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Dulce matanza: cómo las drogas (legales) han convertido EEUU en un ejército de zombis
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Dulce matanza: cómo las drogas (legales) han convertido EEUU en un ejército de zombis

Varios libros y documentales recientes describen la gigantesca pandemia de opiáceos que vive el país y la responsabilidad directa de las grandes farmacéuticas

Foto: Atienden por sobredosis a una persona en Boston en medio de la gran crisis de opiáceos que sufre el país.
Atienden por sobredosis a una persona en Boston en medio de la gran crisis de opiáceos que sufre el país.

A principios de los 90 uno de los capitanes de la industria farmacéutica estadounidense tuvo una idea. Hasta entonces el mercado de los medicamentos opiáceos más fuertes estaba restringido a los enfermos de cáncer, unos cuatro millones de recetas al año. Pero, ¿y si ampliáramos el abanico de posibles consumidores? ¿Por qué no ofrecer por ejemplo oxicodona para el dolor de espalda, de rodilla, para la artritis o la fibromialgia? Las ventas se multiplicarían exponencialmente, decenas de millones de personas los tomarían. Pequeño problema: aquellas pastillas era tan fuertes que podían matarte rápidamente. Gran solución: una película protectora llamada 'contin' en la pastilla que permitía la disolución lenta dentro del organismo. Había nacido el OxyContin, el fármaco más exitoso de la historia reciente. El asunto fue que alguien descubrió que si machacabas la pastilla y te la metías por la nariz, rompías la película protectora y el colocón era impresionante. Aquel fue el principio de una película de terror que ha convertido a Estados Unidos en un ejército de zombis adictos y ha llenado las morgues de víctimas de sobredosis.

Hizo falta algo más. Los médicos eran al principio reacios a recetar derivados del opio por su poder adictivo. Para vencer esa resistencia Purdue Pharma inició una campaña millonaria para convencer a doctores y legisladores de que mitigar cualquier tipo dolor era un derecho humano y no eras un adicto por querer hacerlo. Un engaño monumental que convirtió a la familia Sackler —dueños de Pordue— en una de las más ricas del país mientras la epidemia de adicción y muerte se extendía. Porque cuando los yonquis 'legales' no tenían OxyContin a mano se bajaban a la esquina a pillar heroína. La empresa ha sido recientemente condenada a una multa millonaria que apenas supone una parte de sus beneficios. Y el mal ya está hecho y sigue extendiéndose. En 2020 murieron 93.000 estadounidenses por sobredosis de opiáceos, un 30% más que el anterior. Hay millones de adictos que pululan por las ciudades en escenas sobrecogedoras de las que daba fe una grabación reciente.

placeholder 'El imperio del dolor'.
'El imperio del dolor'.

El periodista de The New Yorker Patrick Radden Keefe acaba de publicar en español 'El imperio del dolor: la historia secreta de la dinastía que reinó en la industria farmacéutica' (Reservoir Books). Si en su libro anterior 'No digas nada'. Keefe sorprendió con una historia en torno al IRA tan bien contada que se alzó como uno de los mejores libros de la temporada pasada, ahora presenta una auténtica bomba periodística que reconstruye a lo largo de casi 700 páginas el auge y caída de una estirpe que ha hundido a EEUU en una de las mayores crisis sanitarias que se recuerdan. La historia se recoge también una miniserie documental que acaba de estrenar HBO con el título de 'El crimen del siglo'. Sí, en esta historia hay malos muy malos que debemos conocer.

Un campo de minas

Radden Keefe confiesa que su investigación, que incluyó decenas de entrevistas a empresarios, adictos, familiares de víctimas y doctores, fue un auténtico campo de minas. Los médicos han jugado un papel determinante en el drama convirtiéndose en auténticos 'camellos' legales que, agasajados con regalos o directamente sobornados por las farmacéuticas recetaban montones de opiáceos a petición de sus pacientes sin ningún tipo de control. No fue fácil que hablaran.

placeholder Patrick Radden Keefe.
Patrick Radden Keefe.

Relata el autor que, "en el caso de OxyContin, los delatores brillan por su ausencia. Quizás se deba también a que en cuanto alguien hacía el menor intento por difundir la verdad, Purdue hacía cuanto estuviera en su mano para acabar con esa persona. Lo cierto es que he llegado a convencerme de que tal negación cumple asimismo una función. Dediqué horas a hablar con personas inteligentes que habían trabajado en la empresa, las cuales no tenían problema en reconocer todo tipo de iniquidades consustanciales a la política corporativa, así como en realizar audaces observaciones sobre las personalidades implicadas, y que, no obstante, cuando se trataba del papel desempeñado por el OxyContin en la crisis de los opioides, hacían todo lo que estaba en su mano por justificarlo. Incluso ante un volumen ingente de pruebas, las declaraciones de culpabilidad por cargos criminales, miles de querellas, un estudio tras otro o un número desolador de muertes, volvían retomar antiguas historias sobre la diferencia entre abuso y adicción, entre heroína y fentanilo. Me preguntaba si no sería que, para algunas de estas personas, resultaba demasiado descorazonador sopesar su propia responsabilidad en su justa medida, si no se trataría de una carga demasiado pesada para la conciencia del ser humano".

Acaba por cierto de aparecer el segundo protagonista de esta historia. Porque si la oxicodona fue el agente activador de la epidemia, el fentanilo puso el último clavo en el ataúd. Se trata de una sustancia ya conocida desde hace tiempo de historia tan fascinante como macabra.

La fiesta se acabó

'La fiesta se acabó' (Temas de hoy), otro libro demoledor publicado antes del veterano por el periodista Ben Westhoff, daba cuenta de cómo el fentanilo, un opiáceo sintetizado por el químico belga Paul Janssen (¿les suena Janssen, el laboratorio de la vacuna monodosis contra el covid?) en 1959 es hoy una de las drogas más populares y mortíferas del mundo. Cincuenta veces más potente que la heroína, solo una cabeza de alfiler de fentanilo puede matarte de sobredosis. Tras el éxito descomunal del OxyCodin, ya en el nuevo siglo numerosas empresas se lanzaron a inundar el mercado de potentes analgésicos. Una de ellas fue Insys Therapeutics propiedad del oscuro gurú John Kapoor que patentó un spray de fentanilo llamado Subsys el cual, merced a una salvaje política de sobornos a profesionales de la medicina vivió un éxito fulgurante.

placeholder 'La fiesta se acabó'. (Temas de Hoy)
'La fiesta se acabó'. (Temas de Hoy)

Los nuevos medios digitales para proveerse de todo tipo de sustancias ilegales hicieron el resto. Hoy en Estados Unidos es muy sencillo conseguir heroína, fentanilo, etc. en la 'dark web' y recibirlos cómodamente en tu domicilio. La demanda de derivados de la adormidera es tan bestial que las farmacéuticas plantaron su bandera en la lejana isla de Tasmania convirtiéndola en una gigantesca plantación de amapolas para abastecer tan voraz mercado. Nadie sabe qué pasará a continuación, pero las perspectivas son nefastas. De hecho, según lamenta Patrick Radden Keefe, "la pandemia de 2020 y el consiguiente colapso económico no vinieron sino a intensificar la crisis de los opioides, por cuanto el aislamiento social y las presiones económicas fueron causa de no pocas recaídas, y los índices de las muertes por sobredosis repuntaron en muchas regiones del país".

A principios de los 90 uno de los capitanes de la industria farmacéutica estadounidense tuvo una idea. Hasta entonces el mercado de los medicamentos opiáceos más fuertes estaba restringido a los enfermos de cáncer, unos cuatro millones de recetas al año. Pero, ¿y si ampliáramos el abanico de posibles consumidores? ¿Por qué no ofrecer por ejemplo oxicodona para el dolor de espalda, de rodilla, para la artritis o la fibromialgia? Las ventas se multiplicarían exponencialmente, decenas de millones de personas los tomarían. Pequeño problema: aquellas pastillas era tan fuertes que podían matarte rápidamente. Gran solución: una película protectora llamada 'contin' en la pastilla que permitía la disolución lenta dentro del organismo. Había nacido el OxyContin, el fármaco más exitoso de la historia reciente. El asunto fue que alguien descubrió que si machacabas la pastilla y te la metías por la nariz, rompías la película protectora y el colocón era impresionante. Aquel fue el principio de una película de terror que ha convertido a Estados Unidos en un ejército de zombis adictos y ha llenado las morgues de víctimas de sobredosis.