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La pornografía, la decadencia y otras formas de morir
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La pornografía, la decadencia y otras formas de morir

Asistimos en los últimos tiempos a un estallido protagonizado por Perec, Vian y Queneau, entre otros autores franceses

Foto: Georges Perec en una imagen de archivo.
Georges Perec en una imagen de archivo.

Asistimos en los últimos tiempos a un estallido: Perec, Vian, Queneau… Berenice publica en 2006 Me acuerdo de Pérec y en 2008 Impedimenta lanza Lo infraordinario con prólogo de Guadalupe Nettel; más adelante, la misma editorial saca Un hombre que duerme y los 124 sueños de La cámara oscura. Las propuestas de Impedimenta son traducciones de Mercedes Cebrián que consigue prestigiosos premios por su trabajo. Lo cotidiano, lo común que adquiere otro relieve, los listados, el juego, la exhaustividad como aproximación mágica o deformante a lo real, la observación como condición sine qua non de la escritura, incluso una dimensión extrañamente autobiográfica caracterizan las obras de Perec quien, para Roberto Bolaño, era el mejor escritor de la segunda mitad del siglo XX.

El escritor que nunca pisó EEUU

Boris Vian también es revistado por Gallo Nero que edita su Manual de Saint-Germain-des-Prés y por Impedimenta con Vercoquin y el plancton obra traducida por Lluís Maria Todó: este texto es tal vez menos contundente que otros posteriores del mismo autor, como El arrancacorazones (Tusquets, 2002) y su crítica al psicoanálisis; o como La espuma de los días (Alianza Editorial, 2011) con su soberbia decoración de interiores y esa especie de gramola que prepara cócteles mientras a la pobre Chloé le brota un nenúfar en el pulmón y Jean Sol Partre -quien apoyó el libro pese a la metátesis paródica de su nombre- hace de las suyas por ahí… En Vercoquin y el plancton ya se aprecia el gusto de Vian por el diseño de objetos y lugares, entre los que destaca su estupendo “follódromo”. También están aquí el peculiarísimo sentido del humor de Vian y la concepción de una violencia que es a la vez festiva y subversiva.

No tenemos más que aproximarnos a alguna de las novelas donde el escritor que nunca pisó los Estados Unidos se traviste bajo en heterónimo de Vernon Sullivan para darnos cuenta del relieve significativo de la brutalidad y del sexo extremo en la obra de Vian: la estremecedora Escupiré sobre vuestra tumba (Edhasa, 2006) fue parafraseada por Siniestro Total como canción y reconvertida en película un par de veces. Escupiré sobre vuestra tumba es un texto sobre la venganza protagonizado por un negro de piel blanca que, sin embargo, se sabe profundamente negro: tiene conciencia racial y de clase. El libro fue prohibido por inmoral y pornográfico, y aún tiene la virtud de seguir poniéndonos los pelos de punta. Como las obras de James Hadley Chase o de Carlos Pérez Merinero que revela el influjo que Sullivan ejerce sobre él en Días de guardar (Bruguera, colección Libro amigo), una novela bestial, protagonizada por un matón no menos bestial, que repasa, de forma inclemente y saludable, la Transición española.

Frente al poder transformador de la violencia, vida, muerte, sexo y amor son problemas menores en Vercoquin y el plancton. Sólo la camaradería, encarnada en el vínculo que une al Mayor y a Tambretambre, resiste el rodillo de la devastación absoluta erigiéndose en valor supremo para Vian. La obra se abre y se cierra con sendas surprise partys, donde se oyen canciones con extravagantes títulos en inglés y, como no podía ser otra manera tratándose de un escritor perteneciente a una generación sensible a la música, las variaciones sobre el mismo tema y los registros lingüísticos, sobresale su parodia del trabajo mecánico y del estilo oficinesco.

Espacios de la melancolía

Tras la aparente alegría de las fiestas y de la música de jazz, en autores como Vian, como Queneau o como otros patafísicos ilustres, late la conciencia elegíaca del acabamiento, del tiempo que pasa y de la guerra que marca esta primera mitad del siglo XX. La música y la escritura son espacios para la repetición: lugares donde se hace evidente la finitud y el hecho de que el tiempo se agota. El lenguaje y sus juegos no son más que otra expresión de la melancolía y la desmitificación de la literatura de los autores de Oulipo (“Taller de literatura potencial”) deviene en su máxima mitificación: a través de la matemática, lo literario se emparenta con lo sacramental y con las religiones que, además de ser anestésicos o instrumentos de manipulación, tienen la faceta amable de tratar de consolarnos frente al miedo a la muerte.

Tal vez, por esta razón, los títulos se refieren a menudo a la idea del tiempo, como en la ya mencionada La espuma de los días y como en Los últimos días, la novela de Queneau que la editorial Gallo Nero ha publicado hace poco. Pese a la huida programática de una literatura confesional que conecte con el receptor por la vía de las emociones, en los libros de los escritores de esta generación queda un regusto amargo que remite a su propia experiencia biográfica: quizá por eso El Havre, lugar de nacimiento de Queneau, es también el lugar de nacimiento de uno de los estudiantes de La Sorbona que retrata en su libro, y Tuquedenne es, igual que Queneau, una especie de poeta-filósofo.En todo caso, la novela habla de la imposibilidad de luchar contra un tiempo que siempre se termina: es el tiempo de los estudiantes que acaban sus carreras, de las épocas que llegan a su fin, del término de las historias y de la sensación de que, de un momento a otro, también la Historia se puede romper en mil pedazos. Es el tiempo en el que dejan de tener sentido los vaticinios de futuro del camarero Alfred y el mundo se mueve entre el azar de las apuestas, las pequeñas estafas del viejo Brabbant y la curiosa obsesión por encubrir de manera más o menos críptica la fecha en la que se producen los acontecimientos de la novela: 1921, “la última vez que bebí ajenjo fue en el 19 (…) Hace dos años de aquello; pues bien, no se lo van a creer, pero todavía tengo el regusto en la boca”, comenta Brabbant con sus amigos Tolut y Brennuire.

El futuro de Francia es uno de esos grandilocuentes conceptos de los que reniegan y se burlan los componentes de Oulipo: en esta novela, el futuro del país se opaca ante las olas de sensacionalismo –la distracción, el espectáculo- que suscita la muerte en la guillotina de Landru. También en los nunca suficientemente alabados Ejercicios de estilo (Cátedra, 2004) del mismo Queneau algunas de sus variaciones estilísticas a partir del mismo referente banal de la vida cotidiana –un pequeño roce en al autobús- se dedican a parodiar la afectación intelectual y lingüística (Amanerado, Filosófico, Ampuloso) El optimismo juguetón del lenguaje procura conjurar la certezas más tristes, el recóndito pesimismo, que dimana de la reflexión. Al final, tal vez la postura de Queneau y de muchos oulipianos, practicantes de la “literatura incómoda” – Françoise Le Lionnais, Noël Arnaud, Jean Queval, Perec, Duchamp o Calvino- se resume en una frase lanzada por uno de los estudiantes de Los últimos días: “Estoy a favor de la vida. Ellos son los que detestan la vida; esa gente. Detestan la vida cotidiana”.

Pornografía

Los últimos días son el tiempo de los viejos que huelen la muerte y que no logran ahuyentarla por mucho que duerman sentados y asistan a los cortejos fúnebres de todos los entierros de la ciudad. El viejo Tolut, profesor de geografía que no ha viajado nunca, se da cuenta del sinsentido de la existencia. A este personaje le cuadran como un guante las palabras de Manuel Arranz en Pornografía (Periférica) al parafrasear los diarios de Ionesco: “En sus diarios cuenta Ionesco la historia de un viejo que cada vez que veía pasar un cortejo fúnebre se pasaba varios días sumido en la más honda desesperación. Hasta que un día, al pasar el coche fúnebre, alguien comenta que el muerto era un joven de dieciséis años. Aquel día el viejo parecía casi feliz. A partir de entonces, cada vez que veía pasar un cortejo fúnebre, exclamaba: ¡Vaya, otro joven que ha muerto! ¡Ah, estos jóvenes no saben vivir!”.

Asistimos en los últimos tiempos a un estallido: Perec, Vian, Queneau… Berenice publica en 2006 Me acuerdo de Pérec y en 2008 Impedimenta lanza Lo infraordinario con prólogo de Guadalupe Nettel; más adelante, la misma editorial saca Un hombre que duerme y los 124 sueños de La cámara oscura. Las propuestas de Impedimenta son traducciones de Mercedes Cebrián que consigue prestigiosos premios por su trabajo. Lo cotidiano, lo común que adquiere otro relieve, los listados, el juego, la exhaustividad como aproximación mágica o deformante a lo real, la observación como condición sine qua non de la escritura, incluso una dimensión extrañamente autobiográfica caracterizan las obras de Perec quien, para Roberto Bolaño, era el mejor escritor de la segunda mitad del siglo XX.

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