Es noticia
Veinte años sin Chillida, el artesano del vacío: "Nos traía las esculturas para que las sobáramos"
  1. Cultura
aniversario de la muerte

Veinte años sin Chillida, el artesano del vacío: "Nos traía las esculturas para que las sobáramos"

Moldeando con sus manos de portero, Chillida le arrancó al espacio sus secretos. Las superficies, las direcciones, los agujeros, las líneas... Hoy, parte de su obra se conserva en el museo Chillida Leku

Foto: Chillida en su taller, en 1963. (EFE/Museo Meadows)
Chillida en su taller, en 1963. (EFE/Museo Meadows)

"Ahí hay un chico, un tal Chillida, que es buenísimo. Parece que vuela", le dijo alguien al entrenador de la Real Sociedad, mientras miraba a unos chavales que jugaban a fútbol en la playa. Según relata el novelista Eduardo Iglesias en el documental 'Lo profundo es el aire', el entrenador dio con aquel Chillida y descubrió que ni siquiera tenía zapatillas. Lo puso en la portería para probarlo, le chutaron el balón unas cuantas veces y lo ficharon. Con dieciocho años, Eduardo Chillida se convirtió en la sensación de la temporada de 1943.

Los años de Chillida como futbolista coincidieron con sus estudios de arquitectura, que nunca terminó. Una lesión de la rodilla terminó apartándolo del campo. Mucho tiempo después de aquello, el portero se convirtió en uno de los escultores más reconocidos en su generación. Y en uno de los artistas contemporáneos españoles con más repercusión internacional, de cuya muerte se cumplen veinte años este viernes. "Un periodista se escandalizó por que hubiera sido portero de fútbol. Que qué cosa más absurda, que no veía ninguna relación. Yo le dije que se equivocaba. Las porterías, entre el marco y el área, son un espacio tridimensional, un diedro. Ahí es donde se encuentra el portero y donde ocurren todos los fenómenos verdaderamente activos del fútbol. El portero tiene que desarrollar una relación con esos dos misterios: el espacio y el tiempo. Eso hace pensar que, probablemente, las condiciones que se requieren para ser un buen portero y un buen escultor son las mismas", contaba un Chillida ya consagrado en una entrevista.

"Me extrañaba cuando me decían que no puedo tocar las obras. ¿Pero cómo no las voy a tocar, si las he tocado toda la vida?"

Las inquietudes del escultor, sus preguntas por el espacio, la gravedad y el hueco, son los que dirigieron la obra de Eduardo Chillida lejos de la figuración. Él mismo se denominó "arquitecto del vacío", capaz de hacer liviana la piedra, el granito o el hierro forjado. Siempre con matiz de artesano, moldeando con sus manos de portero, Chillida le arrancó al espacio sus secretos. Las superficies, las direcciones, los agujeros, las líneas... Entre la materia y la nada se sitúan esos misterios que hacen de la obra del donostiarra un eslabón imprescindible en el arte español del siglo XX.

"Cuando terminaba las esculturas, mi padre venía a casa con ellas para que las sobáramos. Así se iban puliendo, limando las imperfecciones... A mí me extrañaba cuando estábamos en alguna exposición y me dicen que no puedo tocar las obras. ¿Pero cómo no las voy a tocar, si las he tocado toda la vida?", bromea Luis Chillida, hijo del escultor. Habla desde el Chillida Leku, el museo de Hernani regentado por sus herederos, donde se expone y se conserva la mayor parte de su obra. En 1984, el artista y su mujer, Pilar Belkunze, se hicieron con un caserío que reformaron para acoger la muestra.

"Mi padre fue un artista con mucha personalidad. Nunca perteneció a ningún grupo, pero sí a distintas tendencias. Es difícil catalogarlo. No diría que es abstracto, aunque sí representa cosas como la materia, el espacio, la forma... ¿Quién puede decir qué forma tiene un 'peine del viento'? ¿O un 'rumor de límites'?", opina el hijo del artista y presidente de la Fundación Chillida-Belkunze. El distanciamiento de Eduardo Chillida con la obra figurativa llegó tras una crisis artística. En 1948, una vez dejado atrás el fútbol, se trasladó a París para continuar su formación en el dibujo y la escultura. Pocos años después, regresó al País Vasco, donde asentó las bases de su lenguaje: "Me di cuenta de que París, así como mis frecuentes visitas al Louvre, me llevaban hacia la blanca luz de Grecia, del Mediterráneo. Comprendí que aquel no era mi sitio y dije a Pili: 'Volvemos a casa, estoy terminado'. Al llegar comprendí por qué me sentía terminado: mi país tiene una luz negra, el Atlántico está oscuro".

placeholder El 'Peine del viento', en San Sebastián. (EFE)
El 'Peine del viento', en San Sebastián. (EFE)

Fue entonces cuando comenzó a trabajar los materiales toscos y los quiebros del espacio que después lo caracterizaron. "El grosor de las barras y planchas, el sencillo acabado de la materia y la monumentalidad son los factores constantemente puestos en acción por el escultor, que se dirá huye del todo 'contenido' que no sea el de la más simple emoción plástica", describía el crítico Juan Eduardo Cirlot en uno de sus ensayos. De aquella emoción plástica, cercana a un expresionismo abstracto: al de Kandinski, a quien homenajeó en una de sus obras, o incluso a la abstracción musical y matemática de Bach, a quien también dedicó otro homenaje. Su evolución llevó a Chillida a obtener el Graham Foundation Award en Chicago y el Gran Premio Internacional de Escultura de la Bienal de Venecia, ambos en 1958.

Las siguientes décadas llevaron su obra al Guggenheim de Nueva York, al Hermitage de San Petersburgo, al Museo Reina Sofía o al de Bellas Artes de Bilbao. "Siempre estaba investigando, tratando de ver y de sacar lo que el material escondía. Tenía dentro de ese gran respeto al material. Yo creo que es algo que se percibe enseguida cuando se ve su obra. Muchas veces, digo que era una persona densa en su pensamiento, en su forma de trabajar. Y no solo en la densidad de sus obras físicas, que también la tienen, sino en la forma de meditar o pensar".

Foto: La montaña de Tindaya que Chillida imaginó vacía por dentro. (EFE)

Hoy, sus obras más conocidas se encuentran en espacios públicos. Es el caso del 'Peine del Viento', en su San Sebastián natal, o el 'Elogio del horizonte', en Gijón. En 1985, el escultor ideó una obra magna excavada dentro de la montaña de Tindaya, en Fuerteventura. Una cavidad de 50 metros cúbicos, cuya realización despertó las críticas de ecologistas, arqueólogos y geólogos, por considerar que el vaciamiento pondría en riesgo la integridad de la montaña. Con la obra ya adjudicada en 1995, el proyecto pasó por sonoras polémicas hasta que el Cabildo de Fuerteventura le dio el carpetazo definitivo en 2019. Los vaivenes pasaron factura al escultor, que incluso dijo sufrir una "extraña úlcera".

El Chillida Leku ("Lugar de Chillida", en euskera), es el museo donde sus herederos gestionan y guardan su patrimonio desde el año 2000, poco antes de la muerte de Eduardo Chillida. La crisis económica provocó su cierre en el año 2010. Permaneció ocho años sin abrir, mientras las negociaciones con la Diputación de Gipuzkoa para lograr su financiación pública. Finalmente, la reapertura llegó en 2019, tras el acuerdo cerrado con la galería suiza Hauser & Wirth, que desde entoces representa al escultor vasco y gestiona el museo. "Es una forma de trabajar más profesional", opina Luis Chillida. "Hay algo muy personal y muy familiar. Durante mucho tiempo, mi padre trabajaba aquí y colocaba las obras. Fue un proceso largo, el lugar le fue ganando. Era un lugar de trabajo. Dar el paso de abrirlo al público como museo fue algo importante, creo que esta es una gran oportunidad para difundir y conservar su obra. Espero que esto continúe por mucho tiempo".

"Ahí hay un chico, un tal Chillida, que es buenísimo. Parece que vuela", le dijo alguien al entrenador de la Real Sociedad, mientras miraba a unos chavales que jugaban a fútbol en la playa. Según relata el novelista Eduardo Iglesias en el documental 'Lo profundo es el aire', el entrenador dio con aquel Chillida y descubrió que ni siquiera tenía zapatillas. Lo puso en la portería para probarlo, le chutaron el balón unas cuantas veces y lo ficharon. Con dieciocho años, Eduardo Chillida se convirtió en la sensación de la temporada de 1943.

Arte contemporáneo