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Mad Max contra los canguros ebrios
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Llega el final de la trilogía cómica de Kenneth Cook

Mad Max contra los canguros ebrios

Keneth Cook publica 'El canguro alcohólico', tercer volumen de su anecdotario de la Australia profunda tras 'El koala asesino' y 'El lagarto astronauta'

Foto: Paisaje cerca de Sydney (David Gray / Reuters)
Paisaje cerca de Sydney (David Gray / Reuters)

El tiempo es una convención social que necesita de palabras para medirse. Para no volvernos locos hemos llegado al acuerdo de llamar “media hora” al tiempo que se tarda en hacer algo entre ni largo ni corto. A no ser que uno se encuentre en Tennat Creek, en la Australia profunda, donde el “media hora” ha sido sustituido por “un pack de doce”, que es lo que uno tarda en beberse doce cervezas (y decimos media hora por no decir quince minutos, dado el aguerrido carácter cervecero del australiano profundo). Hablamos de un lugar llamado Outback, el interior remoto y árido de la isla, allá donde la ingestión compulsiva de alcohol se ha convertido en un elemento tan decisivo de la comunidad que las manecillas de los relojes se mueven al ritmo del trago compulsivo.

Lo cuenta el escritor Kenneth Cook (Australia, Nueva Gales del Sur, 1929-1987) en El canguro alcohólico, tercer volumen de su anecdotario de la Australia profunda que publica Sajalín Editores tras El koala asesino y El lagarto astronauta. Libros que, si se fijan, nos indican desde sus títulos la clase de terreno que pisó Cook: aquel donde el hombre, incapaz de dominar la naturaleza (temperaturas inclementes, animales salvajes fuera de control), se ha dado a la bebida como si no hubiera un mañana.

El canguro ebrio del que habla el libro se llamaba Les y vivía en el pueblo en el que el padre de Cook ejerció de policía. El ‘animalico’ se pilló un día una trompa monumental. Tras desplomarse, tuvieron que llevárselo a casa tirándole de la cola entre varios. “Media tonelada de canguro comatoso era difícil de arrastrar”, escribe Cook. A la mañana siguiente, Les se despertó con la madre de todas las resacas. Primero se bebió un cubo de agua a gran velocidad. Acto seguido salió en estampida a la búsqueda de más alcohol. El canguro había aprendido instintivamente la regla número uno para superar una resaca: volver a ponerte pedo por la vía rápida.

'El canguro alcohólico' de Kenneth CookCuando intentaron que dejara de beber, Les se lío a mamporros. La lío tan parda que el padre de Cook amenazó con detenerle: “Dejemos que se mame un poco más. Cuando se haya quedado tonto, lo sacaremos de aquí y lo mandaremos al calabozo hasta que recupere la sobriedad”. El dueño del canguro alegó que no se podía detener al animal sin cargos; el policía respondió con la lista de agravios: “Perturbar la paz, embriaguez y desorden público, asalto, resistencia a la autoridad, provocar disturbios públicos… Tengo bastante para encerrar a tu maldito canguro de por vida. Y ahora deja de armar escándalo o le dispararé por intento de fuga”. Cook remató así la descripción del quilombo: “Mientras se desarrollaba la discusión jurídica, Les se paseaba borracho y dando brincos por la calle principal. Lejos de estar comatoso, se encontraba en un avanzado estado de delírium trémens”.

Todo esto les sonará absurdo, y lo es, pero ocurrió de verdad. Durante su carrera literaria, Cook practicó una doble vía para afrontar el reto de narrar una realidad tan exagerada como la del Outback: de la crónica cómica a la ficción dramática. Periodista, guionista de cine, presentador de televisión, lepidóptero (fundó la primera granja de mariposas de Australia) y activista político contra el Vietnam, Cook ha pasado a la historia por una de las novelas más desasosegantes y demoledoras del siglo XX, Pánico al amanecer, editada por Seix Barral en 2011, cincuenta años después de su publicación en Australia. Un viaje entre terrorífico y psicodélico que muestra el lado hostil del Outback. Ya no estamos hablando de canguros piripis sino de gañanes armados hasta los dientes que desconfían de los forasteros y no tienen nada que perder. El libro fue llevado al cine en 1971 bajo el título Despertar en el infierno.

Cuando Cook se ponía serio escribía novelas como Pánico al amanecer y cuando estaba de cachondeo escribía crónicas como El canguro alcohólico. Siempre con el Outback de fondo. La diferencia entre ambos libros es la misma que habría entre ir vagando por el desierto australiano y cruzarte con el autobús juerguista de Priscilla o hacerlo con los macarras motorizados de Mad Max. Entre el me quiero morir de risa y me quiero morir de miedo.

Más diferencias: su trilogía cómica está formada por historias que sucedieron de verdad. Cook no quiso que fueran relatos de ficción. Lo que cuenta es tan sumamente disparatado que no tendría ninguna verosimilitud como novela. Es la etiqueta hechos reales lo que convierte a estos libros en una bomba cómica. "Tengo por costumbre vagar por el campo recopilando historias que luego incorporo a mis novelas. De forma casi invariable, uno tiene que cambiar radicalmente las situaciones de las que es testigo, por el simple hecho de que son increíbles. Sin embargo, de vez en cuando uno se encuentra con una situación real que no puede cambiar porque su valor reside precisamente en su extravagancia, pero eso resulta tan extravagante que no cabe esperar razonablemente que nadie se la crea", explicó una vez Cook.

Pánico al amanecer, por el contrario, es una novela basada vagamente en un episodio biográfico. Narra la historia de un profesor que se ve atrapado en un pueblo de mineros tras una sucesión de infortunios nocturnos. Un descenso a los infiernos contra el que el protagonista no puede hacer nada más allá de mentalizarse psicológicamente y dejarse llevar. O cuando todo se pone tan crudo que preferirías que un canguro borracho te pateara la cabeza antes de tener que lidiar con los mineros del Outback. Ríete tú de Mad Max.

El tiempo es una convención social que necesita de palabras para medirse. Para no volvernos locos hemos llegado al acuerdo de llamar “media hora” al tiempo que se tarda en hacer algo entre ni largo ni corto. A no ser que uno se encuentre en Tennat Creek, en la Australia profunda, donde el “media hora” ha sido sustituido por “un pack de doce”, que es lo que uno tarda en beberse doce cervezas (y decimos media hora por no decir quince minutos, dado el aguerrido carácter cervecero del australiano profundo). Hablamos de un lugar llamado Outback, el interior remoto y árido de la isla, allá donde la ingestión compulsiva de alcohol se ha convertido en un elemento tan decisivo de la comunidad que las manecillas de los relojes se mueven al ritmo del trago compulsivo.

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