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El teatro que fue aristócrata, rojo y franquista y que sigue en pie
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El teatro que fue aristócrata, rojo y franquista y que sigue en pie

El Teatro Lara de Madrid cumple 141 años en plena forma y prepara una temporada con nuevas comedias

Foto: El Teatro Lara de Madrid
El Teatro Lara de Madrid

Estaba situado en un barrio con poca luz -no existía el alumbrado eléctrico- y lleno de burdeles. La calle era angosta, oscura, a ratos peligrosa. Y, sin embargo, fue allí, en la Corredera Baja de San Pablo, en el Madrid malasañero (que no se llamaba así), donde el empresario Cándido Lara hizo su apuesta y levantó un teatro con su nombre a imagen y semejanza del Royal Palais de París, que había visitado con frecuencia. Un teatro pequeño, una bombonera, que se inauguró el 3 de septiembre de 1880 y, pasadas penurias económicas, una guerra civil, miserias, marginalidad y pandemias, 141 años después sigue en pie. Casi ningún teatro privado del Madrid de entonces puede decir hoy lo mismo.

placeholder La actriz Patricia Estremera por el vestíbulo del Lara
La actriz Patricia Estremera por el vestíbulo del Lara

“Pasen, pasen. Aquí está lo más granado de la sociedad madrileña, vestidos de gala, caballos, dueños de otros teatros”, dice la actriz Patricia Estremera, de la compañía Los absurdos mientras recrea cómo fue aquella primera noche del estreno, que contó con la obra ‘Un novio a pedir de boca’, de Bretón de los Herreros, y con la presencia de la infanta Isabel, hermana de Alfonso XII. Fue un teatro que, con sus comedias, enseguida atrajo a la aristocracia y burguesía madrileña y, según dicen los cronistas y queda recogido en el libro ‘El teatro de Lara’, editado por la Fundación Lara, la actual propietaria, era normal ver a muchos habituales del Teatro Real sumergirse después en el barrio popular de Maravillas para ocupar algunas de sus butacas.

Un empresario liberal y progresista

Cándido Lara (1839-1915) era un hombre que se había hecho rico con sus negocios de carnicería que tenía en el barrio de Antón Martín, ya que había sido el proveedor del ejército de los liberales en las guerras carlistas. Pero, además, era un hombre que también tenía una notable afición por el teatro. Se escapaba a otras ciudades europeas para ver obras y de ahí trajo la idea de convertir uno de los solares que había comprado en la calle San Roque en un nuevo escenario. También, como empresario avispado, quería llevar el gran ocio (popular) de finales del siglo XIX (no había ni cine ni televisión) a un barrio en el que entonces casi no había nada de este estilo. El otro solar que tenía era el de la Corredera, pero en un principio pensó destinarlo para viviendas, puesto que era más grande y la calle, para situar una fachada teatral, era peor.

placeholder El empresario Cándido Lara
El empresario Cándido Lara

Las circunstancias, en gran parte arquitectónicas, hicieron que, finalmente, fuera este último solar el destinado al nuevo teatro. Eso es lo que explica que tenga hasta tres grandes vestíbulos antes de llegar al patio de butacas.

Además de empresario cárnico y teatral, Lara era político. Del partido Progresista-Liberal, a las órdenes de Mateo Sagasta. Llegó a ser teniente de alcalde de la capital. Hoy es una conjunción de identidades bastante llamativa, pero quizá entonces no chirriaba tanto que el empresario y político de talante más progresista, por ejemplo, departiera con los reyes -Alfonso XII y su hermana Isabel, llamada La chata, acudían habitualmente- en una salita que daba al palco real. Esta sala existe todavía y allí, cuenta el actor Alfonso Mendiguchía, Lara invitaba a los autores a un puro después del estreno. “Y el tamaño también importaba, según el éxito”.

Lara era un empresario avispado que quería llevar el gran ocio de finales del siglo XIX a un barrio en el que entonces casi no había nada de este estilo

Otro de los cuartos que esconden multitud de recuerdos es el Parnasillo, que hoy almacena algunas de las butacas originales que se tuvieron que cambiar hace quince años por una normativa de seguridad al no ser retráctiles. Era el lugar donde se reunían dramaturgos, el propio Lara, para charlar y debatir. Sí, pocas mujeres pasaban por allí.

Uno que merodeaba con asiduidad por allí fue Jacinto Benavente, que llegó a estrenar más de treinta obras en el Lara. Mendiguchía pronto se transforma en él para contar cómo la primera vez que fue a aquel teatro fue de la mano de su padre, médico de Lara, cómo también estrenó allí su primera obra, El marido de la Téllez, en 1897 y cómo tuvo el mayor éxito de su carrera, Los intereses creados, en 1907. “Salí ocho veces a saludar y me llevaron en volandas como a los toreros hasta mi casa de la calle Atocha”, dice Mendiguchía-Benavente. Efectivamente, otros tiempos. El actor hace también otro apunte de lo que solía decir el dramaturgo con respecto a las habladurías sobre su orientación sexual: “Mi condición sexual ni ha puesto ni ha quitado ninguna coma a mis textos”.

La polarización de la Guerra Civil

En estos más de 140 años, el Lara ha pasado por todo tipo de vicisitudes, incluyendo un casi derribo en 1932 -la hija de Lara, Milagros, quiso derribarlo a su muerte para sacarle más rendimiento como edificio de viviendas, pero el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Fernando de los Ríos, más un sobrino de Milagros, lo pararon- y, por supuesto, la Guerra Civil (y el posterior franquismo), una muestra de cómo la polarización también llegó al teatro.

placeholder El actor Alfonso Mendiguchía, convertido en un guía por el Lara de finales del siglo XIX
El actor Alfonso Mendiguchía, convertido en un guía por el Lara de finales del siglo XIX

El pequeño teatro había sido siempre un escenario para la comedia popular nada ideologizada al que acudía una clase adinerada. Sin más. En septiembre de 1936 -así se cuenta en el libro ‘El teatro de Lara’- fue requisado y ocupado por una cooperativa llamada Teatro de la Guerra promovida por el Altavoz del Frente. Según sus órdenes, solo se podía representar “un teatro de agitación por lo pronto, teatro antifascista. Admitimos todas aquellas obras de espontáneos que nos sean enviadas, siempre que se refieran a la lucha contra el fascismo, a la Guerra Civil o se ocupen de algún problema social”. Algunos de los autores representados fueron Rafael Alberti, Luisa Carnés o César e Irene Falcón.

En septiembre de 1936 fue requisado y ocupado por una cooperativa llamada Teatro de la Guerra. Solo se podían estrenar obras antifascistas

Así estuvo al principio, si bien es cierto que con las penurias de las restricciones -el alumbrado público se apagaba a las diez de la noche y ahí se acababa todo-, aunque se insistía en lo del teatro antifascista, también había obras convencionales como los entremeses y otras comedias. Con algo se tenía que llenar el teatro, porque, como se cuenta en el libro, en julio de 1937 se estrenó la obra ‘El sol de la humanidad’, anunciado como drama ruso-filosófico-social: no fue nadie y al mes se quitó del cartel.

La llegada de la dictadura le quitó el traje antifascista, pero le puso otro: el 22 de abril de 1939 se instaló un retrato de Francisco Franco en el escenario flanqueado por banderas de España y se obligó a que se sonara el himno después de todas las representaciones. También se instó a que se contratara como celadores, técnicos… a excombatientes mutilados, “del bando ganador, por supuesto”, se describe en el libro. Así, durante estos años cuarenta pasaron por el Lara actrices como Conchita Piquer o la hoy olvidada Niní Montián, “hija del general Ampudia (...) excéntrica y franquista acérrima que dejó redactada y diseñada su esquela con la orden de que se publicara solo en el diario Alcázar”. Jacinto Benavente, que lo había sido todo en este teatro, pero que no caía bien al régimen, ni siquiera era nombrado por su nombre sino como “el autor de 'Los intereses creados'”.

El 22 de abril de 1939 se instaló un retrato de Francisco Franco en el escenario flanqueado por banderas de España

Comedia contemporánea

La última etapa del Lara empezó en 1995 de la mano de la empresaria Carmen Troitiño, que lo reabrió tras haber permanecido cerrado los ocho últimos años. Desde entonces ha estado arrendado por diferentes empresarios, el último Antonio Fuentes, que mantiene el 60% del accionariado. Él mismo contaba ayer viernes, durante la presentación de esta temporada, los esfuerzos que hicieron para luchar contra otro de los obstáculos al que se ha enfrentado el teatro en toda su historia: la pandemia del covid-19.

“Abrimos el 8 de julio de 2020 y desde entonces hemos programado 37 espectáculos y han acudido 125.000 espectadores, lo que supone el 46% de lo habitual. Este año hemos obtenido un 30% de los ingresos normales. Lo que hemos intentado ha sido sobrevivir y podemos decir que un año más estamos vivos”, señalaba un tanto emocionado.

placeholder El teatro Lara en Madrid
El teatro Lara en Madrid

Esta temporada, el Lara, que ya no está en una calle angosta ni oscura, pero sí en la misma calle y con la misma fachada desde 1916, volverá a poner en marcha su modelo de multitud de obras todos los días -cómo es este modelo es ya otro tema- con montajes como ‘El mensaje’, al que se incorpora Miriam Díaz-Aroca, ‘El móvil’, ‘Johnny chico’, ‘Bernarda y Poncia’, una especie de spin off de ‘La casa de Bernarda Alba’, ‘Madrid 24 horas’ y, por supuesto, ‘La llamada’, que lleva ya nueve temporadas sin parar. Recuerda a ‘Burundanga’, uno de los grandes éxitos de los últimos años. Y recuerda a lo que ha sido siempre este teatro: un lugar para divertirse y pasarlo bien.

Estaba situado en un barrio con poca luz -no existía el alumbrado eléctrico- y lleno de burdeles. La calle era angosta, oscura, a ratos peligrosa. Y, sin embargo, fue allí, en la Corredera Baja de San Pablo, en el Madrid malasañero (que no se llamaba así), donde el empresario Cándido Lara hizo su apuesta y levantó un teatro con su nombre a imagen y semejanza del Royal Palais de París, que había visitado con frecuencia. Un teatro pequeño, una bombonera, que se inauguró el 3 de septiembre de 1880 y, pasadas penurias económicas, una guerra civil, miserias, marginalidad y pandemias, 141 años después sigue en pie. Casi ningún teatro privado del Madrid de entonces puede decir hoy lo mismo.

Miriam Díaz Aroca Francisco Franco Teatro Real Teatro