera desde los 17 años, fregadora de suelos, cantante de tablaos y más tarde de galas y de televisión, María Jiménez fue labrándose una carrera en estas circunstancias y en aquella España, y entonces se casó con Pepe Sancho. Dos fuerzas terroríficas frente a frente. Peleas desde el primer año. Tanto se amaban y detestaban que se casaron tres veces.

Pero el golpe llegó un 7 de enero de 1985, cuando su hija Rocío, nacida tan prematuramente, fue todavía más prematura en el matarse y se dejó la vida a los 16 en la carretera. Una canción del disco que sacó Jiménez un año después de la catástrofe lo expresa mejor que yo. Se llama La estrella.

placeholder María Jiménez durante una actuación en una imagen de archivo. (Cordon Press)
María Jiménez durante una actuación en una imagen de archivo. (Cordon Press)

Durante 15 años, dejó de cantar. Se recluyó en casa con su nuevo hijo, de nombre Alejandro, y engordó y envejeció, y tuvo que sufrir las infidelidades de un marido que ya no la quería. Aquel periodo largo fue un tiempo nefasto, de pasar por las televisiones a pegarse gritos, de cotilleo y paparazzi. Sus tentativas de volver a cantar fracasaban. Todo hacía pensar que estaba acabada.

Pero no. Un día apareció el milagro. Un muchacho llamado Lichis, a quien ella no conocía de nada, le ofreció cantar una canción con su grupo igualmente desconocido, La Cabra Mecánica. Ella había dicho que no a Peret recientemente, pero les pidió un disco para oírlos. Cuando descubrió que en un tema decían "que te jodan, que te jodan, que te jodan", decidió que les diría que sí. "A unos chavales que cantan esas cosas cómo vas a decirles no".

Foto: Muere la cantante María Jiménez a los 73 años en su casa de Sevilla. (EFE)

Bueno, pues ya sabéis: La lista de la compra. Un pelotazo descomunal, y también un acto de generosidad y de aprecio. Y luego llegó Joaquín Sabina, y María Jiménez resurgió. Con colas de pavo real en la cabeza fue a reencontrarse con nosotros, el público. Su último disco, de 2020, confirma lo que siempre he pensado: que María Jiménez es como Chavela Vargas. Bien. ¿Por qué sé yo todas estas cosas?

Pues por el último milagrito. Anoche, 6 a 7 de septiembre, en el AVE que me llevaba de Barcelona a Madrid, terminé de leer las memorias de María Jiménez. Están en un libro es precioso y visceral que escribió la periodista María José Bosch.

Os podéis imaginar mi pasmo, esta mañana, al conocer la noticia. Y, dado que esta mujer creía que todo pasa por alguna razón, yo he interpretado que morirse mientras terminaba de leer su vida era una señal, y he corrido a escribir estas palabras.

María Jiménez siempre repitió dos cosas: que ella cantaba con el coño y que le pasaban cosas raras que no tenían que ver con la casualidad, sino con los milagros. Según sus palabras, estaba loca y, según las mías, a los locos nada les pasa por chiripa. Su vida fue por entero producto del milagro, desde el nacimiento a la sepultura.

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