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El accidente que arruinó el sueño franquista de convertir a España en potencia nuclear
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50 años de las bombas de palomares

El accidente que arruinó el sueño franquista de convertir a España en potencia nuclear

Medio siglo después de que cuatro bombas termonucleares cayeran en un pueblo almeriense, el periodista Rafael Moreno reconstruye los hechos en 'La historia secreta de las bombas de Palomares'

Foto: Fraga y Angier Biddle Duke se bañan en Palomares el 8 de marzo de 1966.
Fraga y Angier Biddle Duke se bañan en Palomares el 8 de marzo de 1966.

17 de enero de 1966, 10:22 de la mañana. Cielo azul y soleado sobre la pequeña localidad almeriense de Palomares. Fuertes ráfagas de viento y mar embravecido: 18 grados. Los estudiantes ya están frente a sus pupitres, los agricultores en los campos, los pescadores atentos a las redes. A 9.300 metros de altura, un bombardero B-52G estadounidense que regresa a su base en Carolina del Sur, e intenta repostar en vuelo a 400 kilómetros por hora, choca con su avión nodriza. Siete hombres mueren y caen sobre Palomares cuatro bombas termonucleares de 1,5 megatones cada una, 75 veces más destructivas que la que redujo Hiroshima a cenizas.

Ese día, según se acuñó entonces, "la mano de Dios protegió a Palomares". Aquellas infernales bombas no explotaron, pero el accidente activó una reacción en cadena de propaganda, mentiras y dudas radiactivas que medio siglo después distan de estar resueltas. Dos artefactos se rompieron contaminando una extensa zona y el tercero se perdió en el mar, provocando una masiva operación de búsqueda de la Navy que concluyó 80 días después gracias a la ayuda de un vecino de Águilas, Francisco Simó, alias 'Paco el de la Bomba'.

El periodista Rafael Moreno Izquierdo (Madrid, 1960) ha emprendido el intento más serio de iluminar aquellos hechos en 'La historia secreta de las bombas de Palomares' (Crítica, 2016), un trabajo que bebe de centenares de documentos inéditos y emite un severo juicio de la actitud de las autoridades españolas y estadounidenses durante todos estos años. Que España era en 1966 una pieza clave del plan de ataque nuclear de Washington, convirtiéndose en objetivo privilegiado de las bombas de Moscú, es solo una de las afirmaciones del libro, más o menos conocidas. Hay mucho más.

Pregunta. En mayo de 1996, usted solicita documentos al Gobierno de EEUU para escribir una serie de artículos sobre Palomares que pensaba publicar como muy tarde al año siguiente. Pero han pasado 20 años y lo que tenemos es un libro de casi 500 páginas. ¿Qué ocurrió?

Respuesta. Pues que el proceso ha sido muchísimo más lento y complejo de lo que yo esperaba. Es verdad que Estados Unidos poco a poco ha ido suministrando documentos, pero me faltaba una pieza fundamental del puzle, la versión española. Y cuando intenté comprobar los archivos de esa época, me encontré con que habían desaparecido.

Cuando intenté comprobar los archivos sobre el accidente nuclear de las bombas de Palomares, me encontré con que habían desaparecido

P. ¿Cómo es posible?

R. No tengo ni idea. Solo sé que cuando fui al Archivo General de la Administración, donde al final encontré una pequeña colección de documentos sobre la Junta de Energía Nuclear, allí había unas cajas sobre Palomares que solo trataban la contabilidad. Pero los informes españoles sobre lo ocurrido no estaban. Entonces solicité a las autoridades esa información, y o no mostraron interés o directamente me dijeron que no tenían nada. Semejante política informativa de dar lo mínimo parece una tradición en el caso de Palomares desde 1966. Hasta el extremo de que en el plan de rehabilitación para la actual segunda limpieza de Palomares ni siquiera hay un documento oficial público.

P. ¿Cuáles han sido las sorpresas más inesperadas que se ha encontrado en su investigación?

R. Me ha sorprendido comprobar cómo los problemas que hay hoy en la zona ya habían sido detectados en 1966 cuando españoles y americanos pactaron los niveles de limpieza de los elementos radioactivos. En las zonas dos y tres, encontraron problemas para descontaminar y las dejaron sin limpiar. Al mismo tiempo, repartían certificados a los propietarios de los terrenos garantizándoles que habían sido completamente descontaminados y eran seguros. No era cierto, y las autoridades españolas tragaron. Eso está documentado.

Más sorpresas. En el año 1985, la alcaldesa de Palomares pide que los lugareños reciban los informes de los exámenes médicos que les venían realizando (porque los examinaban pero no les daban los resultados). Las autoridades contestan que todo está en orden y yo ahora me encuentro conferencias de esa misma época de científicos españoles en congresos internacionales donde demuestran y prueban la resuspensión del plutonio. El material radiactivo estaba volviendo a la atmósfera. ¿Y decían que no pasaba nada?

Y por último está el tema de las indemnizaciones. No hay un muro para las víctimas de la guerra fría pero, si lo hubiera, en él tendrían que estar los habitantes de Palomares. Es cierto que ha habido un esfuerzo del Gobierno español por compensar las expropiaciones a los vecinos. Pero cuando he querido comprobar cuánto se ha pagado para valorar si ha sido justo o injusto, nadie ha querido hablar del tema.

P. ¿Estados Unidos ha pagado algo?

R. Muy poco. Según mis datos, durante los primeros años abonaban alrededor del 10-15% del coste global, y a partir de los ochenta suben un poco y llegan al 25%. Y en 2010 dejan de pagar unilateralmente. El coste fundamental del seguimiento del accidente nuclear lo hemos hecho los españoles.

P. Relata en su libro cómo Franco quiso ingresar en el reservado club de las potencias atómicas y, de alguna forma, Palomares acabó con su sueño.

R. En su momento, el único discurso oficial del accidente era que afectaba al turismo.Yo demuestro en el libro que no era solo eso. Las fechas coinciden con el desarrollo del proyecto nuclear español. En el mismo 1966, se acuerda la construcción de una central atómica en Cataluña, Vandellós, con tecnología francesa suministrada por De Gaulle que hubiera permitido tener material fisible para uso tanto civil como militar. Y luego he encontrado un documento en los archivos privados de Franco en que los científicos explican qué tiene que hacer España para obtener un arma nuclear. Es lo que algunas fuentes llaman 'Proyecto Islero'. Hay muy poca información sobre esto pero es cierto que, después del accidente de Palomares, existe una conversación de Franco que el coronel Velarde le cuenta a Pilar Urbano según la cual el dictador dice que no quiere seguir avanzando en el programa nuclear.

Lo que sí sabemos seguro, porque la persona lo ha reconocido públicamente, es que, nada más producirse el accidente, el citado coronel Guillermo Velarde Pinacho, un alto mando militar destinado en la Junta de Energía Nuclear, recibe la orden de Muñoz Grandes de que vaya a Palomares a ver qué está pasando. Está claro que el esfuerzo por convertir a España en potencia nuclear existía. ¿Hasta dónde llegó? Es una incógnita. Pero hay que recordar que, hasta los gobiernos de Felipe González, nuestro país no renuncia a tener armas nucleares.

El esfuerzo por convertir a España en potencia nuclear existió. Y hasta el gobierno de Felipe González, nuestro país no renunció a la bomba

P. Llegamos al célebre baño de Fraga. Aquello fue un paripé, ¿no?

R. Fue el primer 'happening' político patrio. Primero Muñoz Grandes, jefe del Estado Mayor, ordena una censura completa. La crisis se alarga, los estadounidenses quieren evitar rumores y fuerzan un cambio de actitud. Fue entonces cuando la esposa del embajador, que había sido relaciones públicas de Pepsi, sugiere el gesto del baño. Fraga lo compra y comienza la leyenda. Si va a Palomares y pregunta, allí no saben muy bien dónde se bañaron… porque fue en tres sitios distintos. Llegó el embajador primero a la zona del parador y, como Fraga no aparecía, se bañó. Sale, se cambia y entonces le cuentan que Fraga anda más lejos. Va allí, pero ya no tiene bañador y le tiene que pedir uno a un buzo Seal americano. Fraga da orden de que, pese al frío, todos sonrían. Se bañan. Salen. Y entonces llega el teniente general de la Zona Aérea del estrecho, Antonio Llop Lamarca, y se tienen que volver a bañar por tercera vez.

P. Pero, como explica en su libro, lo importante no era el baño sino cómo lo contaban…

R. Exacto. Fraga se lleva a los periodistas que él quiere, Carlos Mendo y Carlos Sentís entre ellos, y decide cómo se tiene que contar la historia. Y es Carlos Mendo, número dos de la agencia EFE, quien escribe la crónica que distribuyen todos los periódicos. La foto tuvo al principio más repercusión fuera que dentro, donde existían muchos recelos. Solo cuando comprueban que funciona en el exterior se difunde masivamente en España. Fraga era entonces un político joven que arriesgaba en aquella jugada. Pero también le convenía, porque por entonces estaba moviendo su Ley de Apertura de Prensa que acabaría con la censura previa y era el mejor momento para dar ejemplo, capitalizar el tema y lograr, como logró, vía libre para cambiar la política informativa del régimen.

P. Afirma que Palomares ha sido durante medio siglo un laboratorio nuclear a cielo abierto único en el mundo. ¿Qué sabemos hoy de la salud de la población?

R. La versión oficial afirma que no hay ningún caso comprobado de enfermedad o muerte relacionado con la radiactividad en Palomares y yo no he encontrado ningún documento que afirme lo contrario. Pero, a partir de ahí, hay muchas dudas. Por ejemplo, el Ciemat no ha explicado a día de hoy cuántas personas y en qué grado han dado positivo por contaminación. Y yo me he encontrado con conferencias de científicos españoles en Fukushima y en Austria en las que reconocen que, al menos 100 vecinos de Palomares han dado positivo. Eso no tiene que ser necesariamente malo pero se tiene que explicar. Porque no es igual que el positivo fuera en el pasado o ahora. Si es ahora, el problema sigue vivo. Y hay que pensar que el plutonio se convierte con el tiempo en americio, un isótopo mucho más volátil y, por tanto, potencialmente más nocivo. Hace falta más información para disipar dudas y rumores.

Según afirman los propios científicos españoles en el extranjero, al menos cien vecinos de Palomares han dado positivo por contaminación radiactiva

P. Hoy, en Palomares queda casi medio kilo de plutonio convirtiéndose poco a poco en americio, un material cuya actividad irá creciendo hasta un pico radiactivo en torno a 2030… ¿Qué plazos se manejan para recogerlo definitivamente?

R. Esos datos no son míos sino de las propias autoridades españolas. Tras los últimos acuerdos, el Gobierno de Rajoy consiguió el compromiso de Estados Unidos de llevarse definitivamente los residuos que se quedaron aquí en 1966. Pero ese acuerdo no tiene ni fecha de resolución, ni han explicado cómo van a hacerlo, ni quién lo va a pagar. Y el tiempo, como usted dice, juega en nuestra contra.

17 de enero de 1966, 10:22 de la mañana. Cielo azul y soleado sobre la pequeña localidad almeriense de Palomares. Fuertes ráfagas de viento y mar embravecido: 18 grados. Los estudiantes ya están frente a sus pupitres, los agricultores en los campos, los pescadores atentos a las redes. A 9.300 metros de altura, un bombardero B-52G estadounidense que regresa a su base en Carolina del Sur, e intenta repostar en vuelo a 400 kilómetros por hora, choca con su avión nodriza. Siete hombres mueren y caen sobre Palomares cuatro bombas termonucleares de 1,5 megatones cada una, 75 veces más destructivas que la que redujo Hiroshima a cenizas.

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